Veníamos preludiando, en algunas entradas pasadas, el tema. Seguimos calentando los dedos (no pretenderemos pasar de eso), con una brevisíma y obvia contra-aporía.
Vamos primero a la aporía: existe el mal, la gente sufre; y sin embargo, se supone que Dios es todopoderoso y bueno; sabe lo que nos pasa, y nos quiere. ¿Y entonces? ¿Eh…?
Del lado ateo (o agnóstico; para el caso es igual; y para casi todos los casos), más que aporía es una objeción prácticamente decisiva. Si no una demostración de la inexistencia de Dios, sí por de pronto del absurdo del concepto «clásico» (cristiano, para empezar) de Dios; un hecho palmario que basta para —razonablemente— apostar.
Del lado creyente, la defensa que intenta la apologética me parece por lo general bastante melancólica; más cerca de los amigos de Job que de Job, pareciera. Y casi pareciera que meterse a «defender a Dios» lleva necesariamente al ridículo y tal vez a la mentira. Pero ya nos meteremos en este aspecto; por ahora, sólo lo digo para que no se crea que estas cuestiones las traigo para atacar a la aporía y así defender a Dios (o a la Iglesia o al cristianismo, lo mismo da); para nada. Es sólo para sacudirme la modorra y ayudarme a pensar, a entenderme mejor a mí y también a los ateos.
Primera aporía-de-la-aporía. Usted -ateo-, me dice: «Yo no puedo tener certezas sobre la naturaleza y la existencia de Dios. Lo que si puedo, y debo es ver el mal en el mundo, notar que la gente sufre, y sufre demasiado. Constatar eso, y entender (como creo entenderlo) el concepto que tienen los cristianos de un Dios providente, omnipotente y bondadoso, me basta para descreer de su realidad; y creo que debería bastar a cualquiera con los ojos y el corazón en su lugar».
Esto suena consistente. Me suena razonable, puedo perfectamente simpatizar (como simpatizo con Iván Karamazov). Por eso mismo me choca que la objeción sea tan objetable, que su consistencia parezca caer al primer golpe. Por ejemplo: la contraobjeción de la relatividad del sufrimiento. Porque ¿qué regla está usando el escéptico para medir el sufrimiento humano? ¿Cómo puede decir que «la gente sufre demasiado»? ¿Cuál sería el grado de felicidad (o no-sufrimiento) que podría, hipotéticamente, llevarlo a considerar la realidad de Dios?
Sí, ya veo: ahí veo (y sin calma, le garanto) un millón de mujeres violadas y prostituidas, allá veo esos niños muertos de hambre, veo esos enfermos, esos desocupados, oprimidos, explotados y humillados. Si Dios metiera mano para eliminar ese sufrimiento… entonces podríamos hablar, me dice el escéptico. Bien, ponéle que lo hace. Hace eso, y más; y después se vuelve a su cielo. Echamos entonces una nueva mirada al mundo, y ahora vemos… un adolescente que perdió el teléfono celular, una mujer que descubre el vigésimo defecto irritante de su esposo, un hombre que no consiguió entradas para el Boca-River, una chica que no consigue novio, un viejo aburrido haciendo zapping, un novelista que no logra escribir la novela que lo haría famoso, un muchacho que se angustia ante el examen de matemática; y, finalmente, (acaso el ejemplo clave) un niño que llora a moco tendido porque los padres no le compraron el juguete que vio en la TV, etc. Y sufren, cómo no; sufren mucho. ¿Qué diremos entonces? ¿Pediremos una nueva intervención divina? ¿Hasta cuándo? Y si no la pedimos, si nos damos por conformes… ¿con qué criterio y con qué derecho podemos despreciar el sufrimiento del niño antes mencionado, y afirmar que eso no contradice la existencia de un Dios bueno y poderoso?
¿Es una simple cuestión de grados, con un umbral de felicidad-sufrimiento que los hombres podemos razonablemente ubicar ?
¿No muestra esto mismo que hay un emorme malentendido de fondo en la objeción inicial… como también en las defensas? ¿No será que tenemos —nosotros, modernos civilizados desmitificados— una concepción infinitamente pueril («antropomórfica» sería poco decir) de lo que es Dios, el hombre, su relación y su distancia? ¿Y del sufrimiento y la felicidad?
Esta, como les digo, es sólo una primera contra-aporía. Hay otras. Pero esta me parece la más evidente, y, repito, su misma evidencia me sorprende y me incomoda. Porque (repito!) esto no intenta refutar la objeción, no quiero refutarla, no creo que pueda ser refutada (al menos así), incluso la creo válida en un plano (ya volveremos a Job); y hasta si me apuran, necesaria, para no formarse una idea falsa de Dios y terminar adorando a un ídolo. Pero, por lo mismo, la objeción debe necesitar purificación, para que no pretenda ubicarse en los asientos que no le corresponden.
Mientras tanto, me quedo rumiándolo; y bien sé que este es un tema muy trillado, y que muy probablemente estaré cometiendo alguna ingenuidad pareja a la del escéptico; pero nunca dejaremos que esa consideración nos paralice, ya saben.