Jacintos y naranjas


… El otro se echó a reír.
—Gracias —dijo—. Y ya que estamos en esto, yo tampoco lo he visto a usted hacer oración.

El Cardenal sorbió aire.
—No es cosa que haya de verse necesariamente, según Jesucristo: «Orate Patrem in abscondito». Yo oro todo el día arreo a veces… creo, por lo menos. Tengo una presencia de Dios desde Manresa … que posiblemente es la más baja de todas, pero.. Creo es un simple fantasma imaginativo: en un «áttimo» me pongo frente a Dios, o dentro d’El digamos, como si estuviera rodeado d’El, de una «gran masa de aire fresco», que dice la Radio; y eso me dura más o menos; a veces, pocas, un día arreo, como te dije. No digo ni una palabra, no hago esfuerzo ni discurso alguno. Dios está presente en todo ¿no es así? […]
A mí me sirve. Pruébalo, Felipe.

—No. A mí no me sirve. Eso es «mística» … «nación que le aborrezco, chamigo», como decía el correntino… Yo no puedo ver a Dios sino en las cosas, soy demasiado gitano, ea. Así estos jacintos amarillos ahí sobre la mesa, al verlos de golpe al entrar, tan sencillos, tan bien hechos, tan inesperados, yo me acordé de Dios, creí en Dios… creí que existe… y me atreví a discutir de teología con un señor Cardenal.

— Hmm… No es muy diferente de lo mío, me parece.

— No lo crea. Es enterísimamente diferentísimo. No se puede usted imponer de cuán diferente es. Yo soy un sensual y usted es un intelectual […]

(L. Castellani – Juan XXIV, novela)

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