Una muestra del Mozart «rabelesiano», haciendo gracias muy bobas y muy groseras, en una carta a su prima. Hay varias muestras en este estilo:
…ahora tengo que contarle una triste historia que acaba de ocurrir en este instante. Cuando estaba en lo mejor de la carta oigo algo en la calle. Dejo de escribir, me levanto, me acerco a la ventana -y no oigo nada más. Vuelvo a sentarme, empiezo nuevamente a escribir y apenas he escrito 10 palabras vuelvo a escuchar algo -vuelvo a levantarme- y en cuanto me levanto sólo escucho algo muy levemente, pero siento un olor como a quemado y cuando me muevo, hiede. Cuando miro por la ventana se pierde el olor, vuelvo a mirar para adentro, aumenta el olor. Finalmente dice mi mama: Te apuesto a que largaste uno. No lo creo mama. Sí, si seguro que es así. Hago la prueba, meto el primer dedo en el traste y luego lo llevo a la nariz, y –Ecce Provatum est– la mama tenía razón. [1777]
A Constanza, su esposa: dos de las muchas expresiones de cariño,
muy en serio bajo la máscara payasesca:
…si te contara todo lo que hago con tu querido retrato te reirías. Por ejemplo, cuando lo saco de su calabozo, le digo: ¡Buen día, tesoro!, buen día, buen día; mocosa, pícara, nariz en punta, chichecito -¡schluck und druck!- y cuando lo vuelvo a guardar, lo dejo deslizar despacito, y digo siempre: ¡Stu! ¡Stu! ¡Stu!, pero con la determinada expresividad que requiere esta palabra tan significativa. Y por último digo rápidamente: Buenas noches, ratoncito, felices sueños. [1789]
No puedes darme mayor alegría que estás alegre y contenta; si estoy convencido que nada te falta, todas mis fatigas me serán queridas y agradables. [1791]
En una carta a su hermana Nannerl -a quien adoraba-,
le pide que conteste una carta de Constanza (se habían
casado poco antes, con la oposición del padre de Mozart):
… si deseas -y de hecho yo lo deseo para ver reflejado en la cara de esta criatura buena el placer que ello le causa-, si deseas pues honrarla con tu contestación te ruego quieras incluirme tu carta. [1782]
Y la carta en que comunica al padre -con la mayor diplomacia,
y con cuidada sencillez y prosaísmo- su proyecto de casamiento:
… Mi ambición es, entre tanto, tener aquí algo poco preciso, pues se puede vivir bastante bien aquí con la ayuda de lo inseguro, y luego, ¡casarme!
¿Le asusta a usted este pensamiento?, pero yo le ruego, querido, queridísimo padre, ¡escúcheme usted! Le he tenido que descubrir mi preocupación, ahora permítame que le exponga mis motivos, muy fundados por cierto.
La naturaleza grita en mí tanto como en cualquier otro y quizá con mayor fuerza que en muchos palurdos. Yo no puedo vivir como la mayoría de los jóvenes de nuestros días. Primero, porque soy demasiado religioso; segundo porque amo demasiado al prójimo y tengo demasiados buenos sentimientos como para perder a una muchacha inocente, y, tercero, porque tengo horror a las enfermedades, estimo demasiado mi salud como para andar corriendo detrás de las prostitutas.
Por ello, puedo jurarle que, de esta forma, todavía no he tenido nada que ver con mujer alguna. De haber ocurrido no trataría de ocultárselo, pues tales errores son naturales de los hombres y caer una vez sólo es indicio de mera debilidad, aunque no podría asegurar que no lo repitiera de haber cedido en este punto…
Sé que esta razón, por fuerte que sea, no basta para justificar el matrimonio. Pero como soy por temperamento más inclinado a la vida doméstica que a la mundana, yo que desde pequeño no estuve acostumbrado a cuidar de mis cosas, en lo que se refiere a ropa, vestimenta, no puedo imaginarme nada más necesario que una mujer. Le puedo asegurar que con lo que muchas veces gasto inútilmente, pues no presto atención a nada, estoy plenamente convencido de que con una mujer (con las entradas que tengo) he de arreglarme mejor que solo. Y cuántos gastos inútiles desaparecen, es cierto que vienen otros nuevos, pero por lo menos se los conoce, se puede arreglar la vida según ellos, en una palabra, se lleva una vida más ordenada.
El soltero vive sólo la mitad, a mis ojos, ¡y qué he de hacer si tengo tales ojos! He pensado y reflexionado lo suficiente y no mudaré de parecer.
Pero, ¿cuál es el objeto de mi amor? No se alarme, se lo ruego. ¿No será una Weber? Sí, una Weber, pero ni Josefa ni Sofía, sino Constanza, la segunda. En ninguna familia he visto tal diversidad de caracteres. La mayor es haragana, torpe y falsa. La Langin (Aloysia, casada con J. Lange) es falsa, carece de principios y es coqueta; la menor es demasiado joven para ser algo, es una criatura buena, pero atolondrada. Dios quiera preservarla de las seducciones. En cambio la segunda, mi buena y querida Constanza, es una mártir, y quizá por eso la de mejor corazón, la más hábil, en suma, la mejor… [1781]
¿Le asusta a usted este pensamiento?, pero yo le ruego, querido, queridísimo padre, ¡escúcheme usted! Le he tenido que descubrir mi preocupación, ahora permítame que le exponga mis motivos, muy fundados por cierto.
La naturaleza grita en mí tanto como en cualquier otro y quizá con mayor fuerza que en muchos palurdos. Yo no puedo vivir como la mayoría de los jóvenes de nuestros días. Primero, porque soy demasiado religioso; segundo porque amo demasiado al prójimo y tengo demasiados buenos sentimientos como para perder a una muchacha inocente, y, tercero, porque tengo horror a las enfermedades, estimo demasiado mi salud como para andar corriendo detrás de las prostitutas.
Por ello, puedo jurarle que, de esta forma, todavía no he tenido nada que ver con mujer alguna. De haber ocurrido no trataría de ocultárselo, pues tales errores son naturales de los hombres y caer una vez sólo es indicio de mera debilidad, aunque no podría asegurar que no lo repitiera de haber cedido en este punto…
Sé que esta razón, por fuerte que sea, no basta para justificar el matrimonio. Pero como soy por temperamento más inclinado a la vida doméstica que a la mundana, yo que desde pequeño no estuve acostumbrado a cuidar de mis cosas, en lo que se refiere a ropa, vestimenta, no puedo imaginarme nada más necesario que una mujer. Le puedo asegurar que con lo que muchas veces gasto inútilmente, pues no presto atención a nada, estoy plenamente convencido de que con una mujer (con las entradas que tengo) he de arreglarme mejor que solo. Y cuántos gastos inútiles desaparecen, es cierto que vienen otros nuevos, pero por lo menos se los conoce, se puede arreglar la vida según ellos, en una palabra, se lleva una vida más ordenada.
El soltero vive sólo la mitad, a mis ojos, ¡y qué he de hacer si tengo tales ojos! He pensado y reflexionado lo suficiente y no mudaré de parecer.
Pero, ¿cuál es el objeto de mi amor? No se alarme, se lo ruego. ¿No será una Weber? Sí, una Weber, pero ni Josefa ni Sofía, sino Constanza, la segunda. En ninguna familia he visto tal diversidad de caracteres. La mayor es haragana, torpe y falsa. La Langin (Aloysia, casada con J. Lange) es falsa, carece de principios y es coqueta; la menor es demasiado joven para ser algo, es una criatura buena, pero atolondrada. Dios quiera preservarla de las seducciones. En cambio la segunda, mi buena y querida Constanza, es una mártir, y quizá por eso la de mejor corazón, la más hábil, en suma, la mejor… [1781]