Qué hacemos con la cultura

Un judío ortodoxo, en un artículo titulado: “¿Puede la religión conservadora sobrevivir al matrimonio gay?” viene a decir a los católicos idem (ortodoxos, conservadores, tradis) “aprendan de nosotros”. Renuncien a sus pretensiones de universalidad, acepten ser una religión sin relevancia cultural, y por lo mismo, contracultural:

La Iglesia católica se ve a sí misma como la iglesia universal de toda la humanidad, y quiere hacer prevalecer sus valores en la sociedad en su conjunto […] Los judíos, por el contrario, nunca proclamamos que el mundo debería adoptar nuestras prácticas. Hemos aprendido a conservar nuestro status de observadores, no despreocupados, pero externos: una oposición contracultural, en el rechazo de los valores mayoritarios que son paganos e inmorales. Construimos nuestra moralidad a partir de nuestra tradición, y seleccionamos los elementos de la cultura mayoritaria que se ajustan a nuestras creencias…

Trae el ejemplo de las sociedades donde el catolicismo es o fue una minoría oprimida, y cita las palabras, ya citadas aquí, del entonces cardenal Ratzinger, en “La sal de la tierra”:

Quizá haya llegado el momento de despedirnos de una Iglesia clerical. Posiblemente estemos ante una nueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco significativos, pero que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo.

Aunque, dice el judío: “Es muy difícil para la Iglesia católica pensarse a sí misma como una oposición contracultural, en lugar de una institución universal de la civilización occidental.”

Interesante, provocador, y en cierta manera (y para algunos) tentador – la tentación de las catacumbas (que a nosotros suele visitarnos acompañada de sus parientas: la nostalgia por el medioevo y los berretines apocalípticos). Yo no estoy seguro de estar de acuerdo con que “la pregunta más difícil para un católico hoy, es: ¿puede la fe que fundó Occidente sobrevivir al colapso de la sociedad occidental?” (ni siquiera estoy seguro de que la pregunta sea correcta). Y menos seguro estoy de que pase por aquí la respuesta, ni de que haya que leer así lo de Ratzinger… ni los signos de los tiempos.

Pero sí me parece que la cuestión: ¿cómo debe plantarse el católico ante la cultura? es crítica, y no tiene respuestas fáciles. En eso estamos.

Dos citas de von Balthasar, de 1956, que (creo, al menos en parte contradicen lo anterior) – y que, en su conjunto, se me antojan que contradicen casi todos los discursos católicos (tradis, progres o lo que sea)… Alguno incluso podrá pensar que se contradicen entre sí; pero no creo, creo que más bien sirven -al menos pare eso las traigo- para demarcar el campo. Bien miradas, creo que las dos son incómodas (y, no, señor, no «incómoda para ellos», sino para nosotros; y sí, las dos).

Cita 1: (resumo: el cristiano no puede -de hecho ni de derecho- desertar de la cultura, la civilización actual es una tarea común)

… Antes, las obras de la cultura procedían de alguna manera de la oración, y por lo tanto aludían a Dios; las obras de la moderna civilización técnica ya no lo hacen, sino que exigen una actitud que cierra las fuentes y reclaman (ya a los mismos jóvenes, imponíendose a sus mentes) una presunta “objetividad moderna” que, en cuanto disposición anímica dominante, invade el espacio metafísico y religioso, y pronto quita a los hombres el hábito de la metafísica y la religión, de la contemplación y del diálogo con Dios, puesto que su obrar no tiene nada que ver con todo esto. La exigencia actual de una toma de posición ante el mundo según su totalidad, y según la totalidad del hombre, para afrontar la tarea común, encuentra resistencia en la enfermedad espiritual y la disgregación de esta misma época. Muchos, acaso la mayoría, han capitulado, renunciando a la oración dentro de ese mundo técnico. Los cristianos que se han propuesto “aguantar” en el mundo suspiran agobiados bajo la sobrecarga de las exigencias exteriores, impuestas por la competencia con los demás hombres activos (que no dedican tiempo para la oración y el pensamiento). Conseguir la síntesis de oración y de actividad ajena a Dios, de cultura interior (que exige un mundo silencioso) y de agitación exterior, con un ritmo cada vez más acelerado… a lo sumo puede ser el logro genial y heroico de un individuo aislado -y aun esto, durante un corto tiempo; no parece que una muchedumbre pueda siquiera aspirar a tal cosa.

Y, no obstante, este planteamiento demoníaco no se puede superar mediante la deserción. Ya antiguamente la tentación de los cristianos era apartarse del mundo sensible; esto es más nefasto hoy, cuando lo religioso y lo cristiano están en peligro de ser considerados como una especialidad entre tantas. La deserción ya no es posible hoy, cuando se han terminado las ermitas, cuando la radio y demás adelantos han entrado en las casas parroquiales y hasta en los claustros, cuando al participar de los medios de disfrute y comodidades de la civilización nos hacemos también deudores, a quienes la civilización tiene derecho a reclamar esfuerzo para la obra común. Quien rehusa, se convierte en un zángano y sucumbe al “proceso” marxista.

Eso no quiere decir que el puro contemplativo -trapense, carmelita, cartujo- haya perdido, desde el punto de vista cristiano, su justificación de existir en el mundo actual. Lo que ha perdido es su derecho a la deserción: sigue siendo un miembro del conjunto, y obrando ante Dios en representación de todos los que trabajan es quien obra con más eficacia en el mundo y en la Historia. Menos que nunca cabe prescindir de él, como imagen y estímulo para todos y como función operante en el curpo total de la Iglesia y la Humanidad. Pero los otros, los que reciben su estímulo, tienen que construir islas de paz y de contemplación a partir de su propio mundo de oración, trabajando por más altas razones que los demás, persuadidos de que esos oasis de paz entre la agitación son lo más benéfico que se puede donar a los hombres, y que sus beneficios compesarán y superarán con creces la mengua de “capacidad de competencia”…

Cita 2: (resumo: el evangelio no se interesa por la cultura)

Las respectivas esferas de la ciencia (con la cultura universal humana realizada mediante ella) y del Cristianismo (cuya posible pretensión de universalidad descansa siempre en la decisión personal respecto a una verdad que no está puesta como tal en la naturaleza humana, y que por lo tanto tiene que seguir siendo cuestionable y aun escandalosa ante la verdad puramente humana), según lo dicho, parecieran estar en contraposición total. Y hay más: ¿no convendría recordar aquí la indiferencia evidente en el fundador de la religión cristiana hacia los valores y los logros de la cultura, su manera de volverse -tanto en sus discursos y parábolas como en su modo de vida, casi nómada- hacia las relaciones humanas más sencllas y más próximas a la naturales, y su descuido por el día de mañana, que quiso infundir también en sus discípulos?

¿No habría que añadir en el mismo sentido la orientación escatológica de las primeras generaciones cristianas, y la indiferencia consiguiente ante la ciencia y la cultura terrena, a menudo llegando casi a la afectación? Y en vista de esto, la transformación que sobrevino poco después, la aceptación de la pretensión cultural, y hasta la dirección de la cultura por parte del Cristianismo ¿no sería algo adventicio, íntimamente inadecuado a su esencia?…

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