…La crueldad es nuestra principal forma de relacionarnos. Incluso, uno de los momentos de mayor libertad personal de un tipo es cuando, efectivamente, sabe lo que quiere y va para allí. Ese momento es, coincidentemente, el momento en que uno se transforma en una porquería de persona. Cuando dejan de importarte los otros, al menos, como te importaban. “Sé lo que quiero, nada ni nadie me va a impedir conseguirlo, no voy a aceptar demoras”. Y todo se pone menos cordial, no contestás los mails, filtrás los llamados, no respondés una pregunta. Todo una mierda. Y el peor descubrimiento que, curiosamente, resulta ser el más liberador para esa persona: ya no hace falta ser buena gente, ser cordial, para vivir y que te vaya bien.
Está confirmado que el mundo es una mierda. Y no lo han empeorado los curas. Ahora, muy de vez en cuando, paso por la parroquia Santa María, donde me confirmé y y tomé la comunión. Sigue siendo de ladrillo a la vista, y sigue amurado el mismo reloj grandote que, a veces anda y a veces no, y que tiene un cartel debajo que dice: “es hora de acercarnos a Dios”. Cuando el reloj anda, digo: “ah, cuatro y cuarto”. “Es a las cuatro y cuarto de un miércoles”. Pero a mí se me pasó el cuarto de hora. Como tantos, hice una opción más pesada por un mundo más reventado, que tampoco lleva a ningún lugar: una opción de mirar pendejas y pensar feo. No obstante, cuando paso por una Iglesia me siento seguro, me siento como en casa. Sé que ahí dentro, con todo lo que pueden denunciar los periodistas, León Ferrari y todos los artistas geniales, hay una estructura moral que reconocerá mis debilidades y no se aprovechará de ellas para cagarme…
Está confirmado que el mundo es una mierda. Y no lo han empeorado los curas. Ahora, muy de vez en cuando, paso por la parroquia Santa María, donde me confirmé y y tomé la comunión. Sigue siendo de ladrillo a la vista, y sigue amurado el mismo reloj grandote que, a veces anda y a veces no, y que tiene un cartel debajo que dice: “es hora de acercarnos a Dios”. Cuando el reloj anda, digo: “ah, cuatro y cuarto”. “Es a las cuatro y cuarto de un miércoles”. Pero a mí se me pasó el cuarto de hora. Como tantos, hice una opción más pesada por un mundo más reventado, que tampoco lleva a ningún lugar: una opción de mirar pendejas y pensar feo. No obstante, cuando paso por una Iglesia me siento seguro, me siento como en casa. Sé que ahí dentro, con todo lo que pueden denunciar los periodistas, León Ferrari y todos los artistas geniales, hay una estructura moral que reconocerá mis debilidades y no se aprovechará de ellas para cagarme…