Docentes autorizados

De los borradores de Simone Weil en Londres (1943):
Los sofismas griegos que muestran la imposibilidad de aprender encierran una verdad profunda.
Comprendemos poco y mal. Necesitamos ser enseñados por aquellos que comprenden más y mejor que nosotros.
Por ejemplo, Cristo.
Pero, por lo mismo que no comprendemos casi nada, tampoco los comprendemos a ellos. ¿Cómo reconoceríamos entonces que están en la verdad? ¿Cómo les concederíamos la cantidad de atención que es indispensable conceder de antemano, sin la cual ellos no pueden de ninguna manera comenzar a instruirnos?…
Es un problema crucial para mí, en múltiples planos —desde la fe para abajo—; y sospecho que Simone lo ha tratado en algún otro lado (si no, difícilmente lo tendría tan presente).
La confianza que depositamos en el que nos trasmite una verdad… Dice Pieper -si lo entiendo bien- que, en el caso de la fe cristiana, debe ponerse a Dios como el docente último, el maestro digno de confianza -todos los otros son trasmisores intermedios, y que esto es casi la definición de la fe. Pero no estoy seguro de entenderlo bien, y si esto equivale a «creerle a Cristo» (y las relaciones entre «creer en» y «creer a»).
Copio, de todas maneras, el esbozo de solución -algo sorprendente- que intenta Simone, continuación del texto anterior:
… Por eso son necesarios los milagros.
Por eso una disposición providencial liga a veces a la sabiduría sobrenatural ciertos poderes que son raros entre los hombres, pero que sin embargo pueden encontrarse también entre los malos y los mediocres.
Así, curar los males físicos, leer los pensamientos, etc.
Pero de todos los milagros de esta especie, el principal es la belleza.
Siempre que uno reflexiona sobre lo bello, se topa con un muro. Y todo lo que se ha escrito antes es una miseria, una evidente insuficiencia, porque este estudio debe comenzar a partir de Dios.
Lo bello consiste en una disposición providencial por la que la verdad y la justicia, no reconocidas aún, piden en silencio nuestra atención.

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