Pascua. Siento frío hasta el centro del alma,
estoy al borde de la desesperación.
Tal es el efecto que me produce esta gran fiesta.
El domingo de Pascua me resulta generalmente doloroso,
y a veces terrible.
Imposible esconder mi tristeza, que se puede expresar más o menos así: No consigo sentir la alegría de la Resurrección, porque la Resurrección no llega jamás para mí. Siempre veo a Jesús en agonía, a Jesús crucificado, y no puedo verlo de otra manera.
Otra del mismo, y del mismo año, que cita Albert Beguin:
Imposible esconder mi tristeza, que se puede expresar más o menos así: No consigo sentir la alegría de la Resurrección, porque la Resurrección no llega jamás para mí. Siempre veo a Jesús en agonía, a Jesús crucificado, y no puedo verlo de otra manera.
Si no sintiera tanto mi miseria, ¿cómo podría
sentir mi alegría, que es la hija mayor de mi miseria,
y que se le parece tanto que da miedo mirarla?
Bloy andaba entonces por los 40 años. En uno de sus últimos libros, alrededor de 70 años, vuelve sobre lo mismo:
Se dice vulgarmente que la alegría es lo contrario del dolor.
¿Cómo hacer comprender que a cierta altura es precisamente la misma cosa?
Y sobre lo mismo (y sobre la Resurrección), otro escritor
muy distante escribirá años más tarde:
… la Resurrección es la mayor «Eucatástrofe» en el mayor
«Cuento de Hadas». Y produce esa emoción esencial:
la alegría que provoca lágrimas, porque
es cualitativamente equivalente al dolor, porque
proviene de unos lugares donde la Alegría y el Dolor
son la misma cosa,
donde el egoísmo y el altruismo son
reconciliados al perderse en el Amor.
J. R. R. Tolkien – Carta 89 a su hijo Christopher, 1944
J. R. R. Tolkien – Carta 89 a su hijo Christopher, 1944