¿Por qué nos gusta Wodehouse?
Lord Belpher:
Conocí a Wodehouse cuando tenía yo treinta y cinco años y había comenzado a desesperar de encontrar algún autor nuevo que pudiese suscitar esos entusiasmos de lectura tan comunes en la primera juventud.
Tuve que leer un par de libros suyos para habituarme a su estilo, su humor, sus guiños al lector, esa levedad amable de copa de champaña que es hoy en nuestro mundo rara y por lo tanto más preciosa que nunca. Tan acostumbrados estamos a que el humor se presente asociado a la malicia, a la ironía mordaz, a la irreverencia agresiva, o a esa velada arrogancia intelectual hija del desamor, que el luminoso mundo de Wodehouse resulta, para usar una palabreja de moda que le habría causado gracia, desestructurante: nos descoloca.
Pareciera que Wodehouse se hubiese propuesto tomar el humor y depurarlo meticulosamente de componentes espurios. Fuera todo lo que sea sarcasmo y escarnio: sarcasmo y escarnio tienen la apariencia del humor, pero su fondo es amargo. Fuera todo lo burdo y lo grosero, esa búsqueda de la carcajada fácil e insustancial que esconde páramos imaginativos. Fuera los juegos de palabras y los chistes, esas triquiñuelas del lenguaje que por afán de amenizar una narración la vuelven ripiosa.
Pareciera que imponiéndose a sí mismo tantas restricciones, Wodehouse ha de quedar arrinconado. ¿Qué queda del humor si le sacamos todo lo anterior? Pues bien, es difícil para mí discernir qué es lo que queda, pero allí está, brillando en la obra del buen Plum: yo lo denomino humor en estado puro. Un humor que no es contra nadie, un humor que nos reconcilia, que nos da alas, que aligera el corazón, que descorre por un momento el velo de los pesados nubarrones de esta vida para dejarnos atisbar un fragmento de cielo.
Mencioné como una de las claves de la obra de Wodehouse los guiños al lector. Todo autor establece tácitamente un conjunto de convenciones que se espera el lector perciba y acepte; en el caso de Wodehouse, él nos hace sentir algo así como compinches literarios, reclamando nuestra participación especialísima para que el modo como nos cuenta los disparatados episodios de sus historias resulte realmente gracioso. Nos pide una lectura que saboree las frases, que detecte con fruición la recurrencia de ciertas estructuras sintácticas, expresiones y figuras del lenguaje, que anticipe no sólo lo que va a ocurrir a continuación, sino de qué modo él lo va a contar. Todo lo cual hace que cuantas más obras suyas leamos más recompensados nos sintamos.
Veamos un ejemplo mínimo. Para decir que Albert el criado sospecha de la buena fe del mayordomo Keggs, Wodehouse nos dirá:
Keggs el mayordomo recoge el dinero y lo envía a una respetable obra de caridad del lugar. Al menos, ésa es la idea. Pero la voz de la calumnia no descansa, y existe una escuela de pensamiento –encabezada por Albert el criado– que sostiene que Keggs se adhiere a esos chelines como con engrudo. [Una damisela en apuros, cap. 1]
Para los lectores asiduos, el hallazgo de la expresión "una escuela de pensamiento" en ese contexto es causa de un regocijo especial, no sólo porque es graciosa, sino porque reconocemos en ella una de las señales inconfundibles de que la ha escrito Wodehouse. Su recurrencia bajo formas ligeramente distintas nos sugiere que Plum disfrutaba con ella, y casi podemos verlo riéndose mientras escribía el párrafo, anticipando el momento en que nosotros lo haríamos al reconocer la señal. Meras habladurías serán a menudo presentadas como "corrientes intelectuales", y desencaminadas conjeturas de personajes de pocas luces merecerán ser llamadas "líneas de pensamiento". Ése es el tipo de complicidad que se nos propone, una complicidad "literaria", de modos de decir, que tiene como efecto hacer que sintamos al autor como un amigo a nuestro lado.
Por eso leo a Wodehouse. Su obra es un homenaje a la lectura y a sus humildes gozos. Es manantial inagotable de una dicha sencilla que tiene la frescura de una tarde de sol de la infancia.
Carlos S-V
Descubrir a Wodehouse fue un auténtico golpe de buena suerte.
Me ocurrió en plena adolescencia, un verano en el que estaba buscando lectura y por pura casualidad me encontré con el libro Guillermo el Conquistador, en la colección "Al monigote de papel".
Me fascinó. No me había pasado nunca eso de reírme a carcajadas con un libro, ni quedarme con esa sensación de asombro que es bien conocida por los aficionados a este genio.
Poco después, ya de vacaciones, me hice con el tomo de seis novelas de Jeeves y con "Señorita en desgracia" y cada tarde me iba a leer al campo.
Creo que pude soltar todas aquellas carcajadas sin que nadie intentase internarme sólo gracias a lo alejado que estaba mi rincón de lectura. De hecho se trataba de un lugar tan tranquilo y solitario que bien pudiera pensarse que es el escogido por el Rácing de Ferrol para celebrar sus victorias.
Después he seguido disfrutando toda mi vida del universo de Wodehouse y de su humor inglés.
Es un humor hecho con dosis enormes de inteligencia y comicidad, que hace que al terminar la lectura te quede siempre una sensación de bienestar.
Es humor en estado puro, antítesis del "humor negro" o de la burla cruel.
No sé el motivo por el que Wodehouse no es suficientemente conocido fuera del mundo anglosajón. Uno se imaginaría a los editores peleándose por los derechos de autor y publicando sus obras completas varias veces al año, pero sin embargo la realidad es que sólo una parte de sus obras se pueden conseguir, a veces con dificultad, así que hay que felicitaros por la idea del foro y animaros a seguir adelante.
Seguro que más de uno os lo agradecerá eternamente.
Un saludo desde España,