Cuenta un cura yanqui en este blog una pequeña anécdota de viaje
(Un poco desconfiado como es uno, no puedo asegurar que la historia sea confiable o edificante; espero que sí.)
Visitaba el cura un templo hindú; su guía —la mujer de un religioso a cargo del templo— le muestra un ídolo: la estatua de la diosa Ganesh, dispuesta sobre una tarima con una cúpula. Interrogada, la guía le explica : se trata del «santo sanctorum»
(parece que los guías hindúes a veces recurren a expresiones -e idiomas-
de religiones importadas para darse a entender).
El cura le pregunta entonces cómo es eso de adorar una estatua.
No se trata de adorar una estatua, explica ella, sino la divinidad
que en ella mora. O mejor dicho —la mujer se esforzaba para expresarse con precisión— … tampoco es
una inhabitación divina, no es que la divinidad esté impregando la estatua: en realidad, tras la consagración del sacerdote, la estatua deja de ser una estatua para pasar a ser la misma divinidad… sin dejar de tener la contextura y apariencia de una estatua. Así, no están adorando un bloque de piedra, sino a la mismísima diosa.
Caramba, piensa el cura, eso me suena familiar… y le dice:
— Nosotros tenemos algo parecido.
—¿Sí? ¿Así que esas estatuas de los templos católicos … ?
— No, no, no. Nuestras estatuas son simples estatuas, solamente nos recuerdan a Dios o a los santos. No las adoramos. Lo que adoramos no está hecho de piedra ni de madera.
—¿De qué está hecho?
—Bueno… de comida.
—¿Comida?
—Sí… pan; y vino.
Extrañeza de la mujer. Claro que, comparado con la piedra —firme y casi incorruptible— el pan no parece una sustancia inicial muy adecuada para la presencia divina…
—Y… ¿qué hacen con esa comida, una vez que se ha convertido en Dios?
—Pues… en verdad, la comemos.
—La comen!
—Sí, la comemos.
Pausa. La mujer piensa un poco y
(quién sabe si en broma o en serio) dice :
—Bueno, entonces… supongo que eso hace de ustedes el Sanctum sanctorum, no ?