…La imagen del Cuerpo místico de Cristo es muy seductora. Pero considero la importancia que se acuerda actualmente a esta imagen como uno de los signos más graves de nuestra decadencia.
Pues nuestra verdadera dignidad no consiste en ser partes de un cuerpo, aunque sea místico, aunque sea el de Cristo. Consiste en que en el estado de perfección, que es la vocación de cada uno de nosotros, no vivamos ya en nosotros mismos, sino que Cristo viva en nosotros, de suerte que por ese estado Cristo en su unidad indisoluble, en su integridad, se convierta en cierto sentido en cada uno de nosotros, como está íntegramente en cada hostia. Las hostias no son partes de su cuerpo…
Lo dice, en una de sus cartas al Padre Perrin, Simone Weil. La cual
no es una autoridad en estas materias, naturalmente. Pero algo
de verdad tal vez haya en este reparo contra la imagen (o al menos
contra cierta manera de entenderla) de la Iglesia como Cuerpo Místico,
del cual Cristo es la cabeza y nosotros los miembros.
Pues nuestra verdadera dignidad no consiste en ser partes de un cuerpo, aunque sea místico, aunque sea el de Cristo. Consiste en que en el estado de perfección, que es la vocación de cada uno de nosotros, no vivamos ya en nosotros mismos, sino que Cristo viva en nosotros, de suerte que por ese estado Cristo en su unidad indisoluble, en su integridad, se convierta en cierto sentido en cada uno de nosotros, como está íntegramente en cada hostia. Las hostias no son partes de su cuerpo…
Sí, está bien: la imagen es de San Pablo, es la Biblia, ya sé. Pero igual, si toda comparación es renga, también podrá serlo esta. Y supongo que hay una manera mala de imaginar nuestra pertenencia a ese cuerpo. De un modo numérico, racional, social. Y en estas concepciones, la palabra «mística» se encuentra más desubicada que en el suplemento deportivo de Clarín.