Cuentos escolares : El Bebé y el Dragón

El Bebé y el Dragón (The Babe and the Dragon)

Cuento. Publicado por primera vez en Captain, febrero de 1902; reimpreso en Tales of St. Austin's.

Traducción: Diego Seguí, 2008.

La historia de cómo el Bebé pasó de day boy a interno en St. Austin's; de cómo enfrentó al Dragón; y de cómo estos hechos influyeron en la vida social y deportiva de la escuela.

En Los cazadores de cacharros MacArthur "el Bebé" era un day boy, personaje secundario y muy poco definido que sin embargo terminaba jugando un papel decisivo. En este cuento, publicado en Captain al mismo tiempo que aquella novela estaba saliendo por entregas en la Public School Magazine, lo vemos en todo su esplendor. Ya consolidado, aparecerá al año siguiente por tercera y última vez en Las maniobras de Charteris, otra vez como secundario.

Aquí tenemos el primer vislumbre de Girton, escuela para señoritas de donde procede Miss Beezley y que (según The Inimitable Jeeves) más tarde arrojaría al mundo a la terrible Honoria Glossop.

separador.gif

El Bebé y el Dragón

La copa anual de rugby entre residencias de St. Austin's estaba entre Dacre's, que defendía el título, y Merevale's, que había sido finalista el año anterior y que en total la había ganado tres veces en los cinco últimos torneos. Ganar la copa era una especie de tradición para Merevale's, pero en los últimos tiempos Dacre's se había convertido en un rival de cuidado y, como ya se ha dicho, era actualmente el poseedor.

Este año nada parecía inclinar la balanza en favor de uno u otro. Dacre's tenía a tres del Primer Quince y a dos del Segundo; Merevale's, a dos del Primero y a cuatro del Segundo. Dado que St. Austin's no era exclusivamente una escuela de internos, muchas de las estrellas más brillantes de sus equipos eran day boys*Estudiantes no internos, es decir, que asisten al colegio sólo de día., y, por supuesto, siempre existía la posibilidad de que alguno de éstos advirtiese de pronto la necedad de sus costumbres, se reformase y se convirtiese en miembro de una Residencia.

Esto sucedía con frecuencia, y este año era casi una certeza que volvería a suceder, pues se había oído decir a nada menos que MacArthur, esa celebridad conocida normalmente como "el Bebé", que estaba negociando a tal fin con sus padres. No se sabía a qué residencia iría. Ni siquiera él mismo lo sabía, pero dijo que sería probablemente una de las dos aspirantes a la copa. Esto acrecentó el interés por la competencia, ya que la presencia del Bebé ciertamente podía inclinar la balanza. El Bebé era escocés por nacionalidad y, como todos los escoceses, podía jugar al rugby más que medianamente bien. Era el tres-cuartos central más seguro y frío que había tenido la Escuela en mucho tiempo. Brillaba en todos los aspectos del juego, pero especialmente en el tacle. Ver cómo el Bebé aparecía de la nada, en mitad de un partido entre escuelas, y derribaba violentamente a quien hubiese logrado sobrepasar al back era un festín intelectual. De modo que tanto Dacre's como Merevale's anhelaban sobremanera su llegada. Las razones que finalmente decidieron su elección fueron curiosas. Los acontecimientos sucedieron así:

La hermana del Bebé estaba en Girton. En Girton también había una cierta Miss Florence Beezley. Cuando la hermana del Bebé regresó al hogar de sus ancestros al final del curso, trajo consigo a Miss Beezley para pasar una semana. El Bebé no dejaba de preguntarse qué podría haber visto su hermana en Miss Meezley, pero debía caerle bien, porque de otro modo no se hubiera tomado la molestia de buscar su compañía. Sea como fuere, el Bebé se hubiera tomado muchas molestias para evitar su compañía. Durante toda esa semana llevó una vida sana y placentera al aire libre, y no cabe duda de que le hizo mucho bien. Pero hay momentos en que es imprescindible que el hombre se acoja bajo el techo familiar. Por ejemplo, a la hora de la comida. El Bebé no podía subsistir sin comida y, con Miss Beezley o sin ella, estaba obligado a presentarse en esas ocasiones. Esto sucedía, dicho sea de paso, durante las vacaciones de Pascua, de modo que no había escuela que pudiese darle una excusa para ausentarse.

El desayuno era una pesadilla, el almuerzo era aun peor, y la cena era indescriptible. Daba la impresión de que Miss Beezley iba acumulando fuerzas durante el día. No era la presencia en sí de la dama lo que el Bebé objetaba, pues en ese aspecto era bastante pasable. Lo que lo mataba era su conversación. Se negaba a dejar en paz al Bebé. Ella era una persona muy instruida, y parecía hallar un placer morboso en disecar la ignorancia de él y mostrar a los demás los restos. Además insistía en llamarlo "Mr. MacArthur" de un modo que parecía enfatizar su juventud. Lo añadía a sus acotaciones como una especie de ocurrencia tardía o eco.

–¿Le gusta Browning, Mr. MacArthur? –podía llegar a preguntar de repente, al parecer luego de esperar pacientemente a que él tuviera la boca llena.

El Bebé tragaba deprisa, se atragantaba, enrojecía, y por fin decía:

–No, no mucho.

–¡Ah! –esto dicho con un tono de lástima no desprovisto de burla–. Cuando usted dice "no mucho", Mr. MacArthur, ¿qué quiere decir, exactamente? ¿Ha leído alguno de sus poemas?

–Oh, sí, uno o dos.

–¡Ah! ¿Ha leído "Pippa Pasa"?

–No. No creo.

–Con seguridad, Mr. MacArthur, si lo hubiese leído lo sabría. ¿Ha leído "Fifine en la feria"?

–No.

–¿Ha leído "Sordello"?

–No.

–¿Qué es lo que ha leído, Mr. MacArthur?

Arrinconado de esta manera, tenía que admitir que había leído "El flautista de Hamelin" y ni una sílaba más, y Miss Beezley posaba su mirada en él unos instantes y luego suspiraba con suavidad. A lo que quedaba de la conversación el Bebé no aportaba gran cosa, salvo que el Dragón iniciara un nuevo ataque.

Un día que jamás olvidaría, poco antes de que la visita de Miss Beezley llegara a su fin, una serie de horribles accidentes dio como resultado que ella y el Bebé almorzaran solos. Él no había recibido ninguna advertencia al respecto, y cuando se vio frente a este terrible estado de cosas casi se desmayó. El examen constante y minucioso que la dama dedicó a su estilo para cortar el pollo terminó de decretar su ruina. Toda su experiencia previa en cuanto al cortado de un pollo se reducía a entretenimientos del tipo denominado "comilona de estudio", donde, si uno quería pollo, se apoderaba de una pata, instaba a un cómplice a hacer lo propio con la otra, y ambos tiraban.

Pero suplía su falta de habilidad con tesón y energía. Durante el primer minuto hizo pasar al ave de su plato al mantel dos veces. Sofocó una inclinación maniática a gritar "¡Va!" o algo por el estilo, soltó una risita vacía y falta de alegría y volvió a colocar sobre el plato al ave vagabunda. Cuando el tercer ataque terminó del mismo modo, Miss Beezley pidió permiso para ver qué podía hacer al respecto. Puso manos a la obra, y dos minutos después el pollo estaba pulcramente desmembrado. El Bebé volvió a sentarse, aplastado.

–Cuénteme sobre St. Austin's, Mr. MacArthur –dijo Miss Beezley, mientras el Bebé buscaba algo para decir no relacionado con el estado del tiempo–. ¿Juega usted al rugby?

–Sí.

–Ah.

Silencio prolongado.

–Y usted... –comenzó por fin el Bebé.

–Dígame... –comenzó Miss Beezley al mismo tiempo.

–Le pido disculpas –dijo el Bebé–; ¿decía...?

–No, por favor, Mr. MacArthur. ¿Usted decía?

–Sólo iba a preguntarle: ¿juega usted al croquet?

–Sí, ¿y usted?

–No.

–Ah.

"Si esto sigue", pensó el Bebé, "me veré obligado, contra mi voluntad, a suicidarme."

Hubo otra larga pausa.

–Dígame los nombres de algunos de los profesores de St. Austin's, Mr. MacArthur –dijo Miss Beezley. Siempre hablaba con el tono propio de una hoja de examen, y sus modales podían parecer un tanto autocráticos, pero el Bebé se sentía tan agradecido de que la pregunta no se refiriese a Browning o al álgebra avanzada que no lo notó. Comenzó a devanar una lista de nombres.

–...y luego está Merevale (un tipo de lo más decente), y Dacre.

–¿Qué clase de persona es Mr. Dacre?

–Más bien un ramplón, diría yo.

–¿Qué es un ramplón, Mr. MacArthur?

–Bueno, no sabría cómo definirlo con precisión. No juega al cricket ni nada de eso. En general, todos lo consideran un carcamal.

–¿En serio? Esto es muy interesante, Mr. MacArthur. ¿Y qué es un carcamal? Supongo que todo se resume –añadió, luego de que el Bebé hiciera su mejor esfuerzo para elaborar una definición– en que a usted no le cae bien.

El Bebé admitió el cargo. Mr. Dacre tenía un don para el sarcasmo con el que lo había hecho retorcerse en más de una ocasión, y los profesores sarcásticos rara vez son populares.

–¡Ah! –dijo Miss Beezley. Era un monosílabo que usaba con frecuencia. En general, daba al Bebé una sensación aneja a la que había solido experimentar en los felices días de su infancia al ser descubierto en el acto de robar mermelada.

Miss Beezley partió por fin, y el Bebé se sintió como el convicto que ha recibido su indulto.

Cierta tarde, durante el curso siguiente, estaba jugando fives*Juego similar al frontón. con Charteris, prefecto*Alumno senior de una residencia, a cargo de uno de los dormitorios. de la residencia de Merevale. Charteris era notable porque editaba y publicaba por cuenta propia un periódico extraoficial y muy personal llamado La Luciérnaga, mucho más solicitado que El Austiniano (la revista oficial de la Escuela) y que pagaba con creces sus gastos.

La mosca del periodismo había picado a Charteris fuerte. Era el primero que se enteraba de las noticias de la Escuela. En esta ocasión se hallaba en posesión de un dato exclusivo. La primera persona a la que lo comunicó fue el Bebé.

–¿Ya oíste el último romance de los círculos más selectos, Bebé? –comentó, mientras abandonaban la cancha–. Claro que no. Nunca te enteras de nada.

–¿Y bien? –preguntó el Bebé con paciencia.

–¿Conoces a Dacre?

–El nombre me suena de algún lado.

–Se va a casar.

–Vaya.

–Sí. No hace falta que intentes simular interés. Eres una de esas personas desagradables a quienes interesan sus propios asuntos y no los de los demás. Simplemente se me ocurrió decírtelo. Así tendrás al menos una remota posibilidad de entender mis chanzas sobre el tema en la Luciérnaga de la semana próxima. Vosotros, muchachos del norte, necesitáis algún tipo de ayuda para gozar de las formas más elevadas del ingenio.

–Gracias –dijo el Bebé tranquilamente–. Buenas noches.

Pocos días después, el Director interceptó al Bebé mientras éste se dirigía a su residencia luego de un juego combinado de rugby.

–MacArthur –dijo–, ¿no pasa usted de regreso por la residencia de Mr. Dacre? En ese caso, ¿le molestaría solicitarle que tome el preparatorio*Horario de estudio, normalmente por la tarde. por mí esta noche? He descubierto que me será imposible hacerlo. –Era tradición en St. Austin's que el Director presidiera el preparatorio una vez a la semana; pero, al igual que aquel célebre irlandés, cumplía con esta obligación tantas veces como podía evitarlo.

El Bebé aceptó el encargo. Fue conducido al salón. Para su consternación (él no era una persona afecta a la sociedad), parecía estar llevándose a cabo una especie de reunión de té. En el momento en que se abría la puerta alguien estaba terminando una observación:

–...capacidad que éste exhibe en poemas como "Sordello" –dijo la voz.

El Bebé conocía esa voz.

Habría huido, si le hubiese sido posible, pero el criado ya estaba anunciándolo. Mr. Dacre comenzó con las presentaciones.

–Mr. MacArthur y yo ya nos conocemos –dijo Miss Beezley, pues era ella–. Qué curioso, porque el asunto que estamos debatiendo es precisamente del mayor interés para él, según creo. Cuando usted entró, Mr. MacArthur, yo estaba diciendo que pocas de las obras de Tennyson dan muestras de la capacidad poética que exhibe Browning en su "Sordello".

El Bebé dirigió a Mr. Dacre una mirada de desesperación.

–Creo que estamos sacando a MacArthur de su terreno –dijo Mr. Dacre–. ¿Quería verme por algo en particular, MacArthur?

El Bebé entregó su mensaje.

–Claro, ciertamente –dijo Mr. Dacre–. ¿Pasará por la Residencia Central esta noche? Si fuera así, le agradecería que presentara mis cumplidos al Director y que le informara que lo haré con mucho gusto.

El Bebé no había traído intenciones de desviarse tanto, pero la posibilidad de escape que este pedido le ofrecía era demasiado buena como para perdérsela, y partió.

Por el camino llamó a la puerta de Merevale's y preguntó por Charteris.

–Mira, Charteris –dijo–, ¿recuerdas que me dijiste que Dacre estaba por casarse?

–Sí.

–¿Y por casualidad no sabes el nombre de la dama?

–Bien que lo sé, mi buen highlander. Es una tal Miss Beezley.

–¡Gran Scott! –exclamó el Bebé.

–¡Bueno! ¿Qué sucede? ¿Acaso tu joven corazón se inclinaba en esa dirección? Me asombras, Bebé, y me das pena. Creo que podemos poner algo sobre esto en La Luciérnaga, contigo como el héroe y Dacre como el villano. Por supuesto, terminará bien. Yo mismo la escribiré.

–Mejor –dijo el Bebé, torvamente–. Ah, y una cosa más, Charteris.

–¿Qué?

–Cuando venga como interno, seré un prefecto, ¿no? Porque estoy en Sexto.

–Sí.

–Y los prefectos tienen que ir a desayunar y almorzar y todo eso muy a menudo con el pico de la residencia, ¿no?

–Tal como lo has dicho.

–Gracias. Es todo. Ve a trabajar. Buenas noches.

Ese año Merevale's ganó la copa. El Bebé jugó de un modo particularmente brillante para ese equipo.

separador.gif

Valid HTML 4.01 Transitional