En el campo deleitoso

… El lugar era tan hermoso y el bungalow, con su césped y sus flores, tan acogedor y sosegado, que por un momento acaricié la idea de permanecer allí no un día sino toda mi vida. A diez jornadas de distancia de la estación terminal y comunicado con el mundo exterior solamente por medio de las caravanas de mulas que pasaban, de vez en vez, entre Taunggy y Keng Tung, sin otra relación que la que podía mediar con los habitantes de la sucia aldea del otro lado del río, me hubiera gustado dejar pasar así los años, lejos de la agitación, de la envidia, de la amargura y de la maldad del mundo, con mis pensamientos, mis libros, mi perro y mi escopeta, teniendo a mi alrededor la inmensa selva, misteriosa y exhuberante.
Pero, por desgracia, la vida no consta sólo de años, sino de horas, y no es paradójico decir que estas son más difíciles de pasar que aquellos…
De un libro de viajes de W. Somerset Maugham que estoy leyendo estos días.
Lo último se parece bastante a aquello de los años y las horas.

Lo otro, por su lado, me recuerda la famosa décima de Fray Luis de León.
Y me gusta advertir, ahora que lo escribo, que Fray Luis esperaba deshacerse no sólo de la envidia del mundo, sino también de la propia («ni envidiado ni envidioso«). Mayor perspicacia, probablemente. O aquellos años a la sombra…
  (La imagen es de «El castillo errante de Howl«)

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