El bate de oro : III. La estatua del alcalde

Una de las reglas que gobernaban la vida de Donough O'Hara, aquel despreocupado descendiente de los O'Hara de Castle Taterfields, Co. Clare, Irlanda, era "nunca rechaces una invitación a tomar el té". De modo que al recibir –vía el fag de Dexter al que ya se ha aludido– la invitación de Trevor dio de baja un compromiso (con su profesor de matemáticas, compromiso de algún modo relacionado con la resolución de los ejemplos 200 al 206 en el Álgebra de Hall y Knight*Clásico libro de texto escolar. ), pospuso otro (con su amigo y aliado Moriarty de Dexter's, que deseaba practicar box con él en el gimnasio) y se dirigió con paso displicente hacia Donaldson's. Ese día se sentía particularmente satisfecho de sí mismo, por diversas razones. Había comenzado la jornada bien, anotándose un punto contra Mr. Dexter durante el café y el tocino de la mañana. En la escuela, lo habían puesto a traducir el único pasaje que (por casualidad) había preparado: los diez primeros versos de los cien que constituían la lección matutina. Y en la última hora de la escuela vespertina, dedicada al francés, había descubierto una forma completamente nueva y original de molestar, cuyas posibilidades había explotado con el mayor de los éxitos. Sentía que ésa era la vida intensa; eso era vivir la vida como la vida merecía ser vivida.

Encontró a Trevor en la puerta. Mientras entraban, un coche de dos caballos pasó de prisa junto a ellos. Llevaba por carga dos personas: el director, con cara de aburrido, y un hombre pequeño y atildado con el rostro muy colorado, que parecía excitado e iba hablando sin parar. Trevor y O'Hara saludaron quitándose las gorras y el carruaje pasó de largo, sin notar siquiera el saludo. El Director parecía enfrascado en sus pensamientos.

–Me pregunto qué estará haciendo el Viejo en un carro –dijo Trevor, mirándolos–. ¿Quién era ese que iba con él?

–Ése –dijo O'Hara– es Sir Eustace Briggs.

–¿Y quién es Sir Eustace Briggs?

O'Hara explicó con marcado acento de su patria que Sir Eustace Briggs era Alcalde de Wrykyn, activo político, y enemigo de la nación irlandesa, a juzgar por sus cartas y discursos.

Entraron al estudio de Trevor. Clowes estaba situado en la ventana en su posición habitual.

–Hola, O'Hara –dijo–, tienes cierto aire de tranquila satisfacción que parece indicar que has estado molestando a Dexter. ¿Es así?

–Oh, sólo esta mañana, durante el desayuno. Lo mejor estuvo en la hora de francés –respondió O'Hara, y procedió a explicar con lujo de detalles los métodos que había empleado para hacer más amarga la existencia del infeliz exiliado galo con quien había trabado relación. Aquel caballero tenía por costumbre apoyarse en un banco mientras daba sus clases. Quiso la casualidad que este banco fuese el de O'Hara. Basado en el principio de que cada uno hace su voluntad con aquello que le pertenece, O'Hara había entrado en secreto al aula durante la cena y había quitado los tornillos de su banco, con el resultado de que durante la primera media hora de la clase el curso había estado ocupado desenterrando a M. Gandinois de las ruinas. Tras recuperar la vertical, el caballero había enviado a O'Hara fuera del aula, y O'Hara, que había previsto este desenlace, había pasado una media hora muy agradable en compañía de unos chocolates y una copia del Amateur Cracksman*Novela de Raffles, el caballero ladrón. de Mr. Hornung. Ésa era su idea de una clase de francés alegre y edificante.

–¿Qué era lo que decíais cuando entrasteis? –preguntó Clowes–. ¿Quién ha estado hablando mal de Irlanda, O'Hara?

–Ese tipo, Briggs.

–¿Qué vas a hacer al respecto? ¿No vas a tomar ninguna medida?

–¿Medidas? –dijo O'Hara, acalorado–. ¡Pero si hemos...!

Se detuvo.

–¿Y bien?

–Sabéis –dijo con seriedad–, esto no tiene que salir de esta habitación. Si me descubren, me echarán. Y también a Moriarty.

–¿Por qué? –preguntó Trevor, levantando la vista de la tetera que estaba llenando–. ¿Qué diablos habéis andado haciendo?

–No sería mala idea –sugirió Clowes– si comenzaras por el principio.

–Bueno, veréis –comenzó O'Hara–, la cosa fue así. Empezó con algo que me dijo Dexter. Como siempre, estaba tratando de sacar ventaja, y me dice: "Ha leído el diario esta mañana, O'Hara?" Yo le respondo que no. Entonces me dice: "Ah", me dice, "debería echarle una ojeada. Hay algo que le interesará". Yo le digo: "¿Sí, señor?", con respeto. "Sí", me dice, "los miembros por Irlanda han estado ocasionando disturbios en la Cámara, como de costumbre. Dígame, O'Hara", me dice, "¿por que es que los irlandeses están siempre saltando y ocasionando disturbios para hacerse notar?" "¿Por qué, señor?" le digo yo, sin saber qué decir, y la conversación queda ahí.

–Continúa –dijo Clowes.

–Después del desayuno Moriarty vino con un periódico a mostrarme lo que habían estado diciendo de los irlandeses. Había una carta sobre el tema, de ese tipo Briggs. "Una carta muy sensata y mesurada de Sir Eustace Briggs", la llamaban, pero ¡diantre!, si ésa era una carta mesurada, me gustaría saber cómo es una carta desmesurada. Bueno, la leemos entera, y Moriarty me dice: "¿Podemos dejar que esto quede así?" Y yo le digo: "No". "Bueno", me dice Moriarty, "¿y qué vamos a hacer entonces? Me gustaría cubrir al tipo de alquitrán y plumas". "No podemos", le digo yo, "pero ¿por qué no cubrimos de alquitrán y plumas su estatua?", le digo. Y decidimos hacerlo. Sabéis dónde está esa estatua, ¿no? En el parque recreativo, justo del otro lado del río.

–Sí, conozco el lugar –dijo Clowes–. Continúa. Esto es estupendo. Ya sabía que estabais un poco locos, pero parece que esto va a romper todos los records.

–¿Habéis visto los baños este curso? –prosiguió O'Hara–. Quiero decir, desde que mudaron la residencia de Dexter allí. Los catres están en dos hileras a lo largo del muro. El de Moriarty y el mío son los dos del fondo, en el extremo opuesto a la puerta.

–Debajo de la galería –dijo Trevor–. Ya veo.

–Exacto. Bueno, a las diez y media, todas las noches, Dexter se fija en que estemos todos dentro, cierra la puerta, y se va a dormir a lo del Viejo, y no volvemos a verlo hasta el desayuno. Corta el gas desde afuera. A la mañana siguiente, a las siete y media, viene Smith –Smith era uno de los porteros–, abre la puerta y nos despierta, y vamos a desayunar al Hall.

–¿Y bien?

–Y bien, en cuanto todos se hubieron dormido (fue recién a la una, porque había un alboroto) Moriarty y yo nos levantamos, nos vestimos y trepamos hasta la galería. ¿Conocéis las ventanas de la galería? Se abren por arriba, y es bastante difícil salir por ellas. Pero lo conseguimos y saltamos afuera.

–Un buen salto –dijo Clowes.

–Sí. Me lastimé bastante. Pero fue por una buena causa. Yo fui primero, y cuando todavía estaba en el suelo Moriarty cayó sobre mí. Ahí fue cuando me lastimé. Pero no fue gran cosa, y atravesamos el terreno, saltamos la cerca y llegamos al río. La noche era buena, no muy oscura, y allá en el río el aroma era estupendo.

–No te pongas poético –dijo Clowes–. Ve al grano.

–Entramos al cobertizo de los botes...

–¿Cómo? –dijo Trevor el práctico, porque a la una de la mañana el cobertizo de los botes tenía que estar cerrado.

–Moriarty tenía una llave que entraba –explicó O'Hara brevemente–. Nos metimos, sacamos un bote (uno de los grandes), pusimos alquitrán y un par de pinceles (siempre hay alquitrán en ese cobertizo) y cruzamos remando.

–Espera un momento –interrumpió Trevor–; dijiste "alquitrán y plumas". ¿De dónde sacasteis las plumas?

–Usamos hojas. Sirven lo mismo, y en la orilla había montones. Bueno, cuando desembarcamos atamos el bote y fuimos hasta el Parque Recreativo. Saltamos la verja (una verja bestial, llena de pinchos) y llegamos a la estatua. ¿Sabéis dónde está la estatua? Justo en medio del lugar, para que todo el mundo la vea. Moriarty subió primero y yo le alcancé el alquitrán y un pincel. Luego subí con el otro pincel y pusimos manos a la obra. Empezamos por la cara. Estaba muy oscuro, pero creo que hicimos un buen trabajo. En cuanto nos pareció que habíamos puesto suficiente alquitrán sacamos las hojas (que llevábamos en los bolsillos) y las esparcimos. Entonces hicimos el resto del cuerpo, y a la media hora, cuando nos pareció que ya era suficiente, subimos al bote y regresamos.

–¿Y qué hicisteis hasta las siete y media?

–No podíamos volver por donde habíamos salido, así que dormimos en el cobertizo.

–Bueno... ¡que me aspen! –fue el comentario de Trevor.

Clowes rugía de la risa. Para él, O'Hara era una fuente perpetua de diversión.

Cuando ya O'Hara se iba Trevor le preguntó por su bate de oro.

–Espero que no lo hayas perdido –dijo.

O'Hara se hurgó el bolsillo, pero volvió a sacar la mano para introducirla en otro. En su rostro se dibujó una expresión de ansiedad que se transmitió al de Trevor.

–Podría jurar que lo tenía en ese bolsillo –dijo.

–¡¿Espero que no lo hayas perdido?! –volvió a decir Trevor.

–Lo ha perdido –dijo Clowes, con tono de seguridad–. Si quieres saber dónde está tu bate, yo diría que en algún punto entre los baños y la estatua. Si me dan a elegir, al pie de la estatua. Me parece (corregidme si me equivoco) que esta vez la has metido hasta la rodilla, muchacho de mi alma.

O'Hara abandonó la búsqueda.

–No está –dijo–. Hombre, lo siento tanto. Preferiría haber perdido un billete de diez libras.

–No veo por qué tienes que andar perdiendo una cosa ni la otra –escupió Trevor–. ¿Por qué infiernos no eres más cuidadoso?

O'Hara estaba demasiado compungido para hablar. Clowes pensó que le correspondía mirar el lado positivo.

–En realidad, no hay nada por lo que preocuparse –dijo–. Si no aparece, aunque probablemente lo hará, simplemente tendrás que ir a decirle al Viejo que lo has perdido. Mandará a hacer otro. Por otra parte, nadie te lo pedirá hasta el Día de Competencia, de modo que tendrás tiempo de sobra para encontrarlo.

Los trofeos, y junto con ellos los bates, tenían que devolverse a las autoridades antes del torneo, para que pudiesen entregarse el Día de Competencia.

–Bueno, supongo que no habrá problemas –dijo Trevor–, pero espero que no lo encuentren cerca de la estatua.

O'Hara dijo que él también lo esperaba.


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