El bate de oro : IV. La amenaza de la Liga

La nómina de jugadores para los partidos siempre se colocaba en el tablón de anuncios al pie de las escaleras de las aulas senior un día antes de la fecha de cada encuentro. Tanto el primer quince como el segundo tenían un partido el jueves de esa semana. El segundo tenía que jugar contra un equipo traído por un ex-wrykiniano. El primero tenía un combinado.

En el recreo de las once menos cuarto, Barry pasó junto al tablón de anuncios acompañado por M'Todd, que compartía su estudio en Seymour's y rara vez se alejaba de su lado más de dos minutos seguidos. Fue directamente a la lista del segundo quince. Ahora que Bryce se había ido, pensaba que tal vez tendría oportunidad de entrar al segundo. Su único rival serio era Crawford, de la Residencia Central, el otro wing tres-cuartos del tercer quince. El primer nombre que vio en la lista fue el de Crawford. Parecía estar escrito con letras de un tamaño dos veces mayor que el resto de los nombres, y el de Barry no se veía por ningún lado. El hecho de que ya se hubiese temido esta calamidad no fue de ninguna ayuda. Había llevado muy dentro del corazón el deseo de jugar para el segundo durante ese curso.

Entonces, de pronto, observó un fenómeno notable. El otro wing tres-cuartos era Rand-Brown. Si Rand-Brown jugaba en el segundo, ¿quién iba a jugar en el primero?

Miró la lista.

Vámonos –le dijo apresuradamente a M'Todd. Quería ir a algún sitio donde nadie se diese cuenta de su agitación. Se sentía mareado: había visto su nombre en la lista del primer quince. Y allí estaba, sin embargo, tan grande como la vida misma: "M. Barry". Una delgada línea roja lo separaba del resto, pero de todos modos estaba. Ni aun en sus momentos de mayor optimismo había soñado con algo así. M'Todd estaba leyendo despacio la lista del segundo. Todo lo hacía despacio, excepto comer.

–Vámonos –volvió a decir Barry.

Tras una larga reflexión, M'Todd había llegado a una verdad profunda. Se volvió hacia Barry y le comunicó su descubrimiento con el tono pausado de aquel que es consciente de la importancia de sus palabras.

–Mira –dijo–, tu nombre no está.

–Ya sé. Vámonos.

–Pero eso significa que no vas a jugar en el segundo.

–Por supuesto. Bueno, si no vienes no importa, yo sí que me voy.

–Pero, mira...

Barry desapareció por la puerta. M'Todd hizo una pausa y lo siguió. Lo alcanzó en el patio de grava del senior.

–¿Qué pasa? –preguntó.

–Nada.

–¿Estás enojado por no poder jugar en el segundo?

–No.

–Sí, lo estás. Vayamos a comer unos bollos.

Para la filosofía de M'Todd, una pena tenía que ser muy, muy profunda para no poder curarse por medio de la incorporación de un bollo caliente, recién salido del horno. En su caso nunca había fallado.

–¡Bollos! –la sugerencia escandalizó a Barry–. No puedo andar perdiendo la forma con tus malditos bollos.

–Pero si no vas a jugar...

–Pedazo de asno. Voy a jugar en el primero. ¿Lo ves ahora?

M'Todd abrió la boca. La suya no era una mente rápida.

–¿Y qué pasó con Rand-Brown? –dijo.

–Lo dejaron afuera. ¿No entiendes? Un idiota, eso eres. Rand-Brown va a jugar en el segundo, y yo en el primero.

–Pero tú...

Se detuvo. Había estado a punto de señalar que la tierna edad de Barry (sólo tenía dieciséis años) y su poca estatura eran un impedimento para que tuviese éxito en el primer quince. Se abstuvo de decirlo, convencido de que una observación de ese tipo no sería del todo atinada. Barry era muy sensible en lo que se refería a su estatura, y M'Todd ya había sufrido antes las consecuencias de unos comentarios de tono despectivo al respecto.

–Te diré lo que vamos a hacer después de la escuela –dijo Barry–; iremos a correr y a practicar unos pases. Te hará bien, y yo quiero practicar la recepción a toda velocidad. Tú vas trotando a tu ritmo, y yo arranco desde atrás.

M'Todd no tuvo ninguna objeción. Trotar a su propio ritmo (cinco millas por hora) era lo ideal para él.

–Después –continuó Barry, con una mirada de entusiasmo–, quiero practicar pases al central. Paget lo hacía muy bien durante el curso pasado, y sé que Trevor pretende que quien juegue de wing lo siga haciendo. Así que yo iré trotando y tú me alcanzas a la carrera y recibes el pase, ¿ves?

Esto ya no fue tan del agrado de M'Todd. Propuso una ligera modificación en el plan.

–¿Y no sería mejor si buscara a algún otro...? –comenzó.

–Maldito holgazán –dijo Barry–. Lo que te hace falta es ejercicio.

Dado que M'Todd siempre hacía exactamente lo que Barry quería, el hecho es que pasó esa tarde del modo antedicho, desde las cuatro y media hasta las cinco. Su sugerencia, hecha a las cinco en punto, de que no sería mala idea ir a tomar un poco de té no halló buena acogida en el entusiasta tres-cuartos, que propuso a su vez dedicar el tiempo que quedaba antes del cierre a practicar el drop. M'Todd se enfrentó con una alternativa dolorosa. Su afecto por Barry exigía que se plegara al plan. Por otro lado, su afecto por el té de la tarde (que era igualmente fuerte) lo llamaba de regreso a la residencia, donde había torta y también muffins. El dilema se resolvió con la súbita aparición de Drummond, de Seymour's, vestido con su atuendo de rugby e igualmente ansioso por practicar el drop. De modo que M'Todd fue enviado con su té, cubierto de epítetos injuriosos, mientras Barry y Drummond se aprestaron para un poco de trabajo serio y científico.

Teniendo en cuenta los nervios que inevitablemente atacan a quien aparece por primera vez en los círculos rugbísticos superiores a los acostumbrados, a Barry le fue bien en el partido contra el combinado; mucho mejor de lo que le había ido a Rand-Brown. Por supuesto, su tamaño jugó en su contra, y la única vez que logró zafar Paget lo alcanzó y lo derribó. Pero claro, Paget era excepcionalmente rápido. En las dos ramas más importantes del juego, el tacle y el pase, le fue mejor. Tenía agallas como para dos, y cuando sonó el silbato del final no había dejado pasar a Paget ni una sola vez, y Trevor tuvo la certeza de que su inclusión en el equipo había estado justificada. El sábado siguiente hubo otro combinado. Barry volvió a jugar, y esta vez mucho mejor. Paget había tomado el tren temprano, y el hombre que le tocó a Barry marcar era uno de los profesores, que en su época había sido bueno pero se estaba poniendo un poco viejo para el rugby. Barry anotó dos veces, y en una ocasión cedió un pase a Trevor al estilo Paget y le permitió entrar. Y Trevor, al igual que el capitán de Billy Taylor, "aprrobó sin rreserrvas lo que había hecho". La escuela comenzó a considerar a Barry como un número puesto en el quince. El primer partido del calendario, contra la Ciudad, era el sábado siguiente, y en general se esperaba que Barry lo jugara. La devoción de M'Todd iba en aumento día a día. Incluso llegó a formarse el hábito de salir a correr largas distancias con él. Y si había algo en el mundo que M'Todd detestaba eran las carreras de larga distancia.

El jueves antes del partido contra la Ciudad, Clowes llegó ahogando la risa hasta el estudio de Trevor, luego del prep*Horario de estudio, normalmente por la tarde., y le preguntó si había oído la última.

–¿Has oído hablar de la Liga? –dijo.

Trevor pensó un rato.

–Creo que no –respondió.

–¿Cuánto tiempo has estado en la escuela?

–A ver... con el curso de verano, serán cinco años.

–Ah, entonces no puedes saber. Yo he estado aquí un par de cursos más que tú, y el lío de la Liga fue durante el primero.

–¿Cuál fue el lío?

–Bueno, unos tipos formaron una especie de sociedad secreta. Una especie de Vehmgericht, sabes. Si le apuntaban a alguno, ése normalmente la pasaba mal, y nunca podía averiguar de dónde le había venido. En realidad, al principio la cosa fue como una campaña filantrópica. Había bastante matonismo por ese entonces (en algunas de las residencias, al menos), y como los prefectos no podían o no querían detenerlo esos chicos empezaron la Liga.

–¿Funcionó?

–¿Si funcionó? Por Júpiter, ya lo creo que sí. Había tipos que antes no podían pasar un día sin hacer que algún desdichado entre los más chicos se arrepintiese de haber nacido, y que después andaban con los nervios de punta, y se la pasaban mirando hacia atrás cada dos segundos. Hubo uno en particular; se llamaba Leigh. Lo levantaron de la cama una noche, le vendaron los ojos, y lo hundieron en un baño helado. Estaba en la Residencia Central.

–¿Y por qué se acabó esa Liga?

–Bueno, en parte porque algunos de los sujetos se fueron, pero sobre todo porque no se limitaron a las ideas filantrópicas. Si había alguien que no les gustaba, iban a buscarlo. Al final metieron la pata hasta el fondo. Había un tal Robinson (estaba en esta residencia, dicho sea de paso) que de algún modo los había ofendido, y una mañana lo encontraron atado en un baño, metido hasta el cuello en agua helada. Parece que había estado ahí cosa de una hora. Le dio neumonía, y casi murió, y las autoridades se pusieron a investigar. A Robinson le pareció reconocer la voz de uno de los tipos; ya no recuerdo cómo se llamaba. El Viejo lo interrogó, y el tipo soltó todo el rollo. Echaron limpiamente a unos doce. Desde entonces, la cosa no volvió a aparecer.

–¿Entonces? ¿Qué estabas por decir cuando entraste?

–Bueno, ¡la han revivido!

–¡Diablos!

–Ya es un hecho. ¿Conoces a Mill, un prefecto de Seymour's?

–Sólo de vista.

–Acabo de cruzarme con él. Está rabioso. Le han hecho trizas el estudio. Nunca vi una cosa así. Todo estaba patas arriba, o destrozado. Me estuvo mostrando las ruinas.

–Según entiendo, nadie soporta a Mill en Seymour's –dijo Trevor–. Cualquiera podría haberse metido con su estudio.

–Eso fue lo que pensé. Es precisamente el tipo de persona a quien solía atacar la Liga.

–Eso no demuestra que la hayan revivido, de todos modos –objetó Trevor.

–Es verdad, amigo mío; pero esto sí. Mill lo encontró atado a una silla.

Era una tarjeta pequeña. Parecía una tarjeta de visita común y corriente. Tenía impresas las palabras "Saludos de la Liga".

–Es precisamente el tipo de tarjeta que solían usar –dijo Clowes–. Llegué a ver varias de ellas. ¿Qué piensas?

–Pienso que quienquiera sea que lo haya empezado es un idiota tamaño familiar. Lo van a agarrar en cualquier momento, y entonces fuera. El Viejo no se lo pensará dos veces antes de echar a un tipo de esa clase.

–Un tipo de esa clase –dijo Clowes– se cuidará muy bien de que lo descubran. Pero es divertido, ¿no?

Y salió del estudio.

Al día siguiente se hizo evidente que la Liga era una actividad organizada. Cuando Trevor bajó a desayunar, encontró una carta junto a su plato. Estaba impresa, como la tarjeta del día anterior. Estaba firmada por "El Presidente de la Liga". Y el mensaje era que la Liga no deseaba que Barry siguiese jugando en el primer quince.


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