Cuentos escolares : Un asunto internacional

Un asunto internacional (An International Affair)

Publicado por primera vez en Captain, septiembre de 1905; reimpreso en The Swoop! and Other Stories.

Traducción: Diego Seguí, 2009.

Wrykyn parece dispuesto a recibir la invasión norteamericana con los brazos abiertos, pero Dunstable tiene otros planes.

Este cuento es probablemente uno de los primeros testimonios literarios sobre la calidad de la junk food o "comida chatarra" que sirven los grandes emporios de origen norteamericano. Resulta curioso comprobar que en tiempos de nuestros abuelos el problema era esencialmente el mismo.

El héroe del día es Dunstable el altruista, quien había demostrado su pureza de alma en Los cazadores de autógrafos; también Linton tiene su lugar (ambos amigos son compañeros de andanzas en Monopolio de versos); y por último Merrett, el réprobo de Dividiendo el botín.

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Un asunto internacional

Primera Parte

Puede decirse que todo comenzó cuando Mr. Oliver Ring, de Nueva York, mientras "cambiaba de coche" (como él decía) en Wrykyn camino de Londres, tuvo que esperar una hora a que llegara el tren. Pasó esa hora dando una vuelta por la ciudad y contemplando sus paisajes, que no eran muchos. Salvo los Días de Mercado, Wrykyn gustaba de envolverse en una prístina calma que estuvo a punto de arrancar lágrimas a los enérgicos ojos del hombre de Manhattan. Siempre había oído decir que Inglaterra era un país lento, y aquella visita, que iba ya por su tercer semana, había confirmado esta opinión; pero en toda Inglaterra todavía no había hallado unos comedores de loto como los Wrykinianos. Miró los escaparates de las tiendas. Eran iguales a los escaparates de cualquier otro pueblo de Inglaterra. Les faltaba empuje, iniciativa. No llamaban la atención, ni obligaban al peatón a detener la marcha. En los Estados Unidos (pensó Mr. Ring) este tipo de cosas estaba mejor organizado. Y en ese momento algo pareció susurrarle al oído que aquél era el sitio ideal para establecer una sucursal de las Tiendas Ring, Para Todos Y Cada Uno, Siempre Al Día. Durante su paseo había recogido algunos retazos de información, a saber: que Wrykyn era el lugar donde las familias del condado en diez millas a la redonda hacían sus compras; que la población era más abundante de lo que parecía a simple vista; y, por último, que había una escuela de seiscientos alumnos a sólo una milla de allí. No podía ser mejor. En un mes podría absorber la totalidad del comercio de la vecindad.

–Pan comido –murmuró con alegre sonrisa Mr. Ring, mientras abordaba el tren–, y recién horneado por añadidura.

Cualquiera que haya viajado por el mundo conoce las Tiendas Ring, Para Todos Y Cada Uno, Siempre Al Día. La oficina central está en Nueva York. En Broadway, para ser más precisos, sobre mano izquierda, justo antes de llegar a Park Row, allí donde se hacen los periódicos. Hay otra oficina en Chicago. Y otras en St. Louis, St. Paul, y más allá de los mares en Londres, París, Berlín, y –digámoslo– en todas partes. La ventaja peculiar de las Tiendas Ring es que en ellas puede conseguirse lo que se quiera, desde un auto hasta macarrones, y mucho más baratos de lo que pueden hallarse en otros sitios. Hasta la fecha, Inglaterra no gozaba de una provisión muy amplia de estos paraísos; el de Piccadilly era el único espécimen. Pero ahora el propio Mr. Ring había cruzado el Atlántico en un viaje de reconocimiento, y pronto las cosas iban a acelerarse tanto que podría oírselas zumbar.

Así fue que un ejército de obreros invadió Wrykyn. De inmediato se demolieron tres casas decrépitas en la High Street, y de sus ruinas, cual fénix, comenzó a elevarse el impactante edificio que se convertiría en la Sucursal Wrykyn de las Tiendas Ring, Para Todos Y Cada Uno, Siempre Al Día.

El efecto que produjo esta invasión entre los comerciantes locales, como se podrá imaginar, fue inmenso y doloroso. Se trataba de un desastre público. Hacía pensar en la llegada de un zorro a un gallinero. Durante años, los comerciantes de Wrykyn habían ido tirando con mayor o menor comodidad, haciendo cada uno de ellos su negocio y sin pensar en la competencia y la prisa del mundo moderno. Y ahora el enemigo estaba ante las puertas. Muchas fueron las miradas sombrías que vieron cómo el chillón edificio se levantaba como un hongo. Quedó terminado con velocidad increíble, y los anuncios comenzaron a inundar los periódicos locales. Se despachó un fajo especial de volantes destinados a la escuela.

Dunstable se apoderó de uno y lo leyó con mucho interés. Luego fue en busca de su amigo Linton para averiguar qué pensaba del tema.

Linton estaba trabajando en el laboratorio. Como químico era entusiasta, pero no demasiado hábil. Lo único que había logrado con más o menos certeza era la producción de oxígeno. Pero sus ambiciones iban más allá, y siempre estaba llevando a cabo nuevos experimentos de un modo descuidado que hacía que el profesor de química lo mirase pálido y receloso. Dunstable lo encontró inclinado sobre una complicada combinación de tubos, ácidos y mecheros Bunsen. La clase ya había terminado, de modo que el laboratorio estaba vacío, excepción hecha de ellos dos.

–No me prestes atención –dijo Dunstable sentándose a la mesa.

–Cuidado, muchacho, no empujes. Siéntate derecho, que voy a expandir tu mente. Observa: tomo este pedacito de papel tornasol, lo sumerjo en esta solución, y si he hecho las cosas bien se pondrá azul.

–Entonces apuesto a que no lo hace –dijo Dunstable.

El papel se volvó colorado.

–Infiernos –dijo Linton con calma–. Bueno, no pienso seguir sudando la gota gorda con esto. Vamos a Cook's.

Cook's es la única institución que nadie que haya pasado por Wrykyn puede olvidar. Es una pequeña tienda de refrescos en la High Street. Su exterior no es en absoluto invitador, y es posible que haga que el no iniciado pase de largo con un escalofrío, preguntándose cómo diantres un lugar como ése puede hallar un público lo suficientemente osado como para comer sus vituallas. Pero la escuela acudía en manada. El té en Cook's era la alternativa al té de estudio. En la parte trasera tenía una amplia sala donde se consumían océanos de té caliente y toneladas de tostadas. El staff consistía en Mr. Cook, otrora sargento de un regimiento de línea, seis pies con tres de altura, carácter amable, pierna izquierda cortada por encima de la rodilla por un entusiasta Fuzzy*Soldado Hadendoa de la Guerra Mahdí o Campaña de Sudán (1881-1899). durante la última guerra de Sudán; Mrs. Cook, esposa del antedicho, de similar carácter, y provista del útil don de poder escuchar a cinco personas a la vez; y uno o más esbirros invisibles que preparaban tostadas en las regiones ínferas a una velocidad vertiginosa. Así era Cook's.

–Hablando de Cook's –dijo Dunstable al tiempo que extraía su panfleto–, ¿has visto esto? Estoy seguro de que será un duro golpe para ellos.

Linton tomó el papel y comenzó a leer. Dunstable vagó por el laboratorio, examinándolo todo con curiosidad.

–¿Qué son estas porquerías de aquí, estos cristalitos azules? –preguntó, plantándose frente a un recipiente grande y abriéndolo–. Parecen comestibles. ¿Puedo probar uno?

–No seas idiota –dijo el experto levantando la vista–. ¿Qué has encontrado? Gran Scott, no, ¡no comas eso!

–¿Por qué no? ¿Es veneno?

–No, pero te pondrás más enfermo que un gato. Son Sales de Amoníaco.

–¿Sales qué?

–De Amoníaco. Te dan estertores.

–Está bien, no lo haré. Bueno, ¿qué piensas de eso? Va a ser terrible para Cook's, ¿no? Ya ves que tienen un té especial "para la public school*Un internado pago para estudios secundarios.", según dice ahí. Suena bastante bien. No tengo idea de qué pueden ser las tortas de alforfón, pero deberían ser bastante decentes. Supongo que todos dejarán de ir a Cook's e irán allí. Es una vergüenza, considerando que Cook's ha sido una especie de tienda de la escuela durante tanto tiempo. Y la verdad es que dependen de la escuela. Al menos, nunca se ve a nadie más por allí. Bueno, yo por mi parte seguiré con Cook's. No quiero tener nada que ver con esos malditos invasores yanquis. Apoyemos a la industria local. Seamos patriotas. Luego la banda tocó Dios Salve al Rey, y la multitud se dispersó. Pero hablando en serio, esto me pone muy mal. Los Cook son buena gente, y van a perder mucha plata con este asunto. La escuela rebosa de tipos capaces de hacer cualquier cosa por conseguir un buen té a menor precio. Es obvio que van a acudir en bandada al sitio nuevo.

–Bueno, no veo qué otra cosa se puede hacer –dijo Linton–, salvo seguir yendo a Cook's por nuestra cuenta. Dicho sea de paso, en marcha. Tratemos de hacer prometer al mayor número de gente posible que seguirá yendo allí. Pero no podemos evitar que el resto vaya donde le dé la gana. Vamos.

Aquella tarde, la atmósfera de Cook's era lóbrega. El Ex-Sargento Cook, quien por lo común era un manantial de chanzas y anécdotas, estaba callado y meditabundo. Mrs. Cook se afanaba de un lado a otro con su vigor de costumbre, pero tampoco ella se mostraba inclinada hacia la conversación. El vacío del lugar era ominoso. Había un cuarteto de juniors de la residencia central en un rincón, y un solitario prefecto de Donaldson's completaba el total de los parroquianos. Nadie parecía tener muchas ganas de conversar. Habí algo en el aire que

claro como una voz en el oído,
susurraba: "Este sitio está embrujado".*Cita de Thomas Hood (1799-1845).

y así era en efecto. Lo frecuentaba el espectro de aquel nuevo y brillante edificio de ladrillos rojos, un poco más allá, que había abierto sus puertas al público la tarde precedente.

–Mira eso –dijo Dunstable mientras salían, señalando la calle. Las puertas del nuevo establecimiento estaban congestionadas. Una multitud compuesta por miembros de distintas residencias trataba de abrirse paso a empujones para entrar, contra una multitud similar que intentaba salir. El "té para la public school a un chelín" parecía haber ganado sus adeptos.

–Míralos –dijo Dunstable–. ¡Sórdidas bestezuelas! Lo único que les interesa es llenarse. Allí va ese tipo, Merrett. Y Rand-Brown con él. Y allá van cuatro más. Vámonos. Me ponen enfermo.

–Espero que ellos se descompongan –dijo Lindon.

–Tal vez sea así... ¡por George!

Se quedó clavado al piso.

–¿Qué pasa? –dijo Linton.

–Oh, nada. Sólo estaba pensando en algo.

Siguieron caminando sin volver a hablar. El cerebro de Dunstable trabajaba como una dínamo. Se le había ocurrido una idea y estaba ocupado desarrollándola.

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A la tarde siguiente, el gerente de la Sucursal Wrykyn de las Tiendas Ring, Para Todos Y Cada Uno, estaba de pie frente a la entrade de su negocio, escupiendo con energía y precisión sobre la calzada (era un ciudadano libre de los Estados Unidos de América) y observando la High Street tal como un monarca podría pasear la mirada por su reino. Acababa de completar un reporte de lo más satisfactorio para la casa central, y se sentía satisfecho con el universo y con el modo en que era conducido. Aun el breve tiempo con que había contado desde la inauguración de su tienda le había bastado para despertar a aquellos haraganes británicos como si de un choque eléctrico se tratase.

–Aquí estamos –dijo epigramáticamente a un gato que pasaba y que se había detenido a mirarlo.

Mientras hablaba, percibió a un jovencito que se acercaba por la calle. Llevaba un gorro de varios colores, de lo cual el gerente dedujo que pertenecía a la escuela. Era evidente que se trataba de un devoto del "té para la public school a un chelín", y que (según recomendaban los avisos) había llegado temprano para evitar el agolpamiento.

–Adelante, caballero –dijo haciéndose a un costado–. ¿Qué puedo hacer por usted?

–¿Es usted el gerente de este lugar? –preguntó Dunstable, pues no era otro que aquel consumado estratega.

–Justo en el blanco, y a la primera –respondió el gerente con cortesía–. ¿Se sirve un cigarro, o un coco?

–¿Podría hablar con usted, si no está muy ocupado?

–Por supuesto. Adelante.

–Ahora bien –dijo el gerente–, ¿cuál viene a ser su problema?

–Es por ese asunto del té para la public school –dijo Dunstable–. Me parece una verguenza, ¿sabe? Antes de que usted viniera a copar la plaza, todos iban a Cook's.

–Y ahora –lo interrumpió el gerente– todos vienen con nosotros. Es correcto, señor. Somos la primera alternativa. ¿Y por qué no?

–Cook es un muy buen tipo.

–Me encantaría conocerlo –dijo el gerente, educado.

–Verá –dijo Dunstable–, no importa tanto por las otras cosas que usted vende; pero la verdad es que Cook's depende del té de la tarde que pueda ofrecer a la gente...

–Un momento, señor –dijo el hombre de los Estados Unidos–. Permítame recordarle una pequeña regla que le será útil cuando se introduzca en el inmenso y frío mundo. A saber: nunca deje que los sentimientos interfieran con el negocio. ¿Ve? O las Tiendas Ring están arriba, o su amigo está arriba; y, si algo sé, vamos a ser Nosotros. ¡Nosotros! Y me temo que eso es todo lo que puedo hacer por usted, salvo que tenga hambre y quiera probar nuestro té para la public school de veinticinco centavos.

–No, gracias –dijo Dunstable–. Pero aquí vienen algunos otros a los que tal vez les venga bien.

Se hizo a un lado, y media docena de juniors de la Residencia Central entraron corriendo.

–Sólo por hoy –dijo el gerente a Dunstable– puede servirse gratis, si gusta. Tiene usted la más preciada cualidad de que puede gozar un hombre: la Caradurez. Y la Caradurez bien reconocida no debe quedar sin recompensa. Adelante.

–No, gracias –dijo Dunstable–. Si me necesita, búsqueme en Cook's.

"Puesto que –se dijo, mientras Mrs. Cook le servía con el aspecto deprimido que últimamente se había hecho habitual en ella–, puesto que la amabilidad ha fallado, debemos probar con métodos más severos."

Segunda Parte

Aquellos que conocían a Dunstable y le tenían aprecio sintieron dolor y disgusto por su actitud durante los tres días siguientes. De pronto, había comenzado a mostrar una extraña inclinación por la compañía de algunos de los menos dignos de los internos de Wrykyn. Iba a la escuela acompañado por Merrett, de Seymour's, y por Ruthven, de Donaldson's, ambos réprobos de nota. Cuando Linton lo invitó a jugar fives después de clases, se excusó diciendo que había quedado en tomar el té con Chadwick, de Appleby's. Ahora bien: en cuestión de absoluta reprobidad, Chadwick, de Appleby's, era con respecto a Merrett, de Seymour's, lo que un capitán es a un subalterno. Linton estaba horrorizado, y se lo dijo.

–¿Cómo puedes hacer eso? –preguntó–. ¿Qué sentido le ves? No puede ser que te caigan bien esos sujetos.

–Son unos tipos la mar de buenos, una vez que llegas a conocerlos.

–Sí que te ha llevado tiempo darte cuenta.

–Lo sé. Hace falta tiempo para que Chadwick te termine gustando. De paso, el jueves invito a tomar el té. ¿Vienes?

–¿Quién más irá?

–Bueno... por empezar, Chadwick; y Merrett, y Ruthven, y tres tipos más.

–Entonces –dijo Linton no sin cierto calor– me parece que tendréis que arreglaros sin mí. Creo que te has vuelto loco.

Y se alejó, disgustado, en dirección a la pista de fives.

El jueves siguiente, cuando Dunstable entró a las Tiendas Ring con sus cinco invitados, y pidió seis tés para la public school, pudo comprenderse que el gerente permitiese que una sonrisa triunfal vagara por su rostro. Era para él una señal de victoria.

–Hoy no hay meriendas gratis –dijo–. Se han suspendido por completo.

–No importa –dijo Dunstable–. Hoy vengo con seis chelines.

–¿Meriendas gratis? –preguntó Merrett en cuanto el gerente se hubo retirado–. No sabía que hubiera meriendas gratis.

–No hay. Sólo que él y yo nos hicimos compinches el otro día, y me ofreció un té.

–¿Y no lo tomaste?

–No. Me fui a Cook's.

–Cook's es un agujero inmundo. No pienso volver a entrar allí –dijo Chadwick–. Dun, viejo, hazme caso y sigue viniendo aquí.

"Dun, viejo" sonrió ingenuamente.

–No estoy seguro –dijo, levantando la vista de la tetera en la que había estado echando agua–; con Cook's, al menos, uno está seguro de lo que come.

–¿Qué quieres decir? Aquí también.

–Oh –dijo Dunstable–, no sé. Nunca he tomado el té aquí. Pero a menudo he oído decir que la comida americana puede caerte mal.

Para entonces el té ya se había estacionado lo suficiente, de modo que lo sirvió, y empezó la merienda.

Merrett y sus amigos eran de buen comer, y la conversación declinó por un rato. Entonces Chadwick se echó atrás en su silla y soltó un profundo suspiro.

–No se consigue comida como ésta en Cook's –dijo.

–Me imagino que debe ser un poco diferente –dijo Dunstable–. ¿No habeís notado... como algo extraño...?

Merrett miró a Ruthven. Ruthven miró a Merrett.

–Yo... –dijo Merrett.

–¿Sabéis...? –dijo Ruthven.

El rostro de Chadwick presentaba un delicado verde.

–Creo –dijo Dunstable– que la comida... estaba... envenenada. Yo...

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–Bébase esto –dijo secamente el doctor de la escuela, inclinándose sobre la cama de Dunstable con un vaso de medicina en la mano–, y avergüéncese. La verdad es que se ha estado atosigando. Ni más ni menos. ¿Por qué los chicos de hoy no pueden comer con moderación?

–No creo que haya comido mucho, señor –protestó Dunstable–. Tiene que haber sido algo que comí. Fui a ese lugar americano nuevo.

–¿Así que también usted fue allí? Vaya, pero si recién vengo de atender a un muchacho bilioso enla residencia de Mr. Seymour. Dijo que también había estado en el negocio americano.

–¿Fue Merrett, señor? Él estaba con nosotros. Todos nos sentimos mal. No podemos haber comido demasiado.

El doctor se veía pensativo.

–Hum. Curioso. Muy curioso. ¿Recuerda qué comieron?

–Yo comí algo que el señor del lugar dijo que eran tortas de alforfón, con una cosa arriba que dijo que era jarabe de arce.

–Bah. Porquerías americanas. –El doctor era un británico acérrimo, de puntos de vista conservadores tanto en política como en comida–. ¿Por qué los chicos de hoy no pueden comer buena comida inglesa? Tendré que contarle esto al director. Si los muchachos van a andar envenenándose, no me alcanzará el tiempo para atender a todo el colegio. Usted quédese acostado y trate de dormir, y en seguida se sentirá mejor.

Pero Dunstable no se durmió. Se quedó despierto para entrevistar a Linton, que había venido a visitarlo.

–Bueno –dijo Linton, clavando en el paciente una expresión que mezclaba sutilmente la piedad con el desprecio–, sí que has sido un asno, ¿eh? No sé si te servirá de consuelo, pero Merrett está tan mal como tú. Y he oído que los otros también. Así que ya ves lo que te pasa si vas a Ring's y no a Cook's.

–Y ahora –dijo Dunstable–, si has terminado, tal vez puedas escucharme un poco...

–...así que ya lo sabes –concluyó.

La cara de Linton irradiaba estupefacción y admiración.

–Bueno, que me aspen –dijo–. Eres una maravilla. Pero cómo sabías que no te iba a envenenar?

–Confié en ti. Dijiste que no era veneno cuando te pregunté, en el laboratorio. La fe que tengo en ti es conmovedora.

–Pero ¿por qué lo tomaste tú también?

–Tenía cierta idea de que iba a desviar las sospechas. Pero la cosa no ha terminado aún. Escucha.

Linton dejó el dormitorio cinco minutos después, con la mirada de un joven discípulo a quien se ha encomendado una misión sagrada.

Tercera Parte

–Entonces, ¿le parece a usted que la comida no es saludable? –dijo el director esa noche, después de la cena.

–¡Que si no es saludable! –dijo el doctor de la escuela–. Debe ser mortal. Decididamente letal. Aquí tenemos seis muchachos comunes, fuertes y sanos abatidos en una ráfaga terrible, como si se hubiera desatado una epidemia. ¿Por qué...?

–Un momento –dijo el director–. Adelante.

Una pequeña figura se dibujó en el umbral.

–Por favor, señor –dijo la figura con la voz tensa de quien está soltando un discurso que se ha aprendido de memoria–. Dice Mr. Seymour si podría dejar que el doctor viniera a la residencia de inmediato porque Linton está enfermo.

–¡Qué! –exclamó el doctor–. ¿Qué le pasa?

–Por favor, señor, creo que fueron tortas de alforfón.

–¡Qué! ¡Y aquí hay otro!

Otra pequeña figura se dibujo en el umbral.

–Señor, por favor –dijo el recién llegado–, dice Mr. Bradfield si el doctor podría...

–¿Y quién ha sido esta vez?

–Por favor, señor, es Brown. Fue a las Tiendas Ring...

El director se levantó.

–Tal vez deba ir de inmediato, Oakes –dijo–. Esto se está volviendo grave. Ese lugar es definitivamente una amenaza para la comunidad. Lo pondré fuera de los límites mañana por la mañana.

Y cuando Dunstable y Linton, pálidos pero alegres, se dirigieron (lentamente, como correspondía a dos convalescientes) a Cook's dos días después, tuvieron que sentarse a la barra. Todos los demás asientos estaban ocupados.

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