El bate de oro : XIV. La figura blanca

–Supón –dijo Shoeblossom a Barry, mientras volvían a la escuela a la mañana siguiente del día en que el estudio de Milton había pasado por las manos de la Liga–, supón que piensas que alguien ha hecho algo, pero no estas seguro de quién, pero sabes que fue alguien, ¿qué harías?

–¿De qué diantres estás hablando? –preguntó Barry.

–Quería plantearlo como un caso de A y B –explicó Shoeblossom.

–¿Qué es un caso de A y B?

–No lo sé –admitó Shoeblossom con franqueza–. Pero sale en un libro de Stevenson. Me imagino que quiere decir un caso en que se llama a la gente A y B, sin mencionar los nombres.

–Ya. Prosigue.

–Es sobre el estudio de Milton.

–¡Qué! ¿Qué sabes de eso?

–Bueno, verás, la noche en que lo arruinaron yo estaba sentado en mi estudio, con una linterna...

–¡Cómo!

Shoeblossom procedió a narrar su aventura del paseo nocturno. El modo en que describió sus estados de ánimo mientras estaba parado detrás de la puerta, esperando que Mr. Seymour entrase y lo descubriese, fue conmovedor. Relató con la intensidad apropiada para poner los pelos de punta el episodio de la extraña figura blanca. Y por fin llegó a las conclusiones que había extraído desde entonces (en momentos de mayor calma) a partir de los movimientos de la aparición.

–Verás –dijo–, vi que salía del estudio de Milton, y tiene que haber sido a la hora en que destrozaron el estudio. Y entró en el dormitorio de Rigby. Así que tiene que haber sido uno de los de ese dormitorio.

Cada tanto, Shoeblossom podía ser bastante astuto. Incluso Barry, cuya confianza en la cordura de su amigo era ínfima, se vio obligado a admitir que en este caso, al menos, hablaba con razón.

–¿Qué harías tú? –preguntó Shoeblossom.

–Decírselo a Milton, por supuesto –respondió Barry.

–Pero me dará una paliza por estar fuera del dormitorio después de apagadas las luces.

Éste, por supuesto, era un punto que había que considerar. La actitud de Barry hacia Milton era distinta de la que podía tener Shoeblossom. Barry, por haber jugado con él en partidos importantes, lo consideraba un buen tipo que siempre lo había tratado con decencia. Pero Leather-Twigg lo veía con un disgusto que no trataba de ocultar, como una autoridad que lo mandaría a copiar versos al primer contacto, y le daría con la vara la vez siguiente. Por ningún motivo estaba dispuesto a entrevistarse con Milton.

–¿Y si se lo cuento yo? –sugirió Barry.

–¿Y no mencionarás mi nombre? –dijo Shoeblossom, alarmado.

Barry dijo que lo plantearía como un caso de A y B.

Después de clases, entró al estudio de Milton, y lo encontró todavía lamentando sus glorias pasadas.

–Hey, Milton, ¿podría hablar contigo un segundo?

–Hola, Barry. Entra.

Barry entró.

–Tenía cuarenta y tres fotografías –comenzó Milton sin preámbulos–. Todas destruidas. Y no me queda dinero para comprar otras. Tenía diecisiete de Edna May.

Barry sintió que le correspondía decir algo. –¡Por Júpiter! ¿En serio? –dijo.

–En diversas poses –continuó Milton–. Todas destruidas.

–¡No!

–Había una de Little Tich...

Pero Barry no se sintió capaz de seguir haciendo de coro por mucho tiempo. Todo eso era muy conmovedor, pero si Milton iba a seguir con la lista completa de sus fotografías rotas la vida resultaría demasiado breve como para conversar sobre otros temas.

–Oye, Milton –dijo–, justamente venía a hablarte de eso. Lo lamento...

Milton se irguió.

–No habrás sido tú, ¿no?

–No, no –se apresuró a decir Barry.

–Oh, es que al decir que lo lamentabas, pensé...

–Lo que iba a decir es que me pareció que podía ponerte sobre la pista de quién lo hizo...

Por segunda vez en la entrevista, Milton se irguió.

–Prosigue –dijo.

–...pero me temo que no puedo decirte quién fue el que me lo contó.

–Eso no importa –dijo Milton–. Dime el nombre del tipo que lo hizo. Me conformo con eso.

–Me temo que tampoco puedo hacer eso.

–¿Y no se te ocurre algo que puedas hacer? –preguntó Milton, sarcástico.

–Puedo decirte algo que puede ponerte sobre la pista.

–Ya será algo. ¿Y bien?

–Bueno, el tipo que me lo contó (llamémoslo A; lo voy a plantear como un caso de A y B) salía de su estudio a eso de la una de la mañana...

–¿Por qué diablos hacía eso?

–Porque quería volver a la cama –dijo Barry.

–Ya era hora. ¿Entonces?

–Cuando pasó frente a tu estudio vio cómo emergía de él una figura blanca...

–Te recomiendo firmemente –dijo Milton con gravedad– que no me vengas con idioteces. Eres un excelente tres-cuartos, pero no debes dejar que se te suba a la cabeza. No dudaría en asesinar al propio Viejo si viniera a bromear sobre este asunto.

Barry se sintió herido por este escepticismo en alguien a quien se tomaba la molestia de tratar de ayudar.

–No estoy bromeando –protestó–. Es todo cierto.

–Bueno, continúa. Estabas diciendo no sé qué de figuras blancas que emergían.

–No "figuras blancas". Una sola figura blanca –lo corrigió Barry–. Estaba saliendo de tu estudio...

–¿...y atravesó la pared?

–Se metió en el dormitorio de Rigby –dijo Barry, molesto. Era desesperante ver que se trataba así una primicia como ésa.

–¡Por Júpiter! ¿Eso hizo? –exclamó Milton, mostrando por fin interés–. ¿Estás seguro de que el tipo que te lo dijo no te estaba tomando el pelo? ¿Quién te lo dijo?

–Le prometí que no lo diría.

–Suéltalo ya, joven Barry.

–No –dijo Barry.

–¿No vas a decirme?

–No.

Milton cedió, muy complacido. Barry le caía bien, y se daba cuenta de que no tenía derecho a obligarlo a romper su promesa.

–Está bien –dijo–. Muchas gracias, Barry. Esto puede ser muy útil.

–Sabes que te diría su nombre si no se lo hubiese prometido, Milton.

–No importa –dijo Milton–. En serio, no viene al caso.

–Oh, me olvidaba de algo. El tipo que vio mi amigo era más bien alto.

–¿Qué tan alto? ¿Como yo?

–No tanto, creo. Más bien como Seymour.

–Gracias. Vale la pena saberlo. Muchas gracias, Barry.

Apenas el visitante hubo salido Milton procedió a desenterrar una de las nóminas impresas de miembros de la residencia que se usaban para tomar lista. Quería saber quiénes estaban en el dormitorio de Rigby. Fue haciendo una marca junto a cada uno de los nombres; había dieciocho. Lo siguiente era averiguar cuáles de ellos eran más o menos de la altura de Mr. Seymour. Era una descripción más bien vaga, porque el maestro medía cinco pies con ocho o con nueve, y muchos en el dormitorio estaban cerca de esa altura. Por fin, tras mucho hacer trabajar el cerebro, redujo la lista de "posibles" a siente. Estos siete eran el propio Rigby, Linton, Rand-Brown, Griffith, Hunt, Kershaw, y Chapple. Podía tachar sin más a Rigby, que era uno de los mejores amigos de Milton. Fuera también Griffith, Hunt y Kershaw. Eran jóvenes mansos, absolutamente incapaces de cualquier acto diabólico. Quedaban, por lo tanto, Chapple, Linton y Rand-Brown. Chapple llegaba siempre tarde para el desayuno. De lo que se deducía que no era probable que dejase de lado el sueño para ir a devastar estudios. Ahora sólo le quedaban Linton y Rand-Brown. Sus sospechas cayeron sobre este último. Linton, pensó, era la última persona que se rebajaría a hacer algo así. Era un individuo alegre y vivaz, querido por todos y que al parecer gustaba de todo el mundo. Cierto que no era el miembro más pacífico de la residencia, y en varias ocasiones Milton se había visto obligado a caerle encima por generar disturbios. Pero no era el tipo de persona que alberga rencores. Recibía el castigo como parte del negocio, y cuando terminaba se iba con una sonrisa. No; todo apuntaba contra Rand-Brown. Él y Milton nunca se habían llevado del todo bien, y hace muy poco habían discutido abiertamente con motivo del desempeño de aquél en el partido contra Day's. Tenía que ser Rand-Brown. Pero Milton era lo suficientemente sensato como para saber que hasta el momento no tenía en realidad ninguna evidencia. Debía esperar.

La tarde siguiente, Seymour's debía enfrentar a Donaldson's.

Como todos los partidos entre residencias, éste se jugaba con energía extremada. Los dos equipos tenían sus buenos tres-cuartos, y se dedicaron a atacar por turnos. Seymour's se llevó la mejor parte adelante, donde Milton estaba desarrolloando un juego excelente, pero en el medio Trevor era el mejor outside del campo y guió un rush tras otro. Cuando llegó el descanso, ninguno de los dos equipos había anotado.

Luego del entretiempo Seymour's, que ahora tenía la pendiente a favor, atacó decididamente al half de los Donaldsonitas, y Rand-Brown, en una de las pocas carreras decentes que hizo durante ese curso en el rugby superior, llegó hasta el fondo por la izquierda. Milton pateó y falló, y ahora Seymour's estaba tres puntos arriba. Durante los veinte minutos siguientes no se anotó. Entonces, cuando quedaban cinco minutos de juego, Trevor cedió a Clowes una apertura fácil y Clowes picó hasta debajo de los postes. La patada era fácil, así que se añadió lo que los comentaristas deportivos denominan "los puntos mayores".

Cuando quedan cinco minutos por jugar en un partido importante entre residencias, y un lado ha anotado un goal y el otro un try, el juego tiende a volverse animado. Los dos equipos estaban dando todo de sí. La pelota salió hacia Barry sobre la derecha. Las bondades de Barry como tres-cuartos se basaban sobre todo en que era bueno esquivando. Este atributo anguilesco compensaba cierta falta de velocidad. En un instante había pasado al tres-cuartos de Donaldson's y se dirigía hacia la línea, y sólo le quedaba por sortear al back; Clowes lo seguía muy de cerca. Un nuevo quiebre de cintura lo llevó más allá del back, pero también dio a Clowes tiempo para salvar la distancia. Clowes era un corredor mucho más rápido, y lo alcanzó cuando llegaba al veinticinco. Cayeron juntos aparatosamente, Clowes encima, y en ese momento sonó el silbato.

No-side –dijo Mr. Aldridge, el profesor que oficiaba de árbitro.

Clowes se levantó.

–Terminó –dijo–. Muy buen juego. Hey, ¿qué pasa?

Porque Barry parecía estar en problemas.

–Dame una mano –dijo–. creo que me he torcido el maldito tobillo, o algo.


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