Los santos desconocidos

Mi pequeña diatriba contra la devoción a San Expedito (y afines) puede ser contra-objetada -desde la posición católica- por dos frentes. (Bueno, tal vez más; pero estos son los que me interesan).

Primero. Una de los reparos era contra la devoción a un santo cuya vida es totalmente desconocida por sus devotos. Si yo rezo a un santo, es porque lo conozco en cuanto santo, porque lo veo como alguien que ha llegado a ser santo viviendo en un tiempo histórico. No digo que haga falta saber su biografía; bien basta un conocimiento muy sumario, vago -incluso legendario-, pero en todo caso debo saber «quién es» (o, lo que es lo mismo, quién fue). Para tomarlo como modelo, en lo posible; y si no, por lo menos para tener una relación real con él, y de algún modo participar así en la comunión de los santos. De otro modo, no estoy rezando al santo X sino a a un ídolo imaginario (como todos los ídolos), un amuleto de la suerte al que le cuelgo el nombre (y la estampita) de San X. El caso de San Cayetano acá en Argentina… Etc.
Pero no estoy seguro de que todo este argumento (implícito en la diatriba) sea tan ortodoxo. No sé si no hay un resabio de rigorismo jansenista acá; el catolicismo es bastante tolerante (lo cual no quita que a veces pueda ser demasiado tolerante) ante estas religiosidades ingenuas, un poco pueriles y un poco paganas, esa especie de folklore tan variopinto y tan desparejo; (cuestión de marketing, dirán los cínicos; pero no nos gastaremos en replicar a los cínicos). Pienso en tipos como San Antonio de Padua; y acaso el mismo San Cayetano.
El diablo se puede agarrar de cualquier cosa, sí; pero Dios también. Y acaso también se pueda aplicar lo de la cizaña que no hay que cortar así nomás.

La segunda contraobjeción… queda para el próximo post.
# | hernan | 21-julio-2005