Cuentos escolares : El periódico de Pillingshot

El periódico de Pillingshot (Pillingshot's Paper)

Cuento. publicado por primera vez en Captain, febrero de 1911; reimpreso en Tales of Wrykyn and Elsewhere.

Traducción: Diego Seguí, 2009.

Scott sigue empeñado en llevar a Pillingshot por el camino del éxito –a la rastra, si es necesario.

Esta historia es una secuela de Pillingshot, detective, publicado por primera vez unos meses antes en la misma revista. Utiliza una estructura similar, con Scott llevando al joven a actividades con las que de otro modo no hubiese soñado siquiera, pero con un giro distinto para llevar al desenlace, porque es ahora Rudd, head de la residencia, quien interviene para cerrar la acción. En este sentido puede decirse que la construcción del cuento sufre un tanto; sin embargo, los dos relatos en conjunto siguen formando un díptico de lo mejor en cuentos escolares.

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El periódico de Pillingshot

I

Scott, de la Residencia Central, tenía una mente inquieta. Le disgustaba la vida monótona. Necesitaba mantenerse alegre y divertido; y aparentemente consideraba al resto de la comunidad más como a un conjunto de animadores que otra cosa.

Por lo tanto, no pasó demasiado tiempo antes de que Pillingshot, que todavía estaba festejando el inusual ocio que su éxito en la búsqueda del soberano de Evans le había proporcionado, se hallase con que otra vez lo ponían a trabajar. Es cierto que Scott le había prometido eximirlo de su rol de fag*Estudiante de los cursos inferiores que hace de sirviente para otro de los cursos superiores. hasta el final del curso; pero he aquí que la idea que Scott tenía de lo que constituía "hacer de fag" difería grandemente de la que tenía Pillingshot. Sólo una semana después del episodio del soberano, por ejemplo, Scott había invitado a su ex-fag a tomar el té. El té estuvo muy bien... cuando estuvo listo, pero fue Pillingshot quien lo preparó, pues el nuevo fag de Scott, por alguna razón, tenía al parecer la tarde libre. Fue Pillingshot quien tostó los muffins*Molletes., hirvió el agua, cortó el pan, le puso manteca, mezcló el té, y lo sirvió. Fue Scott quien se quedó en una tumbona, con los pies sobre la repisa de la chimenea, y observó que al fin y al cabo estos picnics no dejaban de ser agradables, y que en realidad nadie necesitaba a un fag, porque podía hacerlo todo uno mismo. Fue igualmente Scott quien después del té pidió a Pillingshot que llevase una nota de su parte a la residencia de Merevale, y que al regresar pasase por Gubby's en la Calle Principal y ordenase una lata de bizcochos surtidos. Es verdad que Scott hizo todos estos pedidos como un amigo de la infancia los haría a otro, al estilo Dick-viejo-amigo-tienes-que-ayudarme; pero eso no altera el hecho de que Merevale's estaba a un cuarto de milla de la Residencia Central, y que Gubby's en la Calle Principal estaba a poco más de una milla de Merevale's. Es posible que hacer estas cosas no fuera exactamente hacer de fag; pero sí era una excelente imitación.

En consecuencia, Pillingshot había evitado a Scott. No le guardaba rencor. Todavía le caía bien. Pero se mantenía a distancia. Así que no tuvo trato alguno con él hasta que el fag de Scott llegó a la sala junior con el mensaje de que Scott deseaba verlo.

–Oh, maldita sea –dijo Pillingshot, que estaba muy comprometido en un intento especialmente frívolo de tallado y no le gustaba que lo interrumpieran–. ¿Qué quiere?

–No sé. Sólo me dijo que te pidiera que vinieses.

A pesar de su experiencia previa Pillingshot no pudo dejar de sentirse un tanto orgulloso. No a todos los juniors les "pedía que fuese" un integrante del primer once. Scott podía tener sus defectos, pero esta familiaridad era halagadora.

–Oh, está bien –dijo.

Encontró a Scott en su tumbona, leyendo una revista.

–Hola, joven Pillingshot –dijo Scott–. Siéntate. Me gustaría tener una charla contigo. ¿Tú escribiste este cuento?

–¿Qué?

–En esta revista hay un cuento de un tipo llamado Pillingshot. No está mal. Pensé que serías tú.

–No –dijo Pillingshot.

Scott pasó las páginas.

–Escucha esto: "'Ah, Percy', dijo ella tristemente, 'pero ¿dónde hallaré reposo?' Él le tendió las manos. 'Aquí, Muriel, aquí en mi corazón.'" ¿Seguro que no has sido tú, joven Pillingshot? ¿No? Estaba seguro de que sí. Creí reconocer tu estilo. ¿Tal vez algún pariente?

–No que yo sepa. Nunca oí hablar de él. Tal vez sea un primo lejano, o algo así.

–Debe ser. La familia Pillingshot simplemente rebosa talento literario; apenas te vi, supe que podías escribir.

–Jamás escribí nada.

–No importa. Está todo allí. Te voy a dar tu oportunidad. Voy a iniciar un periódico, joven Pillingshot, y tú serás el editor.

–¡Qué!

–¿Sabes por qué la gente inicia periódicos? Para llenar un vacío obvio. Lo que haces es buscar hasta que encuentras un vacío obvio, y comienzas con el tuyo. Últimamente he andado con los ojos abiertos, y por lo que puedo ver no hay ningún periódico que se ocupe exclusivamente de atacar a Henry's. Así que voy a iniciar uno.

Hacía ya bastante que entre la Residencia de Henry y la Residencia Central existía un enfrentamiento de variada intensidad. Nadie sabía cómo había comenzado; pero había pasado ya mucho tiempo desde que las dos residencias se dirigieran la palabra por última vez. En ocasiones, cuando se cruzaban en las filas de los diversos equipos, los adversarios ocultaban temporalmente sus sentimientos privados por el bien de la escuela; pero salvo en esas ocasiones el hacha nunca se enterraba.

–Lo hubiese hecho antes –continuó Scott–. Si alguna vez hubo un vacío obvio, es éste. Pero no podía hallar al editor adecuado. Tenía que ser alguien que no sólo estuviese repleto de cerebro hasta el borde, sino que además estuviese dispuesto a asumir uno que otro riesgo por una buena causa. El Editor de El Estoque (así es como pienso llamarlo) debe combinar el coraje del león con la sabiduría del cómo-se-llama. Y por eso pensé en ti. Verás, no es sólo que los de Henry's tratarán de lincharte. También está Rudd. Es seguro que se lo tomará a mal.

En esto no mentía. Rudd, head*Alumno senior a cargo de una residencia. de la Residencia Central, era un individuo serio, más amigo de un entorno de paz que de escenas pintorescas. Tenía sus reparos hacia la rivalidad con Henry's, y se lo había visto azotar a los belicosos de su residencia por lo alto y por lo bajo, por haberse enfrentado con henryitas. Y cuando Rudd azotaba lo hacía con ganas, no con unas palmaditas en broma. Era un hombre musculoso, que estaba en el Seis de Gimnasia y era Secretario de Rugby.

–¡Pero...! –dijo Pillingshot, alarmado.

–Sabía que te gustaría la idea –dijo Scott–. Siéntate a la mesa y machaquemos algunas ideas en bruto para el primer número.

–Pero oye, Scott, ¿qué pasa con Rudd?

–Oh, olvídate de Rudd. Lo más probable es que no llegue a ver el periódico. Vive encerrado en su propio mundo, y está por encima de este tipo de cosas.

–Sí, pero...

–Ponle ganas, viejo –dijo Scott–. Allí encontrarás papel y plumas. No vuelques la tinta. ¿Listo? Ahora, en primer lugar, nos hace falta una semblanza bien escrita de alguien que esté en Henry's. Veamos. Greyson. Sí, servirá para empezar. Te voy a dictar algunas cosas que podemos decir de Greyson.

He aquí un fenómeno notable: la facilidad con que Scott lograba que la gente hiciera cosas para él. Pillingshot era como cera en sus manos. Se sentó a la mesa y tomó la pluma.

II

El primer ejemplar de El Estoque ciertamente causó sensación. La idea de un periódico extraoficial no era nueva en St. Austin's. Durante varios años había aparecido una publicación titulada La Luciérnaga, editada (aunque sólo unos pocos elegidos lo sabían) por Charteris, de Merevale's. Pero El Estoque difería en muchos aspectos de La Luciérnaga. En primer lugar, se distribuía gratis, no se vendía. En segundo, era varias veces más difamatorio. La Luciérnaga era brillante, pero no militante; sólo trataba de ser una versión más legible del soso Austiniano, el órgano oficial de la escuela. Relataba los sucesos de la escuela de modo chispeante pero nunca se reducía a un libelo. El Estoque jamás hizo otra cosa. El hecho de que la residencia de Henry no fuese popular en la escuela, por alguna de esas misteriosas razones que hacen que una residencia sea impopular, ayudó a acrecentar la calidez con que se acogió el periódico. El día de la publicación, en el recreo de las once, casi todos los que estaban en la tienda de la escuela o sus alrededores tenía su copia mimeografiada. Todo Henry's estallaba de rabia. Y Pillingshot, al llegar a sus oídos los comentarios de Greyson sobre la semblanza, sintió por primera vez que con sus temores se mezclaba un cierto placer. No era algo menor, esto de estar asociado con uno de esos sucesos que marcan una época, cualesquiera fueran los riesgos.

La predicción de Scott de que Rudd probablemente no llegaría a ver el nuevo periódico no fue avalada por los hechos. El head de la residencia podía vivir encerrado en su propio mundo, pero cuando más de doscientas personas a tu alrededor están discutiendo algo no es fácil pasarlo por alto. La tarde misma del día de la publicación Rudd entró al estudio de Scott con una copia de El Estoque en sus manos.

–Oye, Scott –dijo–, ¿has visto esto?

Rudd era un joven sólido y grave, siempre tocado por un cierto aire lúgubre. Ahora la preocupación de su mirada era más profunda que de costumbre.

–¿Qué es eso? –dijo Scott–. ¿El Estoque? Le eché una mirada. Me pareció que venía a cubrir una necesidad de larga data. Llena un vacío obvio, si entiendes lo que quiero decir.

–No me gusta.

Scott se lo quedó mirando.

–¿Que no te gusta? ¿Qué tiene de malo?

Rudd se sentó.

–Por supuesto, tiene que haberlo hecho alguien de esta residencia.

–¿Qué te hace pensar eso?

–Bueno, tú sabes, tenemos todo este lío con Henry's.

–¿Lío? ¿Con Henry's? –el rostro de Scott se aclaró–. Claro que sí. Ahora lo recuerdo. Había oído hablar de un lío de algún tipo.

–Esto va a empeorar las cosas.

–Ni un ápice –dijo Scott–. Si se muestra a esos especímenes de Henry's cómo los ve un observador externo cualquiera, este periódico puede llevarlos a reformarse. Una vez que se hayan reformado ya no tendremos ninguna queja contra ellos. El lío terminará automáticamente.

–Todo eso está muy bien... –comenzó Rudd.

–Ya lo creo que sí.

–Pero de todos modos hay que parar esto.

–¡Pararlo!

–Sí. Ya está causando bastantes disturbios. Ya he detenido dos peleas entre nuestros chicos y los de Henry's.

–¿Por qué, no íbamos ganando? –quiso saber Scott.

–De modo que voy a averiguar quién está detrás de este periódico de porquería, y detenerlo.

Scott se incorporó.

–Conozco al hombre que necesitas –dijo–. Y ojo que no estoy de acuerdo contigo en este asunto. Creo que sirve a un buen propósito. Pero eres un buen tipo, y me gustaría darte una mano. Si yo fuera tú, daría el caso a Pillingshot.

–¿Quién es Pillingshot?

–Cielos, ¿no conoces a Pillingshot? El Sabueso Humano. Más conocido como el Muchacho Detective de Hangman's Gulch*. Deja que lo haga venir.

Pillingshot, otra vez arrancado de su labor de tallado, compareció de mala gana. Se lo veía un poco maltratado. Tenía un ojo cerrado.

–Hola, joven Pillingshot –dijo Scott–. ¿A qué has estado jugando?

–Algunos de esos apestosos de Henry's...

–Ahí tienes –dijo Rudd, extrayendo la moraleja–. Te lo dije, Scott. ¿Fue por ese nuevo periódico? –dijo a Pillingshot.

Pillingshot asintió.

–Fue por eso que te hice venir, Pillingshot –dijo Scott–. Éste es un asunto negro. De paso, ¿conoces a Rudd? Puedes hablar con él como lo harías conmigo. Ahora bien...

Rudd interrumpió.

–No te lo tomes en broma –dijo–. Esto es algo muy serio.

–¿Quién se lo toma en broma? –dijo Scott–. No debes juzgar a Pillingshot por las apariencias. Está hasta el tope del mejor razonamiento inductivo. Voy a poner este caso en tus manos, Pillingshot. ¿Quién está detrás de El Estoque? Eso es lo que tienes que averiguar. Es todo. Ve, corre a buscar pistas.

–Te pediría que no hicieras tanto el idiota, Scott –dijo Rudd con seriedad, en cuanto se hubo cerrado la puerta–. No quiero dar a los niños de la residencia la sensación de que este asunto del Estoque es cosa de risa.

–Mi muy estimado, no es ninguna idiotez. Honestamente te digo: no hay nadie en la residencia más capaz de dar con el tipo que Pillingshot. Tú no puedes andar por ahí tratando de hallarlo. No serviría. Pero un chico como Pillingshot, que está en medio de todo y que no tiene ninguna posición que cuidar, puede averiguar todo tipo de cosas.

–Tal vez tengas razón –admitió Rudd.

–Por supuesto que la tengo. Déjale este caso a Pillingshot. Él te sacará del embrollo.

Rudd se retiró. Dos minutos después el tallado de Pillingshot se vio una vez más interrumpido por una invocación a presencia de su empleador.

–Entra, joven Pillingshot –dijo Scott, sentándose cómodamente en su tumbona–. No hay tiempo para haraganear. Debemos trabajar. Debemos sudar. Tras desarmar las sospechas que pudo tener Rudd, podemos volver a poner manos a la obra. Siéntate y empecemos a bosquejar el número dos.

–Pero, oye...

–Allí tienes la pluma –dijo Scott, estirándose para apoderarse de otro almohadón–, junto a tu mano. Si te hace falta más papel, busca en el cajón.

III

No es posible determinar cuánto tiempo El Estoque hubiera podido florecer si se le hubiera permitido seguir saliendo ininterrumpidamente. Probablemente no mucho: la de Scott era la clase de mente que se aburre pronto, especialmente si se le presenta alguna diversión alternativa.

En el caso de Scott, esa diversión fue el rugby. Era un firme cricketista, veterano de dos años en el primer once, pero en rugby todavía tenía que elevarse por encima de los colores de tercero. En esta temporada, sin embargo, se le ofrecía al parecer una excelente oportunidad de asegurarse una de las numerosas vacantes en el primero. Todos los forwards del año anterior habían partido salvo Rudd, y sólo quedaban cuatro del pack del segundo quince; así que Scott, que había estado entre los tres primeros del tercero, practicaba a diario con los elegidos y esperaba buena fortuna. Había jugado dos partidos para el primer quince y, dado que en ambos se había ganado con cierta facilidad, no parecía haber razón para que no se le diese un lugar en el primer partido de la escuela contra Daleby.

De modo que es probable que El Estoque hubiese perdido sus poderes de atracción al cabo de un tiempo.

Pero, tal como se dieron los hechos, Scott ni siquiera tuvo oportunidad de cansanse de él. Con la aparición del tercer número el destino terminó abruptamente con él.

El segundo número, aunque no causó el mismo revuelo que el primero, había sido bien recibido por la escuela, y se había admitido que la semblanza (en este caso dedicada a Hammond de Henry's) había sido particularmente feliz. Todo el mundo, con excepción de Henry's, parecía ansioso por la aparición del tercero; y Scott, complacido con esta demanda, hizo trabajar horas extra a su staff para sacar a la luz el siguiente número durante la misma semana. El jueves a la hora del té ya estaba terminado.

Ahora bien, sucedió que Pillingshot esperaba disfrutar de una tarde tranquila de trabajo durante el preparatorio*Horario de estudio, normalmente por la tarde. de ese jueves. El curso de que formaba parte tenía Tito Livio para el día siguiente; y Pillingshot nunca preparaba Tito Livio. Todos los grandes hombres tienen sus peculiaridades. A Lord Roberts* le disgustaban los gatos. El Doctor Johnson* solía dar un golpecito a todos los postes que encontraba en la calle. Pillingshot nunca preparaba Tito Livio.

En consecuencia, no le costó nada tomar de la pila que había sobre el escritorio una copia del tercer número. Sentía por las copias mimeografiadas de El Estoque el tipo de afecto que otros autores sientes por las galeradas. Leer una novela durante el preparatorio era demasiado arriesgado; pero ningún profesor podía sospechar que el delgado Estoque pudiese no estar relacionado con las tareas escolares.

Por lo tanto, llevó la cosa al prep y pasó una media hora muy agradable con él. Ciertamente, Scott se había superado. Mientras leía, Pillingshot no pudo dejar de sonreír abiertamente.

Fueron esas sonrisas lo que causaron su ruina, y lo que por fin causó el deceso del vivaz periódico justo cuando empezaba a cautivar por completo a su público. Casi exactamente frente a él, en la mesa de al lado, se sentaba Beale, uno de los miembros junior de la residencia de Henry; el mismo miembro junior, de hecho, que tanto había maltratado el ojo del joven periodista cuando apareció el primer número de El Estoque. Beale estaba en el mismo curso que Pillingshot, y compartía con este joven el prejuicio contra preparar Tito Livio. Habiendo olvidado proveerse de cualquier forma de literatura ligera, se vio obligado (tras jugar al cricket de papel hasta que el deporte lo hubo agotado) a matar el tiempo mirando en derredor, observando a sus vecinos y meditando sobre ellos.

Al cabo de unos momentos su mirada, describiendo círculos como un halcón, descendió sobre Pillingshot. Esto se debió en parte a la posición de este último, pues podía verlo sin darse vuelta en su asiento, pero sobre todo al hecho de que, a juzgar por su expresión, Pillingshot la estaba pasando en grande. Cualesquiera fuesen sus defectos como miembro del cosmos social, Pillingshot le parecía a Beale digno de envidia en un aspecto: no estaba aburrido. Durante treinta y cinco minutos Beale inspeccionó tensamente a Pillingshot.

Al cabo de ese período llegó el recreo de tres minutos que separaba las dos mitades del preparatorio vespertino. Durante ese intervalo era costumbre de los trabajadores pasear por el aula, conversando con amigos y conocidos, hasta que la voz del maestro desde su estrado (el preparatorio tenía lugar en el Salón Principal) los convocaba a sus asientos. Pillingshot era un espíritu vagabundo. Siempre era el primero en abandonar su asiento, y el último en volver a él.

En esta ocasión, en cuanto se hubo dado la señal de relajación, se apresuró hacia el extremo opuesto del salón, donde se puso a conversar muy seriamente con un grupo de juniors de la Residencia Central. Ésta era la oportunidad de Beale. Había visto que Pillingshot deslizaba lo que estaba leyendo (sea lo que fuere) bajo la hoja de papel secante. Rodeó la mesa de un salto y se apoderó de la cosa sin ser observado.

No se dio cuenta de inmediato del verdadero valor de su captura. En su huida precipitada no había tenido tiempo de examinarla. Sólo había visto que no era, como había esperado, un semanario cómico de medio penique. Sólo cuando hubo terminado el recreo trató de leerlo.

Cuando lo hizo, su primera sensación fue de amarga decepción. Después de todo el trajín, era sólo esa porquería de El Estoque. Entonces, de pronto, la falta de familiaridad de la lectura lo chocó. Había leído, renuente, la segunda entrega del periódico completa; y ésta era distinta. Entonces vio en la esquina superior derecha las palabras "Número Tres"; y por primera vez se dio cuenta de la magnitud de su descubrimiento. Desde la aparición del nuevo periódico los cerebros de Henry's habían estado dedicados de lleno a la tarea de descubrir al tipo que estaba detrás. Las evidencias apuntaban a que debía ser alguien de la Residencia Central, pero los investigadores no habían podido llegar más allá.

Pero ahora, se dijo Beale, había dado con una pista caliente. Si Pillingshot estaba en posición de hacerse con copias del periódico antes de su publicación, entonces podía dar información sobre su origen. No sospechó que el propio Pillingshot, por cuyos poderes mentales sentía un profundo desprecio, pudiese ser el autor; pero estaba seguro de que debía saber quién era ese autor.

A la tarde siguiente, luego de clases, Rudd pasó a ver a Scott. Para este último, la visita no fue del todo inesperada. Era una consecuencia natural de la que le había hecho Pillingshot la noche anterior. Había supuesto que Rudd, tras reflexionar sobre ello, sospecharía que él tenía algo que ver con el asunto.

Dio al head de la residencia una cálida bienvenida.

–Entra, Rudd –dijo–. Oye, qué bien que corriste recién en las prácticas de rugby. Como un mustang.

Rudd se sentó, haciendo oídos sordos a las lisonjas.

–Oye, Scott.

–¿Sí?

–Quiero hablar contigo.

–Pues di. A esta hora este estudio está abierto para hablar.

–Es sobre ese asunto del Estoque.

–Un periódico brillante. Lo leo habitualmente.

–¿Lo escribes tú? Eso es más importante.

–¡Escribirlo! ¿Qué diablos te hace suponer eso?

El tono de Rudd se volvió siniestro.

–Te diré lo que me hace suponer eso. Anoche encontraron a ese muchacho Pillingshot leyendo un número no publicado de la cosa en el prep. Un chico de Henry's le robó la hoja...

–Así que además Henry's es un caldo de cultivo para ladrones, ¿eh? –suspiró Scott–. Bueno, bueno, debo tomar nota de ello para el próximo número.

Rudd se aferró a esta confesión.

–¿Así que eras tú? –estalló.

–No veo razón para ocultarlo. Estoy orgulloso de ello. Soy el único hombre de la escuela que se preocupa por la comunidad, aparte por supuesto del joven Pillingshot. Durante años la pereza de la opinión pública ha permitido que Henry's florezca sin control entre nosotros. Pero he cambiado todo eso. No, no –dijo modestamente, cuando Rudd intentó decir algo–, no me lo agradezcas. Sólo he tratado de cumplir con mi deber.

Rudd se levantó.

–Tal vez hayas tenido buenas intenciones –dijo–. No digo que no haya sido divertido. Pero me alegro de que haya terminado.

Las cejas de Scott se elevaron.

–¿Terminado? –dijo–. No entiendo. No pensarás que ha terminado, ¿no?

–¡Qué! –gritó Rudd, deteniéndose en su camino hacia la puerta–. Supongo que no piensas seguir con esto, ¿eh?

–Mi muy estimado, no ha hecho otra cosa que despegar. Vosotros los neófitos no entendéis estas cosas. Nosotros, los de la vieja pandilla de Fleet Street*, criados desde nuestra juventud en el negocio de los periódicos, nos las tomamos en serio. ¿No te das cuenta de lo que significa fundar un periódico: los gastos, los meses de esfuerzo mental, las preocupaciones? –Estiró un brazó y sacó a la luz el mimeógrafo–. Mira esta costosa planta. No puedes esperar que la abandonemos sólo para dar el gusto a un capricho accidental de los tuyos. No es razonable.

Rudd guardó silencio unos instantes. Parecía estar meditando. Cuando habló, lo hizo de un modo ominosamente tranquilo.

–¿Lo dices en serio? –preguntó.

–Por supuesto. Claro que me gustaría darte la satisfacción...

–¿Y supongo que ese tipo de cosas te mantiene bastante ocupado?

–El trabajo mental prácticamente no cesa nunca.

Rudd asintió.

–Lo supuse. Así debe ser.

Hizo una pausa.

–¿Cuándo sale el próximo número?

–Mañana. Ya está listo.

–¿Es demasiado tarde para meter una noticia breve?

–¿No puede esperar al Número Cuatro?

–No. Es del día.

–¿De qué se trata?

Rudd fue hasta la mesa y anotó unas palabras en un papel.

–Te lo leeré. "Debido a las presiones de su trabajo periodístico, J.G. Scott no podrá jugar en el primer quince contra Daleby". ¿Podrías incluirlo?

Hubo un largo silencio.

Rudd lo rompió al fin.

–Es oficial –dijo–. Esta mañana estuve hablando con Stopford –Stopford era capitán de rugby en St. Austin's– y va a dejar la capitanía para poder estudiar un poco más. Quiere ganar un lugar en Cambridge al final del curso, ¿sabes? Así que ahora yo soy el capitán. Lo verás mañana, en el tablón de anuncios. Se me ocurrió que te gustaría saberlo de antemano.

–Gracias –dijo Scott, meditabundo–. Gracias.

Rudd se dirigió hacia la puerta.

–Bueno, hasta la vista –dijo.

–Medio minuto –dijo Scott–. Pensándolo bien, no estoy tan seguro de que la vida sedentaria del periodista sea lo mío. Después de todo, el rugby es mucho más sano, ¿no? Siéntate y toma un poco de té. Este año deberíamos dar una paliza a Daleby, ¿no crees?

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