Ni Einstein

— Eve, no le hagas mucho caso a Margo, aun si yo lo hago.
— Tiene que haber un motivo, algo que he hecho sin darme cuenta.
— El motivo es la misma Margo. No intentes entenderlo. Ni Einstein podría.
El diálogo es de la película All about Eve (1950; impresionante Bette Davis), que vi estos días.

Como dije, he visto poco cine, recién ahora me estoy poniendo a tiro, en el disfrute y el aprecio. Creo que es porque ahora puedo parar el reproductor, volver atrás… y acaso entrar a imdb.com a consultar dudas. Así, puedo sentirme relativamente a mis anchas, más o menos como al leer una novela. Antes, en cambio, en el cine o la TV, sentía que me perdía demasiado de la trama, que no hacía pie.
Y no uno es que sea maniático de los detalles, o rebuscador de sentidos ocultos y entrelíneas. La triste verdad —según ahora la estoy viendo— es que cuando de cine se trata me cuestan demasiado, no ya las segundas lecturas, sino las primeras. Soy torpe para retener nombres y rostros, para interpretar gestos y situaciones humanas comunes (¡ni hablar de esas películas de espías o intrigas!). Sin llegar a la patología del autista, o el infantilismo del niño, en eso me considero bastante debajo de la media.

Y ¿qué es eso? ¿Cuál sería la virtud que se opone a ese defecto? Una especie de perspicacia, digamos, o inteligencia práctica, aplicada específicamente a captar y entender a los seres humanos y sus actos (concretos, no abstractos; el prójimo, no uno mismo). Y también —puesto que no se trata sólo de cine— de saber reaccionar, de moverse en el mundo de los hombres.

Humano soy… y todo lo humano me es ajeno.

¿Exagero? Sí; pero no mucho.
Y no es humildad: en inteligencia matemática me considero por encima de la media.

Me dirán que no es ninguna novedad la existencia de distintos tipos de inteligencia, y que no tienen por qué ir juntas. Me dirán que, justamente, al contrario, es un tópico el del científico abstraído, muy capo en lo suyo pero torpe e ignorante en la sociedad de los hombres. Está bien. Pero hay varios temitas que quedan sin cerrar.

Aquello será un tópico, pero no parece ser una evidencia. ¿Es claro para todos que «ser un gran científico» no lo mismo que «ser un sabio»? Lo dudo. Aquella referencia a Einstein es un botón de muestra (el medio siglo pasado no hace gran diferencia). ¿Por qué cuernos el tipo que ideó la teoría de la relatividad va a estar especialmente capacitado para entender el disgusto de Margo? (o para ejercer la presidencia de Israel, si no recuerdo mal).
Se objetará que la imagen de Einstein como sabio es poco significativa, mera mitología popular. Sigue hablándose aun, sin embargo de «coeficiente intelectual (IQ)» y de «tests de inteligencia» que se mueven mayormente en esas dimensiones (no exclusivamente, de acuerdo) (¿cómo me iría a mí, pensaba, en un test de inteligencia que consistiera en entender la trama de una película enredada o sutil?). Pero aparte de eso, y aparte de las apelaciones periodísticas a la opinión «los expertos» y «el estudio de la universidad de Wisconsin», hay una aporía más fundamental, sobre todo en la imagen del mundo de los cientificistas. Estos imaginan que «la realidad» coincide con lo que la física moderna estudia, que la última realidad de las cosas viene dada por las ecuaciones de la mecánica cuántica y las partículas atómicas (sub atómicas, ahora). Ahora bien, a nadie asombra que un sabio en esas cuestiones no sea muy sabio a la hora de entender el malhumor de su esposa; no asombra ni al científico ni al cientificista. Pero, llegados a cierto punto, debería asombrar. ¿Qué realidad es esa que pretendemos conocer?
Como decía Pseudópodo en su blog hace poco, contra cientificistas: «Todo lo que nos ocupa casi todo el tiempo y lo que nos importa de verdad no tiene nada que ver con la ciencia».

Quizás parezca que con esto estamos cayendo con el pragmatismo ramplón del alumno de secundaria que pregunta «¿Y eso para qué sirve en la vida práctica?» cuando intentan enseñarle matemáticas o latín. Pero esa «vida práctica» en la que piensa el adolescente no tiene mucho que ver con lo anterior; y, para el caso, para ser más sabios en la vida, estudiar física cuántica me parece más útil que … no sé, lo que pueda proponer ese adolescente como materia de estudio. Aunque más no fuera más que por aprendizaje de disciplina.

Tampoco se trata acá de oponer ciencias duras a ciencias humanas. A éstas también les cae el sayo. Incluso a la filosofía.
Creo que era Wittgenstein (leído de segunda mano) quien terminó cuestionándose qué clase de filosofía era esa que, al fin de cuentas, no te hace más sabio o más hábil en la vida, a la hora de tomar las decisiones cotidianas y de vivir en el mundo que te ha tocado.
Y de morir, claro.

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