El bate de oro : VII. "Saludos de la Liga"
Trevor fue a mirar.
El panorama era bastante interesante. Quizás un terremoto o un ciclón habrían logrado algo más pintoresco, pero no mucho. El efecto general no dejaba de recordar al de un saloon americano luego de una visita de Carrie Nation (con su hacha). Al igual que en el caso del estudio de Mill, el único objeto que no parecía haber sufrido daños mayores era la mesa. Todo lo demás se veía en bastante mal estado. La repisa había quedado limpia como un hueso, y su contenido cubría el piso. Trevor se sumergió entre la escoria y recuperó la última adición a su galería: la fotografía del primer quince de ese año. Era una ruina. El vidrio estaba roto, y la foto en sí había sido acuchillada hasta que la mayoría de los rostros resultaba irreconocible. Recogió otro tesoro: el primer quince del año anterior. Otra vez el vidrio roto. Como antes, los rostros pasados a cuchillo. Su colección de instantáneas estaba hecha mil pedazos, aunque (como dijo Mr. Jerome con respecto a la trucha de papel maché) quizás no fuese más de novecientos. El estante de los libros estaba vacío. Los libros habían ido a engrosar el contenido del piso. Había un Shakespeare sin tapas. Las páginas 22 a 31 de Vice Versa se habían alejado de su legítima morada y yacían solitarias cerca de la puerta. Más allá yacía también The Rogue's March, el aspecto de cuya cubierta sugería una de dos cosas: o alguien lo había estado mordiendo, o habían estado saltando sobre él con botas pesadas.
Había daños de otro tipo. En días más felices, había colgado sobre la repisa una docena de huevos de gaviota, unidos por un cordel. El cordel todavía estaba allí, como nuevo, pero de los huevos no había señales, salvo un polvo multicolor... en el suelo, como todo lo demás en el estudio. Y aquí y allí se había derramado una buena cantidad de tinta.
Trevor había estado contemplando las ruinas un rato, cuando levantó la vista y vio a Clowes de pie en la entrada.
–Hola –dijo Clowes–, ¿has estado ordenando?
Trevor hizo algunos comentarios apresurados sobre la situación. Clowes lo escuchó con aprobación.
–¿No crees –prosiguió, observando el estudio con aire crítico– que tienes demasiadas cosas en el suelo, y demasiado pocas en otros sitios? Y si yo fuera tú, pondría algunos de esos libros en el estante.
Trevor resopló con fuerza.
–Quisiera encontrar al tipo que hizo esto –dijo con suavidad.
Clowes entró en la habitación y procedió a levantar solícito algunos muebles que no se hallaban en la posición correcta.
–Lo que sospechaba –dijo por fin–; ven a ver.
Al igual que en el caso de Mill, había una pulcra tarjeta blanca atada a una silla, con la leyenda "Saludos de la Liga".
–¿Qué vas a hacer al respecto? –preguntó Clowes–. Vamos a charlarlo a mi habitación.
–Primero voy a ordenar este sitio –dijo Trevor. Sentía que la tarea constituiría un alivio–. No quiero que venga a verlo nadie. No debe salir de aquí. No voy a dejar que mi estudio se convierta en una especie de exhibición, como le pasó a Mill. Tú ve a cambiarte. No tardaré.
–Jamás abandonaré a Mr. Micawber –dijo Clowes–. Amigo, mi lugar está junto a ti. Cierra la puerta y pongamos manos a la obra.
Diez minutos después, la habitación había recuperado un aspecto más o menos normal (aunque más menos que más). Los libros y las sillas volvieron a su sitio. Secaron la tinta. Las fotografías rotas fueron a formar una ordenada pila en un rincón, con un felpudo encima. La repisa todavía estaba vacía, pero, como indicó Clowes, ahora sólo daba la impresión de que Trevor había empeñado algunos de sus dioses tutelares. No había señales de que una sociedad secreta devastadora hubiese asolado el estudio.
Entonces se encaminaron al estudio de Clowes, donde Trevor se hundió en la segunda mejor silla de Clowes (quien con una hábil maniobra se había apoderado de la primera) con un suspiro de placer. Las carreras y los pases, seguidos por la labor del acomodo de muebles, lo habían agotado.
–Ya no se ve tan mal –dijo, pensando en la habitación que habían dejado–. De paso, ¿qué hiciste con la tarjeta?
–Aquí está. ¿La quieres?
–Puedes quedártela. No la quiero.
–Gracias. Si este tipo de cosas continúa, voy a tener una linda colección. Algún día podría comenzar un álbum.
–Sabes –dijo Trevor–, esto se está poniendo serio.
–Las cosas siempre se ponen serias cuando lo malo le ocurre a uno mismo. Cuando le pasa a los demás, parece más bien divertido. Cuando hicieron trizas el estudio de Mill, apuesto a que te pareció una cosa entretenida y original. ¿Qué piensas del caso presente?
–¿Quién diablos pudo haberlo hecho?
–El Pres...
–Oh, cierra el pico. Claro que fue él. Pero ¿quién infiernos es?
–Pues no, niños, ahí me habéis cogido –citó Clowes–. Pero te diré una cosa. Recordarás lo que dije, sobre que podría ser Rand-Brown. Es seguro que esta vez no puede haber sido él, porque estuvo en el campo de juego todo el tiempo. Aunque no se me ocurre quién más podría ganar algo si Barry no obtuviera sus colores.
–Por lo que entiendo, no hay ninguna razón para sospechar de él. No lo conozco mucho, salvo por el hecho de que es un inútil para el rugby, pero nunca oí nada contra él. ¿Y tú?
–Yo apenas lo conozco. Creo que no es muy popular en Seymour's.
–Bueno, de todos modos, esto no puede ser obra suya.
–Es lo que yo dije.
–Por lo que sabemos, la Liga puede haberse metido con Barry por alguna razón. Dijiste que solían meterse con la gente de esa manera. De todos modos, quiero averiguar quién me arruinó la habitación.
–No sería mala idea –dijo Clowes.
Al día siguiente, O'Hara fue a Donaldson's antes de la escuela matutina a decir a Trevor que aún no había tenido éxito en la búsqueda del bate de oro. Encontró a Trevor y a Clowes en el cubil del primero, tratando de darle algunos toques finales.
–Hola. ¿Pasa algo con tu estudio? –preguntó. Era rápido para observar las cosas. Trevor se mostró molesto. Clowes preguntó al visitante si no le parecía que el estudio se veía más pulcro y pulido.
–¿Dónde están todas tus fotografías, Trevor? –insistió aquel descendiente de reyes irlandeses.
–No sirve de nada tratar de ocultárselo al muchacho –dijo Clowes–. Siéntate, O'Hara (cuidado con la silla, que está bastante enclenque) y te contaré la historia.
–¿Puedes mantener un secreto? –preguntó Trevor.
O'Hara le aseguró que las tumbas no podían competir con él.
–Bueno, ¿recuerdas lo que sucedió con el estudio de Mill? Eso mismo ha pasado aquí.
La sorpresa casi volteó a O'Hara de su silla. Era natural que algún filántropo arruinase el estudio de Mill. Mill era de lo peor. Un gusano, sin ninguna gracia a su favor. ¡Pero Trevor! ¡Capitán de rugby! ¡En el primer once! Era algo impensable.
–¿Pero quién...? –comenzó.
–Precisamente lo que quisiéramos saber nosotros –dijo Trevor brevemente. No le gustaba discutir ese tema.
–¿Cuánto tiempo llevas en Wrykyn, O'Hara? –dijo Clowes.
O'Hara hizo un cálculo rápido. Sus dedos bailotearon en el aire mientras resolvía el problema.
–Seis años –dijo por fin y se recostó en su asiento, agotado por el esfuerzo mental.
–Entonces tienen que acordarte de la Liga.
–¿Si me acuerdo? Ya lo creo.
–Bueno, la han revivido.
O'Hara dejó escapar un silbido.
–Eso va a animar este lugar –dijo–. A menudo he pensado en revivirla yo mismo. Y también Moriarty. Si llega a ser algo similar a la Vieja Liga, vamos a tener una especie de Donnybrook antes de que termine. Me pregunto quién estará a cargo ahora.
–Nos encantaría saberlo. Si lo averiguas, cuéntanos.
–Lo haré.
–Y no se lo digas a nadie –dijo Trevor–. Este asunto no tiene que levantar revuelo. No andes contando que me han destrozado el estudio.
–No se lo diré a nadie.
–Ni siquiera a Moriarty.
–Oh, vamos, hombre –acotó Clowes–, ¿no querrás matar a este pobre muchacho? Debes dejar que se lo cuente al menos a una persona.
–Está bien –dijo Trevor–, puedes decírselo a Moriarty. Pero ten cuidado: a nadie más.
O'Hara prometió que Moriarty recibiría la exclusiva.
–Pero ¿por qué te vino a buscar la Liga?
–Resulta que la tienen conmigo. No importa por qué. Es así.
–Ya veo –dijo O'Hara–. Oh –añadió–, sobre ese bate. La búsqueda "prosigue sin descanso"; esto es cita de un diario...
–¿El Times? –preguntó Clowes.
–El Wrykyn Patriot –dijo O'Hara, sacando un manojo de cartas. Inspeccionó los sobres uno tras otro, y del quinto extrajo un recorte de diario.
–Lee esto –dijo.
Era del periódico local, y decía lo siguiente:
–¡Pistas! –dijo Clowes, devolviendo el periódico–, eso significa el bate. Todo eso de "nuestros opositores" es una cortina para que te descuides. Sólo espera. Ya habrá otras dolorosas sensaciones antes de que hayas terminado con este asunto.
–No es posible que hayan encontrado el bate; si no, ¿por qué no lo dicen? –acotó O'Hara.
–Astucia –dijo Clowes–, pura astucia. Si fuera tú, trataría de escapar mientras pueda. Te conviene Callao. Allí no hay extradición.
será la extradición
legítima en Callao.
¿Alguno de vosotros viene conmigo a la escuela?