El bien desdeñable

Cerca del final de Pabellón de cáncer —creo que es un fragmento bastante conocido— Solzhenitsyn pinta la conmoción del personaje que en el zoológico, frente a la jaula del mono, se topa con la pura evidencia moral, la simple calificación («un hombre malo») ayuna de ideología.

La jaula estaba vacía; conservaba el cartel «Macacus rhesus«, pero tenía adosado un aviso, escrito a prisa: «El mono que vivía aquí quedó ciego por la crueldad de un visitante. Un hombre malo echó tabaco a los ojos del Macacus rhesus» […] Daban ganas de gritar, de aullar, de alborotar al parque entero… ¿Por qué?… Lo que conmovía el corazón, más que cualquier otra cosa, era la simplicidad infantil de la redacción. De aquel desconocido, que se había marchado impune, no se decía que era «anti-humanista», no se lo acusaba de «agente del imperialismo yanqui». Sólo se decía que era malo. ¡Era impresionante! ¿Cómo, por qué se podía ser malo, así sin más?…
Era la Rusia soviética de los ’60.

Por aquí y en estos días dicen que «Lo importante es el modelo, no dos o tres casos de corrupción», «La corrupción me importa mucho menos que la ideología» y variaciones. Política… Yo, de política, sólo sé que no sé nada. Y aunque, como adivinarán, no tengo mucha sintonía con estos que abominan de la «santurronería» y la «moralina burguesa» (o, en argentino: de «medio pelo»), no me costaría creer que tienen su cuota de razón; razón en general y hasta en particular. Ya sé que, en general, la indignación ética suele ser hipócrita y ocultar otros motivos – aunque, una vez más, quién desenmascarará a los desenmascaradores… En fin, con su pan se lo coman, los unos y los otros, los campeones de la ética y los de la ideología.

Pero el caso más me interesa por algunas analogías que se me van ocurriendo últimamente. Pienso, como primer ejemplo, en católicos que, en comparación a lo presente, añoran a ciertos papas renacentistas de moral muy dudosa, pero —dicen— de impecable ortodoxia. Y quien dice papa, dice clero; y dice Iglesia, y dice cristiandad.

¿Se trata de una cuestión de ortodoxia? Puede ser… pero, ortodoxia entendida al modo ideológico. ¿Ortodoxia vs ortopraxis? Dudo que aquí corresponda oponer «creer lo correcto» a «hacer lo correcto». Porque lo que tales militantes privilegian y aprueban en tales gobernantes (papas o presidentes) éticamente imperfectos… no es solamente una teoría, un credo o un discurso; es también un hacer —sea una excomunión o una expropiación1. Tendrán sus faltas morales, dicen (que, desde ya, reconocemos y deploramos), pero eso es… moral privada, asunto comparativamente irrelevante para lo que importa; si en su rol son ortodoxos (no sólo en lo que dicen y piensan, sino en lo que obran)… hacen bien.

No es, entonces, que estos altivos desdeñadores de la moral (burguesa o humanista) se desinteresen del bien, a expensas de una verdad teórica. Sí que les importa (mucho) hacer la buena obra2; y sí que les importa (muchísimo) exponer la maldad de los malos (cuando hablamos de un Videla, ahí nos ponemos muy moralistas). Pero, claro, no es un bien sin más; es un bien que está ligado a un credo. No es esa bondad ramplona, que cualquiera sabe reconocer, así sin más; es el bien de los iniciados. Lo otro, también existe, y es válido – pero eso no es lo que importa. Y si le das importancia, entonces es que no entendés nada – o, peor, te hacés el que no entendés3.

Moral sectaria, en última instancia: incluso en contradición con el credo profesado (fraternidad, democracia, ley natural… catolicismo). Apelación a un presunto bien superior que cimenta la militancia – y el fanatismo. Negación de la solidaridad, la universalidad y de la posibilidad real de que los hombres podamos convencernos y entendernos.

La fe en la universalidad de determinadas pautas culturales (incluidas las pautas de pensamiento) colisiona con la necesidad de un «compromiso total» a una cultura o subcultura concreta o a un grupo militante (en la medida en que también los grupos con determinados intereses particulares representan ideologías de relevancia humana universal). Resulta difícil un tal compromiso cuando somos concientes de compartir algunos valores fundamentales -incluso intelectuales- con nuestros enemigos. El sentimiento que acompaña el compromiso incondicional da pie a esperar que aquello que aparenta ser falso, a la luz de dichos criterios universalmente válidos, sea verdadero de todos modos; o al menos pueda identificarse como una verdad de orden superior, en relación a valores superiores. Los grupos fuertemente militantes (sean religiosos o políticos, y tanto si se trata de un establishment amenazado o de un movimiento revolucionario) manifiestan a menudo esta tendencia de negar cualquier tipo de universalidad.
Leslek Kolakowsky – Intelectuales contra el intelecto

La separación de los bienes en estos planos, el superior sectario y el inferior universal, va de la mano con el planteo falsamente realista: «Si tuviéramos políticos/clérigos a la vez ortodoxos y éticos, sería ideal. Mientras tanto, mientra no tengamos aquello, yo me decanto por la ortodoxia». Falso, porque es falsa la independencia que supone entre el hecho y la alternativa. Si nos instalamos en este «mientras tanto», nunca tendremos aquello.

Pero, repito, no se trata de política – ni siquiera de política eclesial.

Continuará

 

1. Sin olvidar que el discurso es también un acto, sobre todo para un gobernante.
2. «Contra malicia, milicia» o «No se trata de interpretar el mundo sino de transformarlo», a elección.
3. Palos que llueven sobre los críticos: sobre Kolakowsky, por ejemplo, cuando pretendía preguntarse si algún catecismo de la izquierda ponía a la tortura como pecado capital.

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