…qué bien le sienta al alma ser valiente,
qué bien sientan al cuerpo los metales…
Y lo que me ha quedado de ese endecasílabo casi inexistente,
es —en esa cadencia poética—
la noción de que es altamente significativo
que una cosa «nos quede bien» [*]:
que, en cierto plano,
eso es indicio de que la cosa es buena
… para nosotros.
qué bien sientan al cuerpo los metales…
Por poner un ejemplo: a veces sentimos (los varones, sobre todo) cierto pudor, cierto miedo a caer en el ridículo o la afectación al hacer públicamente cualquier gesto «devoto». No siempre es injustificado ese temor; pero se me hace que casi siempre está fundado en una especie de orgullo. Porque, cuando vemos eso mismo -hecho con naturalidad- en otro, automáticamente pensamos: le sienta bien.
Incluso —por poner ejemplo aún más humilde y con un tufillo puritano— hace muchos años un amigo, compañero de trabajo (para nada puritano, y ayuno de inquietudes religiosas o ascéticas, al parecer) me criticó al escucharme decir malas palabras: «A vos no te queda bien», me dijo. Me asombró, me hizo gracia, pero al mismo tiempo, supe, confusamente, que tenía razón. Y que debería haberme dado cuenta, con sólo mirarme un poco desde afuera.
Más en general -y más alto- : parece que algún tipo de presión social nos hace creer que a nosotros la virtud no nos sienta bien; a los ojos de los hombres al menos. Y sin embargo, con sólo mirar con un poco de atención al prójimo, es fácil adivinar que no es así, más bien es al revés. Cuando vemos la humildad, el ascetismo, la virtud -la santidad- en un alma, automáticamente pensamos: le queda bien.
E inversamente, si un acto de virtud sienta mal, es de presumir que hay una artificiosidad de fondo, y por lo mismo una falsedad. Más o menos, lo que decía la carmelita de Bernanos.
Y vamos al soneto:
A Sansón Carrasco
Carrasco, por la luz que alumbra el día,
y un poco por la sombra que te ha herido,
resígnate a decir si no has querido
la doblatura extrema de tu hombría.
Confiesa por la voz que se moría
que un fuego te sedujo enardecido,
nacido y por mortal ya renacido
llamado por tu Dios caballería.
¿Acaso no sentiste que en la frente
la luna es sólo blanca a los leales,
y acaso no supiste en tu premura
qué bien le sienta al alma ser valiente,
qué bien sientan al cuerpo los metales,
qué poco importa en esto la cordura?
Pablo Schipani
Carrasco, por la luz que alumbra el día,
y un poco por la sombra que te ha herido,
resígnate a decir si no has querido
la doblatura extrema de tu hombría.
Confiesa por la voz que se moría
que un fuego te sedujo enardecido,
nacido y por mortal ya renacido
llamado por tu Dios caballería.
¿Acaso no sentiste que en la frente
la luna es sólo blanca a los leales,
y acaso no supiste en tu premura
qué bien le sienta al alma ser valiente,
qué bien sientan al cuerpo los metales,
qué poco importa en esto la cordura?
Pablo Schipani
[* Yo leo el verbo «sentar» en la acepción 5 («Cuadrar, convenir a otra o a una persona, parecer bien con ella, o al contrario. Esta levita no sienta. El hablar modesto le sienta bien.»), como también -más coloquialmente- decimos «te queda bien», referido a una vestimenta o un hábito. Tal vez el poeta se refería más bien a la acepción 6 o 7]