El bate de oro : XV. Una torcedura y una vacante

–Uh –dijo Clowes, ayudándolo a levantarse–, lo siento tanto. ¿Fui yo? ¿Cómo fue que pasó?

Barry hizo varios intentos de apoyarse en la pierna herida. El proceso parecía doloroso.

–¿Te busco una camilla, o algo? ¿Puedes caminar?

–Sólo ayúdame a llegar hasta la residencia. ¡Qué bronca! No, no fue tu culpa. Sólo que me tacleaste cuando estaba girando y se me torció el tobillo.

En ese momento llegó Drummond, trayendo el blazer y un pulóver de Barry.

–Hola, Barry –dijo–. ¿Qué pasa? ¿Te lesionaste?

–Tengo algún problema en el tobillo. ¿Ése es mi blazer? Gracias. ¿Vas a la residencia? Clowes me iba a ayudar a llegar.

Clowes pidió a un junior de Donaldson's allí cerca que buscara su blazer y lo llevara a la residencia, y luego se dirigió con Drummond y el lisiado Barry hacia Seymour's. Llegados a la sala senior, depositaron al tres-cuartos herido en una silla y enviaron a M'Todd, que llegaba en ese momento, a buscar al médico.

El doctor Oakes era un hombre corpulento y de modales despreocupados, la clase de doctor que te golpea con la fuerza de una maza en las costillas inferiores y te pregunta si sentiste algo. Con respecto al tobillo de Barry siguió este mismo método. lo asió con las dos manos y lo retorció.

–¿Dolió? –preguntó, ansioso.

Barry se puso blanco y respondió que sí.

El doctor Oakes asintió, con el aire de quien sabe.

–¡Ah! ¡Hum! Psé. Ah.

–¿Es malo? –preguntó Drummond, fascinado ante estas profericiones místicas.

–Querido muchacho –replicó el doctor, despreocupado–, siempre es malo torcerse el tobillo.

–¿Cuánto tiempo voy a estar sin poder jugar al rugby? –preguntó Barry.

–¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? Bueno, unas dos semanas. Dos semanas –dijo el doctor.

–Entonces, ¿no voy a poder jugar el sábado que viene?

–¿El sábado? ¿El sábado? Querido muchacho, si el sábado que viene puedes apoyar el pie, tómalo como una señal de que la era de los milagros no ha terminado todavía. ¡El sábado que viene! ¡Ja!

No fue del todo culpa suya que se tomase el asunto con esa ligereza brutal. Habían pasado muchos años desde que estuviera en la escuela, y no se daba cuenta de lo que significaba para Barry no poder jugar contra Ripton. En cuanto a Barry, sintió que nunca había detestado a alguien tan completamente como detestaba y aborrecía en ese momento al doctor Oakes.

–No le veo maldita la gracia –dijo Clowes, en cuanto se hubo ido–. Qué tipo abominable.

–Es un animal –dijo Drummond–. No entiendo cómo pueden dejar que un patán como ése sea el médico de la escuela.

Barry no dijo nada. El dolor que lo embargaba excedía toda expresión.

Lo que el doctor Oakes dijo a su esposa aquella noche fue:

–Esta tarde, cariño, allá en la escuela. Un chico con el tobillo torcido. Buen muchacho. Amargado cuando le dije que no podía jugar al rugby por dos semanas. Pero le hice unos chistes y en seguida lo animé. Lo animé en seguida, cariño.

–Estoy segura, cariño –dijo la señora Oakes. Lo cual muestra cómo personas distintas pueden ver una misma circunstancia de modos distintos. Ciertamente, Barry no parecía animado cuando Clowes dejó el estudio y fue a ver a Trevor para contarle que tendría que encontrar un sustituto para el wing de tres-cuartos contra Ripton.

Trevor había dejado el campo sin advertir el accidente de Barry, y estaba más que complacido con el resultado del juego.

–Buen chico –dijo, cuando entró Clowes–, nos salvaste el partido.

–Y probablemente nos hice perder el partido contra Ripton –dijo Clowes, sombrío.

–¿Qué quieres decir?

–Al final, cuando volteé a Barry, lo lesioné. Está en su estudio con el tobillo torcido. Oakes lo vio y dice que no puede jugar por dos semanas.

–¡Gran Scott! –dijo Trevor, mirando el vacío–. ¿Y ahora qué cuernos voy a hacer?

–¿Por qué no mueves a Strachan hacia el wing y pones a algún otro como back, en vez de él? Strachan es un buen wing.

Trevor sacudió la cabeza.

–No. No tenemos a ninguno lo suficientemente bueno como para jugar de back en el primer quince. No podemos arriesgarnos.

–Entonces, ¿supongo que deberá ser Rand-Brown?

–Supongo.

–Quizás le vaya mejor de lo que esperamos. Lo suyo hoy fue bastante decente. El try que anotó no fue para nada malo.

–No habría problemas si no se achicase. Pero tal vez contra Ripton no se achique. En un partido así todos levantan el juego. Voy a consultar a Milton y Allardyce.

–Yo no iría a ver a Milton hoy –dijo Clowes–. Me imagino que le hará falta una noche de descanso para que se pueda hablar con él. Debe estar disgustado por el partido. Yo sé que esperaba que Seymour's ganase.

Salió y volvió a entrar casi en seguida.

–Oye –dijo–, se me acaba de ocurrir algo. Esto le va a gustar a la Liga. Quiero decir, este asunto del tobillo de Barry.

A Trevor se le había ocurrido lo mismo. Ciertamente, eso le daba un respiro. Pero aun así lo lamentaba. Lo que quería era derrotar a Ripton, y la ausencia de Barry iba a debilitar al equipo. Sin embargo, era en sí algo bueno, y por el momento aclaraba el panorama. No era probable que la Liga hiciese nada con respecto a la prosecución de su amenaza mientras Barry siguiese en enfermería.

Al día siguiente, Trevor fue a ver a Milton, habiendo hecho caso a la juiciosa sugerencia de Clowes de darle tiempo para superar la amargura de la derrota, y le preguntó su parecer sobre el tema de la inclusión de Rand-Brown en el primer quince en lugar de Barry.

–Es el segundo mejor que tenemos –añadió, en defensa de su propuesta.

–Supongo que sí –dijo Milton–. Será mejor que juegue. No hay nadie más.

–Clowes dice que no sería mala idea meter a Strachan en el wing y poner a algún otro de back.

–¿A quién tenemos para poner?

–¿Jervis?

–No es lo suficientemente bueno. No, más vale ser débil en el wing que detrás. Además, tal vez Rand-Brown juegue bien. Le fue bien contra ustedes.

–Sí –dijo Trevor–. El estudio se ve mejor ahora –dijo mientras se iba, tras echar una mirada a la habitación. –Aunque todavía se ve un poco desnudo.

Milton suspiró. –Nunca volverá a ser lo que fue.

–Reemplazar cuarenta y tres fotografías teatrales lleva lo suyo, es cierto –dijo Trevor–. Pero igualmente no se ve tan mal.

–¿Cómo está el tuyo?

–Bien, salvo por la ausencia de fotografías.

–Oye, Trevor.

–¿Sí? –dijo Trevor, deteniéndose en la puerta. La voz de Milton había cobrado el tono de quien está por revelar secretos espantosos.

–¿Quieres saber lo que pienso?

–¿Qué?

–Bueno, estoy casi seguro de saber quién me destruyó el estudio.

–¡Por Júpiter! ¿Qué le has hecho?

–Todavía nada. Es que no estoy del todo seguro.

–¿Quién es?

–Rand-Brown.

–¡Por Júpiter! Clowes dijo una vez que creía que Rand-Brown era el Presidente de la Liga. Pero no veo cómo explicas el ataque a mi estudio. Él estaba fuera, en el campo, cuando lo hicieron.

–Bueno, ésa fue la Liga, por supuesto. ¿No supondrás que es el único? Debe haber toda una banda.

–Pero ¿qué te hace pensar que fue Rand-Brown?

Milton le contó la historia de Showblossom, tal como la había oído de labios de Barry. La única diferencia fue que Trevor lo escuchó sin el escepticismo que había mostrado Milton en aquella ocasión. Se sentía excitado. Todo encajaba a la perfección. Si alguna vez hubo evidencia circunstancial contra un tipo, era ahora, contra Rand-Brown. Tómense los dos casos. Milton había discutido con él. El estudio de Milton había sido devastado con "saludos de la Liga". Trevor lo había sacado del primer quince. El estudio de Trevor había sido devastado con "saludos de la Liga". Como había indicado Clowes, el que más motivos tenía para no querer que Barry jugara para la escuela era Rand-Brown. Las cuentas cerraban.

–No me extrañaría que estuvieses en lo cierto –dijo–, pero por supuesto todavía no se puede hacer nada. Hace falta mucha más evidencia. Y de todos modos supongo que debe jugar contra Ripton. ¿Cuál es su estudio? Iré a decírselo ahora.

–El Diez.

Trevor llamó a la puerta del estudio Diez. Rand-Brown estaba sentado leyendo junto al fuego. Dio un salto en cuanto vio que el que entraba era Trevor, y a su visitante le pareció que su rostro exhibía una mirada culpable.

–¿Qué quieres? –dijo Rand-Brown.

No era el modo más cortés de recibir a un visitante, y aumentó las sospechas de Trevor. Este tipo estaba asustado. Le vino a la mente una gran idea. ¿Por qué no ir derecho al grano y hacerlo confesar, en ese mismo momento? Tenía en el bolsillo la carta de la Liga acerca del bate. Se enfrentaría con él, e insistiría en registrar el estudio inmediatamente. Si Rand-Brown, como sospechaba, era el autor de la carta, el bate debía estar en algún lugar de la habitación. No tendría tiempo de esconderlo, si Trevor se ponía a buscarlo ahora. Sacó la carta.

–Creo que tú escribiste esto –dijo.

Trevor siempre era así, directo.

Le pareció que Rand-Brown palidecía un poco, pero cuando respondió su voz era firme.

–Mentira –dijo.

–Entonces no te molestará demostrarlo, ¿no? –dijo Trevor.

–¿Cómo?

–¿Dejándome registrar tu estudio?

–¿No crees en mi palabra?

–¿Por qué debería hacerlo? Tú no crees en la mía.

Rand-Brown no hizo ningún comentario al respecto.

–¿Fue por eso que viniste? –preguntó.

–No –dijo Trevor–. En realidad, vine a decirte que mañana a la tarde vinieses a practicar carreras y pases con el primer quince. Vas a jugar contra Ripton el sábado.

Ante estas noticias, la actitud de Rand-Brown sufrió una transformación completa. Se convirtió en la encarnación de la cordialidad.

–Muy bien –dijo–. Oye, lamento lo que dije acerca de que mentías. Me molestó que pensases que fui yo quien escribió esa basura que me mostraste. Espero que no te importe.

–En absoluto. ¿Te molesta si registro tu estudio?

Por un momento se dibujó en el rostro de Rand-Brown una expresión hostil. Luego se sentó, riendo.

–Adelante –dijo–; ya veo que no me crees. Aquí están las llaves, si las quieres.

Trevor le dio las gracias y tomó las llaves. Abrió todos los cajones y examinó el escritorio. El bate no estaba en ningún lado. Miró en los armarios. De bates, nada.

–¿No quieres levantar la alfombra? –preguntó Rand-Brown.

–No, gracias.

–Puedes registrarme, si quieres. ¿Me doy vuelta los bolsillos?

–Sí, por favor –respondió Trevor, para sorpresa del otro, que no esperaba que se lo interpretase literalmente.

Rand-Brown vació sus bolsillos, pero el bate no estaba allí. Trevor se volvió para partir.

–Todavía no has mirado dentro de las patas de las sillas –dijo Rand-Brown–. Tal vez sean huecas. Nunca se sabe.

–No importa, gracias –dijo Trevor–. Perdón por molestarte. No te olvides de venir mañana.

Y partió, con la desagradable sensación de que se habían anotado un buen tanto contra él.


Valid HTML 4.01 Transitional