Sí, probablemente «clamar» no sea
una traducción adecuada de «stewing»
Se trata -creo yo; o al menos así lo leí yo- de un «clamor litúrgico» no necesariamente exteriorizado.
En argentino podríamos decir: «darse manija».
Una irritación que nos gusta malcriar, un enardecimiento que puede llegar a ocupar
gran parte del territorio de nuestra religiosidad (palabrita espinosa si las hay).
Y que, me parece, a pesar de todas
las racionalizaciones y justificaciones en nombre de la piedad, en la mayoría de los casos es un escándalo más estético
que religioso.
«Estético» en el mejor sentido de la palabra, si quieren; belleza que le es debida a Dios, (y aun, inmanentemente hablando, a los mismos adoradores), y recuérdenme
aquello de Bloy, si quieren, de que el esplendor no es un lujo sino una necesidad; y recuérdenme mis propios berrinches litúrgicos (pasados y futuros)…
Sí, pero cuidado con confundir los planos. Y pensar que debe haber un tiempo para irritarse contra los guitarristas miseros, y otro para menospreciar esa irritación. Y si hay un tiempo, habrá un lugar; que debe estar por allá, lejos, al fondo y a la derecha.
Estos días se está hablando de la posible autorización
(«indulto» según algunos, «liberación» según otros;
que en cuestiones de chicanas retóricas los católicos
no tenemos nada que envidiarles a nadie, no crean)
para celebrar la misa según el ritual «tridentino».
A mí esto me produciría algún entusiasmo, tal vez… si pudiera taparme la nariz para no sentir el tufo de los impulsadores; cuando caigo en lugares como este, creo entender mejor las razones de tantos obispos que -según pareciera- tienen miedo de «los tradicionalistas».
Y, amigo mío, si esto te parece un infantilismo de mi parte (la existencia de piantavotos no descalifica una causa), si esto te parece estúpido e inadmisible, te diré algo… más infantil, estúpido e inadmisible todavía.
Ponéle que a mí me gustaría tener la opción de misa a la antigua, y supongamos que sería no solo un placer sino un enorme provecho espiritual para mí (por hablar sólo de mí). Ponéle que el obispo X, sabedor de todo esto, decide no obstante desautorizarla porque tiene -y con buenos motivos- miedo de esos tradicionalistas energúmenos; porque considera que darles lugar es peligroso.
A mí, en tal supuesto, no me costará darle la razón al obispo.
Ahora… el domingo, al escuchar sufridamente, por enésima vez, los rasgueos chocarreros y profanos del entusiasta guitarrista parroquial (por no decir nada del cura «litúrgicamente creativo»)… trataré, claro, de ahogar mis puteadas interiores; pero, las que no pueda ahogar las apuntaré -no al guitarrista, no al párroco, no al obispo- sino a esos militantes de la tradición que me han condenado a tener que soportar a este guitarrista; y que, igual que los fariseos que no entraban ni dejaban entrar, nos han estorbado a todos, por su propia soberbia y su estulticia, el acceso a esa tradición que tanto dicen amar.
Y tras este pequeño desahogo infantil e inadmisible
los dejo con
tres posts de Amy Welborn (acaso el blog católico yanqui más popular, y con sus razones): sobre la
música litúrgica, sobre la «misa tridentina» (de acuerdo, en general), y otro sobre la Iglesia en Francia en relación a esas movidas tradicionalistas (sólo para gente con tiempo: hay que leer los comentarios).