Que la cuestión de «lo que te queda bien» tiene sus ambigüedades, no hace falta
decirlo (pero digámoslo). Como también tiene sus ambigüedades el personaje de
Sophie, la protagonista de Howl’s moving castle (última película
de Miyazaki, que estrenan el 9 de febrero en los
cines argentinos).
¿Y qué tiene que ver ? Veamos.
Sophie (no hace falta haber visto la película; y tampoco te
cuento el final)
es una joven algo tímida, retraída, no muy linda, con una evidente
dificultad para situarse en el mundo y disfrutar de la vida.
Al comienzo de la historia, una bruja celosa la
transforma en anciana. Sophie entonces huye de
su tienda de sombreros y también del pueblo
—no queda muy claro por qué—, para
dar con el castillo móvil del mago
Howl, donde se auto-conchaba como sirvienta.
Sigue entonces una historia de aventura y
de amor -a través de la superación del egoísmo,
por parte de ella y del mago- con otros temas
de fondo, que no importa tratar acá (como no importa
juzgar cuánto es obra de Miyazaki y cuánto de Dianne Wynne Jones).
Lo que me interesa ahora es la reacción notable
de Sophie: no sólo se sobrepone muy rápido al terrible maleficio, sino que en cierta
manera parece verse favorecida. Resulta
una anciana animosa y alegre, nada apocada, que se termina imponiendo a los extraños y variopintos habitantes del castillo,
y haciéndose querer. Dos rasgos:
Uno: Desayunando a orillas del lago, tras limpiar el castillo,
Sophie mira el paisaje con emoción y comenta:
«Es extraño… nunca en mi vida había sentido tanta paz«.
Dos: antes de la transformación, la joven Sophie
ha rechazado la invitación de sus alegres
compañeras de trabajo para presenciar el desfile
militar en el pueblo; la vemos después ponerse el sombrero y mirarse
al espejo antes de salir a la calle: esboza un gesto
de coquetería, una sonrisa femenina… pero enseguida
la borra, enfurruñada (adivinamos que se ve fea y sin gracia)
se encasqueta el sombrero hasta los ojos
y sale. Sin embargo, a la mañana siguiente -la primera tras su metamorfosis-
Sophie-anciana se mira al espejo, y se da ánimo con una sonrisa: «No estás tan mal, abuela.
Y la ropa por fin te queda bien.»
A Sophie le queda bien la vejez. Sin dudas.
Pero de esto pueden
hacerse varias lecturas.
En una primera lectura (fue mi primera lectura) eso es una especie de mérito;
nos congratulamos por su adaptación, aprendemos a admirar y querer
a Sophie-anciana (alguien llegó a decir que no deseaba
que recuperara su juventud), vemos su nueva vida
como una especie de florecimiento, la revelación de
un alma generosa que llevaba oculta, y que al fin logra mostrar,
para bien de ella y de los que la rodean.
Pero a la segunda lectura… surgen ambigüedades.
¿No está demasiado conforme Sophie con su vejez
prematura? ¿Lo suyo es valentía, o una forma oculta
de cobardía? En todo caso, parece señal de un problema
de fondo.
Más: a lo largo de la historia, asistimos
a algunos rejuvenecimientos fugaces, que siempre tienen lugar
cuando Sophie «se abandona«: al dormir, al decirle
en sueños su amor a Howl, y al defenderlo con pasión
ante la maga Suliman (y cuando ésta le hace notar su enamoramiento,
Sophie se retrae, se asusta… y vuelve a ser anciana).
Y también cuando, rejuvenecida, se anima a soñar un futuro
junto a Howl… de pronto recuerda «que no es hermosa»,
se niega a admitir sus protestas, se resigna…
y vuelve a envejecer. Y pronuncia, con sonrisa triste,
la frase clave:
«Lo bueno de ser viejo, es que no tienes mucho que perder».
Acá se ve, creo yo, en qué sentido el conformismo puede ser cobardía.
En el mismo sentido en que hay humildades torcidas,
y resignaciones que son un traición a la vocación de grandeza de todo hombre.
La vejez, en parte, le sirve
a Sophie como un escudo, una excusa tramposa; una garantía contra
el fracaso… al precio de esperar poco y nada.
Renunciar a la felicidad, ¿es mérito o pecado?
Puede ser cualquiera de las dos cosas, según en qué plano
se conciba esa felicidad. (Si no hubiera más de un plano,
aquella frase de Jesús «El que quiera salvar su vida la perderá»
se anularía a sí misma). Y -hombres ambiguos que somos-
podemos movernos en una mezcla de esos planos.
En el caso de Sophie, creo que las dos lecturas
son complementarias, y que el mérito que conlleva la primera
es intrumental para redimir lo que implica la segunda.
Pero, naturalmente, si sólo se tratara de Sophie… no me
habría gastado en escribir este post.
[Buena parte de este post viene disparado
por este interesante análisis,
de la película; en francés -pueden traducirlo al inglés con Google- ]