«Uno no sabe a qué santo encomendarse»
Es una queja que frecuentemente está en boca de gente que no cree en los santos y que es incapaz de hacer por sí misma un voto cualquiera de santidad. A este gente, yo le aconsejaría encomendarse a San Expedito, que tiene sobre los otros santos la ventaja de no haber existido.
Este pretendido mártir, cuya historia es un misterio, fue inventado, según creo, en los últimos veinte años del siglo pasado.
Se lo invocaba para los negocios que iban con lentitud y cuya resolución rápida se deseaba.
Una imagen muy edificante que se vendía en una tienda de artículos piadosos, en los alrededores de «Le Bon Marché» lo representaba blandiendo una espada, en cuya hoja estaba escrita la palabra «Hodie» –hoy-, y pisando un cuervo negro que exhalaba la odiosa palabra «Cras», –mañana-.
Así, si uno tenía un vencimiento para hoy, San Expedito lo sacaba del apuro. Si el tren se retrasaba y uno tenía necesidad de llegar en el día, bastaba invocar a San Expedito para tener la seguridad de que el tren llegaría a destino cinco minutos antes de la medianoche. Si uno temía que un daño cualquiera llegara a ser infructuoso después de la puesta del sol, san Expedito intervenía de inmediato.
Y así con todo, en las cosas importantes y en las insignificantes. Un puñetazo en pleno rostro y un puntapié en el trasero llegaban con la misma rapidez que una carta certificada o una esposa vagabunda, y el negro cuervo expiraba graznando.
Es infinitamente lamentable que la autoridad eclesiástica haya condenado esta devoción, tan adecuada a la talla intelectual de nuestros burgueses.
Un poco demasiado duro, diríamos, si no fuera de Leon Bloy. Es una queja que frecuentemente está en boca de gente que no cree en los santos y que es incapaz de hacer por sí misma un voto cualquiera de santidad. A este gente, yo le aconsejaría encomendarse a San Expedito, que tiene sobre los otros santos la ventaja de no haber existido.
Este pretendido mártir, cuya historia es un misterio, fue inventado, según creo, en los últimos veinte años del siglo pasado.
Se lo invocaba para los negocios que iban con lentitud y cuya resolución rápida se deseaba.
Una imagen muy edificante que se vendía en una tienda de artículos piadosos, en los alrededores de «Le Bon Marché» lo representaba blandiendo una espada, en cuya hoja estaba escrita la palabra «Hodie» –hoy-, y pisando un cuervo negro que exhalaba la odiosa palabra «Cras», –mañana-.
Así, si uno tenía un vencimiento para hoy, San Expedito lo sacaba del apuro. Si el tren se retrasaba y uno tenía necesidad de llegar en el día, bastaba invocar a San Expedito para tener la seguridad de que el tren llegaría a destino cinco minutos antes de la medianoche. Si uno temía que un daño cualquiera llegara a ser infructuoso después de la puesta del sol, san Expedito intervenía de inmediato.
Y así con todo, en las cosas importantes y en las insignificantes. Un puñetazo en pleno rostro y un puntapié en el trasero llegaban con la misma rapidez que una carta certificada o una esposa vagabunda, y el negro cuervo expiraba graznando.
Es infinitamente lamentable que la autoridad eclesiástica haya condenado esta devoción, tan adecuada a la talla intelectual de nuestros burgueses.
Que el tal San Expedito haya o no existido, es cuestión discutible -y probablemente irresoluble. (Al fin y al cabo, su figura histórica se ha perdido, haya existido o no; lo que se venera es otra cosa; algo parecido, en distinto grado, pasa con San Cayetano por acá… y con tantos). Me queda la intriga sobre su situación «oficial» en el santoral, y de qué se habrá tratado esa condena eclesiástica. Comparto, de todas maneras, el repudio de Bloy hacia esta devoción -que pasa por modas recurrentes, según parece-, demasiado cercana a las supersticiones de peor calidad que pretenden manipular lo sobrenatural en beneficio propio (me recuerda a «la Virgen Desatanudos» …). Magia, de última. Y la magia, como decía R. Knox, bien puede oponerse a la religión.
En ese aspecto, bien puedo simpatizar con los protestantes (no es que tengan razón, pero tienen razones…) cuando dicen que el culto a los santos tal como lo practica el catolicismo es superstición o idolatría. Y también, contra esto, pueden llegar a simpatizarme esos sublimes experimentos que mentábamos anteayer, que intentan (y no pueden) medir el efecto «mágico» de la oración.
Todo lo anterior, sin embargo, podría ser contraatacado, desde el mismo catolicismo. Veremos, pues, de contraatacarlo.