Cuentos escolares : Pillingshot, detective

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Pillingshot, detective (Pillingshot, Detective)

Cuento. Publicado por primera vez en Captain, septiembre de 1910; reimpreso en The Uncollected Wodehouse.

Traducción: Diego Seguí, 2009.

Leer novelas de misterio y aventura puede turbarnos el seso, pero aun más peligroso es que las lean nuestros mentores.

Un cuento delicioso, sobre las desventuras del joven Pillingshot. Pillingshot había nacido muy temprano en 1903 con Cómo Pillingshot logró anotar; en 1911 tendría una nueva aparición con El periódico de Pillingshot, de trama similar a la del presente cuento.

En sus primeros años Wodehouse incursionó varias veces en parodias de Sherlock Holmes. Entre las historias escolares se cuentan en este rubro The Strange Disappearance of Mr. Muxton-Smyth y The Adventure of the Split Infinitive; fuera de ese círculo se puede agregar Dudley Jones, Bore-Hunter con su simpático ayudante Wuddus.

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Pillingshot, detective

Lo que hacía más bien huera y pesada la vida de Pillingshot en St. Austin era el hecho de que le había tocado ser el fag*Estudiante de los cursos inferiores que hace de sirviente para otro de los cursos superiores. de Scott. Y no es que Scott fuese en absoluto del tipo Matón-Con-Cejas-Como-Escarabajos. Muy por el contrario: mostraba un amable interés por el bienestar de Pillingshot y a veces llegaba a hacer sus estrofas de latín por él. Pero aun las naturalezas más nobles tienen sus defectos, y la de Scott no era la excepción. Era, a su manera, un humorista, y Pillingshot, que tenía una perspectiva seria de la vida, se veía presa por ello de una serie de confusiones e inconvenientes.

Fue este defecto del carácter de Scott lo que llevó a Pillingshot a desempeñarse por primera vez como detective.

Cierta tarde, estaba tostando muffins*Molletes. en el hogar del estudio mientras Scott, sentado en dos sillas y cinco almohadones, leía Sherlock Holmes. En un momento el Prefecto*Alumno senior de una residencia, a cargo de uno de los dormitorios. dejó el libro y fijó en el joven una mirada seria.

–Sabes, Pillingshot –dijo–, tienes un rostro brillante e inteligente. No me extrañaría que fueses bastante astuto. ¿Por qué escurres tus talentos a la clara luz del día?

Pillingshot soltó un gruñido.

–Debemos encontrar algún modo de hacerte conocido. ¿Por qué no te anotas para una Beca Junior?

–Demasiado viejo –dijo Pillingshot con satisfacción.

–¿Y una Senior?

–Demasiado joven.

–Yo creo que si te quedaras de noche empollando...

–Oye, ¡que se te va la mano! –dijo Pillingshot, alarmado.

–Lo que te falta es espíritu de emprendimiento –dijo Scott con tristeza–. ¿Qué tienes ahí? ¿Muffins? Bueno, bueno, supongo que lo mejor será que trate de picar un poco.

Devoró cuatro en rápida sucesión y retomó su escrutinio de las facciones de Pillingshot.

–Lo importante –dijo– es averiguar cuál es tu especialidad. Hasta que llegue ese momento no estaremos más que tanteando en la oscuridad. ¿Tal vez la música? ¿El canto? Cántame un par de estrofas.

Pillingshot se revolvió, inquieto.

–¿Te dejaste la música en casa? –dijo Scott–. No importa. Tal vez sea para mejor. ¿Qué tienes ahí? ¿Más muffins? Pásame otro. Después de todo, hay que tratar de mantenerse fuerte. Puedes tomar uno, si quieres.

El rostro de Pillingshot se iluminó. Adoptó una actitud más afable. Se largó a conversar.

–Hay un buen alboroto ahí abajo –dijo–. En la sala junior.

–Siempre lo hay –dijo Scott–. Si aumenta en volumen tendré que bajar entre ellos con una vara. Atribuyo la mitad de mi éxito en la recepción de late-cuffs* a la práctica que he tenido en la sala junior. Esas cosas mantienen la muñeca flexible.

–No me refiero a esa clase de alboroto. Se trata de Evans.

–¿Qué pasa con Evans?

–Ha perdido un soberano.

–Pedazo de burro que es.

Furtivamente, Pillingshot se sirvió otro muffin.

–Él piensa que alguien se lo sacó.

–¡Qué! ¿Que se lo robaron?

Pillingshot asintió.

–¿Qué lo hace pensar eso?

–No se le ocurre a dónde más pudo ir a parar.

–Pero, no... ¡Por Júpiter!

Scott se incorporó, excitado.

–Ya lo tengo –dijo–. Sabía que tarde o temprano daríamos con ello. He aquí un campo para que se manifieste tu genio. Serás detective. Pillingshot, pongo este caso en tus manos. Te contrato.

Pillingshot se quedó con la boca abierta.

–Estoy seguro de que ésa es tu especialidad. A menudo te he visto dando vueltas por la escuela, con todo el aspecto de un sabueso. Ponte a trabajar. Por empezar, te convendría hacer venir a Evans e interrogarlo.

–Pero, oye...

–Muévete, hombre, muévete. ¿No sabes que cada momento vale oro?

Evans, un muchacho pequeño y regordete, no estaba dispuesto a mostrarse reticente. He aquí la esencia de su declaración, más bien confusa. Tío rico. Sobrino de pocos recursos. Visita del primero al segundo. Espléndido regalo, un soberano. Sobrino de pocos recursos embolsa soberano, y éste desaparece.

–Y digo que es una cochinada –terminó Evans, voluble–. Y si llego a encontrar al desgraciado que me lo robó me dan ganas de...

–Basta –dijo Scott–. Ahora bien, Pillingshot. Voy a comenzar yo, para darte el envión inicial. ¿Qué te hace pensar que te robaron esa libra, Evans?

–Porque estoy más que seguro de que me la robaron.

–Que estés más que seguro de algo no es una prueba. Tenemos que profundizar en el tema. Por empezar, ¿cuándo la viste por última vez?

–Cuando me la puse en el bolsillo.

–Bien. Toma nota de eso, Pillingshot. ¿Dónde está tu libreta? ¿No tienes una? Toma ésta, entonces. Puedes arrancar las primeras páginas, que tienen algo escrito. ¿Listo? Prosigue, Evans. ¿Cuándo?

–¿Cuándo qué?

–¿Cuándo te la pusiste en el bolsillo?

–Ayer a la tarde.

–¿A qué hora?

–A eso de las cinco.

–¿Los mismos pantalones que llevas ahora?

–No, eran mis pantalones de cricket. Cuando vino mi tío yo estaba jugando en las nets*Área de práctica de cricket..

–¡Ah! ¿Pantalones de cricket? Anota eso, Pillingshot. Es una pista. Trabaja en ella. ¿Dónde están?

–Los mandé al lavadero.

–Y ya era hora. Los vi. ¿Cómo sabes que la libra no se fue también a lavar?

–Di vuelta los dos bolsillos.

–¿Algún agujero en los bolsillos?

–No.

–Bueno, ¿cuándo te sacaste los pantalones? ¿Dormiste con ellos?

–Los usé hasta la hora de acostarse, y entonces los puse en una silla, junto a la cama. Sólo a la mañana siguiente me acordé de que la libra estaba en ellos...

–Salvo que no estaba –objetó Scott.

–Pensé que estaba. Tendría que haber estado.

–Pensó que estaba. Ahí tienes una pista, joven Pillingshot. Trabaja en ella. ¿Y bien?

–Bueno, cuando fui a sacar la libra de los pantalones, ya no estaba.

–¿A qué hora fue eso?

–Esta mañana, a las siete y media.

–¿A qué hora te acostaste?

–A las diez.

–Entonces el robo ocurrió entre estas dos horas, las diez y las siete y media. Fíjate, joven Pillingshot, que te estoy dando un buen punto de partida. Pero como éste es tu primer caso no me importa. Eso es todo, Evans. Lárgate.

Evans desapareció. Scott se volvió hacia el detective.

–Bueno, joven Pillingshot –dijo–, ¿qué sacas de todo esto?

–No lo sé.

–¿Cuáles van a ser tus próximos pasos?

–No lo sé.

–Estás siendo de mucha utilidad, ¿eh? Para comenzar, creo que lo mejor será que examines la escena del robo.

Pillingshot, de mala gana, dejó la habitación.

–¿Y bien? –dijo Scott cuando regresó–. ¿Alguna pista?

–No.

–¿Examinaste a conciencia la escena del robo?

–Miré debajo de la cama.

–¿Debajo de la cama? ¿Y eso de qué sirve? ¿Inspeccionaste con una lupa cada pulgada de la franja de alfombra que va hasta la silla?

–No tengo lupa.

–Entonces más te vale que consigas una, si quieres ser detective. ¿O crees que Sherlock Holmes daba un solo paso sin la suya? Difícil. Bueno, de todos modos, ¿encontraste alguna huella, o tal vez ceniza de tabaco?

–Había un montón de polvo por todos lados.

–¿Tomaste una muestra?

–No.

–Palabra, tienes mucho que aprender. Ahora bien, sopesando las evidencias, ¿no hay nada que te suene raro?

–No.

–Eres un sabueso brillante, ¿eh? Me da la impresión de que en este caso lo estoy haciendo todo yo. Tendré que darte otra ayuda. Teniendo en cuenta la hora en que desapareció la libra, yo diría que alguien del mismo dormitorio tiene que haberla birlado. ¿Cuántos son en el dormitorio de Evans?

–No sé.

–Pues echa una corrida y averígualo.

El detective, de mala gana, volvió a arrastrarse fuera.

–¿Y bien? –dijo Scott cuando regresó.

–Siete –dijo Pillingshot–. Contando a Evans.

–No hace falta que contemos a Evans. Si es lo suficientemente asno como para andar robándose sus propias libras, se merece igualmente perderlas. ¿Quiénes son los otros seis?

–Está Trent. Es prefecto.

–El Napoleón del Crimen. Vigila cada uno de sus movimientos. ¿Quién más?

–Simms.

–Un tipo peligroso. Siniestro hasta el tuétano.

–Y Green, Berkeley, Hanson, y Daubeny.

–Todos ellos bien conocidos por la policía. Vaya, ese sitio es una perfecta Cueva de Ladrones. Presta atención, Pillingshot, tenemos que actuar deprisa. Éste es un asunto negro. Los veremos por orden alfabético. Ve a traer a Berkeley.

Berkeley, interrumpido en medio de un juego de Halma*, acudió a desgano.

–Muy bien, Pillingshot, hazle tus preguntas –dijo Scott–. Éste es un asunto negro, Berkeley. El joven Evans ha perdido un soberano...

–¡Si piensas que yo me he quedado con su maldita libra...! –dijo Berkeley, enrojeciendo.

–Toma nota de que, al ser interrogado, el sujeto Berkeley exhibió emociones sospechosas. Adelante. Apunta todo.

Muy a disgusto, Pillingshot anotó el comentario, ante la mirada indignada de Berkeley.

–Ahora prosigue.

–Digo yo, todo esto es una estupidez –protestó Pillingshot–. Nunca dije que Berkeley tuviese nada que ver.

–No importa. Pregúntale qué estaba haciendo la noche del... ¿Qué fue ayer? Ah, sí, la noche del dieciséis de julio.

Pillingshot hizo la pregunta, nervioso.

–Estaba en la cama, por supuesto, pedazo de asno.

–¿Estabas dormido? –quiso saber Scott.

–Por supuesto.

–Entonces, ¿cómo sabes lo que estabas haciendo? Pillingshot, anota el hecho de que la declaración del sujeto Berkeley fue confusa y contradictoria. Es una pista. Trabaja en ella. ¿Quién sigue? Daubeny. Berkeley, dile a Daubeny que venga.

–Muy bien. Pillingshot, tú sólo espera –fue el discurso de despedida de Berkeley.

Al ser interrogado, Daubeny exhibió la misma emoción sospechosa que Berkeley; y Hanson, Simms y Green se comportaron de modo muy similar.

–Esto complica un poco el caso –dijo Scott–. Debemos conseguir más pistas. Ahora vete, Pillingshot. Tengo que hacer un poco de prosa latina. Tráeme informes diarios de tu progreso, y no desprecies los detalles más pequeños. Diablos, si en "Silver Blaze" fue un fósforo quemado lo que puso a Holmes sobre la pista.

El sabueso entró a la sala junior con cierto resquemor y encontró una reunión de sospechosos excitados que pretendían entrevistarlo.

Un solo sentimiento animaba al grupo. Cada uno de los cinco quería saber qué pretendía Pillingshot con todo eso.

–¿Qué pasa? –preguntaban los espectadores, interesados y formando un corro.

–Ese idiota de Pillingshot nos ha andado acusando de robar la libra de Evans.

–¿Y qué tiene que ver Scott? –dijo uno de los espectadores.

Pillingshot explicó su posición.

–De todos modos –dijo Daubeny– no tenías por qué meternos a nosotros.

–No pude evitarlo. Él me obligó.

–Este Scott es un reverendo imbécil –admitió Green.

Pillingshot dio la bienvenida a esta señal de que el foco de la indignación popular se había desplazado.

–Siempre metiéndose en los asuntos de los demás –refunfuñó Pillingshot.

–Y tratando de hacerse el gracioso –resumió Berkeley.

–Es una desgracia en cricket, además.

–No es capaz de lanzar un solo yorker*.

–¿Visteis cómo dejó caer ese sitter* el sábado?

De modo que esto, al menos, estaba resuelto. En lo que se refería a la sala junior, Pillingshot se consideró reivindicado.

Pero su empleador no se conformaba tan fácilmente. Pillingshot había tenido la esperanza que al día siguiente hubiese olvidado el asunto. Éste surgió de nuevo, sin embargo, en cuanto hubo entrado al estudio para preparar el té.

–¿Alguna otra pista, Pillingshot?

Pillingshot tuvo que admitir que no tenía ninguna.

–Hey, esto no puede seguir así. Debes moverte un poco más. Debes poner la nariz en el rastro. ¿Has interrogado ya a Trent? ¿No? Bueno, entonces ahí tienes. Date prisa y hazlo ahora.

–¡Pero Scott! ¡Trent es un prefecto!

–En el diccionario del crimen –sentenció Scott–, no existe la palabra "prefecto". Todos son iguales. Ve y toma declaración a Trent.

Insinuar a un prefecto que había robado un soberano era una tarea que hacía temblar y vacilar la imaginación de Pillingshot. Llegó hasta el estudio de Trent en una especie de sueño.

Un rugido ronco fue la respuesta a su timorato golpe a la puerta. No cabía duda de que Trent se encontraba allí. Un examen más minucioso reveló que el prefecto estaba trabajando, y evidentemente mal predispuesto para la conversación. Tenía ojeras, y sus ojos, cuando cayeron sobre el recopilador de declaraciones, eran peligrosos.

–¿Y bien? –dijo Trent, frunciendo el ceño como un asesino.

Pillingshot sintió las piernas completamente carentes de huesos.

¿Y bien? –dijo Trent.

Pillingshot lloriqueó.

¿Y bien?

El rugido hizo temblar la ventana, y la presencia de ánimo terminó de abandonar a Pillingshot.

–¿Has robado un soberano? –preguntó.

Se produjo un silencio espantoso, durante el cual el detective, cuyos miembros recuperaron de pronto la mobilidad, cerró de un portazo y salió disparado por el corredor.

Volvió a entrar en el estudio de Scott al doble de velocidad.

–¿Y bien? –dijo Scott–. ¿Qué dijo?

–Nada.

–Saca tu libreta de notas y anota bajo el apartado "Trent": "Silencio sospechoso". Un individuo de lo peor, ese Trent. Mantenlo bajo vigilancia constante. Es una pista. Trabaja en ella.

Pillingshot anotó lo del silencio, pero más tarde, cuando él y el prefecto se encontraron en el dormitorio, sintió el impulso de borrarlo. Porque "silencioso" era el último calificativo que uno hubiese aplicado a Trent en esa ocasión. Mientras se arrastraba dolorosamente hasta el lecho, Pillingshot se convenció más que nunca de que el camino del detective amateur estaba plagado de espinas.

Esta convicción se profundizó al día siguiente.

Es posible que la ayuda de Scott tuviese buenas intenciones, pero ciertamente era molesta. Sus teorías eran del tipo brillante y atrevido, y Pillingshot nunca podía estar seguro de quién sería el próximo sospechoso, o en qué rango social estaría ubicado. Pasó la tarde siguiente espiando al Engrasador (combinación de lustrabotas y mayordomo que hacía trabajos de todo tipo en la residencia central), y a la noche parecía probable que pasaría a moverse en los círculos más elevados. Esto fue cuando Scott acotó, con voz de ensueño:

–¿Sabes? Me han dicho que el viejo ha estado gastando bastante dinero últimamente.

La respuesta de Pillingshot fue que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que fuese razonable, pero que maldito si iba a andar interrogando al director.

–Me parece –dijo tristemente Scott– que no quieres encontrar ese soberano. ¿Es que no te cae bien Evans? ¿O qué?

Fue a la mañana siguiente, después del desayuno, que el observador atento podría haber notado un cambio en el porte del detective. Ya no parecía agobiado por una pena secreta. Incluso se lo veía desenvuelto.

Scott lo notó.

–¿Qué pasa? –preguntó–. ¿Tienes una pista?

Pillingshot asintió.

–¿De qué se trata? Veámosla.

–¡Shht! –dijo Pillingshot, misterioso.

El interés de Scott se acrecentó. Por la tarde volvió a interrogar a su fag mientras preparaba el té.

–Ya suéltalo –dijo–. ¿De qué sirve mantener todo este silencio misterioso?

–Sherlock Holmes nunca revelaba nada.

–Ya suéltalo.

–Las paredes tienen orejas –dijo Pillingshot.

–Tú también –replicó Scott, tajante–, y te las pienso poner coloradas en medio segundo.

Pillingshot suspiró, resignado, y extrajo un sobre. De éste sacó un poco de barro seco.

–Oye, cuidado con mi mantel –dijo Scott–. ¿Qué es eso?

–Barro.

–¿Y qué hay con él?

–¿De dónde piensas que viene?

–¿Y cómo puedo saberlo? De la calle, supongo.

Pillingshot sonrió vagamente.

–Por estos contornos hay dieciocho tipos distintos de barro –dijo, condescendiente–. Éste es barro de cantero, del jardín delantero de la residencia.

–¿Y bien? ¿Qué hay con él?

–¡Shht! –dijo Pillingshot, y se deslizó fuera de la habitación.

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–¿Y bien? –preguntó Scott al día siguiente–. ¿Siguen saliendo pistas?

–Ya lo creo.

–¿Qué? ¿Tienes otra?

Pillingshot se dirigió en silencio a la puerta y la abrió de golpe. Miró a uno y otro lado del pasillo. Luego cerró la puerta y regresó a la mesa, donde extrajo del bolsillo de su chaleco un fósforo quemado.

Scott lo examinó con curiosidad.

–¿Cuál es la idea con esto?

–Es una pista –dijo Pillingshot–. ¿No notas nada raro en él? ¿Ves esa extraña mancha marrón?

–Sí.

–¡Sangre! –exclamó Pillingshot.

–¿Y de qué te sirve que tenga sangre? No ha habido ningún asesinato.

Pillingshot se puso serio.

–No había pensado en ello.

–Tienes que pensar en todo. El peor error que puede cometer un detective es desviarse hacia otro rastro cuando está trabajando en un caso. Este fósforo es una pista, pero de alguna otra cosa. No puedes trabajar en ella.

–Supongo que no –dijo Pillingshot.

–No te desanimes. Vas bien.

–Lo sé –dijo Pillingshot–. Voy a encontrar esa libra.

–No hay nada como darle de firme.

Pillingshot hizo un gesto dubitativo, y pasó a otro punto.

–Estuve leyendo esas historias de Sherlock Holmes –dijo–, y Sherlock Holmes siempre cobraba una tarifa si resolvía un caso. Creo que yo también debería hacerlo.

–Maldito mercenario precoz.

–He estado sudando la gota gorda.

–Te ha venido bien. Le ha dado un interés a tu vida. Bueno, supongo que si resuelves el caso Evans te dará algo... una caja de rapé enjoyada, o algo así.

Yo no lo supongo.

–Bueno, tal vez te invite a tomar el té, o algo así.

–No lo hará. No va a gastar esa libra. Está ahorrando para comprarse una cámara.

–Bueno, ¿y qué vas a hacer al respecto?

Pillingshot pateó una pata de la mesa.

me diste el caso –dijo, como al descuido.

–¡Qué! Si piensas que voy a derrochar...

–Me parece que deberías permitirme no hacer más de fag durante el resto del curso.

Scott reflexionó.

–Tiene sentido. Está bien.

–Gracias.

–De nada. Pero todavía no has encontrado la libra.

–Sé dónde está.

–¿Dónde?

–¡Ah!

–Imbécil –dijo Scott.

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Al día siguiente, después del desayuno, Scott estaba sentado en su estudio cuando entró Pillingshot.

–Aquí tienes –dijo Pillingshot.

Abrió el puño derecho y exhibió un soberano. Scott lo inspeccionó.

–¿Es éste? –dijo.

–Sí –dijo Pillingshot.

–¿Cómo lo sabes?

Es éste. Examiné todas las evidencias.

–¿Quién la había robado?

–No quiero dar nombres.

–Oh, está bien. Dado que no gastó nada, no importa. Aunque no es muy agradable tener a un ladrón merodeando por la residencia. De todos modos, ¿qué te hizo sospechar de él? ¿Cómo hallaste el rastro? Eres un chico listo, joven Pillingshot. ¿Cómo lo dedujiste?

–Tengo mis métodos –dijo Pillingshot con dignidad.

–Dilo ya. Tengo que salir para la escuela en un segundo.

–Preferiría no contarte.

–¡Cuenta! Maldita sea, yo te di este caso. Soy tu empleador.

–¿No me castigarás si te lo digo?

–Lo haré si no lo haces.

–¡Pero no si lo hago?

–No.

–¿Y qué pasa con la tarifa?

–Es un trato. Comienza.

–Está bien. Bueno, volví a repasar el asunto de cabo a rabo, y al principio no llegué a ningún lado, porque no me parecía probable que Trent o alguno de los otros del dormitorio la hubiese cogido; y entonces, de pronto, algo que Evans me dijo anteayer lo aclaró todo.

–¿Qué dijo?

–Que el ama de llaves le había devuelto su libra, porque una de las mucamas la había encontrado en el suelo, junto a la cama. Se le había caído del bolsillo la primera noche.

Scott lo miró fijamente. Pillingshot, tímido, evadió su mirada.

–De modo que fue así, ¿eh? –dijo Scott.

Pillingshot asintió.

–Era una pista –dijo–. Yo sólo trabajé en ella.

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