Vi ayer «Duck Soup» (mi primer contacto con los
renombrados hermanos Marx; no demasiado feliz;
no es humor para mí, por lo que parece)… y entre
la catarata de gags, topé con este:
«-I danced before Napoleon. No, Napoleon danced before me – in fact, he danced two hundred years before me.».
Un juego de palabras, basado en los distintos
sentidos de la palabra «before«. Y como tantos juegos de la palabras,
intraducible… uno diría (por suerte lo miré con subtítulos originales). Un capricho del idioma inglés, uno diría… eso de que la misma palabra se use para denotar lo que está ubicado ante el que habla y lo que está antes en el tiempo… ¡epa, un momento!… ¡en español -casi- también! «ante» («delante») y «antes«… ¡Qué casualidad!
Por supuesto, no puede ser casualidad. Debe ser la misma palabra.
Pero ¿por qué se les ocurriría a los antiguos identificar lo que está «adelante», al frente, con lo que está en el pasado? En todo caso, debería ser al revés… parece. Lo que tenemos «ante nosotros» es lo que «será después», no lo que «fue antes»… nos parece.
Puestos a imaginarnos parados en la línea del tiempo, todos nos imaginamos mirando hacia el futuro, con el pasado atrás… ¿no?
Bueno, pues no.
En otros tiempos -al menos cuando se forjaron los idiomas romances- la gente prefería imaginarse de cara al pasado.
Diferentes cosmovisiones, tal vez. Y tal vez, puesto que solo se trata de imágenes en cierta manera metafóricas, que solo figuran un aspecto de lo figurado, no del todo contradictorias (recuerdo lo que notaba Borges, en alguno de sus ensayos menos memorables, que el transcurrir de tiempo puede imaginarse como un río que fluye hacia el futuro, pero también al revés).
Y tampoco faltarán los aficionados a juzgar los tiempos: tradicionalistas que culparán a la modernidad de apartar la vista de los ancestros, tradiciones vendidas por espejitos de colores (el futuro, precisamente); progresistas que acusarán a los antiguos de darse opio con edades de oro inexistentes y de desconocer la actitud audaz y renovadora (incluso en clave cristiana) que crea el progreso. Yo no soy muy aficionado a esos juicios, y desconfío de esquemas a esa escala. Aunque, puestos a elegir, me quedaría con los primeros; no sin preguntarme -una vez más- sobre su solidaridad con esa modernidad criticada: suponiendo que ubicar el pasado a nuestras espaldas sea un síntoma de la apostasía moderna (o como quieran llamarla) ¿comparten de hecho estos tradicionalistas esa mirada, o ven las cosas -naturalmente- como las veían los antiguos? Curiosidad, nomás.
Pero no es necesario hacer de esto una cuestión de partido. A mí, al menos, lo que más me interesa es tratar de tener un atisbo de esa cosmovisión; asumiendo que en alguna medida es complementaria, no poder concebirla parece una especie de pobreza. Conviene entonces intentar ver con esos ojos. ¿Cómo puede uno, moderno y cartesiano, imaginar el pasado adelante? ¿Cómo podían los antiguos?
El enlace que puse apunta una posibilidad:
uno puede ver lo que tiene frente a sí, no lo que tiene a sus espaldas; y es claro que podemos ver el pasado, no el futuro. Así, yo puedo verme a mí mismo hace pocos años, ahí nomás, cerquita; y al niño que fui también puedo verlo… más lejos… más adelante. Y así.
Pensaba hoy otra imagen, que acaso pueda ayudar: los hombres, como actores que van saliendo a escena, y luego se retiran; la humanidad, haciendo cola para ocupar su lugar, en el escenario de la vida, o también para ocupar su lugar allá arriba… En ese arroyo humano, Napoleón (que vino antes que yo) está delante de mí; y San Juan Bautista va delante del Mesías.