Cuentos escolares : Tratamiento homeopático

Tratamiento homeopático (Homoeopathic Treatment)

Cuento. Publicado por primera vez en Royal Magazine, agosto de 1904; reimpreso en Tales of Wrykyn and Elsewhere.

Traducción: Diego Seguí, 2008.

Sobre la convivencia en lugares cerrados con amantes de los perfumes: "un hábito sucio y decadente, propio de un degenerado sibarita".

En esta historia sencilla no se repiten los alumnos con otros relatos, pero sí Mr. Day, que destaca en Monopolio de versos, y forma en general parte del paisaje típico de Wrykyn.

También vemos a Eurípides, o más precisamente a la traducción de su Medea por el Rev. Dr. Giles, tesoro inapreciable para el estudiante que aparece igualmente en Dividiendo el botín.

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Ilustración original en la Royal Magazine.
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Tratamiento homeopático

En la mayoría de las residencias de Wrykyn los jóvenes que llevaban dos años en la escuela y que por lo tanto se hallaban en estado de transición entre el fag*Estudiante de los cursos inferiores que hace de sirviente para otro de los cursos superiores. y el ser humano compartían estudios por parejas. Los fags se "amuchaban" en una sala común propia.

No era una regla desagradable, siempre y cuando te tocaran compañeros de estudio con hábitos similares a los tuyos. Pero a menudo sucedía que, una vez que tenías tu estudio, un individuo aparentemente perfecto desarrollaba algún rasgo abominable, como por ejemplo aversión a "tomar el té", o cierta preferencia por los amoblamientos ornamentales, y entonces la vida organizada según el sistema de dos-por-estudio se volvía problemática.

Liss y Buxton compartían el estudio ocho de Appleby's. Durante algún tiempo todo fue bien. Tenían mucho en común. Es cierto que no estaban en el mismo curso, que es lo que generalmente cimienta la alianzas de esta clase: Liss estaba en Cuarto Superior y Buxton en Quinto Inferior.

Pero por lo demás parecía que el entendimiento era perfecto. Los dos realizaban una cantidad moderada de trabajo, y los dos estaban completamente dispuestos a interrumpirlo en cualquier momento para jugar stump cricket*Modalidad de juego para dos o tres personas. o fútbol en el pasillo. Liss coleccionaba estampillas; Buxton también. Buxton era poseedor de un ejemplar de la traducción de Giles*Autor de traducciones lineales, "palabra por palabra", de obras clásicas. de la obra de Eurípides que el Cuarto Superior estaba traduciendo durante ese curso. Liss le retribuía con uno del Libro Primero de Tito Livio, anotado por Bohn*Editor de una traducción literal de la Historia de Roma de Tito Livio.. El Libro Primero de Tito Livio era lo que el Quinto Inferior estaba asesinando. En resumen, puede decirse que la Naturaleza era al principio una vasta y sólida sonrisa.

Era una situación ideal, pero no estaba destinada a durar.

Cierta tarde, Liss volvió de la escuela, entró a su estudio y arrojó sus libros sobre la mesa. Entonces olfateó, alarmado. El primer olfateo no resultó satisfactorio, de modo que lo repitió. Ya se disponía a realizar la tercera prueba cuando entró Buxton. A Liss le pareció que el aroma se hizo más fuerte al entrar su compañero.

–¡Me parece que eres tú! –exclamó.

–¿Qué pasa ahora? –preguntó Buxton.

–Hay un olor espantoso en algún lado. Estaba tratando de averiguar de dónde venía.

–¡Ah, eso! –dijo Buxton–, no hay problema. Es sólo una cosa que me he comprado para el pañuelo. El hombre de la tienda dijo que se llamaba Momentos Ociosos de Simpkins. ¿No te gusta?

Liss abrió la ventana de par en par, se asomó por ella tanto como lo permitía su propia seguridad, y respiró con fuerza.

–No es tan malo cuando te acostumbras –dijo Buxton. Liss, tras fortalecerse con una ración de aire fresco, volvió a escurrirse dentro del estudio y dirigió a su amigo una mirada de indignación.

–Es asqueroso –dijo–. Es el tipo de porquería que usa un cadete de oficina en los feriados bancarios.

–Oh, no es para tanto –lo reprochó Buxton–. A mí me parece bastante agradable.

–Pero ¿para qué lo quieres? –quiso saber Liss–. A mí me pone enfermo.

–Lo lamento. Pero al que quiero enfermar es a Day.

Mr. Day era el profesor del Quinto Inferior.

–La cosa es así –siguió diciendo Buxton con el tono del hombre que dice al héroe del melodrama "siéntate y te contaré la historia de mi vida"–. Últimamente he estado teniendo problemas con Day. El miércoles pasado me dejó de extra*Clase que se toma por la tarde, fuera del horario ordinario, como castigo por mala conducta. sin que hubiese hecho prácticamente nada. No fue mi culpa que el bollo de papel le pegara a él; yo le había apuntado a Smith, y justo cuando disparé Day se tuvo que cruzar en la zona de fuego. Además le dije que lo sentía. Pero lo mismo me dejó de extra, y ayer me dio una perorata delante de toda la clase, por algo de mi prosa latina, así que me pareció que la cosa se estaba poniendo densa, y que había que hacer algo. Lo pensé mucho tiempo, y finalmente se me ocurrió que no sería mala idea entrar a la clase con alguna esencia. Day detesta enormemente las esencias, ¿sabes?

–Yo también –dijo Liss con frialdad.

–Dice que son grasas refinadas –continuó Buxton– y otras cosas así, ¡y dice que usarlas es un hábito sucio y decadente, propio de un degenerado sibarita!

–Lo es –dijo Liss.

–Bueno, funcionó a la perfección. Me senté muy derecho, esperando a ver qué resultaba, ¿y qué crees? Vi que se ponía inquieto e inspeccionaba el aula por encima de los anteojos, y entonces se dio cuenta de que era yo. No sé cómo.

"Me clavó la mirada cosa de un segundo, y después dijo: 'Buxton'.

"'Sí, señor', le dije.

"Se puso solemne, me llamó al frente, y allá fui. Cuando llegué a su escritorio me tomó de la oreja y me examinó.

"'Muchacho', me dijo, '¿qué es esa abominación que tiene en el pañuelo?'

"'Momentos Ociosos de Simpkins, señor', le dije.

"El tipo soltó un alarido.

"'¿Debo entender que es alguna esencia?'

"'Sí, señor'.

"'¿Y tendría la amabilidad de informarme, Buxton, por qué motivo ha adoptado esa grasa refinada?'

"Le dije que era por mi salud. Le conté que los médicos lo recomendaban.

"'Muchacho', me dijo, 'esta historia que me cuenta me deja escéptico. No le doy crédito. Vaya a su asiento. ¡Puf! Abran la puerta y todas las ventanas. Buxton, traduzca desde Ille tamen y mañana no se atreva a entrar aquí en ese estado'.

"Me puse a traducir y me empantané, por supuesto. Así que me mandó a escribir toda la lección."

–Te lo tienes merecido –dijo Liss.

–Después de lo que pasó –dijo Buxton–, no me parece seguro aplicarle Simpkins de nuevo.

–Ya lo creo que no –dijo Liss.

–Así que –continuó Buxton con tono triunfal– mañana voy a aparecer con... –aquí sacó un frasco y, sin prestar atención a la mirada de disgusto de su amigo, examinó la etiqueta– con Rosa de las Colinas de Riggles. Eso lo hará espabilar. Y mira qué curioso, los médicos dicen que te hace casi tan bien como Simpkins.

A la mañana siguiente, cuando el aroma (más bien penetrante) de la obra maestra de Riggles lo alcanzó, Mr. Day se irguió en su asiento.

–¡Muchacho! –gritó. Con el resultado natural de que toda la clase levantó la vista, excepto Buxton. Al parecer estaba demasiado ocupado con su trabajo y no podía perder un solo momento.

–Buxton, venga aquí –añadió Mr. Day.

Buxton avanzó hacia el escritorio con el paso firme que delata una conciencia tranquila.

–A pesar de lo que le dije ayer, used ha tenido La Audacia –comenzó Mr. Day, hablando en mayúscula–, de Venir Aquí Otra Vez en ese Estado REPUGNANTE.

–¡Se-e-ñor! –exclamó Buxton, rebosando justa indignación.

–¿Sí, muchacho?

–No entiendo qué he hecho, señor.

–¿No-Entiende-Qué-Ha-Hecho? ¿No le dije ayer que no le iba a permitir entrar a mi clase con ese Simpkins... eh... no recuerdo el nombre exacto de la abominación, en el pañuelo?

–Oh, señor, pero –dijo Buxton con el tono complacido de aquel que ve el punto exacto donde ha tenido un pequeño malentendido con un amigo del alma, y que ve además el modo de componer las cosas–, esto no es Momentos Ociosos de Simpkins. Es Rosa de las Colinas de Riggles.

Mr. Day echaba humo. ¿Qué importaba si el fabricante de la abominación con que se presentaba era Riggles, Diggles, Biggles o Robinson? ¿QUÉ importaba el nombre que le había dado el desdichado poseedor de la patente? La cuestión era que se trataba de una esencia, y él-no-iba-a-permitir-esencias en su clase. Así-que-tenga-la-amabilidad-recordarlo-de-una-vez-por-todas-y-vaya-a-su-pupitre-y-que-no-tenga-que-decírselo-de-nuevo.

Buxton protestó. ¿Era acaso un esclavo? Eso era lo que quería saber Buxton. Estaba seguro de que la escuela no tenía ninguna regla contra el uso de esencias como precaución contra los gérmenes. Él no quería tener gérmenes. Estaba seguro de que su a madre no le gustaría que tuviese gérmenes. Era una vergüenza que lo enviasen a uno a escuelas donde se obligaba a los chicos a tener gérmenes.

Habían llegado a un punto muerto. Por mucho que le disgustasen las esencias, Mr. Day estuvo obligado a reconocer que no tenía a la ley de su lado. Era una persona seria, sin una sola chispa de sentido del humor en su constitución, y entusiasta partidario de la justicia, así que no deseaba comportarse como un tirano. Si el muchacho verdaderamente tenía miedo a los gérmenes él no tenía derecho a impedirle que hiciese lo posible por evitarlos.

Desesperó y cedió. Buxton volvió a su asiento y dos días después entró al aula con un resfrío que no sólo lo obligaba a usar eucaliptus sino que además lo hacía hablar por la nariz de un modo ininteligible. Mr. Day pasó toda la mañana con un pañuelo en la nariz, ofreciendo una imagen patética que hubiese aplacado un corazón menos vengativo que el de Buxton.

Con respecto a todas estas maniobras de Buxton, la opinión pública estaba dividida. El Quinto Inferior, que daba la bienvenida a cualquier cosa que aliviase el tedio de las clases, lo saludaba como un benefactor público. Liss se quejaba abiertamente de que no valía la pena vivir y que lo mismo daría que pasara el rato en una fábrica de esencias. Greenwood, prefecto*Alumno senior de una residencia, a cargo de uno de los dormitorios. del dormitorio donde estaba Buxton, adoptó un punto de vista más enérgico.

Tras hacer la observación, sin mayores preámbulos, de que no se iba a andar asfixiando sólo para divertir a Buxton ni a nadie de esa calaña, tomó al joven por el cuello y lo pateó repetidas veces, con mucho vigor y entusiasmo. Dijo que si Buxton volvía a entrar en el dormitorio en ese estado él, Greenwood, tendría el agrado de retorcerle el pescuezo y tirarlo por la ventana.

Puesto en esta posición delicada, Buxton se comportó como todo un estadista. Seguía perfumado como antes durante el día, pero dejaba el pañuelo en el estudio cuando se retiraba a descansar. De modo que, con la excepción de Mr. Day y Liss, todo el mundo estaba satisfecho.

Liss meditaba, agobiado por sus desdichas. Por fin se le ocurrió una idea y fue a la Enfermería a ver a Vickery. Vickery, famoso por su ingenio, era un applebyita, miembro del Cuarto Superior, y había estado en cama una o dos semanas, atacado por la gripe. Ahora convalecía y podía recibir visitas en horarios fijos.

–Oye, Vickery –comenzó Liss mientras tomaba asiento.

–¡Hola!

–¿Cuándo vuelves a la residencia?

–Oh, pronto. Creo que el lunes que viene.

–Bueno, la cosa es así. –Y Liss procedió a narrar su desgracia. A Vickery le pareció divertido.

–Está bien, ríete cuante te dé la gana –dijo Liss quejumbroso–, pero para mí es insoportable. Quiero decir, quería verte para pedirte, si no te molesta, que cambiemos los estudios por un tiempo. (Vickery era el dueño el estudio tres, una de las habitaciones más pequeñas, que sólo podía alojar a un ocupante.) –Verás –se apresuró a proseguir, para contrarrestar cualquier argumento–, para ti no sería lo mismo. Supongo que después de la gripe no podrás oler nada, ¿no es cierto?

–Tendría que ser muy fuerte para afectarme –concordó Vickery.

–Entonces, ¿lo harás? –dijo Liss–. Ya verás que Buxton no es tan mal tipo, cuando no está haciendo jueguitos de porquería como ése. Y además tiene la traducción de Giles para la Medea.

Éste era el as que Liss se traía bajo la manga, y terminó por decidir el asunto. Vickery aceptó el cambio de inmediato, y consintió en quitar todos sus bártulos y muebles del estudio tres para dejar lugar a los de Liss. Éste se dirigió a la residencia y pasó la tarde mudando muebles; cuando se cortaron las luces, se retiró al dormitorio cubierto de mugre pero rebosando alegría.

El lunes siguiente Vickery regresó a Appleby's, llevando un certificado del médico que decía que ya estaba bueno.

Buxton le dio la bienvenida con los brazos abiertos, le explicó el estado del juego, y le aseguró que era una mejora con respecto a Liss.

–No te importa todo este asunto de las esencias, ¿no? –dijo.

–En absoluto –dijo Vickery–, me encantan las esencias. Yo mismo las uso.

–Buen chico –dijo Buxton.

Pero al día siguiente cambió de opinión.

–¡Por el Gran César! –exclamó al entrar al estudio, luego de pasar una tarde placentera con Mr. Day. Corrió hacia la ventana y la abrió. Vickery lo observaba sorprendido y divertido.

–¿Qué hay? –preguntó.

–¿No lo hueles, imbécil? –dijo Buxton exasperado.

–¿Que si no huelo qué? –repitió Vickery. Al cabo pareció ver la luz. –Oh –dijo–, Te refieres a la cosa que tengo en el pañuelo. ¿No te gusta? Los médicos dicen que es tremendamente bueno para prevenir los gérmenes.

Buxton, con voz nasalizada por efecto del pañuelo que apretaba contra su rostro, replicó que no, no le gustaba. Volvió a colgarse de la ventana. Vickery se permitió una amplia sonrisa, pero recobró la solemnidad en cuanto su compañero se volvió.

–Bueno, no creí que te fuese a molestar –dijo, con voz de reproche–; pensé que más bien te gustaban las esencias.

–¡Esencias! ¡Te atreves a llamar a eso una esencia! ¿Qué diantres es esa porquería?

–Sólo es hidrógeno sulfurado. El médico me lo recomendó: te protege contra cualquier mala influencia después de la gripe. Yo la verdad es que no lo noto mucho, pero me pareció bastante decente. ¿Quieres un poco?

–Oye, mira –dijo Buxton–, ¿cuánto tiempo tendrás que usarlo?

–No sabría decirte, hasta que esté del todo bien. Probablemente dos o tres semanas.

–¡Semanas! ¿Dijiste semanas?

–Sí. No creo que vaya a ser mucho más. Tal vez un mes, como máximo. ¿Qué pasa, ya te vas?

Buxton dejó la habitación y siguió el corredor hasta el número tres.

–Sal de aquí –dijo Liss con sequedad–. No quiero estar en este estudio...

–¿Entonces no te molestaría cambiarlo? –dijo Buxton, ansioso–. No creo que me vaya a llevar del todo bien con Vickery. Es mucho más amigo tuyo que mío.

–Oh, maldita sea –dijo Liss–, no puedo andar mudándome cada dos por tres. Ya acomodé todas mis cosas aquí. Es mucho trabajo llevarlas de nuevo.

–Yo lo haré. No necesitas preocuparte por eso. Esta noche llevaré tus cosas al octavo, si quieres cambiar. ¿Quieres?

–Está bien –dijo Liss–. No vayas a romper ninguna de mis fotografías.

–Seguro –dijo Buxton–. Muchísimas gracias. Ah, y puedes quedarte con ese Giles, si quieres.

–Gracias –dijo Liss–, me vendrá bien.

–¿Cómo fue que Buxton despejó el terreno así? –le preguntó a Vickery mientras disfrutaban de su primera jarra de té luego de la mudanza–. ¿Os peleasteis?

–No. Fue sólo que no le gusta la esencia que uso.

La mandíbula de Liss cayó.

–¡Gran Scott! –dijo–, ¿no me digas que tú también usas esencias?

–Sólo cuando Buxton anda cerca –dijo Vickery. Le contó en pocas palabras lo sucedido.

–Se me ocurrió que sería mejor tener el estudio entre nosotros, y no compartirlo con Buxton –concluyó–; así que desparramé un poco de esencia, ya que tanto le gustaba. Ayer la tiré a la basura.

–Qué idea genial –dijo Liss–. Espero que le haya dado náuseas. Y de todos modos le devolviste el mal rato que me hizo pasar.

–Sí, fue esencialmente así –murmuró Vickery; y como ya la última tanda de tostadas estaba lista y la olla hervía, el estudio número ocho procedió a saciar su apetito.

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