Como a propósito de esto -y de aquello–
este domingo me tocó acompañar, caminando por Buenos Aires
y viajando en el tren (ex San Martín [*]; parados, claro) a una
monja, de hábito riguroso y notorio. Falta de hábito
de mi parte (perdón por el chiste idiota), poquísimo
mundo clerical… Así que fue una linda experiencia
(además de la linda experiencia de hablar con esta prima,
a quien veo muy espaciadamente, y con quien compartimos
algunos obvios intereses, nada típicos en mi extensa familia
paterna), sentir el discreto pero indubitable impacto que provoca algo tan elemental en la gente.
Y creí percibir, a pesar
de todo, a pesar las encuestas y los recuentos,
más atracción y respeto que rechazo y desprecio.
Acaso ilusión mía; bien.
De todo habrá.
Ella, de todas maneras, también tenía sus
pequeñas historias que contarme
al respecto, semejantes a las que enlacé arriba.
Quién sabe, a veces pienso…
¿Cómo reaccionarían los hombres de hoy
ante la predicación de un San Francisco de Asís?
(Pienso especialmente en el poverello, que predicaba
no sólo con palabras -pero también con palabras-,
que asumía con alegría su papel de tonto;
me lo imagino en el subte, en la facultad, en «la City»…).
La verdad, a veces creo que haría hoy tanta impresión como
en el siglo XIII. Quizás más.
[* Me corrige un lector la dicha línea
«ex San Martín» ha sido devuelta
al pueblo trabajador y consiguientemente
ha recuperado el nombre; puedo creerlo, yo suelo andar
atrasado (no más de siete u ocho siglos, por lo general);
sería «ex ex San Martín», pues]