S = 1 + 2 + 4 + 8 + ….
S = 1 + 2 (1 + 2 + 4 + ….)
S = 1 + 2 S
S = -1
Los pasos parecen correctos, pero el resultado es absurdo: no puede ser que una suma de números positivos sea igual a -1. S = 1 + 2 (1 + 2 + 4 + ….)
S = 1 + 2 S
S = -1
La explicación (y la moraleja … matemática), es que las series divergentes son engendros con dudoso derecho a la existencia. Si nos atrevemos a tratar con ellas como si fueran entes matemáticos hechos y derechos, nos hundiremos en el absurdo y la irracionalidad.
Esto, que cualquier estudiante de ingeniería sabe, fue duro de entender y aceptar: muchos grandes matemáticos de los siglos XVII y XVIII trabajaban con series divergentes, con poco o ningún pudor; sospechaban que estaban haciendo algo mal, pero los resultados muchas veces «cerraban». La necesidad de rigor empezó a hacerse sentir lentamente. Se lamentaba Abel en una carta de 1826:
…Las series divergentes son una invención del diablo… Usándolas se puede llegar a cualquier conclusión, y es así como estas series han dado lugar a tantas falacias y paradojas…
[*]
Recién en el siglo XIX se aclaró el concepto de «convergencia», y se dictaminó que
sólo es lícito operar con series convergentes. Y una condición
necesaria (no suficiente) para que una serie lo sea,
es que sus términos «tiendan a cero». No es el caso, claro,
de la serie que motivó la paradoja: sus términos aumentan
cada vez más, ergo, no puede converger.
[*]
Vaya uno a saber por qué alguno tuvo la ocurrencia de estampar esa paradoja en semejante lugar. Puedo imaginarme a algún estudiante de matemáticas, esperando el colectivo (pero los colectivos para en la mano opuesta), para satisfacción propia o para impresionar a sus amigos.
También podría imaginarme que alguno quiso hacer alguna alusión a la pornografía y la lujuria, esas cosas que divergen, siempre creciendo y no convergiendo a nada real. Sería demasiado imaginar, ya lo sé.