Con usura

Con respecto a la cuestión de la usura, y lo que con la usura viene (o no viene), me han llegado comentarios para todos los gustos.
Según algunos, es verdad que la Iglesia ha «blanqueado» la usura, o por lo menos la ha ido aceptando a regañadientes; y eso es un desgracia cuyos frutos estamos viendo.
Según otros, hubo sí un «cambio de opinión», pero sobre un tema puramente prudencial y referido a un tiempo particular; lo cual no podrìa compararse a la condena inequívoca y «absoluta» que la Iglesia hace hoy de los anticonceptivos.
Según otros, es totalmente falso que la Iglesia haya olvidado o atenuado su condena a la usura; y que hoy, incluso fuera de la Iglesia, el concepto de usura como pecado o delito (caso de intereses abusivos) está vigente.
En todo caso, dicen otros, los que creen revocada esa condena serán los católicos neocon de EEUU, procapitalistas; pero eso no es la Iglesia (ni siquiera es el catolicismo yanqui).

Y hasta el obispo Aguer se vio interpelado (para usar una expresión clerical) por mi cuestión, y ayer escribió algo en La Nación.

Yo no sé, no tengo opiniones, no sé nada de estas cosas. Ni siquiera me animaría a tirar una definición de «usura»… Y sin eso es difícil empezar, vio.

Me quedo por ahora con tres cosas, todas ellas insuficientes.

Lo que dice Santo Tomás en la Suma.
El famoso poema de Ezra Pound.
Y el elemental horror de saber que, en este mundo nuestro, el dinero tiene el poder de producir más dinero.

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