Repasemos la formación del padre Castellani – se aceptan correcciones. Secundaria: bachillerato en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe, internado; lector voraz y notas sobresalientes; aunque -lamentará después1– «nos hacían estudiar de memoria». A los dieciocho años (1918) entró al noviciado jesuita en Córdoba, después volvió a Santa Fe, y después (1923) recaló en el Seminario de Villa Devoto (Buenos Aires). Para ese entonces se esperaba que estuviera terminando sus cursos de filosofía; pero tuvo entonces una especie de surmenage o neurastenia que le obligó a suspender sus estudios. Durante estos años (1924-1928) da clases en el colegio del Salvador -y lee y escribe; y se hace notar, y gana algunos enemigos. En 1928 retoma sus estudios de filosofía y teología, pero vistas sus capacidades e inclinaciones (y sus quejas: «mi problema eran los profesores que eran muy malos y yo no podía estudiar solo»), los superiores jesuitas lo mandan a Europa a completar su formación.
Entre 1929 y 1932 estudia teología y filosofía en Roma, en la Gregoriana; ordenación sacerdotal en 1930. Al parecer, aprobó los cursos (buenas notas, no sobresalientes), pero no llegó a presentar ninguna tesis, ni en Teología ni en Filosofía; sí rindió el examen «ad gradum» (una especie de examen final que hacen los jesuitas sobre teología y filosofía)… con lo que le dan el diploma de Doctor en Filosofía (¿sin tesis? así parece; ¿y Doctor en Teología no? pues parece que no – detalles en la biografía de Randle). Entre 1932 y 1934 estuvo en Francia, estudiando filosofía en la Sorbona. Presentó una memoria (no propiamente una tesis doctoral) en psicología, y recibió el «Diploma de estudios superiores» en Filosofía, especialidad: Psicología (por lo que entiendo, esto no es un post-doctorado sino más bien un pre-doctorado -un master, diríamos hoy-, que normalmente venía después de la licenciatura y era una puerta de entrada al doctorado -de investigación- propiamente dicho – un ejemplo al azar). En su entrevista -sin maquillaje ni photoshop- con Pablo Hernández (Conversaciones con el padre Castellani, 1977) no dice nada sobre el «doctorado» en la Gregoriana, y también confiesa que en la Sorbona sufrió un poco:
Me pusieron una nota muy buena [en el examen oral]. Pero yo pensé que había salido mal porque me obligaron a hablar en francés. En el examen, uno de los examinadores, Clement, me decía que hablara mejor el francés. Y entonces yo me esforzaba en hablar un francés muy especial. Tartamudeaba y me atoraba con el tema (Los estoicos). Estudié muchísimo, compré libros que todavía tengo aquí; pues yo creí que me iban a hacer un examen a fondo y me tomaron un examen sin importancia. Este doctorado pequeño lo hacen a propósito para extranjeros. Y son sumamente benignos porque a ellos no les importa. El alumno se va al extranjero y se va aprobado. Dan un diploma que se llama Petit-Doctorat y es a propósito para que vayan a estudiar a la Sorbona.
Después (1934-1935) anduvo tentando una especialización en Psicología experimental (Alemania, Austria), que -a juzgar por su actividad posterior- no fructificó, como tampoco sus proyectos de colaboración filosófica con el gran Joseph Marechal (¡estudiar quince años de filosofía en serio … para empezar!). Creo que esto es todo2. En 1935 estaba de vuelta en Buenos Aires.
Quizás este curriculum sea meritorio para un jesuita argentino, pero está muy lejos del delirio que pinta Irene Caminos (y que, aún hoy, copian páginas católicas de diverso pelaje; bueno, no muy diverso).
En 1928 inicia sus estudios teológicos. Dada la excelencia, los superiores, al vislumbrarla, deciden enviarlo a Roma. A mediados de 1929, ingresa a la Pontificia Universidad Gregoriana. […] En 1932, sobrepasando todas las pruebas, y superando el “Examen ad Gradum”, obtiene el Doctorado en Teología. Con las notas más sobresalientes, obtuvo EL TÍTULO MÁS ALTO QUE LA IGLESIA OTORGA A LOS MÁS SABIOS ENTRES SUS DOCTORES, con Diploma bulado que lleva como protocolización el mismo sello de plomo de las bulas pontificias. En el Diploma bulado, PÍO, Papa XI y el Prepósito General de la Compañía de Jesús, Padre Wladimiro Ledóchowsky, acreditan con sus firmas que Leonardo Luis Castellani es DOCTOR SACRO UNIVERSAL, Cum Licentia ubique docendi. Caso único en la Historia de la América Hispana. Nunca nadie antes, había logrado tal conquista. Sólo Castellani, el sin parangón atleta intelectual, lo obtuvo. Aún hasta hoy. Consta en el eterno saber de Dios, y está registrado en la memoria de los que aman la Verdad y sometidos a la Sabiduría están.
En la Facultad de Letras de París Castellani hizo, con su esfuerzo, un «Certificado de Estudios Superiores en Filosofía (rama Psicología)», que la multisecular Universidad otorga únicamente a los que, con el título de doctor expedido por una universidad extranjera, llegan a ella para perfeccionarse en el conocimiento del saber desinteresado y perfecto.
Como bien dice la biografía de Randle, hay aquí tantos disparates juntos que uno no sabe por dónde empezar.3, 4 La Caminos flasheó,5 dirían mis sobrinos.
Y qué hay con eso, -me dirán- Castellani no tiene la culpa de los delirios ajenos. Y además, ¿qué tanta historia con esas formalidades de los títulos? ¿qué nos importa?
Es que, primero: si a nosotros nos importa poco, a Castellani parecía importarle mucho. Y, segundo: no es seguro que las alucinaciones sean tan ajenas, ni que el susodicho esté libre de culpa.
A lo primero: Si es falso (probable) que Castellani fuera doctor en Teología, si es falso (seguro) que fuera «caso único en la historia de América hispana»… en algunas cosas sí debe ser caso único; por caso, en la cantidad de veces que afirmó (y escribió, y mandó a imprimir) de sí mismo: «soy doctor en Teología». Dudo mucho que algún otro jesuita, de los muchos que rindieron el dicho examen ad gradum, lo supere en esto.
¿Mera vanidad perdonable? Sí, pero… esperate un poco (se me pegan los giros de Randle, perdón).
Los pecadillos sueltos del cura -vanidad o faltas de veracidad- repito, no me interesan. El tema es cómo (¡y cuánto!) Castellani se agarró a estos títulos, qué necesidad tuvo de apelar a estos pergaminos dudosos para conferirse autoridad de maestro. Esto es más significativo, y seguiría siéndolo (sólo un poco menos) incluso si el diploma de doctor en teología existiera.
Por ejemplo.
En su trabajo trunco de anotador y revisor-cuasi-traductor de la Suma Teólogica (1944-1945), cada tomo ostenta el encabezado: «Doctor en Teología por la Gregoriana, en Filosofía por la Sorbona«. Dos medias falsedades. En cuanto a sus anotaciones, resultan al mismo tiempo (o según la humedad) encantadoras por su estilo desenfadado e insoportables por su impertinencia; aquí la pose de genio del cura, su prurito de deslumbrar en lugar de traer luces al lector alcanza extremos penosos. En el prólogo del tomo V, Castellani arranca citando un párrafo de un anónimo profesor de filosofía que oponía, bastante groseramente, las éticas autónomas a las heterónomas, y metía a la moral cristiana en el segundo grupo. Bien. Para sacar del error al profesor, el cura nos dice que le «dice»… (bueno, presumo que le escribe… o imagina escribirle) su propio resumen de moral tomista en tres páginas apretadas y vibrantes; todos los actores salen a escena, no sin mayúsculas: la Ley Natural y la Ley Eterna, el Intelecto y el Soberano Bien, el Mal como privación del Ser, Dios como causa primera, el mérito y el eudemonismo, Aristóteles y «el genio de Aquino»; y, por supuesto, las cabezas de Descartes y Kant (gérmenes de la «deificación panteísta del hombre», etc etc) ruedan por el suelo. En el acto segundo, el pobre profesor (como si no tuviera bastante con enseñar filosofía a estudiantes argentinos de secundaria…) se defiende citando su bibliografía (Kant, Wundt, Kulpe, Secretan, Le Roy)… y ahí es cuando el padre y doctor Castellani se saca, y cierra el espectáculo -y la boca del profesor- con esta magnífica muestra práctica de moral cristiana:
Esa argumentación con citas está enteramente fuera de la cuestión. No pretenderá el señor profesor enseñar a un doctor en Teología por la Gregoriana de Roma en qué consiste la «forma» y la «materia» de la moral católica con citas de Secretán (protestante-liberal suizo) y de Le Roy (puesto en el Index por la Iglesia); y, por lo demás, autores enteramente secundarios y sin ninguna autoridad en la materia.
Bueno, me dirán, cualquiera puede tener un mal día. Incluso podemos reírnos – en cierta lectura, tiene su gracia. Sí – pero. Primero: no fue un día. Segundo: no se trata del calor de una disputa oral, o siquiera epistolar; Castellani, en frío, parece sentirse tan orgulloso de esta disputa que decide hacerla imprimir… en un prólogo de un tomo de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino; parte de la labor que le encomendaron los sufridos suscriptores que querían tener en sus bibliotecas una buena edición de (repito por si no se entendió) la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Y tercero: podemos reírnos, si quieren; reírnos no sólo de sus respuestas destempladas sino de las travesuras suyas de «hacer chapa» con títulos doctorales dudosos; sí, pero… se me hace que Castellani no era de reírse de sí mismo; dificulto que nos acompañe.
(continúa)
2 Desconozco si algún intelectual de esa etapa europea, sea maestro o compañero de estudios de Castellani o conocido, lo mencione, siquiera como recuerdo anecdótico; sólo me consta lo de Maritain en las notas de «Arte y Escolástica».
3 Esta reseña biográfica, no sin peros, es mucho más confiable. Fue incluida como apéndice en «Seis ensayos y tres cartas» (1973), y no queda nada claro si el mismo biografiado es el autor.
4 Es divertido googlear, por ejemplo, «cum licentia ubique docendi» (Caminos llega a la Wikipedia!). 180 ocurrencias de una expresión latina en toda Internet, y siempre en relación con Castellani. Parece, efectivamente, que los logros del cura son caso único…. ¡y no solo en el mundo hispano!
5 Flashear (o, alucinar), en argentino adolescente es sinónimo aproximado de delirar.