El dedo de Dios

Y hoy me llega, vía EDD, este texto de San Ireneo de Lión (~año 180). Me viene bien, sobre todo si traspongo (lícitamente, creo yo) la consideración desde el individuo al cosmos. Que esa tentación del descontento puede darse, no sólo sobre lo que el alfarero hace con nosotros, sino con lo que hace en el mundo y su historia.

… El hombre es una mezcla de alma y carne, una carne formada para ser semejante a Dios y modelada por sus dos Manos, es decir, el Hijo y el Espíritu. Es dirigiéndose a ellos que dijo: «Hagamos al hombre» (Gn 1,26)…

Pero ¿cómo podrás un día ser divinizado si todavía no eres hombre? ¿Cómo podrás ser perfecto, siendo así que apenas eres un ser creado? ¿Cómo llegarás a ser inmortal siendo así que no has obedecido a tu Creador en una naturaleza mortal?… Puesto que eres obra de Dios espera pacientemente la Mano de tu Artista que hace todas las cosas a su tiempo oportuno. Preséntale un corazón flexible y dócil y conserva la forma que te ha dado ese Artista, guardando en ti el agua que viene de él y sin la cual, endureciéndote, rechazarás la huella de sus dedos.

Si te dejas formar por él subirás hasta la perfección porqué a través de este arte de Dios el barro que eres quedará escondido; es su Mano la que ha creado tu sustancia… Mas, si endureciéndote, rechazas su arte y te muestras descontento que te haya hecho hombre, por tu ingratitud para con Dios habrás rechazado no solamente su arte sino la misma vida; porque formar es propio de la bondad de Dios y ser formado es propio de la naturaleza del hombre. Pues si tú te entregas a él poniendo en él tu confianza y sumisión, recibirás el beneficio de su arte y serás la obra perfecta de Dios. Si, por el contrario, le resistes y huyes de sus Manos, el culpable de ser inacabado por no haber obedecido, serás tú, y no él.

Dicen que los hombres suelen mostrarse disconformes con los bienes materiales o físicos que les han tocado, pero rara vez con la propia inteligencia. Parejamente, podría decirse que muchos cristianos se lamentan de poder hacer poco, de no saber qué hacer – pero parecen bastante satisfechos de su clarividencia. Si de ver se trata, dicen, vemos bien- el mal sobre todo; lo que nos preocupa es «¿qué hacer?». Pero, por ahí, lo que nos toca hacer es, en primer lugar, ver.

Y también hoy leí este texto de Abel de ETF:

… esa es la justicia de la fe que pide la lectura de Habacuc: no hacer cosas determinadas, sino ver de una manera nueva. Por eso la contraposición del justo que vive de la fe es, en el mismo texto de Habacuc, el que tiene el alma hinchada, pagada de sí. El que no es capaz de calibrarse a sí mismo y comprender que no sabe, aun, ver. Sólo quien se da cuenta que su mirada no penetra aun en lo profundo de la realidad que nos rodea, que no ve aun lo que Dios está obrando en una realidad que nos parece tan compacta e inamovible, sólo quien acepta humildemente su condición de ciego y de espíritu embotado, de siervo inútil, puede disponerse a ver que la verdadera realidad que nos rodea no está compuesta ni de materia compacta ni de decisiones puramente humanas, sino de una arcilla con la que Dios está, en este mismo momento, recreando un mundo, para lo cual, por fuerza, éste tiene que morir.

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