Cuentos escolares : La reforma del estudio dieciséis

La reforma del estudio dieciséis (The Reformation of Study Sixteen)

Cuento. Publicado por primera vez en Royal Magazine, noviembre de 1904.

Traducción: Diego Seguí, 2009.

La presencia de Dixon en Wrykyn tiene como único sentido servir de diversión para Bellwood y Davies; por desgracia, la de Trevor no.

He aquí otra historia sencilla, donde Trevor retoma el papel de concienzudo responsable del bienestar de su residencia y su equipo de rugby que ostentaba en El bate de oro; secundado otra vez por el astuto Clowes, ahora debe enfrentar a los elementos recalcitrantes del estudio dieciséis.

Resulta simpática la reaparición de Dixon, epítome del estudiante aplicado hasta más allá del límite de lo ridículo.

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La reforma del estudio dieciséis

–Por supuesto –dijo Clowes–, lo que les hace falta es ejercicio.

–Salen del paso con esos malditos certificados médicos –dijo Trevor–. Eso es lo peor de este sitio. Cualquier haragán que quiera zafar de los deportes va a ver a algún doctor de porquería durante las vacaciones, jura que está mal del corazón o algo así, y ya no puedes tocarlo. Tienes que quedarte sentado y ver cómo anda tirado por ahí sin hacer nada, cuando podría estar jugando para la residencia. Te apuesto a que Bellwood y Davies serían forwards pasables con que sólo pudieras llevarlos a la cancha. Son pesados.

–No me extraña, teniendo en cuenta todo lo que comen y lo poco que se mueven. Me atrevería a decir que hay el doble de Bellwood de lo que debería haber. Y es la clase de persona de la que uno no quiere tener más de lo estrictamente necesario.

El objeto de discusión era el estudio dieciséis, y no por primera vez. Bellwood y Davies, sus ocupantes, habían sido una espina clavada en el costado de Trevor desde que se había convertido en capitán de rugby. Ya era bastante malo que ese par de holgazanes perteneciera a la escuela. Que estuvieran en su propia residencia era casi más de lo que podía soportar.

Pretendía hacer de Donaldson's la residencia más aplicada y eficiente de Wrykyn, y en gran parte había tenido éxito. Habían ganado la copa de cricket, y eran los favoritos para la de rugby. Todos en Donaldson's eran aplicados, excepto Bellwood y Davies. Escudados en sus certificados médicos se tomaban la vida con calma, y rehusaban mostrar cualquier tipo de interés en lo que hacía la residencia.

–Hay algo raro en ese estudio –dijo Clowes–: siempre ha sido así. Estoy convencido de que todos los haraganes y los malos van a parar ahí naturalmente; no se sentirían felices en otro lugar. ¿Recuerdas que cuando llegamos a la residencia lo tenían Blencoe y Jones? Los expulsaron al final de mi primer curso aquí. Después fueron Grant y Pollock. No los expulsaron, pero deberían haberlo hecho. Y ahora están estos dos. ¡Esperemos que sigan con la tradición y se hagan echar en cuanto les quede cómodo!

–Me pone enfermo –dijo Trevor, atizando el fuego con violencia– pensar que estamos desperdiciando a dos tipos pesados como ésos. Podrían marcar la diferencia en el segundo de la residencia. Nos hace falta peso en el scrum.

Además de la copa principal, había una copa para los segundos quinces de las residencias. Donalson's contaba con buenas posibilidades de ganarla, pero tenía en su contra un pack pequeño de forwards. Los de Seymour's, el único rival que quedaba, eran grandes y pesados. Clowes se levantó y se desperezó.

–Bueno, no creo que Bellwood y su socio te vayan a ayudar mucho. Me recuerdan al tipo que dormía bien y comía bien pero que cuando veía un trabajo se ponía a temblar de pies a cabeza. No mueven un músculo si pueden evitarlo, y no veo cómo vas a poder cogerlos, con esos certificados. Bueno, tengo que ir a estudiar un poco. Me gusta hacer texto griego a primera vista cuando es posible, pero el Agamemnón es complicado. Tendré que prepararlo. De paso, ¿no tendrás una copia de más? Me dejé la mía en la escuela.

–Me temo que tengo uno solo, y me hará falta. Puedes llevártelo, si me lo devuelves a las nueve y media.

–No, gracias, está bien. Le pediré uno a Dixon. Seguro que lo tiene. Creo que tiene copia de todas las tragedias griegas que jamás existieron.

Clowes fue hasta el estudio de Dixon. Dixon era un joven manso y con anteojos que realizaba una cantidad increíble de trabajo, y era lo más parecido a un ermitaño que se puede hallar en una residencia de public school*Un internado pago para estudios secundarios.. Era nervioso, y siempre estaba dispuesto a ayudar, al menos cuando no estaba demasiado inmerso en sus pensamientos como para entender lo que se le decía.

–Epa –dijo Clowes al entrar en la habitación de Dixon–, esta puerta se ve algo baqueteada. ¿Qué le has estado haciendo?

La abrió y la cerró a modo de demostración.

Estaba verdaderamente en muy mal estado. De hecho, casi se había saltado de sus goznes.

–Me temo que sí, un poco –concordó Dixon–. La cuestión es que la gente se han estado dando contra ella, y me parece que eso la ha descalabrado un poco.

–¡Dándose contra ella! –dijo Clowes–. ¿Qué hiciste?

–Yo... eh... la verdad es que no hice nada. Verás, fue por accidente. Ellos mismos me explicaron.

–Entonces, ¿sólo ha sido una vez? Tiene que haber sido un tipo realmente fuerte para sacar de quicio la puerta de un solo golpe.

–No. Se han estado chocando con ella bastante a menudo.

–Chocando. Ya veo –dijo Clowes–. Me imagino que no te dijeron cómo fue que chocaron, ¿no?

–Oh, sí, claro. Se tropezaron.

–¿Y vas a decirme que les creíste?

–No iba a dudar de su palabra –protestó Dixon.

Clowes sonrió, compasivo.

–No quería herir sus sentimientos –insistió Dixon.

Clowes volvió a sonreír.

–¿Quiénes son esos tropezadores tan sensibles? –preguntó.

–Bueno, no sé si está bien que te lo diga, pero no creo que haga daño alguno. Fueron Davies y Bellwood.

–Lo hubiese imaginado –dijo Clowes–. ¿Cómo crees que este tipo de cosas te afecta en tu estudio?

–Bueno, la verdad –dijo Dixon, ansioso– es que se me hace un poco difícil concentrarme cuando todo el tiempo me están interrumpiendo con golpazos en la puerta.

–A mí me pasaría lo mismo. Creo que te iría mejor si no te preocupases tanto por los sentimientos de Bellwood. ¿Te importa si me llevo este Agamemnón por un par de horas? Me he dejado el mío en la escuela, y tenemos que preparar un coro tremendamente difícil para mañana.

–Oh, no hay problema –dijo Dixon–. Una obra espléndida, ¿no crees?

–No está mal. Personalmente prefiero La tía de Charlie. Pero es cuestión de gustos. Gracias. Te lo devolveré antes de irme a dormir.

Y regresó a su propio estudio.

El momento del día en que Bellwood y su compañero Davies no sabían qué hacer con su tiempo era la tarde, después de clases. Haraganear en su estudio y por los pasillos era agradable un rato, pero con el tiempo tendía a perder su atractivo, y entonces se hacía difícil hallar algo con que matar las horas.

Duranta la tarde que siguió a la conversación de Clowes con Dixon, Bellwood sintió que las cosas estaban más sosas que de costumbre. En circunstancias normales él y Davies hubiesen estado en la tienda de la escuela tomando un té cargado de crumpets*. Pero ese día un desafortunado encontronazo con el profesor de su curso había dejado como desenlace que aquel joven quedase castigado luego de clases; y todavía no había salido. Bellwood era una de esas personas a las que no les gusta tomar el té en soledad.

Además, le tocaba a Davies pagar; e ir a merendar a su propia costa hubiese sido tirar la plata.

De modo que Bellwood merodeaba por la residencia, con un acentuado malhumor.

Luego de ir varias veces de un extremo a otro del pasillo y de leer todos los anuncios del tablón de la residencia se le ocurrió que la hora que todavía faltaba para que volviese Davies podía invertirse bien en molestar a Dixon. Era justamente para evitar que sus superiores se aburriesen que la gente como Dixon había sido enviada al mundo; y lo más probable era que Dixon estuviese estudiando, lo cual añadía pimienta a la diversión.

Recogió media docena de botines de rugby de la sala senior. Puesto que las reglas de la residencia establecían que no se podía entrar a esa sala con botines de rugby, siempre había allí un buen suministro. Entonces se dirigió al estudio de Dixon. La puerta estaba cerrada, tal como esperaba. Tomó un botín y la arrojó con mucha puntería contra uno de los paneles. Se oyó un fuerte ¡bang!, y Bellwood sonrió al percibir el ruido de una silla echada hacia atrás y de alguien pegando un salto. Todo iba bien. Dixon estaba en casa.

Ya se estaba agachando para recoger otro misil cuando se abrió la puerta. Sólo al estrellarse el segundo botín contra la mandíbula de la persona parada en el umbral se dio cuenta de que esa persona no era Dixon sino Trevor. Fue en ese momento que deseó haber hallado alguna otra forma de divertirse esa tarde.

Y en verdad la situación no podía ser más desagradable. Incluso en sus momentos de calma Trevor siempre ponía inquieto a Bellwood. Y ahora estaba enojado más allá de toda duda. Dio la casualidad de que el botín de Bellwood había tenido como destino el punto exacto donde un musculoso forward de Trinity College, Cambridge, había pateado a Trevor durante el partido del sábado anterior.

–Oh, lo siento –balbuceó Bellwood.

–¿A qué demonios estás jugando? –preguntó Trevor.

–Lo siento muchísimo –dijo el acobardado Bellwood–; pensé que eras Dixon.

–¿Y por qué le tienes que andar tirando botas a Dixon?

Bellwood no se sintió capaz de explicar que la misión en la vida de la gente como Dixon era que les tirasen botines de rugby, y guardó silencio; y Trevor, luego de resumir el carácter de Bellwood en un discurso en el que las palabras "imbécil", "gusano" y "desgracia para la residencia" aparecieron con innecesaria frecuencia (según la opinión de su destinatario), extrajo una varilla y le enseñó en dos minutos más cosas acerca de la necedad de andar arrojando botines de rugby contra las puertas ajenas de lo que hubiese aprendido en un mes completo de tutoría verbal.

Bellwood se fue cojeando pasillo abajo y a medio camino de su estudio encontró a Davies, ya libre del aula y lleno de resentimientos.

A juzgar por sus comentarios, Davies no tenía una muy buena opinión de Mr. Grey, su profesor. Su parecer sobre Mr. Grey era que pertenecía al tipo malos-modales-y-comportamiento-deficiente. Incluso tenía ganas de ir a quejarse al Director.

En una palabra, Davies echaba humo. Esta imagen de su amigo encolerizado le trajo a Bellwood una idea. La vara de Trevor había mordido como una culebra.

–Es una vergüenza –concordó, cuando Davies paró para tomar aliento–. Yo también me aburrí mortalmente. Pero pasé el rato dándole la lata al viejo Dixon. No he logrado que salga, aunque le he estado tirando botines. Y la puerta no se abre. Creo que debe haberla trabado.

–¿En serio? ¡Por Júpiter! –murmuró Davies–. Ya lo veremos. Quítate del camino.

Tomó unos pasos de carrera y cargó contra la puerta. Bellwood se refugió en el estudio doce, cuyo dueño por fortuna había salido, y escuchó.

Oyó el roce de los pies de Davies corredor abajo. Luego hubo un estrépito, como si toda la residencia se hubiese venido abajo. Espió fuera. El rush de Davies había sacado la puerta de sus bisagras y ambos habían ido a parar dentro del estudio. Tuvo una visión fugaz de un Trevor furioso que saltaba de entre las ruinas. En ese punto, con el aullido de dolor de Davies resonándole en los oídos, cerró suavemente la puerta del estudio doce y se sentó a esperar a que pasara la tormenta.

Al cabo de un par de minutos alguien se arrastró frente a la puerta. Adivinó que serían los restos de Davies. Le dio unos momentos para que se asentase, luego lo siguió,y lo encontró hecho un despojo en su estudio.

–Hey –dijo inocentemente–, ¿qué pasó? ¿Lograste abrir la puerta?

Davies le clavó una mirada de sospecha, oliendo algún sarcasmo, pero la mirada atónita de Bellwood lo desarmó.

–¿Dónde te metiste? –preguntó.

–Oh, me fui a dar un paseo. ¿Qué pasó?

Davies se sentó, sólo para volver a pararse con un brinco y un grito de dolor. Bellwood reconoció los síntomas y se sintió mejor.

–Hice saltar la maldita puerta de sus goznes. No tenía idea de que estuviese tan zarandeada.

–Bueno, si recuerdas, la otra noche la golpeamos de lo lindo. Había quedado un poco floja. ¿Dixon se enojó?

–¡Dixon! Pero si Dixon no estaba, para nada. Era Trevor... ¡justamente él! Quisiera saber qué cuernos tenía que estar haciendo ahí dentro.

La mirada de estupor de Bellwood era insuperable.

–¡Trevor! –exclamó–. ¿Estás seguro?

–¿Si estoy seguro? ¡Pedazo de...! –Davies se quedó sin palabras.

–Pero ¿qué estaba haciendo ahí dentro?

–Eso es lo que yo quisiera saber.

Era muy sencillo. Clowes había informado al head*Alumno senior a cargo de una residencia. de la residencia sobre el doloroso caso de Dixon, y le había sugerido que si deseaba atrapar a Bellwood y a su amigo "con las manos en la masa", por usar su expresión, sería una excelente idea intercambiar en secreto los estudios con Dixon. Esto era lo que Trevor había hecho, con resultados satisfactorios al instante. La emboscada había hecho caer a las víctimas durante la primera tarde.

El estudio dieciséis siguió rumiando sus desdichas.

–Es una sucia treta, eso de cambiar así los estudios –se quejó Davies.

–Muy sucia –estuvo de acuerdo Bellwood.

–Ese gusano de Dixon tiene que haber estado detrás. Probablemente fue él quien se lo sugirió a Trevor. Y ahora andará con una sonrisa de oreja a oreja.

Esta sospecha carecía de fundamento. Era poco probable que Dixon hubiese sonreído así en su vida.

–Te diré qué –dijo Bellwood de pronto–. Si han intercambiado los estudios, Dixon debe estar ahora en el de Trevor. A esta hora siempre está en la residencia. Se pone a empollar apenas terminan las clases. ¿Qué te parece si vamos, lo hacemos salir y le damos la lata ahora? Se lo ha buscado, por habernos vendido así. Vamos.

–Tirémosle libros –dijo Davies entusiasmado.

Y la expedición punitiva partió.

El estudio de Trevor estaba en el siguiente pasillo. Se acercaron furtivamente hasta la puerta y escucharon. Alguien tosió adentro. Era Dixon. Reconocieron la tos.

–Ahora –susurró Davies–, ¡cuando diga tres!

Bellwood asintió y pasó el álgebra de Hall y Knight de una mano a la otra.

–Uno, dos, tres.

Giró el picaporte con presteza y abrió la puerta de par en par. Al mismo tiempo, Bellwood disparó el álgebra. Fue un tiro rápido, pero Dixon, sentado a la mesa y perfilado contra la ventana, constituía un excelente blanco.

–¡Eh, qué diablos! –gimió Dixon cuando un ángulo del proyectil impactó contra su oreja.

–Sigue –gritó Davies desde detrás de la puerta, mientras Bellwood hacía una pausa, con el Quatre-vingt-treize de Victor Hugo preparado–. ¡Lanza ya!

Pero Bellwood no lanzó. El libro cayó pesadamente al suelo. En el preciso instante que el libro anterior hacía impacto había advertido la presencia de Trevor, sentado en una tumbona junto a la ventana y leyendo una novela.

Después de que Davies hubo hecho saltar la puerta el estudio de Dixon ya no le había resultado cómodo, de modo que había vuelto con su libro a su propio cubil, donde (pensó) podría leer en paz sin molestar a Dixon.

Este tercer ataque fue la gota que hizo rebalsar el vaso. La cuestión se había puesto demasiado seria y un tratamiento sumario ya no bastaba. Debía pensar en un castigo adecuado para el nuevo crimen*.

Se le ocurrió en el acto.

–Mirad –dijo–, esto se está poniendo demasiado denso. Vosotros dos pensáis que podéis hacer lo que os dé la gana en esta residencia. Bueno, estáis por averiguar que no es así. No servís de nada en Donaldson's. No queréis hacer deportes. Lo único que hacéis es comer como cerdos y andar molestando al resto del mundo. Voy a salir a correr unos minutos. Así que podéis elegir. Podéis venir conmigo, y poneros en forma y jugar para el segundo de la residencia contra Seymour's, o puedo corregiros delante de toda la residencia después del té.

Davies y Bellwood se miraron, pasmados. ¿Era posible? Durante tres años completos habían crecido el uno junto al otro, como dos margaritas en el campo: no habían hecho un solo esfuerzo, no habían movido un dedo siquiera. Durante tres años completos el único ejercicio que habían conocido era la caminata diaria hasta la Tienda de la escuela. Y aquí estaba Trevor ofreciéndoles una asquerosa carrera, como única alternativa a ser azotados delante de los compañeros. Y Trevor era famoso por la longitud de las carreras que hacía para entrenar, y también por su velocidad. Era imposible. No podía ser bajo ningún concepto. Davies pensó en la excusa que tan bien lo había protegido en los últimos tres años. Ésta era una de esas emergencias para las que había sido preparada. Pero aun mientras hablaba no podía dejar de sentir que Trevor no se hallaba en el estado de ánimo adecuado para la cháchara médica.

–Pero –dijo Davies– tenemos certificados médicos. No nos dejan jugar al rugby.

–¡Certificados médicos! ¡Basura! Más os vale que los queméis. Bueno, ¿venís a correr?

Bellwood se aferró a la última brizna.

–Pero no tenemos equipo de rugby.

–Podéis pedir uno prestado. Si a las cinco y media no estáis de vuelta en este estudio, cambiados, os daré lo vuestro. Ahora escampad.

A las cinco y diez se oyó un tímido golpe a la puerta. Trevor la abrió. Allí estaban los propietarios del estudio dieciséis, ataviados con camisetas y pantalones de rugby prestados.

No se conservan registros de esa carrera. El trío partió en dirección sureste, por el camino que llevaba a Little Poolbury. De ello se puede deducir que la vuelta no fue muy corta. Cada vez que en el pasado Trevor había elegido esa dirección para uno de sus entrenamientos, había ido de Little Poolbury a Much Wenham por el camino, luego atravesando un terreno difícil (campos sembrados, arroyos, y cosas así) hasta Burlingham, y luego de regreso a la escuela por el camino principal; la distancia total era entre cuatro y cinco millas. No hay motivos para suponer que en esa ocasión eligiera otra ruta.

En cualquier caso, cuando el reloj del colegio dio las seis, una procesión de tres dobló la esquina del camino que pasa junto a la escuela. Bellwood encabezaba la procesión. Estaba púrpura, empapado y embarrado, y respiraba con dificultad. Una yarda detrás venía Davies en igual o peor condición, si tal cosa era posible. Cerraba la procesión Trevor, tan fresco como cuando empezara. Mostraba una sonrisa satisfecha. Entraron por la verja de Donaldson's y se perdieron de vista.

Esa noche, el estudio dieciséis estuvo silencioso, pero tomó una merienda descomunal y se lo veía un noventa por ciento en mejor forma de lo que había estado en años.

Y en el último párrafo de la página ciento noventa y ocho del onceavo volumen del Wrykyniano podéis encontrar escritas estas palabras: "Copa Entre Residencias (segundos quinces), Final. Donaldson's vs. Seymour's – Este partido se jugó el sábado 10 de marzo, y terminó con victoria de los primeros por un gol y dos tries contra un penal. Para los ganadores Kershaw jugó bien de half, y Smith en el centro. Lo mejor de los forwards estuvo en Bellwood y Davies. El try de este último fue una estupenda jugada. Para Seymour's...". Pero eso es todo.

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