Hoy las lecturas de misa rondaron el tema de la avaricia; la
falsa y letal seguridad que buscamos en las cosas
de abajo.
Y recordé algún viejo tema de conversación
de un par de compañeros de trabajo. Imaginaban
ellos cómo se manejarían en el caso de ganar mucho dinero
—una herencia, un sorteo, lo que fuera—;
y trataban de calcular cuánto hacía falta para «vivir tranquilos toda la vida sin preocupaciones«; metiéndola
en el banco y sin trabajar, se entiende.
De esto hace unos cuantos años; pero recuerdo que esa
fantasía y esa discusión —recurrente—
me parecía espantosa.
Y me lo sigue pareciendo.
En un sentido, toda avaricia (como toda idolatría)
es en el fondo imaginaria. Una necedad, como dice
la parábola ; o sea, estar -culpablemente- en la ignorancia, fuera
de lo real. Y como dice Simone Weil: para ver lo
real hay que estar desapegado -virtud opuesta
a la avaricia, diría yo.
Ahora… una avaricia imaginada, la seguridad del rico imaginada
en una charla de oficina… sería entonces una imaginación al cuadrado.
¿También un pecado al cuadrado ?
Quién sabe.