El bate de oro : VIII. O'Hara sobre la pista

En Wrykyn, las mañanas de los martes, hasta el recreo de las once menos cuarto, estaban dedicadas al estudio de las matemáticas. Es decir, en vez de ir a sus aulas de siempre, las distintas divisiones visitaban los apartados recovecos y cubiles donde moraban los profesores de matemáticas, en las partes altas de los edificios, donde pasaban dos horas amenas jugando a las cartas o leyendo algún libro de ficción bajo el escritorio. Dado que la matemática era una de las pocas ramas del aprendizaje escolar que sería de alguna utilidad en la vida, nadie soñaba jamás con trabajar en esas ocasiones, y O'Hara menos que nadie. O'Hara tenía la teoría de que había ido a la escuela a pasarla bien. Trabajar durante las horas de matemáticas le habría parecido una completa pérdida de tiempo, especialmente si se trataba de la clase de Mr. Banks. Éste era un profesor que pedía a gritos que lo molestasen. Todo lo que decía o hacía daba la impresión de invitar a los miembros de su clase a divertirse, y ellos, por lo tanto, se divertían. Una de las ventajas de estar con él residía en que era posible predecir con exactitud el momento en que lo enviarían fuera del aula. Resultaba muy conveniente.

Moriarty, el aliado de O'Hara, solía asistir a las clases de matemáticas de Mr. Morgan, cuya aula se hallaba en frente de la de Mr. Banks. Con éste, en circunstancias normales y en el desgaste habitual del trabajo matutino, no era tan fácil fijar el momento de la propia expulsión; pero había una actitud en particular en la que siempre se podía confiar para obtener el resultado deseado.

En una esquina del aula había un globo terráqueo gigantesco. El problema de cómo había entrado en el aula había dado pasto a las mentes de muchas generaciones de wrykinianos. Era demasiado grande como para entrar por la puerta. Algunos pensaban que el edificio se había construido en torno a él; otros, que lo habían puesto en esa habitación en su infancia, y luego había crecido. En seis casos de cada diez, plantear la pregunta ante Mr. Morgan implicaba expulsión inmediata del aula. Pero para asegurar esta circunstancia era necesario asir fuertemente el globo y hacerlo girar sobre su eje. Esto siempre resultaba. Mr. Morgan saltaba de su estrado, reprendía al malhechor en términos airados, y le daba las instrucciones para partir de inmediato y sin ocasionar más disturbios.

Esa mañana, Moriarty había combinado con O'Hara para hacer girar el globo a las diez en punto. O'Hara, a su vez, arreglaría los asuntos con Mr. Banks para poder encontrarse con aquél a esa misma hora, momento en que O'Hara quería compartir con su amigo la información con respecto a la Liga.

O'Hara prometió hallarse en el punto de encuentro a la hora mencionada.

No creía que hubiese dificultad alguna. La noticia de que la Liga había sido revivida significaba que habría problemas en el corto plazo, y para el irlandés O'Hara la perspectiva de problemas era la sal de la vida. Por lo tanto, se sentía en plena forma para las matemáticas (en el sentido que él daba a la palabra). Pensaba que no tendría problemas para mantener a Mr. Banks entretenido. El primer paso sería despertar en él un interés por la vida, llevarlo a un estado mental que lo indujese a mirar con severidad al siguiente ofensor de la paz. Lo consiguió del siguiente modo:

Mr. Banks tenía como modo de trabajo dar a su clase sumas para resolver, y, pasados unos tres cuartos de hora, hacer circular por el curso lo que él llamaba "las soluciones". Éstas consistían en una hoja de papel grande, donda había dado un final feliz a cada suma con letra esmerada. Cuando el head del curso, a quien las había entregado primero, terminaba con ellas, arrancaba un trozo pequeño de una de las esquinas, hecho lo cual las pasaba a su vecino. El vecino, antes de darlas a su vez al próximo vecino, también cortaba un fragmento. A su debido tiempo la hoja regresaba a su autor y propietario, y era entonces cuando las cosas se ponían interesantes.

–¿Quién ha roto las soluciones así? –preguntó Mr. Banks, con el tono reprimido de quien está decidido a mantener la calma.

Ninguna respuesta. Las maltrechas soluciones ondulaban en el aire.

Se volvió a Harringay, head del curso.

–Harringay, ¿ha sido usted quien rompió las soluciones así?

Respuesta negativa indignada por parte de Harringay. Lo que él había hecho era la pequeña escisión de la esquina superior izquierda. Si Mr. Banks le hubiese preguntado: "¿Ha sido usted quien hizo la pequeña escisión de la esquina superior izquierda de estas soluciones?", Harrington no habría considerado varonil negar el cargo. Pero sentía que reclamar para sí la autoría de toda la obra sería una acción francamente deshonesta, injusta para con sus dotados collaborateurs.

–No, señor –dijo Harringay.

–¡Browne!

–¿Sí, señor?

–¿Ha sido usted quien rompió así las soluciones?

–No, señor.

Y lo mismo el resto del curso.

Entonces Harringay se levantó, con el aire del participante de un debate que sabe que lo que está por decir contará con el apoyo popular.

–Señor... –comenzaba.

–Siéntese, Harringay.

Harringay descartó grácilmente esta orden absurda con un ademán.

–Señor –dijo–, creo estar expresando el consenso general entre mis, ejem, compañeros de estudio, cuando digo que esta clase lamenta profundamente el deplorable estado que presentan las soluciones.

–¡Oíd, oíd! –dicho desde un banco al fondo.

–No es...

Siéntese, Harringay.

–No es sino con sentido...

–Harringay, si no se sienta...

–Como disponga su ñoría –esto dicho sotto voce.

Y Harringay volvió a sentarse entre aplausos. O'Hara se levantó.

–Como estaba por observar mi amigo, quien acaba de sentarse...

–Siéntese, O'Hara. Todo el curso se quedará después de hora.

–...el deplorable estado que presentan las soluciones es profundamente lamentado por esta clase. Señor, creo estar expresando el consenso general entre mis compañeros de estudio cuando digo que no es sino con sentido pesar...

–¡O'Hara!

–¿Sí, señor?

–Salga del aula inmediatamente.

–Sí, señor.

De la torre, del otro lado del patio, llegó un melodioso tañer de campanas. El reloj del colegio comenzaba a dar las diez. Apenas O'Hara hubo llegado al pasillo, el rugido de un espíritu atribulado resonó en el aula de enfrente, seguido por una retahíla de palabras, de las cuales la única inteligible era el sustantivo común "globo", y un instante después se abría la puerta y salía Moriarty. El reloj dio el último toque de las diez.

En el pasillo había un gran armario cuya cima constituía un asiento sumamente cómodo. Treparon a él y comenzaron a hablar de negocios.

–¿Y qué querías contarme? –preguntó Moriarty.

O'Hara relató lo que había oído esa mañana de labios de Trevor.

–¿Sabes? –dijo Moriarty en cuanto hubo terminado–, ya había sospechado, cuando oí que habían arruinado el estudio de Mill, que podía haber sido la Liga. Si recuerdas, era lo que les gustaba hacer: destruir el feliz hogar de un tipo. Lo hacían a menudo.

–Pero no entiendo por qué se lo pueden haber hecho a Trevor.

–Se lo seguirán haciendo a cualquiera que elijan, hasta que los atrapen.

–Si los atrapan, habrá lío.

–Debemos atraparlos –dijo Moriarty. Al igual que O'Hara, se regocijaba con la perspectiva de disturbios. Los dos iban a ir a Aldershot al final del curso, para tratar de traer a la escuela las medallas para el liviano y el medio pesado respectivamente. Moriarty había ganado la de livianos el año anterior pero, debido a que había ganado cinco kilos desde entonces, ya no podía entrar en esa clase. O'Hara no había ido nunca, pero el entrenador de Wrykyn, buen juez del estado pugilístico, opinaba que tendría una excelente oportunidad. Como dice el profesional en Rodney Stone, "cuando tienes un buen irlandés, no puedes voltearlo, pero son espantosamente apresurados". O'Hara asistía al gimnasio todas las noches con el objeto de aprender a refrenar su "espantosa prisa" y adquirir a cambio habilidad.

–Me pregunto si Trevor servirá de algo en una pelea –dijo Moriarty.

–No sabe boxear –dijo O'Hara–, pero seguiría hasta que lo matasen. Oye, me estoy cansando de estar acá sentado, ¿y tú? Vamos a la otra punta del pasillo a hacer un poco de cricket.

De modo que, tras desenterrar un palo de entre la basura acumulada sobre el armario, y habiendo hecho una pelota con un pañuelo enrollado, suspendieron la conferencia.

Al rememorar los agitados sucesos de seis años atrás, cuando la Liga había entrado en funciones por primera vez, O'Hara recordó que esta osada sociedad solía reunirse en un sitio apartado, donde tuvieran las menores posibilidades de verse molestados. Le pareció que lo primero que debía hacer, para llegar a conocerlos mejor, era descubrir su sitio de encuentro actual. Tenían que tenerlo. No era concebible que se arriesgaran a mantener reuniones grupales en el estudio de uno de sus miembros. La última vez tenían una mina abandonada, allá en las quebradas. Esto se había demostrado por medio del testimonio inquebrantable de tres fags de la residencia central, que habían salido a merodear un día de half-holiday, con intenciones manifiestas de encontrar el punto de reunión de la Liga. Por desgracia para ellos, lo encontraron. Iban por el sendero que llevaba a la mina antedicha, cuando de pronto fueron apresados, vendados y llevados a la fuerza. Tuvo lugar una improvisada corte marcial (en susurros), y los tres exploradores recibieron a continuación la "corrección" más esmerada de su vida. Más tarde fueron liberados y regresaron a su residencia con el celo detectivesco bastante aplacado. En ese momento, el episodio causó bastante excitación en la escuela.

Durante las tres tardes siguientes O'Hara y Moriarty recorrieron las quebradas, siempre sin resultado. El cuarto día, justo antes del cierre, O'Hara había estado tomando el té con Gregson, de Day's, y se dirigía al gimnasio para una cita pugilística con Moriarty cuando alguien pasó corriendo junto a él en dirección a las residencias. Ya casi había oscurecido, porque los días todavía eran cortos, de modo que no pudo reconocer al velocista. Pero quedó preguntándose de dónde habría salido. O'Hara iba caminando muy cerca del muro del edificio del Colegio, y el atleta había pasado entre el muro y él. Y O'Hara no había oído sus pasos. Entonces comprendió y se le aceleró el pulso, sabiendo que estaba sobre la pista. Debajo del bloque había una especie de sótano grande. Se usaba como depósito de sillas, y nunca se abría salvo cuando había entrega de premios u otro suceso similar en que hacían falta sillas. El resto del tiempo se suponía que debía estar cerrado, pero nunca era así. La puerta se hallaba justo frente al sitio donde estaba parado. En ese momento media docena de figuras indistintas pasaron en tropel a toda prisa junto a él. Una de ellas casi lo chocó. Por un instante pensó en detenerla, pero decidió que era mejor no hacerlo. Podía esperar.

A la tarde siguiente se deslizó hacia el sótano poco después de la escuela. El lugar estaba negro como la pez. Se ubicó cerca de la puerta.

Le pareció que transcurrieron horas antes de que pasara algo. De hecho, ya casi había decidido dar la tarea por inútil y abandonarla cuando un rayo de luz atravesó la negrura frente a él y alguien se introdujo por la puerta. Al instante siguiente, apareció tenuemente otra figura, y luego la luz volvió a apagarse.

O'Hara pudo oírlos tantear el terreno cuando pasaron junto a él. Ya no podía esperar más. En la oscuridad es difícil distinguir de dónde vienen los sonidos. Se arrojó hacia adelante al azar. Su mano trazó un semicírculo y encontró algo que parecía un hombro. Pasó su presa por debajo del brazo y lo aferró con todas sus fuerzas.


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