Archivo por meses: mayo 2011

Tres lecturas

«Jesús de Nazareth (Mensaje e historia)», de Joachim Gnilka. Lo conocí por la mención de Benedicto en su «Jesús de Nazaret» (listado entre «las obras más importantes y recientes sobre Jesús», y referenciado varias veces). Me fue útil, y no muy difícil. Aproximación mayormente histórica, si es que esto quiere decir algo (por ejemplo, no toca los evangelios de la infancia – y se apoya en los sinópticos, con poco de Juan) – en la famosa cuestión de si la última cena fue pascual, se adhiere a la afirmación tradicional, contrariamente a Ratzinger. Se consigue (pirata) en Internet, si buscan. A mí me aportó bastante, me sirvió para entender mejor (o eso creo) algunas parábolas, y me dejó pensando lo de la proclamación «del reino de los cielos» como un aspecto central (para Jesús, no sé si para los cristianos). A releer.

«Teología de la cultura», de Paul Tillich. Recopilación de ensayos; es una de mis primeras lecturas de Tillich, me resultó muy legible y estimulante. Creo haber percibido el talento del tipo y su potencia – y por qué Flannery O’Connor se lamentaba de que los católicos no tuviéramos (en su tiempo ?) teólogos de este nivel. Aunque, como era de esperar, no sintonizo con varias inclinaciones y juicios; no me convence por ejemplo el uso que hace de «lo demoníaco». Me gustó especialmente su introducción a la filosofía existencial – al menos mientras lo leía; cuánto de sustancia me haya quedado… eso es más difícil de saber. Pero eso es habitual, la contribución real sólo se ve a la distancia, con suerte.

«Kierkegaard: Una introducción», de Oscar Cuervo. Lo compré en la Feria del Libro, con pocas expectativas (las ‘introducciones’ no suelen llenarme), pero estaba barato y al autor lo conocía (para bien y para mal) de los tiempos de aquella revista «Parte de guerra». Grata sorpresa: me gustó mucho. Es un librito nada académico ni pedante, escrito con una rara pasión; convincente y muy instructivo, para mí. No estoy nada seguro de su calidad… objetiva, y no me extraña que los intelectuales hardcore (como estos teólogos de izquierda) lo desdeñen; cierra… como tampoco disuena que el mismo autor sea capaz de los habituales infantilismos zurdos – atracción por el cristianismo y repulsa total del catolicismo (y no en nombre del protestantismo), así vienen las cosas, y también es un dato a considerar. La cuestión es que tenía en mis estantes demasiados libros de Kierkegaard, para lo que había podido digerir — y ya casi había perdido las esperanzas; esto me empujará a reintentar. Bien.

Varios

En la panadería escuché el estribillo de esta canción de Los Pericos (estoy tan fuera del asunto que ni siquiera sabía que eran ellos), y me sonó como una jaculatoria. Busco la letra completa y veo que en verdad (de calidad no hablemos) no es fácil leerla en clave religiosa; aunque tampoco imposible.

Forvo es un sitio con pronunciaciones de nombres.

Muy útil para las ratas de biblioteca autodidactas como uno, que nunca estamos seguro de cómo pronunciar nombres célebres que sólo conocemos por la lectura. Aquí las pronunciaciones son de «la gente» es decir, cualquiera puede subir sus aportes. No se trata pues de «cómo se debe pronunciar» tal nombre, sino cómo de hecho lo pronuncian, en tal lugar.

Linda idea, espero que crezca – está un poco en pañales todavía, y el buscador no es muy bueno: por ahora hay que escribir los nombres en el idioma original: por ejemplo, para buscar la pronunciación de Solyenitzin hay que buscar en la Wikipedia, ir a la versión rusa, y copiar Солженицын. Otros ejemplos menos intimidantes: Kierkegaard, Evelyn Waugh, Hilaire Belloc, Schillebeeckx, Eliade, Simone Weil.

Al fin de cuentas, creo que lo más útil del asunto es aprender a no acomplejarse por pronunciar los nombres extranjeros de cualquier manera.

De blogs españoles:
Es una pena lo que algunos católicos le están haciendo a la palabra belleza, usándola en esos discursos insípidos que pretenden mover el corazón diciendo muchas veces «belleza» y citando a Juan Pablo II como si se tratara de talismanes que pueden espantar el aburrimiento. Algunos creen que no se les considerará intelectuales o devotos si no dicen varias veces lo de «La belleza salvará al mundo». Si vuelvo a escucharlo sin que venga a cuento soy capaz de ponerme a chillar.

Todo era bueno

La jeremiada de la reivindicación de valores es el valor que está de moda. Es decir, la manera cool de sentirse valioso es reclamar la importancia de los valores (preferentemente de los ajenos). La opinión pública está en retirada ante la invasión de los bárbaros de la emotividad pública. Un claro ejemplo nos lo proporciona el predominio de la indignación moral sobre la moralidad propositiva. La indignación moral es aquella moralidad que encuentra más noble la náusea que el apetito.

El café de Ocata

Quiero acostarme temprano, pero voy de periódico en periódico, esperando que aparezca la noticia que me salve.

camabarca

Se ha publicado en Youtube un vídeo de la Semana Santa de Jerez de este año, que ya sabemos que se ha malogrado por las lluvias en gran parte de Andalucía. La tarde-noche de Jueves Santo no pudo salir ni una sola cofradía, cosa que se ve que no había ocurrido desde hace unos 80 años. En el vídeo una mujer se dirige al paso del Santísimo Cristo de la Clemencia en la Traición de Judas, que es uno de los 36 cristos que hay en Jerez para Pascua y le pregunta a Manolo: «¿Por qué, hijo, por qué, por qué todo un año esperándote para verte, para andar por las calles, que te ve todo el mundo con toda la fe en el alma, en el mundo, para que nos hagas esto hoy?». Y esa pregunta de esa improvisada «saeta del polígono» es la que se oye tantas veces en tantas ocasiones, en muchas maneras, cuando tal vez la que nos tenemos que hacer, aunque se tarda mucho, es «¿Y entonces qué?».

Album del tiempo

Ultimamente, me parece (en realidad leo poco), nos vienen pasando el trapo. A ver si los argentinos «nos ponemos las pilas»…

A propósito del dicho, y una de sus deformaciones («A ver si nos ponemos las piletas») me puse a pensar (era un viaje en micro, y no podía leer) si las palabras pila (batería) y pileta (piscina) eran vecinas por casualidad, o si tenían un parentesco… a ver: pila (batería), pila (de cosas), pilón, apilar, pilar, Virgen del Pilar, nombre de pila, pila bautismal, piletón, pileta … ¿Son de la misma familia? Pensar sin googlear, que es fácil.

ver

Y, como hay de todo en las viñas del Señor, aquí van tres gansadas católicas españolas:

… el arte gótico ha compendiado todos los recursos de su belleza y ha traducido en grandiosas formas plásticas los sentimientos más sublimes del alma cristiana […] La catedral gótica ha sido el esfuerzo más gigantesco que el hombre haya realizado nunca para edificar una casa a Dios…
Para mí, el aspecto más instructivo de estas idioteces es reflexionar que, si hoy no son tan comunes, hace un tiempo (digamos, 50 años) era comunes y ‘oficiales’. Ayuda a comprender y simpatizar un poco con anticlericales y aun anticatólicos actuales.
¿Por qué entonces no les gusta la estatua si les gustaba el personaje? ¿Acaso esperaban una formidable y estupenda imagen de bronce, con el Papa sentado en la sedia gestatoria, o en el trono, con tiara y manto pontificio?
Un católico anti-juanpablista (entre otras cosas) – obsérvese la calidad de la disyuntiva planteada. Así les funciona la cabeza -o mejor, el hígado- a estos.
Si los avances de la física nos demuestran que las partículas elementales no están confinadas a un solo sitio, ¿por qué no podemos imaginar un cuerpo glorioso que abandona las vendas que lo aprisionan?
Esta última, mala apologética de la resurrección de Cristo, por Juan Manuel de Prada, es justamente criticada en Majao público.
El mismo también critica a C. S. Lewis a propósito del espinoso tema de los milagros. No estoy seguro -no he pensado mucho en el tema, y ni sé si podría pensarlo- pero me inclino a darle la razón en eso. Sigue dándome la impresión que, si dejamos de lado el aspecto intencional (la intención divina, digamos) lo específico del milagro se nos escapa.

A propósito de esa concupiscencia apocalíptica que tienta a algunos católicos, y que los lleva a empuja a aficionarse demasiado a libros como «Un mundo feliz» o «1984» (dudo, cada vez más, que esa afición sea especialmente sana, cristiana, o clarividente, ya queda dicho), algo desde el lado literario:

La construcción de distopías futuristas es un objeto seductor y bastante accesible para los narradores. Eso no supone, sin embargo, que los resultados sean de inmediato satisfactorios ni críticos ni esclarecedores. Representar lo que ya está en el aire, lo que es evidente, lo que es obvio para cualquiera, no es señal de alerta sino, al contrario, acatamiento a percepciones establecidas que, por lo mismo, tienen garantizada la anuencia de los lectores abandonados al sentido común. La representación de distopías futuristas es una alternativa narrativa -como lo es la novela histórica, por ejemplo- a la que todo escritor o escritora tienen derecho. Ese derecho, sin embargo, supone más una responsabilidad estética que una comodidad narrativa.

Eterna cadencia

THE SACRED MADE REAL Una pequeña galería de una exposición de pintura y escultura sacra de la España barroca.

Una mirada arquitectónica sobre la Catedral de Buenos Aires.

Las diez mejores películas sobre Jesus según no sé quien. No se ve mal.

En tus brazos, una animación (CGI) tanguera. Bien por la elección de los tangos.

El post modelo del blog modelo -quizás el único que debió haber existido.

Yo estoy bastante seguro de no haber usado nunca, ni en este blog ni en otros, ni en foros ni en chats (se acuerdan del IRC?), ni en cartas a revistas, ni en mesas redondas, la palabra «enquistado». Es una de las pocas vergüenzas que no tengo.

El cura marginal

Lo único que falta ahora es que la cultura argentina empiece a descubrir a Castellani. No sé, no lo veo. Por mí encantado, pero no lo veo. Lejos de mí cualquier exclusivismo sectario o elitista —tan lejos como estoy de aquel adolescente que escuchaba Pink Floy y King Crinsom, y se congratulaba (en su pequeño rebaño) de que esa música no fuera masiva. Tampoco me molestaría un acercamiento meramente estético al cura, como un outsider o un exótico. Me parece improbable, nomás; no veo que haya material para eso. Pero no me disgustaría. Dudo que fuera peor que la apropiación nacionalista-católica. Y seguramente sería mucho mejor que ese lanzamiento que intentaron en España (Prada) como el «Chesterton argentino» -entendido éste a su vez al modo católico español en registro «anti-progre». Ay. Por suerte, esa movida no prosperó – si no me equivoco. Justo acabo de leer a un católico brasileño tradicionalista postulando a Gustavo Corção —católico de derecha, ingeniero, converso, ensayista mediocre— como … ¿adivinan?….»el Chesterton brasileño«. Es para llorar. Aunque también puede ser un título justo… en otro sentido, no para caracterizar la calidad de ese católico, sino la calidad del catolicismo brasileño – y por extensión latinoamericano: allá tienen a Chesterton, acá tenemos a … Gustavo Corção. (Y a Meinvielle ladrándole a Maritain, y …)

Por eso, y a pesar de todo, a pesar de los malentendidos y decepciones imaginables, y a pesar de las limitaciones (la chantada, la gansada, el prejuicio arbitrario y el ocasional mal gusto), a pesar de que sólo puedo recomendarlo hasta ahí, Castellani es de esas pocas figuras de la familia que me gustaría que fuera más conocido. En particular, me gustaría (y esperaría) que le agarren cariño al personaje, más que a sus ideas… Y disculpen si es mala disyuntiva.

Lo que llena

«Esperamos ver lo que no esperamos ver»

Se trata de un lema publicitario, para cinéfilos, que pasaban en las tandas previas del BAFICI de este año. Ingenio argentino para el público culto, sí; paradoja poco más que verbal, probablemente, para el espectador que se sienta a esperar algo meramente inesperado, para sacudirse el aburrimiento. Pero también, en otro sentido (acaso invirtiendo el sentido original de la paradoja), pega bien con aquello de la santidad, esperada pero siempre inesperada; y lo que decía von Balthasar.

Lo que esperamos —lo que en el fondo, oscuramente, esperamos— debe resultarnos radicalmente inesperado: inimaginable. Pero, a la vez, si de veras es lo que esperábamos, si viene a llenar esa esperanza, cuando llega debe hacernos decir: «Eso, eso era lo que esperábamos».

La segunda parte del «Jesús de Nazareth», de Ratzinger, me resultó más útil que la primera. Sobre todo lo referente a la resurrección. Aunque me cuesta explicar por dónde me viene el impacto… No es que diga nada muy original, son esas cosas que cualquier cristiano ha escuchado ya muchas veces… A ver: que la resurrección de Cristo es un hecho real; que la resurrección es verdaderamente corporal y que sin embargo no es un resucitación, que el cuerpo resucitado es el mismo pero es distinto; que Jesús resucitado resulta reconocible a los discípulos pero no así nomás; que la resurrección ocurrió en la historia pero que está por encima de la historia; que en algún sentido la resurrección de Jesús «venció a la muerte», y no sólo para él sino también para nosotros; etc.

Cosas que hace rato uno —se supone— conoce, acepta, cree.

Pero, ya se sabe, a veces uno cree que cree. O, para decirlo a lo Newman, hay bastante distancia entre el asentimiento nocional y el asentimiento real. Es fácil estar convencido de que uno conoce y acepta «tal cosa», cuando en realidad uno sólo se las ha visto con «la noción de tal cosa», cuando no se apropiado realmente de esa verdad —por aquí también creo que va la distinción de Kierkegaard, aquello de que la verdad verdadera no es la objetiva sino la subjetiva.

La distancia entre ambas formas de creer, en este caso —cuán lejos puede estar el asentimiento nocional («Yo creo en la resurrección de Cristo») de realmente creer en la resurrección de Cristo— podemos presentirla a la vista de otras distancias. Por ejemplo, el efecto incendiario que tenía esa certeza en los primeros cristianos, comparado con el que tiene en los actuales. O, a propósito de aquel lema publicitario, a qué altura unimos, en nuestra apropiación del hecho, los extremos de la paradoja: el de sorprendernos por su novedad y el de colmar nuestra esperanza.

Llama la atención que los discípulos no lo reconozcan en un primer momento. Esto no sucede solamente con los discípulos de Emaús, sino también con María Magdalena y luego de nuevo junto al lago de Tiberíades: «Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús» (Jn 21,4). Solamente después de que el Señor les hubo mandado salir de nuevo a pescar, el discípulo tan amado lo reconoció: «Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor»» (21,7). Es, por decirlo así, un reconocer desde dentro que, sin embargo, queda siempre envuelto en el misterio. En efecto, después de la pesca, cuando Jesús los invita a comer, seguía habiendo una cierta sensación de algo extraño.

«Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor» (21,12). Lo sabían desde dentro, pero no por el aspecto de lo que veían y presenciaban.

El modo de aparecer corresponde a esta dialéctica del reconocer y no reconocer. Jesús llega a través de las puertas cerradas, y de improviso se presenta en medio de ellos. Y, del mismo modo, desaparece de repente, como al final del encuentro en Emaús. Él es plenamente corpóreo. Y, sin embargo, no está sujeto a las leyes de la corporeidad, a las leyes del espacio y del tiempo. En esta sorprendente dialéctica entre identidad y alteridad, entre verdadera corporeidad y libertad de las ataduras del cuerpo, se manifiesta la esencia peculiar, misteriosa, de la nueva existencia del Resucitado. En efecto, ambas cosas son verdad: Él es el mismo —un hombre de carne y hueso— y es también el Nuevo, el que ha entrado en un género de existencia distinto.

[…]

La dialéctica que forma parte de la esencia del Resucitado es presentada en los relatos realmente con poca habilidad, y precisamente por eso dejan ver que son verídicos. Si se hubiera tenido que inventar la resurrección, se hubiera concentrado toda la insistencia en la plena corporeidad, en la posibilidad de reconocerlo inmediatamente y, además, se habría ideado tal vez un poder particular como signo distintivo del Resucitado. Pero en el aspecto contradictorio de lo experimentado, que caracteriza todos los textos, en el misterioso conjunto de alteridad e identidad, se refleja un nuevo modo del encuentro, que apologéticamente parece bastante desconcertante, pero que justo por eso se revela también mayormente como descripción auténtica de la experiencia que se ha tenido.

Yo soy crítico ante este tipo de argumento («pero precisamente por eso…», «…si hubieran tenido que inventar…»), muy frecuentado por polemistas y apologetas; fácil recurso de sofista, dar vuelta un hecho aparentemente contrario a la tesis para insertarlo en la argumentación, como si fuera una evidencia favorable que topamos como de casualidad – y sin haberla maquillado previamente (Messori!). Pero acá me parece válido y pertinente.

[La resurrección ] es un acontecimiento dentro de la historia que, sin embargo, quebranta el ámbito de la historia y va más allá de ella. Quizás podamos recurrir a un lenguaje analógico, que sigue siendo impropio en muchos aspectos, pero que puede dar un atisbo de comprensión. Podríamos considerar la resurrección (como ya hemos hecho por adelantado en la primera sección de este capítulo) algo así como una especie de «salto cualitativo» radical en que se entreabre una nueva dimensión de la vida, del ser hombre.

Más aún, la materia misma es transformada en un nuevo género de realidad. El hombre Jesús, con su mismo cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno. De ahora en adelante —como dijo Tertuliano en una ocasión—, «espíritu y sangre» tienen sitio en Dios (cf. De resurrect. mort. 51,3: CC lat., II 994). Aunque el hombre, por su naturaleza, es creado para la inmortalidad, sólo ahora el lugar de su alma inmortal encuentra su «espacio», esa «corporeidad» en la que la inmortalidad adquiere sentido en cuanto comunión con Dios y con la humanidad entera reconciliada. Las Cartas de la Cautividad de san Pablo a los Colosenses (cf. 1,12-23) y a los Efesios (cf. 1,3-23) pretenden decir esto cuando hablan del cuerpo cósmico de Cristo, indicando con ello que el cuerpo transformado de Cristo es también el lugar en el que los hombres entran en la comunión con Dios y entre ellos, y así pueden vivir definitivamente en la plenitud de la vida indestructible. Puesto que nosotros mismos no poseemos una experiencia de este género renovado y transformado de materialidad y de vida, no debemos maravillarnos de que esto supere lo que podemos imaginar.

Esto podría ponerse en paralelo, creo, con el dicho de Jesús a los saduceos que no podían concebir la vida de los resucitados: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios?» (Mc 12:24)

De hecho, la predicación apostólica, con su entusiasmo y su audacia, es impensable sin un contacto real de los testigos con el fenómeno totalmente nuevo e inesperado que los llegaba desde fuera y que consistía en la manifestación de Cristo resucitado y en el hecho de que hablara con ellos. Sólo un acontecimiento real de una entidad radicalmente nueva era capaz de hacer posible el anuncio apostólico, que no se puede explicar por especulaciones o experiencias interiores, místicas. En su osadía y novedad, dicho anuncio adquiere vida por la fuerza impetuosa de un acontecimiento que nadie había ideado y que superaba cualquier imaginación.

Pero, para no perder de vista los dos aspectos del acontecimiento: no sólo es revelación sino también acto. Lo que Jesús nos hace visible es algo que él hizo posible — la puerta abierta que nos muestra es la que él abrió. Así, de un lado, las manifestaciones del resucitado no deben entenderse como si Dios accediera a descorrer un poquito el velo para mostrarnos una imagen (no esencial ni necesaria) del destino humano más allá de esta vida – como si ese destino fuera en sí independiente de esa resurrección en particular. Pero, del otro lado, tampoco sirve afirmar el hecho de esta resurrección (en credos, foros y blogs) si esta «victoria sobre la Muerte» no se experimenta como una revelación que cambia cómo veo mi vida y la de mi prójimo. Nuestras «expectativas de vida» vienen de ahí.

Y que todo esto no debe leerse primeramente en clave apologética (ni en la intención mía, ni, creo, en la de Ratzinger) lo dice esa alusión al efecto de la resurrección en el anuncio del evangelio. Preguntarnos, hoy, cuánto de aquella certidumbre gozosa, cuánto de aquel entusiasmo contagioso pervive en nosotros, y cuánto opera — hacia nuestro interior, hacia nuestro prójimo cristiano, hacia nuestro prójimo no cristiano … no parece una cuestión que preocupe demasiado* a los creyentes contemporáneos. Por mi parte, tras esta lectura, sí que he quedado preocupado.

En la Spe Salvi el mismo Benedicto hacía notar que no es fácil justificar el sentimiento natural del hombre de rechazo ante la muerte (la propia y la del prójimo); porque es difícil señalar (incluso en la imaginación) cuál sería la situación ideal, el estado perfecto que la muerte vendría a negar:

… hay una contradicción en nuestra actitud, que hace referencia a un contraste interior de nuestra propia existencia. Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin embargo, tampoco deseamos continuar viviendo indefinidamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es lo que realmente queremos?

Cuando se trata de la vida y la muerte, lo que realmente queremos… lo presentimos fuertemente pero no lo imaginamos en absoluto; en este sentido «esperamos ver lo que no esperamos ver».

Podemos suponer que cuando Jesús resucitado se apareció a los discípulos, ellos deben haberse dicho: «Esto, esto era lo que esperábamos». Y con ellos, los que recibieron su testimonio, los primeros cristianos. Y con ellos —habría que suponer—, nosotros.

¿Será demasiado suponer?

[*] A juzgar por los blogs católicos, primero tenemos que tomar posición frente a los temas realmente urgentes: aborto, lobby gay, anticoncepción, eutanasia, pornografía, rock satánico, tatuajes y piercing; Marx, Freud, Kant, Rousseau, Hitchens y Dawkins; cientifistas, izquierdistas, capitalistas y neocons; papólatras juanpablistas, opusdeistas, ucatomistas, tradis y progres, preconciliares y postconciliares, sedevacantistas, lefevbristas, filo-lefevbristas, anti-filo-lefevbristas y anti-anti-filo-lefevbristas; novusordistas, Trento, barroco, comunión en la mano, comunión de rodillas, guitarras, mantillas, sotanas, casullas, estolas y filacterias; herejes confesos, quintacolumnistas, teólogos inseguros, exégetas modernistas, biblistas saboteadores; Pagola, Raymond Brown y Dan Brown; Schonborn, Kasper y Küng; Benedicto XVI, Pablo VI y Pío X; Maciel, Sodano, Iraburu, Williamsom; jesuitas, franciscanos y dominicos; el cura villero y la monja abortista; el párroco fulano y el obispo mengano… y así. Demasiado material para enjuiciar. Si aclara el panorama en nuestra vida, habrá tiempo para lo otro, y si no, mala suerte. En todo caso, no seremos santos, pero bueno, estamos peleando por la supervivencia de la Iglesia, nada menos, ¿no?

Tres de Camus

Infancia pobre. Tenía vergüenza de mi pobreza y de mi familia. Y si hoy puedo hablar de ello con sencillez es porque ya no me avergüenza aquella vergüenza, no me desprecio por haberla sentido… Ahora sé que habría necesitado un corazón de una pureza heroica y excepcional para no sufrir cuando leía en la cara de un amigo más rico la sorpresa que no acertaba a disimular al conocer la casa donde yo vivía. Sí, me sentía mortificado, como cualquier persona vulgar. Y hasta los 25 años soporté con rabia y vergüenza el recuerdo de aquella mortificación mía, porque no quería creerme una persona vulgar. Hoy, en cambio, sé que lo soy, y como ya no me importa poco ni mucho, me preocupo por otras cosas.

El mundo absurdo no admite sino una justificación estética.

Cuando se ha visto una sola vez el resplandor de la dicha en el rostro de un ser querido, se sabe que para el hombre no puede haber otra vocación que la de suscitar esta luz en los rostros que lo rodean. Y desgarra pensar cuánta desdicha y cuánta oscuridad proyectamos, por el solo hecho de vivir, en los corazones que encontramos.


A. CamusCarnets – 1943