El bate de oro : I. El decimoquinto lugar

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–¡Fuera!

–No seas idiota. Yo llegué primero.

–Amigo mío, has de saber que hace un mes que estoy esperando.

–En cuanto hayan acabado de bobaliconear frente a ese baño, caballeros, por favor que no sea yo la causa de su demora.

–¿Alguien vio la esponja?

–Bueno –con tono conciliatorio–, echemos una moneda.

–Está bien. El perdedor queda fuera.

Sujeto a análisis, este diálogo significa que el primer partido del curso de Pascua había terminado, y que aquellos miembros del equipo que eran day boys*Estudiantes no internos, es decir, que asisten al colegio sólo de día. y se cambiaban en el pabellón, en vez de llevar a cabo esta operación con el sosiego y la comodidad de que gozaban los que se alojaban en las residencias, estaban resolviendo esta cuestión fundamental: ¿quién se bañaba primero?

El Comité de Deportes de Wrykyn (es decir, de la escuela situada a media milla de la localidad cuyo nombre había tomado) no era pródigo en sus gastos con respecto a los vestuarios del pabellón. Cada dos números del Wrykiniano aparecían cartas –algunas breves, otras largas, algunas de miembros de la escuela, otras de Ex-Alumnos–, siempre protestando por las condiciones de los vestuarios del primer, el segundo y el tercer quince. "Indignado" preguntaba con acidez, a lo largo de media página de letra chica, si el editor era consciente de que en la segunda sala no había cepillo para el cabello, y sólo medio peine. "Ex.-W. Disgustado" indicaba que, cuando había venido con los Wandering Zephyrs a jugar contra el tercer quince, el agua se había cortado de modo misterioso y repentino, y que los W.Z. habían debido regresar a casa como estaban, en un estado de mugre primitiva; y que, en su opinión, tal cosa era "algo muy malo para una escuela de más de seiscientos alumnos", aunque no llegaba a explicar qué tenía que ver el número de alumnos con el hecho de que no hubiese agua. El editor solía manifestarse apenado entre paréntesis y las cosas seguían como antes.

En la sala del primer quince había un solo baño, y en ese momento había seis aspirantes. Cada aspirante estaba firmemente convencido de que, independientemente de lo que sucediese a posteriori, él iba a ser el primero en entrar. Por último, por sugerencia de Otway, quien había convertido el sorteo con moneda en una de las bellas artes, se jugó el místico Cara y Ceca. Otway obtuvo triunfal el primer innings*Turno de bateo. y la conversación viró hacia el partido.

El curso de Pascua siempre empezaba con un juego contra un combinado de profesores y ex-alumnos, y lo normal era que la escuela saliera airosa sin esforzarse demasiado. Pero esta vez el juego había sido más parejo que de costumbre, y el equipo sólo había ganado por un par de tries contra un gol. Otway manifestó su opinión de que la escuela había jugado mal.

–¿Por qué diantres los forwards no tratáis de sacar de vez en cuando la pelota? –preguntó. Otway era uno de los halves del primer quince.

–Eran demasiado pesados en el scrum –dijo Maurice, uno de los forwards–. Y cuando lográbamos sacarla, los outsides casi siempre la embarraban.

–Bueno, la culpa no fue de los halves. Nosotros siempre la sacamos para los centrales.

–Tampoco fueron los centrales –aportó Robinson–. Ésos jugaron más que bien. Trevor estuvo genial.

–Trevor siempre está genial –dijo Otway–; yo diría que es el mejor capitán que hemos tenido desde hace mucho. No cabe duda de que es uno de los mejores centrales.

–El mejor que ha habido desde Rivers-Jones –dijo Clephane.

Rivers-Jones era uno de esos jugadores que marcan una época. Había estado en el equipo unos quince años atrás, y había dejado Wrykyn para ser capitán de Cambridge y jugar tres años seguidos para Gales. La escuela creía que el modelo que había establecido no admitía comparación. Por muy bueno que fuese un tres-cuartos central en Wrykyn, lo máximo a que podía aspirar era a ser considerado "el mejor desde Rivers-Jones". "Desde" Rivers-Jones, sin embargo, habían pasado quince años; y ser visto como el mejor central de que podía jactarse la escuela en ese tiempo ya era algo. Porque Wrykyn sabía cómo se juega al rugby.

Habiendo quedado establecido que las fallas en el ataque de la escuela no residían en los halves, en los forwards, ni en los centrales, era más o menos evidente que debían atribuirse a los wings. Y la búsqueda del punto débil siguió estrechándose cuando el veredicto general dictaminó que Clowes, el wing izquierdo, había jugado bien. Con bella unanimidad los seis ocupantes de la sala del primer quince llegaron a la conclusión de que el hombre que había bajado el rendimiento del equipo ese día era el de la derecha, a saber, Rand-Brown de Seymour's.

–Apuesto a que no permanecerá mucho tiempo en el primer quince –dijo Clephane, que ocupaba ahora el baño vice Otway (fuera)–. Supongo que tenían que probarlo, dado que es el mayor de los wings tres-cuartos del segundo, pero no tiene nada de bueno.

–Sólo entró en el segundo porque es grande –fue la opinión de Robinson–. Si un tipo es grande y fuerte, siempre puede obtener colores de segundo.

–Aunque sea un gallina como Rand-Brown –dijo Clephane–. ¿Alguno de vosotros se dio cuenta de cómo dejó pasar a Paget la vez que ellos anotaron? Podría haberlo volteado como si nada, con que sólo hubiese querido. Paget iba corriendo a lo largo del touch-line y no tenía espacio para esquivarlo. Sé que Trevor se calentó con eso. Y además ya lo había dejado pasar una vez antes, en el primer tiempo, sólo que esa vez Trevor fue a detenerlo. Fue un desastre.

–También se le escapó un pase de cada dos –dijo Otway.

Clephane resumió, repitiendo:

–Fue un desastre. Trevor no lo mantendrá mucho tiempo en el equipo.

–Ojalá Paget no se hubiese ido –dijo Otway, refiréndose al wing tres-cuartos que, con su inesperada partida al final del curso de Navidad, había dejado su lugar a Rand-Brown en el equipo. Era una pérdida que probablemente se sentiría. Hasta Navidad, Wrykyn había andado bien, y Paget había sido su goleador habitual. Rand-Brown había ocupado una posición similar en el segundo quince. Era grande y rápido, y en partidos de segundo quince esas cualidades compensan muchas otras. Si uno anota uno o dos tries en todos los partidos, la gente tiende a disculpar fallas tales como timidez o torpeza. Sólo lo examina con ojo crítico cuando se prueba en rugby de un nivel superior. En el segundo quince, el hecho de que Rand-Brown tuviese miedo de taclear a su hombre casi había sido pasado por alto. Pero no era un hábito aceptable en los círculos del primer quince.

–De todos modos –dijo Clephane, prosiguiendo su análisis–, si no lo ponen, no veo a quién pueden llegar a elegir. Por lo que sé, es el mejor tres-cuartos del segundo.

Este mismo problema tenía confundido a Trevor, mientras salía del campo con Paget y Clowes, tras ponerse sus blazers después del partido. Clowes estaba en la misma residencia que Trevor (Donaldson's), y Paget estaba parando allí también. Había sido head*Alumno senior a cargo de una residencia. de Donaldson's hasta Navidad.

–Me da la impresión –dijo Paget– de que la escuela aún no ha vuelto de las vacaciones. Nunca vi una pandilla de haraganes como éstos. Deberíais haber sacado treinta puntos de ventaja sobre el equipo que teníais en frente hoy.

–¿Alguna vez viste que la escuela jugara bien el segundo día de un curso? –preguntó Clowes–. Los forwards siempre juegan como si todo el asunto los aburriera mortalmente.

–Los forwards no fueron el problema –dijo Trevor–. Ya se sacudirán la modorra después de algunos partidos. Con un poco de correr y pasar estarán en forma.

–Esperemos –observó Paget–, o más nos valdrá dar de baja el partido con Ripton de inmediato. Por el momento, todavía me parece ver mucho pastel de carne y mucho budín de Navidad en el juego.

Hubo una pausa. Luego Paget planteó la cuestión que había estado rumiando desde hacía rato.

–¿Qué pensáis de Rand-Brown? –preguntó.

Su modo de hablar dejaba en claro lo que él pensaba del jugador, pero cuando se discute con un capitán de rugby sobre la capacidad de los distintos miembros del equipo es mejor posponer las afirmaciones demasiado categóricas, en uno u otro sentido, para después de haber oído el punto de vista del propio capitán sobre el tema. Y Paget era una de esas personas a las que les gusta oír la opinión ajena antes de emitir la propia.

Clowes, por su parte, tenía por costumbre formar sus propios puntos de vista, y darlos a conocer. Si la gente concordaba con él, bien estaba: la gente daba así evidencia positiva de su cordura. Si no concordaba, era una lástima, pero no por ello iba él a alterar sus opiniones, a menos que lo convencieran de que eran erradas con extensos razonamientos. Él resumía las cosas y te daba el resultado. Lo tomabas o lo dejabas, a tu elección.

–Yo creo que es malo –dijo Clowes.

–¡Malo! –exclamó Trevor–. Es una desgracia andante. Puedo entender que un tipo tenga un mal día en un juego, pero es razonable esperar que el que está en el primer quince de Wrykyn no sea un gallina. Además, embarró cinco de cada seis pases que le di, y no es que la pelota estuviese resbalosa. Y aun así no me hubiese molestado, si tan sólo hubiese marcado a su hombre como se debe. No es la falta de práctica lo que lo convierte a uno en un gallina. E incluso cuando trató de detenerte, Paget, siempre fue muy arriba.

–Eso –dijo Clowes, en tono de reflexión– parecería indicar que quiere llegar alto.

Nadie llegó a sonreír. Nadie sonreía cuando Clowes decía algo ingenioso, tal vez por el tono solemne y casi triste con que lo hacía. Era alto, moreno y delgado, y tenía una mirada pensativa que había dado pábulo a las esperanzas de algunas de sus parientes más espirituales de que algún día tomaría hábitos religiosos.

–Bueno –dijo Paget, aliviado al descubrir que no estaba solo en sus opiniones sobre el desempeño de Rand-Brown–, tengo que decir que a mí también me pareció espantoso.

–En el próximo partido tendré que probar con algún otro –dijo Trevor–. Pero será difícil. Lástima que Bryce, el tipo que uno hubiese puesto naturalmente, se haya ido en Navidad.

Bryce era el otro wing tres-cuartos del segundo quince.

–¿Y no hay alguien bueno en el tercero? –preguntó Paget.

–Barry –dijo Clowes, lacónico.

–Clowes piensa que Barry es bueno –explicó Trevor.

–Es que es bueno –dijo Clowes–. Reconozco que es pequeño, pero puede taclear.

–La pregunta es: ¿serviría de algo en el primero? Un tipo puede andar bien en el tercero y aun así no valer la pena para el primero.

–No recuerdo mucho de Barry –dijo Paget–, salvo que me agarró cuando jugamos contra Seymour's en la final del año pasado. Ciertamente, salí con la impresión de que podía taclear. Creo que me marcó muy bien.

–Ahí tienes –dijo Clowes–. Hace un año, Barry podía taclear a Paget. No hay motivo para pensar que se haya venido abajo desde entonces. Ya hemos visto que Rand-Brown definitivamente no puede taclear a Paget. Ergo, lo mejor para el equipo es que juegue Barry, no Rand-Brown. Q.E.D.

–Está bien –replicó Trevor–. Nada se pierde con probar. Vamos a tener otro combinado el jueves. ¿Estarás todavía por aquí, Paget?

–Oh, sí. Me quedo hasta el domingo.

–Buen chico. Entonces podremos ver cómo le va contigo. Y sin embargo quisiera que no te hubieses ido, por Júpiter. Tendríamos a Ripton servido en bandeja, como el curso pasado.

Wrykyn jugaba contra cinco escuelas, pero los partidos eran seis. La escuela con la que jugaban dos veces era Ripton. Ganar un partido contra Ripton significaba que, por muchas otras derrotas que sufriese en los demás partidos, la escuela había tenido una buena temporada, al fin y al cabo. Ganar los dos partidos de un año contra Ripton era algo casi sin precedentes. Wrykyn había derrotado a Ripton en el encuentro antes de Navidad por dos goles y un try contra un try. Pero los cálculos de la escuela se habían desbaratado ante la súbita partida de Paget al final del curso, y de Bryce, a quien hasta entonces se había considerado su suplente. Y en el primer partido contra Ripton los dos goles habían sido anotados por Paget, y los dos habían sido brillantes demostraciones de juego individual que un hombre inferior no habría podido llevar a cabo.

A desgano, entonces, la escuela llegó a la conclusión de que sus posibilidades en el segundo partido no podían ser evaluadas sobre la base del éxito anterior. Debían enfocar el programa para el curso de Pascua desde otro punto de vista, un punto de vista despagetizado. En estas circunstancias el problema era grave: ¿quién iba a ocupar el decimoquinto lugar? Aquel que jugase en el lugar de Paget contra Ripton, si el equipo ganaba, recibiría con seguridad sus colores. Entonces, ¿quién iba a hacerse con la vacante?

–Rand-Brown, por supuesto –dijo la multitud.

Pero, como hemos visto, los expertos tenían otra opinión.


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