Un diálogo de Greene

De esa especie de autobigrafía literaria de Graham Greene que estuve leyendo. No me dejó con una imagen demasiado agradable del tipo; tampoco desagradable, pero yo tiendo a aficionarme demasiado a los escritores que frecuento. No me dejó buen sabor, vamos. Pero hay montones de cositas notables (por ejemplo, me desconcertó descubrir su admiración por Unamuno, más precisamente en su faz irracionalista), citables (ya vendrán) y también graciosas. Como este diálogo sobre la filmación de «El tercer hombre», linda y famosa película que conocí hace poco.
David Selznick, famoso por haber producido una de las películas que dio más ganancias en el mundo, Lo que el viento se llevó, era dueño de los derechos para Norteamérica de The Third Man, y, de acuerdo con el contrato firmado con Korda, el director debía consultarlo sesenta días antes de iniciar la filmación. Así fue como Carol Reed, que dirigía la película, y yo viajamos, al oeste. Nuestro primer encuentro con Selznick en La Jolla, California, no prometió nada bueno y el diálogo sigue tan fresco en mi memoria como el recuerdo del día en que lo iniciamos.
-No me gusta el título -dijo.
-¿No? Pensábamos…
-Oigan, muchachos, ¿a quién diablos se le ocurriría ir a ver una película llamada El tercer hombre?
-Es un título simple -dije-. Fácil de recordar.
Selznick sacudió la cabeza con aire de reproche.
-A usted puede ocurrírsele algo mejor, Graham, —yo no estaba preparado para que me llamara en seguida por mi nombre de pila—. Usted es escritor. Un buen escritor. Yo no lo soy, pero usted sí. Entiéndame bien: lo que queremos… no el exactamente lo que voy a decirle., lo sé, desde luego. no el eso… pero yo no soy escritor y usted lo es… lo que queremos es algo así como Una noche en Viena, un título que atraiga a la gente.
-Graham y yo lo pensaremos- le apresuró a interrumpir Carol Reed.
Una frase que Reed repetiría con frecuencia, pues el contrato de Korda había omitido aclarar que el director tenía obligación de aceptar el consejo de Selznick. En los días ,que siguieron, Reed atajó cada pelota como un admirable jugador de críquet.
Pasamos a la opinión de Selznick sobre el argumento.
-Esto no marcha, muchachos. Parece historia de maricas… Esas cosas que se aprenden en los colegios de Inglaterra.
-No entiendo.
-Ese individuo va a Viena en busca de su amigo. Descubre que su amigo ha muerto. ¿No es así? ¿Y por qué diablos no se vuelve a su país, entonces?
Después de escribir durante meses, esa visión destructiva de toda la aventura me dejó sin habla. Selznick sacudía la gris cabeza.
-Historia de maricas, muchachos…
Empecé a discutir, con poca energía:
-Pero el personaje… tiene motivos para vengarse. Un policía militar le ha dado una buena tunda. —Jugué la última carta—. A las veinticuatro horas se ha enamorado de la chica de Harry Lime.
Selznick volvió sacudir la cabeza con tristeza:
-¿Y por qué no se volvió antes a su país?
Creo que ése fue el final de nuestra primera reunión

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