Cuentos escolares : Los cazadores de autógrafos

Los cazadores de autógrafos (The Autograph Hunters)

Cuento. Publicado por primera vez en Pearson's Magazine, febrero de 1905; reimpreso en The Uncollected Wodehouse.

Traducción: Diego Seguí, 2009.

Mr. Day quiere el autógrafo de Mr. Watson, pero Mr. Watson no estaría dispuesto a soltar un autógrafo para complacer a una tía moribunda.

Ésta es otra historia del noble Dunstable, héroe de otras historias como Un asunto internacional, con la que tiene cierto parentesco. También aparece aquí Linton, uno de los estudiantes más populares, como atestiguan Dividiendo el botín o Monopolio de versos.

separador.gif

Los cazadores de autógrafos

Dunstable tenía sus buenas razones para querer conseguir el autógrafo de Mr. Montagu Watson; pero la admiración por las novelas de este caballero no estaba entre ellas.

Nada significaba para él que los críticos considerasen a Mr. Watson como una de las principales figuras de la literatura inglesa desde Scott. Si se lo hubieseis hecho saber, sólo se habría preguntado, con sus modales groseros y materialistas, cuánto había pagado Mr. Watson a los críticos para que dijeran eso. Al autor de la reseña en el Semanario Bibliófilo, el último esfuerzo del gran hombre, El alma de Anthony Carrington (Popgood & Grooly, 6 chelines) le parecía "una obra que en cada uno de sus renglones denuncia con elocuencia un genio que ni el tiempo habrá de mancillar ni el uso degradar". A Dunstable, que lo había sacado de la biblioteca de la escuela (donde había ido a parar por pedido de un prefecto*Alumno senior de una residencia, a cargo de uno de los dormitorios. literato) y del cual había leído las once primeras páginas, le había parecido pura basura, y así se lo manifestó al bibliotecario cuando lo devolvió.

Y sin embargo estaba ansioso por conseguir el autógrafo del novelista. La cuestión era que Mr. Day, su maestro de residencia, un hombre no manchado por vicios en otros aspectos de su vida privada, coleccionaba autógrafos. Y Mr. Day se había portado bien con Dunstable en diversas ocasiones en el pasado, y Dunstable, que no dudaba en castigar el mal comportamiento de los profesores, deseaba igualmente recompensar y alentar cualquier rasgo valioso que pudieran exhibir.

Al enterarse de que Mr. Watson había comprado el caserón blanco cerca de Chesterton, a un par de millas de la escuela, Mr. Day había expresado al alcance de los oídos de Dunstable su deseo de añadir la firma de aquella celebridad a su colección. Dunstable había decidido en el acto jugar el papel de Providencia benévola. Obtendría el autógrafo y se lo regalaría al maestro, como quien dice "Mira en qué para portarse bien". Sería un placer observar el júbilo inocente del beneficiario, su triunfo infantil, y su asombro ante el ingenio del donante para hacerse con el tesoro. Una escena conmovedora, que bien compensaba los problemas que implicaría la búsqueda.

Porque habría problemas. Mr. Montagu Watson era un enemigo temible del cazador de autógrafos. Sus respuestas tersas y escritas a máquina (y firmadas por su secretario) habían burlado el ardor de docenas de hombres valientes y mujeres (más o menos) hermosas. Un Montagu Watson auténtico era todo un premio en el mercado de autógrafos.

Dunstable era un hombre de acción. Cuando a la mañana siguiente Mark, lustrabotas de Day's, llevó su carga de cartas al correo, se hallaba entre ellas una dirigida a Mr. Watson, Esq., en Casa Blanca, Chesterton. Viéndola por encima, pocos de sus amigos habrían reconocido la letra de Dunstable. Pues a aquel muchacho fecundo en ardides le había parecido mejor adoptar el papel de un joven retrasado de doce primaveras. Creía que la ternura de sus años podía llegar al corazón de Mr. Watson.

He aquí la carta:

Estimado Senior, Soi solo un chico muy chico, pero me encantan sus livros. Siempre me pregunto como ace para pensar todo eso. ¿No me enviaria su tógrafo? me gustan mucho sus livros. A mi conejito vlanco le e puesto Montagu, como uste. oy le pege a Jones II en el ojo porque no le gustavan sus livros. Gaste el ultimo peniqe que tenia para la estampiya para esta carta y eso que me lo podria haber gastado en caramelos. Cuando sea grande quiero ser como Maltby, el de El alma de Antony Carington.

Su almirador sincero,

P.A. Dunstable

Fue tal vez desafortunado que hubiese elegido a Maltby como su personaje ideal. Este caballero está considerado por la crítica como el retrato magistral del roué cínico. Pero era el único nombre que recordaba.

–¡Lo máximo! –dijo Dunstable, mientras cerraba el sobre.

–¡Pequeño bruto! –dijo Mr. Watson cuando la abrió. Le había llegado con el correo de la mañana, y nunca se sentía realmente en forma hasta después del desayuno.

–Oiga, Morrison –dijo más tarde a su secretario–, responda a esto, por favor. Lo de siempre: le estoy profundamente agradecido, y todo eso.

Al día siguiente llegó entre la correspondencia de Dunstable esto:

Mr. Montagu presenta sus cumplidos a Mr. P.A. Dunstable, y le hace llegar su aprecio por las cosas amables que dice sobre su obra en su carta del 18 del presente, por las cuales está profundamente agradecido.

–¡Maldición! –dijo Dunstable, y se dirigó a Seymour's a ver a su amigo Linton.

–¿Tienes papel de carta? –preguntó.

–Resmas –dijo Linton–. ¿Por qué? ¿Te hace falta?

–Entonces saca una hoja. Quiero dictarte una carta.

Linton se lo quedó mirando.

–¿Qué pasa? ¿Te lastimaste la mano?

Dunstable le explicó.

–Day colecciona autógrafos, ¿sabes?, y se vuelve loco por tener el de Montagu Watson. Se está consumiendo de pena y todo eso. No volverá a sonreír hasta que lo consiga. Yo traté ayer, y recibí esto.

Linton examinó el documento.

–Así que ya ves, no puedo enviar otra.

–¿Y por qué te preocupas?

–Oh, quisiera hacerle un favor a Day. No ha andado mal este curso. Vamos.

–OK. Dale gas.

Dunstable le dio gas.

–"Estimado señor: No puedo dejar de escribirle para expresarle el gran consuelo que he recibido de sus novelas a lo largo de estos años de amargas tribulaciones y desgracias..."

–Oye, espera un momento –lo interrumpió en ese punto Linton, con voz decidida–. Si piensas que voy a meter mi nombre debajo de esta porquería, estás cometiendo el error de tu vida.

–Por supuesto que no. Eres una viuda que ha perdido a sus dos hijos en Sudáfrica. Luego pensaremos en un buen nombre. ¿Vale?

"Desde que mis queridos Charles Herbert y Percy Lionel me fueron arrebatados por esa espantosa guerra, he buscado el consuelo en las páginas de El alma de Anthony Carrington y de..."

–¿Qué, hay otra? –preguntó Linton.

–Hay una que se llama Pandereta.

–¿Estás seguro? Me suena raro.

–Es así. Hoy en día hay que ser un poco raro para vender un libro.

–Entonces sigue. Hazla corta.

–"...y Pandereta. Detesto molestarlo, pero si pudiera enviarme su autógrafo le estaría más agradecida de lo que alcanzan a decir las palabras. Su admiradora."

–¿Qué nombre estará bien? ¿Qué te parece Dorothy Maynard?

–Tiene que ser algo más aristocrático. ¿Qué tal Hilda Foulke-Ponsonby?

Dunstable no opuso objeciones y Linton firmó la carta con un firulete.

Instalaron a Mrs. Foulke-Ponsonby en Spiking's, sobre High Street. No era una dirección muy probable para una dame de sangre presumiblemente azul, pero no pudieron hallar a otra persona, aparte de ese amable comerciante, para que les recibiese correo.

Al día siguiente había una carta para Mrs. Foulke-Ponsonby. Cualesquiera fuesen sus otros defectos como corresponsal, Mr. Watson al menos era rápido para contestar.

Mr. Montagu Watson presentaba sus respetos y agradecía profundamente las cosas amables que había dicho Mrs. Foulke-Ponsonby en su carta del 19 del corriente. Se temía, sin embargo, que no había hecho gran cosa por merecerlas. Las oportunidades de la señora para hallar consuelo en las páginas de El alma de Anthony Carrington estaban limitadas por el hecho de que el libro se había publicado sólo diez días antes; y en cuanto a Pandereta, creía que el crédito por cualquier alivio que esa obra hubiese llevado a su atribulado espíritu debía corresponder a algún otro autor, porque él no había escrito ningún libro con ese nombre. Esperaba, sin embargo, que su Pan despierta pudiese suministrar una cantidad similar de aquel bálsamo.

Mr. Morrison, el secretario, había dormido mal la noche anterior a redactar esta respuesta, y había vertido una cierta cantidad de veneno en su composición.

–¡Burlado otra vez! –dijo Constable.

–Será mejor que lo dejes. No sirve de nada –dijo Linton.

–Voy a probar una vez más. Luego trataré de pensar en otra cosa.

Dos días después Mr. Morrison contestó a Mr. Edgar Habbesham-Morley, de 3a, Green Street, Park Lane, haciéndole saber que Mr. Montagu Watson agradecía profundamente todas las cosas amables, etc.

3a, Green Street era el domicilio de Dunstable.

En este punto cesa la correspondencia Watson-Dunstable y sus relaciones se vuelven más personales.

A la tarde siguiente del veintitrés de ese mes Mr. Watson paseaba, reflexivo, por el bosque que formaba parte de su propiedad, cuando lo enfureció la vista de un muchacho.

No era un hombre afecto a la presencia de los muchachos, aun cuando conservaran su lugar adecuado, y la vista de uno en medio de su bosque, entre los nidos de los faisanes, sacudió sus pensamientos (nunca demasiado plácidos) hasta las raíces.

Gritó.

La aparición se detuvo.

–¡Oye! ¡Tú! ¡Muchacho!

–¿Señor? –dijo el mozalbete, con una sonrisa atractiva y levantándose el gorro a la manera de un D'Orsay.

–¿Qué tienes que andar haciendo en mi bosque?

–No tengo que hacer nada en particular –lo corrigió su visitante–; vine sólo por placer.

–¡Ven aquí! –aulló el novelista.

El extraño retrocedió tímidamente.

Mr. Watson avanzó, doblando el paso.

Su presa se escondió detrás de un árbol.

Durante cinco minutos aquel gran hombre dedicó su poderoso cerebro a la sola tarea de dar caza a su visitante.

Este último, sin embargo, demostró ser tan escurridizo como un epigrama a medio formar, y al cabo de los cinco minutos se perdió de vista.

Mr. Watson fue a ver a su guardabosque, y se dirigió a él en términos que aquel meritorio sujeto anduvo envidioso una semana.

–Es la ducación –dijo más tarde a un amigo, en la taberna La prímula–. Ni tú ni yo podríamos hablar así. Es la ducación.

Durante los días que siguieron la existencia del guardabosque se vio agitada por las visitas de lo que parecía ser un cazador de nidos entusiasta. Ninguna otra teoría podía explicarlo. Sólo un muchacho con una colección que mantener hubiese corrido tantos riesgos.

Para la mente del guardabosque, ningún muchacho por debajo de los veinte años tenía otro objeto en la vida fuera de coleccionar huevos. Después de los veinte se metían a cazadores furtivos. Éste era un muchacho de unos diecisiete años.

El quinto día lo atrapó y lo condujo a presencia de Mr. Montagu Watson.

Mr. Watson fue breve y al grano. Reconoció en su visitante al muchacho por cuya causa él había estado con agujetas dos días seguidos.

El guardabosque añadió otros actos de rapiña.

–Ha andado por acá todos los días, seor, toda la semana pasada. Bueno, me dije, pongámosle que viene una vez más. Una vez solita, me dije. Y ahí lo voy a agarrar, me dije. Y lo agarré.

El estilo narrativo del guardabosques tenía algo de la simplicidad clásica de Julio César.

Mr. Watson mordisqueó su pluma.

–Lo que no entiendo es para qué venís por aquí, muchachos –dijo, irritado–. Supongo que eres de la escuela, ¿no?

–Sí –dijo el cautivo.

–Bueno, voy a informar a tu maestro de residencia. ¿Cuál es tu nombre?

–Dunstable.

–¿Tu residencia?

–Day's.

–Muy bien. Es todo.

Dunstable se retiró.

Su siguiente aparición en la vida pública se dio en el estudio de Mr. Day, que lo había enviado a buscar luego del preparatorio*Horario de estudio, normalmente por la tarde.. Tenía una carta en la mano y parecía disgustado.

–Entre, Dunstable. Acabo de recibir una carta donde se quejan de usted. Al parecer ha estado usted entrando en propiedad privada.

–Sí, señor.

–Me sorprende, Dunstable, que un muchacho sensato como usted haya hecho algo tan tonto. No le veo el sentido. Unted sabe bien cuánto le molesta al director cualquier fricción entre la escuela y los vecinos, y sin embargo se ha metido en el bosque de Mr. Watson.

–Lo siento mucho, señor.

–He recibido una carta extremadamente indignada de él... puede leer lo que dice. ¿Va a negarlo?

Dunstable pasó la vista por las frases, desparejas y desordenadas.

–No, señor. Es totalmente cierto.

–En ese caso voy a tener que castigarlo con severidad. Me va a escribir los numerales griegos diez veces, y me los va a entregar el martes.

–Sí, señor.

–Eso bastará.

Dunstable se detuvo en la puerta.

–¿Sí, Dunstable?

–Eh... me alegra que haya conseguido su autógrafo después de todo, señor –dijo.

Y cerró la puerta.

Esa noche, mientras se dirigía al lecho, Dunstable se encontró con el maestro en la escalera.

–Dunstable –dijo Mr. Day.

–Sí, señor.

–Pensándolo bien, sería mejor que en vez de escribir los numerales griegos diez veces me copiara la primera oda del primer libro de Horacio. Se me ocurre que los numerales resultarían un poco largos.

separador.gif

Valid HTML 4.01 Transitional