El bate de oro : VI. Trevor se planta firme

El efecto inmediato de decirle a alguien que no haga algo es llevarlo precisamente a hacerlo, con el objeto de afirmar su independencia. El primer paso de Trevor, tras recibir la carta, fue incluir a Barry en el equipo que jugaría contra la Ciudad. Lo hubiera hecho de cualquier manera, pero en las circunstancias presentes hacerlo le proporcionó un placer especial. Por otra parte, el incidente le recordó que había decidido probar a Barry en el primero por cuenta propia, sin consultarlo con el comité. El comité del primer quince estaba formado por los dos colores más antiguos de la lista después del capitán. Las atribuciones de un comité variaban según la determinación y la ferocidad de sus miembros. Teóricamente, el capitán no podía tomar decisiones importantes que afectasen el bienestar del quince sin contar con la aprobación del resto. Pero si el capitán resultaba tener un carácter fuerte y el comité era débil, era probable que éste quedara levemente fuera del asunto y que el capitán adquiriera la costumbre de consultarlo uno o dos días después de hacer las cosas. En ese caso, daba los colores a un tipo, y se lo informaba al comité a la tarde siguiente, cuando ya era un hecho y no había vuelta atrás.

Trevor tenía por costumbre solicitar el consejo de sus lugartenientes bastante a menudo. Por ejemplo, nunca daba colores por cuenta propia. No le parecía mal averiguar sobre el punto de vista de Milton y Allardyce con respecto a Barry, así que, cuando el equipo de la Ciudad volvió cruzando el río, derrotado por un gol y un try a cero, se cambió y fue a Seymour's para entrevistarse con Milton.

Milton estaba acomodado en un sillón, observando cómo Renford preparaba el té. Tenía uno de los pocos estudios de la escuela equipados con un sillón. La mayor parte de sus contemporáneos disponía sólo de asientos plegables del tipo portátil.

–Ven y toma un poco de té, Trevor –dijo Milton.

–Gracias. Si es que queda.

–Montones. ¿Hay algo para comer, Renford?

Consultado sobre esta importante cuestión, el fag reflexionó profundamente un rato.

Había un poco de pastel –dijo.

–No importa –interrumpió Milton, alegre–. Da de baja el pastel. Me lo comí antes del partido. ¿No hay nada más?

Milton gozaba de un sano apetito.

–Bueno, también había unos bizcochos.

–No, no hay bizcochos. Me los terminé ayer. Mira, joven Renford, lo que te conviene es cruzarte hasta la tienda y comprar un poco más de pastel y algunos bizcochos, y decirles que lo anoten a mi nombre. Y no tardes.

–Sería mucho mejor enviarlo a Donaldson's para que traiga algo de mi estudio –sugirió Trevor–. Está casi a la misma distancia, y tengo un montón de cosas.

–Estupendo. Llégate a Donaldson's, joven Renford. En realidad –añadió en tono confidencia, en cuanto el emisario se hubo esfumado–, no estoy seguro de que el otro truco hubiese funcionado. Parece que en la tienda piensan que en los últimos tiempos me he llevado demasiado de fiado. Todavía no he saldado lo del curso pasado. Gasté todo lo que tenía en este estudio. ¿Qué te parecen esas fotografías?

Trevor se levantó y fue a inspeccionarlas. Cubrían la repisa, y la mayor parte del muro por encima. Sólo había figuras del mundo teatral, pero de eso había para todos los gustos. Para los más ardientes seguidores del drama estaba Sir Henry Irving en The Bells, y Mr. Martin Harvey en The Only Way. Para los admiradores de la mera belleza estaban Messrs. Dan Leno y Herbert Campbell.

–No está mal –dijo Trevor–. Te gusta tirar el dinero.

–¡Tirar el dinero! –la crítica sorprendió e hirió a Milton–. Hombre, el dinero es para gastarlo en algo.

–Tonterías –dijo Trevor–. Si vas a coleccionar algo, ¿por qué no coleccionas algo que valga la pena?

En ese momento volvió Renford con las provisiones.

–Gracias –dijo Milton–. Descarga. ¿Ya cloquea la pava, joven Renford?

Renford solicitó notas explicativas.

–A veces eres un poco asno, ¿no? –dijo Milton amablemente–. Lo que quiero decir es: ¿ya está listo el té? Si está, puedes partir. Si no, ponle ganas.

Un ruido burbujeante y una vaharada que salía del pico proclamaron que la pava efectivamente cloqueaba. Renford apagó el Etna y dejó la habitación, mientras Milton, al tiempo que murmuraba fórmulas vagas (del tipo "una cucharada por persona, y una para la tetera"), salía de su asiento con un gemido, porque el partido contra la Ciudad había sido enérgico, y comenzó a preparar el té.

–En realidad, yo venía a... –comenzó Trevor.

–Medio segundo. No encuentro la leche.

Fue hasta la puerta y llamó a gritos a Renford. Cuando apareció el agobiado joven tuvo lugar el siguiente diálogo:

–¿Dónde está la leche?

–¿Qué leche?

–Mi leche.

–No hay –esto dicho con tono no exento de un toque triunfal, como si Renford se percatase de que acababa de anotarse un punto.

–¿No hay?

–No.

–¿Por qué no?

–Porque nunca tuviste.

Bueno, entonces llégate... no, medio segundo. ¿Qué estáis haciendo, allá abajo?

–Tomando el té.

–Entonces tenéis leche.

–Sólo un poco –esto dicho con tono nervioso.

–Tráela. Luego podréis tomar lo que os dejemos.

Salida de Master Renford, disgustado.

–En realidad, yo venía –dijo otra vez Trevor– a hablar de negocios.

–¿Colores? –preguntó Milton, hurgando en la lata en busca de bizcochos azucarados–. Qué buenos bizcochos que tienes, Trevor.

–Sí. Creo que podríamos dar los de tercero a Alexander y a Parker.

–Me parece bien. ¿Algún otro?

–¿Qué te parece dar a Barry los de segundo?

–Ya lo creo. Jugó muy bien hoy. Es una mejora con respecto a Rand-Brown.

–Me alegre que pienses así. Me preguntaba si estaría bien bajar a Rand-Brown así, después de una sola prueba. Pero si piensas que Barry es mejor...

–Por varias cuadras. He tenido muchas oportunidades de verlos y compararlos, en el equipo de la residencia. No es sólo que Rand-Brown no pueda taclear y Barry sí. Barry toma los pases mucho mejor, y no pierde la cabeza cuando lo presionan.

–Precisamente lo que yo pensaba –dijo Trevor–. Entonces, ¿seguirías haciéndolo jugar en el primero?

–Seguro. Irá mejorando con los partidos, ya verás, cuando se acostumbre a jugar en la línea de tres-cuartos del primero. Y se esfuerza tanto como cualquiera por entrar al equipo. Practica recibir pases y otras cosas por el estilo, todo los días.

–Bueno, tendrá sus colores si le damos una paliza a Ripton.

–Deberíamos. Han perdido a uno de sus forwards, Clifford, un tipo pelirrojo, que era de lo mejor. No sé si lo recuerdas.

–Me parece que ahora tengo que ir a ver a Allardyce, sobre este asunto de los colores. Adiós.

Todos los miembros de los tres equipos tenían práctica de carreras y pases el lunes. Mientras regresaban, Trevor y Clowes se encontraron con Mr. Seymour. Mr. Seymour era el profesor a cargo del rugby en Wrykyn.

–Veo que ha dado colores de segundo a Barry, Trevor.

–Sí, señor.

–Creo que hace bien en ponerlo a jugar en el primero. Barry conoce el juego, que es lo importante, e irá mejorando con la práctica –dijo Mr. Seymour, corroborando así las palabras de Milton del sábado anterior.

–Me alegro de que Seymour piense que Barry es bueno –dijo Trevor, cuando siguieron adelante–. Seguiré poniéndolo.

–¿Aún no averiguaste quién escribió esa carta?

Trevor rió.

–No, todavía no –dijo.

–Rand-Brown, probablemente –sugirió Clowes–. Es el tipo que saldría ganando, si Barry no jugara. Oí decir que había tenido problemas con Mill, justo antes de que destrozaran su estudio.

–Todos en Seymour's tienen problemas con Mill, tarde o temprano –dijo Trevor.

Clowes se quedó en la puerta de la sala junior para buscar a su fag. Trevor subió las escaleras. En el pasillo encontró a Ruthven.

Ruthven parecía excitado.

–Oye, Trevor –exclamó–, ¿ya has visto tu estudio?

–¿Qué pasa con mi estudio?

–Mejor ve a mirar.


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