Artículo 1:
La prudencia, ¿radica en el entendimiento o en la
voluntad?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia no radica en el
entendimiento, sino en la voluntad:
1. Afirma San Agustín, en el libro De mor. Eccl.
cathol., que la prudencia es amor que escoge con
sagacidad entre las cosas que le favorecen y las que se le oponen.
Pero el amor no radica en el entendimiento, sino en la voluntad. Por
consiguiente, la prudencia radica en la voluntad.
2. Como se deduce de la definición anterior (arg.1),
corresponde a la prudencia
elegir con sagacidad. Ahora bien, la
elección es acto de la voluntad, como hemos visto (
1-2 q.83 a.3;
1-2 q.13 a.1). Por tanto, la prudencia radica en la voluntad, no en el
entendimiento.
3. Escribe el Filósofo en VI Ethic.
que quien a sabiendas comete una falta en el arte es más excusable
que quien la comete en la prudencia, igual que en otras virtudes.
Pero las virtudes morales de que habla allí radican en la voluntad; el
arte, en cambio, en el entendimiento. Luego la prudencia radica en la
voluntad más bien que en el entendimiento.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro Octog.
trium. quaest.: La prudencia es el conocimiento
de las cosas que debemos apetecer o rehuir.
Respondo: Como escribe San Isidoro en el
libro Etymol.: Prudente significa como ver a
lo lejos; es ciertamente perspicaz y prevé a través de la
incertidumbre de los sucesos. Ahora bien, la visión pertenece no a
la facultad apetitiva, sino a la cognoscitiva. Es, pues, evidente que
la prudencia pertenece directamente a la facultad cognoscitiva. No
pertenece a la facultad sensitiva, ya que con ésta se conoce solamente
lo que está presente y aparece a los sentidos, mientras que conocer el
futuro a través del presente o del pasado, que es lo propio de la
prudencia, concierne propiamente al entendimiento, puesto que se hace
por deducción. Por consiguiente, la prudencia radica propiamente en el
entendimiento.
A las objeciones:
1. Como en otro lugar hemos
expuesto (
1 q.82 a.4;
1-2 q.9 a.1), la voluntad mueve todas las
potencias al acto. Ahora bien, queda dicho (
1 q.20 a.1;
1-2 q.25 a.2 y
3;
q.27 a.4), que el acto primero de la voluntad es el amor. En
consecuencia, se dice que la prudencia es amor, no esencialmente, sino
en cuanto que el amor mueve al acto de prudencia. Por eso, a
continuación añade San Agustín que
la prudencia es
amor que distingue claramente entre lo que promociona la tendencia
hacia Dios y lo que puede impedirla. Del amor se dice que
discierne en cuanto que mueve a la razón a distinguir.
2. El prudente considera lo que
está lejos en cuanto pueda ayudarle o impedirle lo que debe hacer en
el momento presente. Resulta, pues, evidente que lo que considera la
prudencia está ordenado a otra cosa como a un fin. Ahora bien,
considerar lo relacionado con el fin incumbe al consejo por parte de
la razón y a la elección por parte de la voluntad. Y de estos dos
actos, el consejo atañe más propiamente a la prudencia, conforme al
testimonio del Filósofo en VI Ethic. de que el
prudente sabe aconsejar bien. Mas dado que la elección
presupone el consejo, ya que es el apetito de lo previamente
aconsejado, según el Filósofo en III Ethic.,
incluso la elección se puede atribuir a la prudencia, en cuanto que
dirige la elección por medio del consejo.
3. El mérito de la prudencia no
consiste solamente en la consideración, sino también en la aplicación
a la obra, fin del entendimiento práctico. Por eso, si en esto hay
defecto, es sobre todo contrario a la prudencia, porque si el fin es
lo más importante en todo orden de cosas, el defecto en lo que le
atañe es pésimo. De ahí que el Filósofo añada allí mismo
que la prudencia no está simplemente en el entendimiento, como
el arte; conlleva, como hemos dicho, la aplicación a la obra, y esto
incumbe a la voluntad.
Artículo 2:
¿Pertenece la prudencia solamente al entendimiento práctico o también
al especulativo?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia pertenece no solamente
al entendimiento práctico, sino también al especulativo:
1. Según el testimonio de la Escritura: diversión para el necio es
el hacer maldades; para el inteligente lo es la sabiduría (Prov
10,23). La sabiduría consiste principalmente en la contemplación.
Luego también la prudencia.
2. En expresión de San Ambrosio en I De Off.
Ministr., la prudencia versa sobre la
investigación de la verdad e infunde el deseo de una ciencia más
perfecta. Ahora bien, esto atañe al entendimiento especulativo.
Luego la prudencia pertenece también al entendimiento
especulativo.
3. El Filósofo, como se ve en VI Ethic., asigna a la misma parte del alma el arte y la prudencia. Pero el arte es no sólo práctico, sino también especulativo, como resalta con evidencia en las artes liberales. Luego hay también prudencia práctica y especulativa.
Contra esto: está lo que enseña el Filósofo en VI Ethic., al decir de la prudencia que es la
recta razón en el obrar. Esto corresponde solamente a la razón
práctica. Luego la prudencia radica solamente en el entendimiento
práctico.
Respondo: Como expone el Filósofo, lo propio de la prudencia es poder aconsejar bien. Ahora bien, el consejo versa sobre lo que debemos hacer en orden a un fin determinado. Resulta, por lo mismo, evidente que la prudencia radica exclusivamente en el entendimiento práctico.
A las objeciones:
1. Como ya hemos expuesto (
q.45 a.1), la sabiduría considera la causa altísima absoluta. Por eso, la
consideración de la causa altísima en cualquier género incumbe a la
sabiduría dentro de ese género. Ahora bien, en el género de los actos
humanos, la causa altísima es el fin común a toda la vida humana, y de
ese fin se ocupa la prudencia. El Filósofo, en efecto, escribe en VI
Ethic., que igual que de quien razona bien
sobre algún fin particular, por ejemplo, la victoria, no se dice que
es prudente absolutamente sino en ese género, es decir, en temas
bélicos, de quien razona rectamente sobre el bien moral se dice, sin
más, que es prudente. Resulta, pues, evidente que la prudencia es
sabiduría acerca de las cosas humanas; pero no sabiduría absoluta, ya
que no versa sobre la causa altísima, sino sobre el bien humano, y el
hombre no es lo mejor de todo lo que existe. Por eso se dice, con
razón, que la prudencia es
sabiduría en el hombre, pero no la
sabiduría en absoluto.
2. Tanto San Ambrosio como
Tulio toman el sustantivo prudencia en sentido
amplio de cualquier tipo de conocimiento humano, tanto especulativo
como práctico. También podía decirse que el acto mismo del
entendimiento especulativo, en cuanto voluntario, es objeto de
elección y de consejo respecto a su ejercicio, y, por consiguiente,
cae bajo la ordenación de la prudencia. Pero en su ser, por la
relación con su objeto, que es la verdad necesaria, no cae ni bajo el
consejo ni bajo la prudencia.
3. Toda aplicación de la recta
razón a lo factible es propia del arte. A la prudencia, en cambio, no
le atañe sino la aplicación de la recta razón en las cosas que
implican consejo. De este tipo son las cosas que no tienen un medio
determinado de llegar al fin, como afirma el Filósofo.
Por tanto, dado que el entendimiento especulativo realiza operaciones,
como, por ejemplo, silogismos, proposiciones y otras
cosas por el estilo, en las que se procede por normas ciertas y
determinadas, respecto de ellas puede salvarse la razón de arte, pero
no la razón de prudencia. Por eso hay un arte especulativo, pero no
una prudencia especulativa.
Artículo 3:
¿Conoce la prudencia los singulares?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia no conoce los
singulares:
1. La prudencia, como hemos dicho (
a.1), radica en el entendimiento,
y el objeto de éste es lo universal, como se dice en I
Physic. Luego la prudencia no conoce sino lo
universal.
2. Los singulares son infinitos, y como tales no pueden ser
comprendidos por la razón. Luego la prudencia, que es la recta razón,
no conoce los singulares.
3. Se conocen los singulares por los sentidos. Ahora bien,
la prudencia no está en el sentido, pues hay muchos que tienen
sentidos externos muy despiertos y no son prudentes. Por tanto, la
prudencia no versa sobre lo singular.
Contra esto: está el testimonio de lo que enseña el Filósofo en VI Ethic.: La prudencia no trata sólo de lo
universal, sino que debe conocer también lo singular.
Respondo: Como queda expuesto (
a.1 ad 3),
corresponde a la prudencia no solamente la consideración racional,
sino también la aplicación a la obra, que es el fin principal de la
razón práctica. Ahora bien, nadie puede aplicar de forma adecuada una
cosa a otra sin conocer ambas, es decir, lo aplicado y el sujeto al
que se aplica. Las acciones, a su vez, se dan en los singulares, y por
lo mismo es necesario que el prudente conozca no solamente los
principios universales de la razón, sino también los objetos
particulares sobre los cuales se va a desarrollar la
acción.
A las objeciones:
1. La razón tiene como objeto
primero y principal los universales. Puede, sin embargo, aplicar lo
universal a las razones particulares (por eso las conclusiones de los
silogismos son no solamente universales, sino también particulares).
El entendimiento, en efecto, se extiende a la materia por cierta
reflexión, como se escribe en III De An.
2. Por el hecho de que la
infinitud de los singulares no puede ser aprehendida por la razón
humana, se sigue que, como vemos en la Escritura, inseguros son los
pensamientos de los mortales, y nuestros cálculos muy aventurados
(Sab 9,14). Sin embargo, la experiencia reduce los infinitos
singulares a algún número finito de casos que se repiten con mayor
frecuencia, y cuyo conocimiento es suficiente para constituir
prudencia humana.
3. Como afirma el Filósofo en
VI Ethic., la prudencia no radica en los
sentidos exteriores con los que conocemos los sensibles propios, sino
en el sentido interior, que se perfecciona con la memoria y la
experiencia para juzgar con prontitud sobre los objetos particulares,
objetos de esa experiencia. Pero esto no implica que la prudencia esté
en el sentido interior como sujeto principal; más bien radica
principalmente en el entendimiento, y por cierta aplicación se
extiende al sentido interior.
Artículo 4:
¿Es virtud la prudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia no es
virtud:
1. De la prudencia dice San Agustín, en I De lib.
arb., que es la ciencia de lo que debemos
desear y evitar. Ahora bien, la ciencia es
distinta de la virtud, como expone el Filósofo en Predicamentis. Luego la prudencia no es
virtud.
2. No hay virtud de la virtud, pero sí hay virtud del
arte, como dice el Filósofo en VI Ethic. El
arte, pues, no es virtud. Pero en el arte hay prudencia; ya la
Escritura nos ofrece el testimonio de Hirán, que sabía grabar toda
suerte de figuras y era ingenioso en inventar cuanto se necesita para
toda clase de obras (2 Par 2,13). Por lo tanto, la prudencia no es
virtud.
3. Ninguna virtud debe ser inmoderada. De lo contrario,
carecería de sentido lo que se pide en la Escritura: pon moderación
a tu prudencia (Prov 23,4). La prudencia, pues, no es
virtud.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio, en II Moral., afirma que la prudencia, la templanza, la
fortaleza y la justicia son cuatro virtudes.
Respondo: Como ya hemos expuesto al tratar de
las virtudes en general (1-2 q.55 a.1 obi.;
q.56 a.1),
virtud es la
que hace bueno al sujeto que la posee y a sus actos. Pero el bien
puede tomarse en dos sentidos: material, lo que es bueno; formal, la
razón de bien. El bien en el segundo aspecto es objeto de la voluntad.
Por eso, si hay hábitos que hacen recta la consideración de la razón
sin tener en cuenta la rectitud de la voluntad, tienen menos carácter
de virtud, porque orientan materialmente hacia un objeto bueno, es
decir, a lo que es bueno, pero no bajo la razón de bien. Tienen, en
cambio, más carácter de virtud los hábitos que se ordenan a la
rectitud de la voluntad, porque consideran el bien no solamente de una
manera material, sino también formal; es decir, consideran lo que es
bueno bajo la razón de bien. Ahora bien, como queda ya expuesto (
a.1 ad 3;
a.3), a la prudencia atañe la aplicación de la recta razón al
obrar, cosa que no se hace sin la rectificación de la voluntad. De ahí
que la prudencia tiene no solamente la esencia de la virtud, como las
demás virtudes intelectuales, sino también la noción de virtud propia
de las virtudes morales, entre las cuales se enumera.
A las objeciones:
1. En el texto citado, San Agustín
toma ciencia en sentido amplio, como recta razón.
2. Dice el Filósofo
que hay virtud del arte porque no implica rectitud del apetito, y por
eso, para su buen uso es menester que el hombre posea una virtud que
le rectifique. Pero la prudencia no entra en el campo propio del arte,
bien porque éste se ordena a algún fin determinado, bien porque
dispone de medios adecuados para llegar al fin. Se dice, no obstante,
de alguien que obra prudentemente en materia del arte, pero por cierta
semejanza, ya que en algunos niveles de arte, por la indeterminación
de los medios para llegar al fin, es necesario el consejo, como ocurre
en la medicina y en la náutica, según el Filósofo.
3. El dicho del Sabio no se ha de
entender en el sentido de que la prudencia misma necesite ser
moderada, sino que ella debe ser la moderadora de las demás
virtudes.
Artículo 5:
¿Es virtud especial la prudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia no es virtud
especial:
1. Ninguna virtud especial entra en la definición general de virtud,
y la prudencia va incluida en la definición general de virtud. El
Filósofo, en efecto, en II Ethic., define la
virtud como hábito electivo que consiste en un justo medio que
exige una determinación de la razón tal como el sabio lo señalare.
Ahora bien, la recta razón es propia de la prudencia, como escribe
también el Filósofo en VI Ethic. En
consecuencia, la prudencia no es virtud especial.
2. Dice también el Filósofo, en VI Ethic., que la virtud moral hace obrar rectamente en orden al fin; la prudencia, en cambio, en orden a los medios. Ahora bien, en toda virtud hay que hacer cosas en orden al fin. En consecuencia, en toda virtud hay prudencia, y, por lo mismo, no es virtud especial.
3. Toda virtud especial tiene también un objeto especial.
Pero la prudencia no tiene objeto especial porque, según el Filósofo
en VI Ethic., es la recta dirección de lo
que se debe hacer, y esto atañe a todas las obras de virtud. Luego
la prudencia no es virtud especial.
Contra esto: está el hecho de que la prudencia ocupa un lugar propio en
la división y enumeración de las virtudes, conforme vemos en la
Escritura: Porque ella enseña la templanza y la prudencia, la
justicia y la fortaleza (Sab 8,7).
Respondo: Dado que según lo expuesto (
1 q.77 a.3;
1-2 q.1 a.3;
q.18 a.2;
q.54 a.2), los actos y los hábitos se
especifican por sus objetos, es necesario que sea hábito especial
aquel al que le corresponde un objeto especial distinto de los demás;
y, si se trata de un hábito bueno, será una virtud especial. Ahora
bien, este carácter especial del objeto deriva no de la consideración
material del mismo, sino de su razón formal, como hemos probado en
otro lugar (
1-2 q.54 a.2 ad 1), ya que la misma realidad puede ser
objeto de diversos hábitos e incluso de diversas potencias, pero bajo
distintos aspectos. Y se requiere mayor diversidad de objeto para la
diversidad de potencias que para la de hábitos, dado que, como hemos
expuesto (
1-2 q.54 a.1), en la misma potencia pueden darse varios
hábitos. En consecuencia, la diversidad formal de objetos que
diversifica las potencias distingue aún más los hábitos.
Siendo esto así, dado que, como hemos expuesto (a.1), la prudencia
radica en el entendimiento, se distingue de las demás virtudes
intelectuales en función de la diversidad material de los objetos. En
efecto, la sabiduría, la ciencia y la inteligencia versan sobre
objetos necesarios; el arte, en cambio, y la prudencia, sobre cosas
contingentes. Pero el arte trata sobre lo factible, es decir, lo que
se realiza en alguna materia exterior, por ejemplo, una casa, un
cuchillo y cosas semejantes; la prudencia, empero, trata sobre lo
agible, o sea, sobre la actividad misma del sujeto que actúa, como en
otro lugar hemos tratado (1-2 q.57 a.4). La prudencia se distingue, a
su vez, de las virtudes morales por la distinta modalidad de objeto
que especifica las potencias, ya que radica en el entendimiento, y las
virtudes morales en la voluntad. Resulta, pues, evidente, que la
prudencia es virtud especial distinta de todas las
demás.
A las objeciones:
1. Esa definición no se refiere a
la virtud en general, sino a la virtud moral. En la definición de ésta
se incluye oportunamente la virtud intelectual que tiene materia común
con ella, es decir, la prudencia, porque así como el sujeto de la
virtud moral es el apetito, que participa de la razón, la virtud moral
es virtud en cuanto que participa de la virtud intelectual.
2. De eso se deduce que la
prudencia ayuda a todas las virtudes y actúa en todas. Esto, sin
embargo, no es suficiente para negarle el carácter de virtud especial,
ya que nada impide que en algún género haya una especie que de algún
modo actúe en las demás especies de ese género, igual que el sol
influye de alguna manera en todos los cuerpos.
3. Lo operable es en cierta manera
materia de la prudencia en cuanto que es objeto de la razón, es decir,
bajo la formalidad de verdad. Pero es materia de las virtudes morales
en cuanto objeto de la virtud apetitiva, es decir, bajo la formalidad
de bien.
Artículo 6:
¿Impone la prudencia el fin a las virtudes morales?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia impone el fin a las
virtudes morales:
1. Dado que la prudencia radica en el entendimiento y la virtud moral
en la voluntad, parece que la prudencia y la virtud moral deben
guardar entre sí la misma relación que hay entre el entendimiento y la
voluntad. Ahora bien, la razón señala a la voluntad el fin. Luego
también debe señalarlo la prudencia a las virtudes
morales.
2. El hombre es superior a las criaturas irracionales por su
entendimiento, pero tiene en común con ellas otras cosas. Por lo
mismo, las partes del hombre dicen al entendimiento la misma relación
que el hombre a las criaturas irracionales. Pues bien, el hombre es el
fin de las criaturas irracionales, como se expone en I
Pol. Luego todas las partes del hombre se ordenan
al entendimiento como a su fin. Mas, por otra parte, la prudencia,
según hemos expuesto (
a.2 sedcontra; a.5 arg.1), es la razón
directiva de las acciones. Luego todas las acciones se ordenan a la
prudencia como a su fin propio. En consecuencia, la prudencia señala
el fin a todas las virtudes morales.
3. A la virtud, arte o potencia cuyo objeto es el fin, le
corresponde imperar sobre las demás virtudes, artes o facultades cuyo
objeto son los medios. La prudencia dirige e impera las demás virtudes
morales. Luego les impone el fin.
Contra esto: está la enseñanza del Filósofo en VI Ethic.: La virtud moral rectifica la intención
del fin; la prudencia, en cambio, la de los medios. En
consecuencia, no incumbe a la prudencia señalar el fin a las virtudes
morales, sino únicamente disponer de los medios.
Respondo: El fin de las virtudes morales es el
bien humano, y el del alma humana consiste en estar regulada por la
razón, como demuestra Dionisio en el c.4
De div.
nom. Es, por lo tanto, necesario que se dé
previamente en la razón el fin de las virtudes morales. Y así como en
la razón especulativa hay cosas conocidas naturalmente de las que se
ocupa el entendimiento, y cosas conocidas a través de ellas, o sea,
las conclusiones que pertenecen a la ciencia, así en la razón práctica
preexisten ciertas cosas como principios naturales, y son los fines de
las virtudes morales, porque, como ya hemos expuesto (
q.23 a.7 ad 2;
1-2 q.57 a.1), el fin en el orden de la acción es como el principio en
el plano del conocimiento. Hay, a su vez, en la razón práctica algunas
cosas como conclusiones, que son los medios, a los cuales llegamos por
los mismos fines. De éstos se ocupa la prudencia que aplica los
principios universales a las conclusiones particulares del orden de la
acción. Por eso no incumbe a la prudencia imponer el fin a las
virtudes morales, sino sólo disponer de los medios.
A las objeciones:
1. A las virtudes morales les
impone el fin la razón natural, que llamamos sindéresis, como dejamos
expuesto en la primera parte (
q.79 a.12), no a la prudencia, por la
razón indicada.
2. De lo dicho es también patente
la respuesta a la objeción segunda.
3. A las virtudes morales
corresponde el fin, no porque lo impongan ellas, sino por tender al
fin señalado por la razón natural. La prudencia les presta en ello su
colaboración preparándoles el camino y disponiendo de los medios. De
eso resulta que la prudencia es más noble que las virtudes morales y
las mueve. La sindéresis, por su parte, mueve a la prudencia como los
principios especulativos mueven a la ciencia.
Artículo 7:
¿Corresponde a la prudencia hallar el justo medio en las virtudes
morales?
lat
Objeciones por las que parece que no corresponde a la prudencia
hallar el justo medio de las virtudes morales:
1. El fin de las virtudes morales es llegar a un justo medio. Pero
acabamos de demostrar (
a.6) que la prudencia no impone el fin a las
virtudes morales. Luego tampoco establece en ellas el justo
medio.
2. Lo que es por sí mismo no parece proceder de una causa,
sino que es causa de sí mismo. Ahora bien, es esencial a la virtud
moral, y como implicado en su propia definición, consistir en un
medio, según vimos en otro lugar (a.5 arg.1). La prudencia, pues, no
es causa del justo medio de las virtudes morales.
3. La prudencia actúa según el modo de la razón. Ahora
bien, la virtud moral tiende al medio de un modo connatural, ya que,
según Tulio, en II Rhet., la virtud es un
hábito conveniente a la razón como una naturaleza. Luego la
prudencia no señala el justo medio a las virtudes morales.
Contra esto: está la definición ya dada (a.5 arg.1) de virtud moral, de
que consiste en un medio según una proporción que el sabio
determinará.
Respondo: Conformarse con la recta razón es el
fin propio de cualquier virtud moral. Y así, la templanza va
encaminada a que el hombre no se desvíe de la razón por la
concupiscencia; igualmente, la fortaleza procura que no se aparte del
juicio recto de la razón por el temor o por audacia. Ese fin se lo
señaló al hombre la razón natural, que dicta a cada uno obrar conforme
a la razón. Ahora bien, incumbe a la prudencia determinar de qué
manera y con qué medios debe el hombre alcanzar con sus actos el medio
racional. En efecto, aunque el fin de la virtud moral es alcanzar el
justo medio, éste solamente se logra mediante la recta disposición de
los medios.
A las objeciones:
1. Con lo dicho queda dada la
respuesta a la primera objeción.
2. Igual que el agente natural
hace que la forma esté en la materia, pero no que se le añadan a la
forma todos sus accidentes connaturales, la prudencia señala el justo
medio en las pasiones y operaciones, pero no hace que el buscar ese
justo medio corresponda a la virtud.
3. La virtud moral intenta llegar
al medio de un modo connatural. Pero dado que el justo medio no es el
mismo en todas, no es suficiente para ello la inclinación natural que
actúa siempre del mismo modo, sino que es necesaria la
prudencia.
Artículo 8:
¿Imperar es el acto principal de la prudencia?
lat
Objeciones por las que parece que el acto principal de la prudencia
no es imperar:
1. El imperar va encaminado a la ejecución del bien. Pero afirma San
Agustín en XIV De Trin., que el acto de la
prudencia es prever las asechanzas. Por lo tanto, el acto
principal de la prudencia no es el imperio.
2. Dice el Filósofo en VI
Ethic.
que
lo propio del prudente parece que es aconsejar bien. Ahora
bien, aconsejar y mandar parecen dos actos distintos, lo cual resulta
evidente de lo que hemos dicho (
1-2 q.57 a.6). En consecuencia, el
acto principal de la prudencia no es el imperio.
3. El imperio o mandato parece un acto que incumbe a la
voluntad, cuyo objeto es el fin y mover las demás
facultades del alma. La prudencia no radica en la voluntad, sino en el
entendimiento. Luego su acto principal no es el imperio.
Contra esto: está el testimonio del Filósofo en VI Ethic., que dice que la prudencia es
preceptiva.
Respondo: Como ya hemos expuesto (
a.2 sedcontra), la prudencia es
la recta razón en el obrar. Por lo
tanto, el acto principal de la prudencia debe ser el acto principal de
la razón en la dirección de obrar. En ella hay que señalar tres actos:
el primero, pedir consejo, que, según hemos dicho (
1-2 q.14 a.1),
implica indagar. El segundo acto es juzgar el resultado de la
indagación. Ahí termina la razón especulativa. Pero la razón práctica,
que está orientada a la acción, va más allá, y entra en juego el
tercer acto, es decir, imperar. Este acto consiste en aplicar a la
operación el resultado de la búsqueda y del juicio. Y dado que este
acto entra más de lleno en la finalidad de la razón práctica, se sigue
de ello que es el acto principal de la misma, y, por consiguiente, lo
es también de la prudencia.
La prueba de ello está en el hecho de que la perfección del arte
consiste en el juicio y no en el imperio. Por eso se considera mejor
artista el que a sabiendas hace mal la obra de arte que quien la
realiza mal involuntariamente, porque esto parece que tiene su raíz en
la falta de juicio recto. En la prudencia, en cambio, se da el
fenómeno inverso, como se ve por el testimonio del Filósofo en VI
Ethic. En efecto, es más imprudente quien peca
queriendo que quien lo hace sin querer, pues el primero falla en el
acto principal de la prudencia, que es el imperio.
A las objeciones:
1. El acto de imperio abarca tanto
conseguir el bien como evitar el mal. Sin embargo, San Agustín no pone
como acto principal de la prudencia precaver las asechanzas,
porque este acto de la prudencia no se da en el cielo.
2. La rectitud del consejo se
requiere para aplicar a la operación el resultado de la búsqueda. Por
eso, el imperio corresponde a la prudencia, cuya función es aconsejar
bien.
3. Mover pertenece en absoluto a
la voluntad. Pero el imperar implica moción ordenada, y por eso es
acto de la razón, como ya hemos expuesto (
1-2 q.17 a.1).
Artículo 9:
¿Pertenece la diligencia a la prudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la diligencia no corresponde a la
prudencia:
1. La diligencia implica cierta inquietud, ya que, según San Isidoro,
en el libro
Etymol.,
se llama solícito al
que está inquieto. Ahora bien, el movimiento corresponde sobre
todo a la voluntad. Luego también la diligencia. Pero la prudencia
radica en la inteligencia y no en la voluntad, como ya hemos expuesto
(
a.1). En conclusión, la diligencia no corresponde a la
prudencia.
2. A la diligencia se opone la certeza de la verdad. Por eso
leemos en la Escritura que dijo Samuel a Saúl: De las asnas que
perdiste hace tres días, no estés solícito porque ya han sido
halladas (1 Re 9,20). Ahora bien, la certeza de la verdad
corresponde a la prudencia por ser virtud intelectual. Luego la
diligencia, lejos de corresponder a la prudencia, se opone a
ella.
3. Dice el Filósofo en VI Ethic.,
que al magnánimo le incumbe ser perezoso y tranquilo. Ahora
bien, la diligencia es contraria a la pereza, y, por otra parte, no es
contraria a la magnanimidad, dado que el bien no se opone al
bien, como escribe el Filósofo en Praedic.
Por lo tanto, la diligencia no corresponde a la prudencia.
Contra esto: está el testimonio de San Pedro, que exhorta: Sed
prudentes y velad en la oración (1 Pe 4,7). La vigilancia se
identifica con la diligencia. Luego la diligencia corresponde a la
prudencia.
Respondo: Según San Isidoro, en el libro Etymol.: Solícito significa sagaz y rápido,
en cuanto que hay quien, por cierta habilidad de ánimo, es rápido para
emprender lo que debe obrar. Esto corresponde a la prudencia, cuyo
acto principal es el imperio para la acción sobre lo que previamente
ha sido objeto del consejo y del juicio. Por eso dice el Filósofo en
VI Ethic. que conviene obrar rápidamente una
vez tomada la determinación, pero ésta se ha de tomar con calma.
Por esa razón, la diligencia es propiamente acto de la prudencia. De
ahí que diga San Agustín que la prudencia está en guardia y en
vigilancia diligente, no sea que, insinuándose poco a poco una mala
persuasión, nos haga caer.
A las objeciones:
1. El movimiento corresponde,
efectivamente, a la voluntad como principio motor; lo hace, sin
embargo, bajo la dirección y el mandato de la razón, y en eso consiste
la diligencia.
2. Según el Filósofo, en I Ethic., no debe exigirse la misma certeza en
todo, sino en cada materia, conforme a su modo propio. Pero dado
que la materia de la prudencia es lo singular contingente, que es el
campo de las operaciones humanas, no puede ser tan profunda la certeza
de la prudencia que se haga del todo innecesaria la
diligencia.
3. Se dice del magnánimo que
es
perezoso y tranquilo, no porque carezca de inquietud, sino porque
no tiene preocupaciones innecesarias sobre muchas cosas, pues confía
en lo que debe confiar y no se inquieta inútilmente. El exceso de
temor y desconfianza, en efecto, provoca exceso de diligencia, ya que
el temor nos lleva a tomar consejo, como explicamos al tratar la
pasión del temor (
1-2 q.44 a.2).
Artículo 10:
¿Abarca la prudencia el gobierno de la multitud?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia abarca no el gobierno
de la multitud, sino el de sí mismo:
1. Según el Filósofo en V Ethic., la virtud
que se refiere al bien común es la justicia, y la prudencia se
distingue de la justicia. Luego la prudencia no se refiere al bien
común.
2. Parece prudente el que busca y realiza el bien para sí
mismo. Sin embargo, es frecuente que quienes se ocupan del bien común
descuiden su propio bien. Luego no son prudentes.
3. La prudencia es enumerada entre la templanza y la
fortaleza. Ahora bien, la templanza y la fortaleza parecen limitarse
al bien propio. Luego lo mismo la prudencia.
Contra esto: está lo que dice el Señor: ¿Quién es, pues, el siervo
fiel y prudente a quien el señor puso al frente de su servidumbre?
(Mt 24,45).
Respondo: Según el Filósofo en VI Ethic., hay quien sostiene que la prudencia no
abarca el bien común, sino el bien propio, porque piensan que el
hombre debe buscar solamente el propio bien. Pero esta opinión es
contraria a la caridad, que no busca su interés, como afirma el
Apóstol (1 Cor 13,5). Por esa razón dice también el Apóstol de sí
mismo: Me esfuerzo por agradar a todos, sin procurar mi propio
interés, sino el de la mayoría para que se salven (1 Cor 10,33).
Es incluso contraria a la recta razón que juzga el bien común mejor
que el particular. Por consiguiente, dado que es propio de la
prudencia deliberar, juzgar y ordenar los medios para llegar al fin
debido, es evidente que la prudencia abarca no sólo el bien particular
de un solo hombre, sino el bien común de la multitud.
A las objeciones:
1. El Filósofo habla en ese lugar
de la virtud moral. Pues bien, la virtud moral
referida al bien común se llama prudencia política. Y así, la misma
relación hay entre la prudencia política y la justicia legal que entre
la prudencia pura y simplemente tal y la virtud moral.
2. Quien busca el bien común de la
multitud busca también, como consecuencia, el suyo propio por dos
razones. La primera, porque no puede darse el bien propio sin el bien
común, sea de la familia, sea de la ciudad, sea de la patria. De ahí
que Máximo Valerio dijera de los antiguos romanos
que preferían ser pobres en un imperio rico a ser ricos en un
imperio pobre. Segunda razón: siendo el hombre parte de una casa y
de una ciudad, debe buscar lo que es bueno para sí por el prudente
cuidado del bien de la colectividad. En efecto, la recta disposición
de las partes depende de su relación con el todo, ya que, como escribe
San Agustín en el libro Confess., es deforme
la parte que no está en armonía con el todo.
3. También la templanza y la
fortaleza pueden referirse al bien común; de ahí que se den preceptos
legales sobre muchos actos de esas virtudes, como escribe el Filósofo
en V Ethic. Con mayor razón la prudencia y la
justicia, que pertenecen a la parte racional, que se ocupa
directamente del bien común, como la parte sensitiva se ocupa de lo
particular.
Artículo 11:
La prudencia que se ocupa del bien propio, ¿es específicamente la
misma que la que se ocupa del bien común?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia que se ocupa del bien
propio es la misma que la que se ocupa del bien común:
1. Dice el Filósofo en VI Ethic. que la
política y la prudencia son un mismo hábito, y su esencia, en cambio,
es distinta.
2. Más aún: Dice también el Filósofo en III Pol. que la virtud del buen varón y la del buen
príncipe es la misma. Ahora bien, la política se da sobre todo en
el príncipe, en el que radica como sujeto principal. Siendo, pues, la
prudencia la virtud del buen varón, parece que sea el mismo el hábito
de la prudencia y el de la política.
3. No hay diversidad de especie o de hábito en los objetos
que se ordenan a otros. Pues bien, ya que el bien propio, que
corresponde a la prudencia comúnmente dicha, se ordena al bien común,
que atañe a la política, entre la prudencia y la política no puede
haber diferencia ni de especie ni de hábito.
Contra esto: está el hecho de que son ciencias diversas la política
ordenada al bien común de la ciudad, y la económica, que considera las
cosas que corresponden al bien común de la casa o de la familia, y la
monástica, que se refiere al bien de la persona privada. Por lo tanto,
hay también diversas especies de prudencia en atención a esa
diversidad de materia.
Respondo: Como hemos expuesto en otro lugar
(
a.5;
1-2 q.54 a.2 ad 1), las especies de hábitos proceden de la
diversidad de objetos formales. Ahora bien, cuando se trata de hábitos
ordenados a un fin, éste se convierte en razón formal de los hábitos,
como hemos expuesto también (
1-2 q.1 intr;
q.102 a.1). Por lo
tanto, las diversas especies de hábitos se distinguen necesariamente
por su relación con los distintos fines. Pues bien, son fines diversos
el bien propio, el bien de la familia y el bien de la patria. Por
consiguiente, esto da lugar a que haya otras tantas especies
diferentes de prudencia: la prudencia propiamente dicha, ordenada al
bien personal particular; la prudencia económica, ordenada al bien
común de la casa o de la familia, y la prudencia política, ordenada al
bien común de la ciudad o de la nación.
A las objeciones:
1. El Filósofo no pretende
decir que la política sea un hábito
sustancialmente idéntico a toda prudencia, sino a la prudencia que
está ordenada al bien común. A ésta se la llama prudencia teniendo en
cuenta la razón común de la misma, es decir, la recta dirección de las
acciones, y se la llama política por su relación al bien
común.
2. Como afirma el Filósofo allí
mismo, el buen ciudadano es apto para mandar bien y
para obedecer bien. Por eso en la virtud del buen ciudadano va
incluida la del príncipe. No obstante, la virtud del gobernante y la
del súbdito no se distinguen específicamente, lo mismo que la del
varón y la de la mujer, como allí mismo afirma el Filósofo.
3. La diversidad específica de los
hábitos nace también de la ordenación de los diversos fines entre sí,
como el arte ecuestre, militar y civil son específicamente diversos,
aunque el fin de uno se subordine al del otro. Por lo mismo, aunque el
bien particular se ordene al bien común, eso no es obstáculo para que
esa diversidad dé origen a especies de hábitos distintos. Solamente se
infiere que el hábito que se ordena al fin último es superior e impera
a los demás.
Artículo 12:
¿Se da la prudencia en los súbditos o solamente en los
gobernantes?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia no se da en los
súbditos, sino solamente en los gobernantes:
1. Escribe el Filósofo en III Pol. que toda
prudencia es virtud propia de quien gobierna; las demás virtudes son
comunes a subordinados y a jefes. Los súbditos, pues, no poseen la
prudencia virtud, sino opinión verdadera.
2. En Pol. afirma el Filósofo que el siervo carece en absoluto de la capacidad de aconsejar. Ahora
bien, la prudencia hace sujetos capaces de aconsejar bien, como
enseña igualmente el Filósofo en VI Etic. La
prudencia, pues, no compete a los siervos o súbditos.
3. La prudencia es preceptiva, como hemos dicho (
a.8).
Pero el mandar no compete a los siervos o súbditos, sino
exclusivamente a quien gobierna. Luego la prudencia no se da en los
súbditos, sino sólo en quien gobierna.
Contra esto: la enseñanza del Filósofo, en VI Ethic., de que hay dos especies de prudencia política: la legislativa, propia de los gobernantes, y otra que conserva el nombre común de política, y versa sobre las cosas singulares. Ahora bien, esta última debe darse también en los súbditos. Luego la prudencia no se da sólo en los gobernantes, sino también en los súbditos.
Respondo: La prudencia radica en la razón cuya
función propia es regir y gobernar. Por lo tanto, en la medida en que
cada cual participa del gobierno y dirección necesita de la razón y de
la prudencia. Por otra parte, es evidente que al súbdito y al siervo,
en cuanto tales, no les compete regir y gobernar, sino más bien ser
regidos y gobernados. Y por eso la prudencia no es virtud del siervo
ni del súbdito en cuanto tales. Mas, dado que todo hombre, por ser
racional, participa algo del gobierno según el juicio de la razón, en
esa medida le corresponde tener prudencia. Resulta, pues, evidente que
la prudencia reside en el príncipe como mente arquitectónica,
según el Filósofo en VI Ethic.; en los
súbditos, en cambio, como arte mecánica o ejecutores de un
plan.
A las objeciones:
1. La palabra del
Filósofo hay que entenderla en sentido estricto, dado
que la prudencia no es virtud del súbdito en cuanto
tal.
2. El siervo no tiene capacidad de
consejo en cuanto siervo, ya que, en cuanto tal, es instrumento de su
señor; la tiene, en cambio, en cuanto ser racional.
3. Por la prudencia impera el
hombre no sólo a los demás, sino también a sí mismo, o sea, en el
sentido en que se dice que la razón impera a las potencias
inferiores.
Artículo 13:
¿Puede darse prudencia en los pecadores?
lat
Objeciones por las que parece que puede darse prudencia en los
pecadores:
1. El Señor se expresa en la Escritura en estos términos: Los
hijos de este mundo son más astutos para sus cosas que los hijos de la
luz (Lc 16,8). Ahora bien, los hijos de este mundo son los
pecadores. Luego puede darse en ellos la prudencia.
2. La fe es virtud más excelente que la prudencia. En los
pecadores puede haber fe; luego también la prudencia.
3. Lo propio de la prudencia es aconsejar bien,
como enseña el Filósofo en VI Ethic. Pero hay
muchos pecadores de buen consejo. Luego muchos pecadores tienen
prudencia.
Contra esto: está el testimonio de lo que escribe el Filósofo en VI Ethic.: Es imposible ser prudente sin ser
bueno. Ningún pecador es bueno. Luego ningún pecador es
prudente.
Respondo: La prudencia puede tener tres
sentidos. Hay, en efecto, una prudencia falsa por su semejanza con la
verdadera. En efecto, ya que es prudente quien dispone lo que hay que
hacer en orden a un fin, tiene prudencia falsa quien, por un fin malo,
dispone cosas adecuadas a ese fin, pues lo que toma como fin no es
realmente bueno, sino sólo por semejanza con él, como se habla, por
ejemplo, de buen ladrón. De este modo, por semejanza, se puede
llamar buen ladrón al que encuentra el camino adecuado para robar. Es
la prudencia de que habla el Apóstol cuando escribe: La prudencia
de la carne es la muerte (Rom 8,6), porque pone su fin último en
los placeres de la carne. Hay un segundo tipo de prudencia, la
verdadera, porque encuentra el camino adecuado para conseguir el fin
realmente bueno. Resulta, sin embargo, imperfecta por dos razones. La
primera, porque el bien que toma como fin no es el fin común de toda
vida humana, sino solamente de un nivel especial de cosas. Por
ejemplo, cuando uno encuentra el camino adecuado para negociar o para
navegar, se dice de él que es un negociante o un marinero prudente. La
segunda, porque falla en el acto principal de la prudencia. Es, por
ejemplo, el caso de quien posee consejo y juicio rectos en los
negocios referentes a toda la vida, pero no impera con eficacia. Pero
hay un tercer tipo de prudencia que es verdadera y perfecta; es la que
aconseja, juzga e impera con rectitud en orden al fin bueno de toda la
vida. Es la única prudencia propiamente tal; la prudencia que no puede
darse en los pecadores. La primera, en realidad, la poseen solamente
los pecadores; la segunda, la imperfecta, es común a buenos y malos,
sobre todo la prudencia imperfecta por algún fin particular, porque la
que lo es por defecto del acto principal es exclusiva de los
pecadores.
A las objeciones:
1. Las palabras citadas del Señor
se aplican solamente al primer tipo de prudencia. No se dice, pues,
que sean sin más prudentes, sino en el trato con los
suyos.
2. La fe no implica, en su
esencia, conformidad de la voluntad con las buenas obras; lo
específico de la fe está en el plano del conocimiento. La prudencia,
en cambio, conlleva relación con la voluntad recta por varias razones:
o porque los principios de la prudencia son los fines virtuosos, cuya
recta estimación la tiene el hombre por los hábitos de las virtudes
morales que rectifican la voluntad, y por eso no puede darse la
prudencia sin las virtudes morales, como hemos expuesto (
1-2 q.58 a.5), o también porque la prudencia preceptúa las buenas obras, lo
cual no puede darse sin una voluntad recta. Por eso, aunque la fe, por
su objeto, sea más excelente que la prudencia, ésta, sin embargo, en
sí misma es más opuesta al pecado, que tiene su origen
en la perversión de la voluntad.
3. Los pecadores, en efecto,
pueden tener capacidad de aconsejar bien respecto de algún fin malo, o
de algún bien particular; pero no son buenos consejeros respecto al
bien total de la vida, porque no lo llevan a efecto. De ahí que no se
da en ellos la prudencia, que trata solamente del bien. En esas
personas, como afirma el Filósofo en VI Ethic.,
se da una habilidad natural que puede emplearse en el bien y en el
mal; o la astucia, que se emplea solamente en el mal, y a la
que en otro lugar hemos llamado falsa prudencia o prudencia de la
carne.
Artículo 14:
¿Se da la prudencia en todos los que están en gracia?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia no se da en todos los
que están en gracia:
1. La prudencia requiere cierta habilidad para proveer bien lo que se
ha de obrar. Ahora bien, hay muchos que están en gracia y carecen de
esa habilidad. Por lo tanto, no todos los que están en gracia tienen
la prudencia.
2. Del prudente se dice que es buen consejero, como hemos
dicho (a.8 arg.2;
a.13). Pero muchos que están en gracia no son buenos
consejeros, sino que necesitan del consejo de otros. Luego no todos
los que están en gracia tienen la prudencia.
3. Según el Filósofo en III Top., no consta que los jóvenes sean prudentes. Pero hay muchos jóvenes que están en gracia. Luego la prudencia no se da en cuantos
están en gracia.
Contra esto: está el hecho de que solamente está en gracia el virtuoso,
y, por otra parte, nadie puede ser virtuoso si no es prudente. San
Gregorio, en efecto, escribe en II Moral.: Las demás virtudes, si no realizan prudentemente sus actos, de ninguna
manera pueden ser virtudes. En consecuencia, cuantos están en
gracia poseen la prudencia.
Respondo: Las virtudes deben guardar conexión
entre sí, de tal manera que, según hemos expuesto (
1-2 q.65), quien
posee una las posee todas. Ahora bien, todo el que está en gracia
posee la caridad. En consecuencia, debe poseer las demás virtudes.
Dado, pues, que la prudencia es virtud, como hemos expuesto en su
lugar (
a.4), debe poseer también la prudencia.
A las objeciones:
1. Existe una doble habilidad. Una,
suficiente para las cosas necesarias para la salvación, y ésa se da en
cuantos están en gracia, a los cuales enseña todo la unción, en
expresión de San Juan (1 Jn 2,27). Pero hay también otra habilidad más
plena, y quien la posee puede proveer, para sí y para
los demás, no sólo las cosas necesarias para salvarse, sino también
cualquier tipo de cosas pertenecientes a la vida. Esta clase de
habilidad no se da en todos los que están en gracia.
2. Quienes necesitan guiarse por
el consejo de otro, si están en gracia, saben, al menos, mirar por su
propio bien, de tal manera que buscan el consejo de otros y distinguen
los buenos de los malos consejos.
3. La prudencia adquirida es
causada por la repetición de actos; de ahí que para su adquisición
sean necesarios experiencia y tiempo, como enseña el Filósofo en
II Ethic. Por eso no se puede dar en los jóvenes
ni actual ni habitualmente. La prudencia, en cambio, que va acompañada
de la gracia, es infundida por Dios. De ahí que, incluso en los
bautizados que no tienen uso de razón, hay prudencia habitual, aunque
no actual, al igual que en los dementes. En cambio, en quienes tienen
uso de razón se da incluso prudencia actual respecto a las cosas
necesarias para la salvación. Mas por el ejercicio merecen que vaya
aumentando hasta llegar a perfeccionarse, como las demás virtudes. Por
esa razón escribe el Apóstol: El manjar sólido es para los
perfectos, los que, en virtud de la costumbre, tienen los sentidos
ejercitados en discernir lo bueno de lo malo (Heb
5,14).
Artículo 15:
¿Es innata en nosotros la prudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia es innata en
nosotros:
1. Todos los elementos de la prudencia parecen, según el Filósofo en
VI Ethic., connaturales, como la
perspicacia, el juicio y otras cosas por el estilo; no así lo que
atañe a la sabiduría especulativa. Pues bien, las cosas que son del
mismo género tienen el mismo origen. Luego la prudencia nos es también
innata.
2. La edad cambia siguiendo un proceso natural. Ahora bien,
la prudencia es un proceso que sigue cronológicamente a la edad,
conforme al texto de la Escritura: Está en las canas el saber y en
la ancianidad la sensatez (Job 12,12). La prudencia es, pues,
natural.
3. La prudencia es más propia del hombre que del animal.
Pues bien, los animales, en expresión del Filósofo en VIII de Hist.
Anim., poseen alguna prudencia natural. Luego la
prudencia es natural.
Contra esto: está lo que escribe también el Filósofo en II
Ethic.:
Las virtudes intelectuales se adquieren
y aumentan en gran parte por la educación; por eso necesitan de
experiencia y de tiempo. La prudencia, según hemos expuesto (
a.3),
es virtud intelectual. Luego no es innata, sino que proviene de la
educación y de la experiencia.
Respondo: De todo lo expuesto (
a.3) consta que
la prudencia implica conocimiento de los objetos operables, tanto
universales como particulares, a los cuales aplica la prudencia los
principios universales. Así, pues, respecto al conocimiento universal,
coinciden la prudencia y la ciencia especulativa, ya que, como dijimos
en su lugar (
a.6), los primeros principios universales de una y otra
son conocidos naturalmente, con la salvedad de que los principios
comunes de la prudencia son más connaturales al hombre, ya que, como
expuso el Filósofo en X
Ethic.,
es mejor la
vida especulativa que la vida humana. Mas otros
principios universales subsiguientes, sean de la razón especulativa,
sean de la razón práctica, no los tiene el hombre por naturaleza, sino
que debe adquirirlos o por experiencia o por instrucción. Pero en
cuanto al conocimiento particular de las cosas en las que se realiza
la acción, hay que distinguir también. En efecto, la operación puede
recaer sobre los medios o sobre el fin. Ahora bien, los fines rectos
de la naturaleza humana están ya prefijados. Por eso puede haber
inclinación natural hacia esos fines; y así, como hemos visto (
1-2 q.51 a.1;
q.63 a.1), hay quienes, por disposición natural, poseen
determinadas virtudes que les inclinan hacia fines rectos, y, por lo
tanto, tienen, también por naturaleza, un juicio recto sobre esos
fines. Pero en las cosas humanas no están prefijados los medios, sino
que se diferencian según la variedad de las personas y de los
negocios. De ahí que, como la inclinación natural va orientada siempre
a algo determinado, ese conocimiento no puede ser innato, si bien por
disposición natural puede ser más apto uno que otro para discernir
esos medios; el mismo fenómeno se repite también en las conclusiones
de las ciencias especulativas. En consecuencia, dado que la prudencia
no versa sobre los fines, sino sobre los medios, como hemos dicho
(
a.6;
1-2 q.57 a.5), síguese que no es natural.
A las objeciones:
1. El Filósofo trata en ese
lugar de los elementos que pertenecen a la prudencia en
cuanto se ordena al fin; por eso había dicho antes
que los principios son propios del fin. Por esa razón no
menciona la eubulia, que dicta consejos sobre los
medios.
2. La prudencia se da
preferentemente en los ancianos no sólo por disposición natural, al
estar apaciguados los movimientos de las pasiones, sino también por la
larga experiencia.
3. En los animales están
determinados los medios para llegar al fin; de ahí observamos el
fenómeno de que los animales de la misma especie se comportan todos
del mismo modo. Esto, en cambio, no se puede dar en el hombre por la
función de la razón, que, conociendo los universales, abarca una
variedad infinita de singulares.
Artículo 16:
¿Puede perderse la prudencia por olvido?
lat
Objeciones por las que parece que la prudencia puede perderse por
olvido:
1. La ciencia, por tratar de objetos necesarios, es más cierta que la
prudencia, cuyo objeto son las acciones contingentes. Ahora bien, la
ciencia se pierde por olvido. Luego con mayor razón la
prudencia.
2. Según enseña el Filósofo en II Ethic., la virtud se engendra y se destruye por las mismas causas hechas de modo contrario. Ahora bien, la prudencia procede necesariamente de la experiencia formada de muchos recuerdos, como escribe también el Filósofo en el comienzo de los Metafísicos. Luego, dado que el olvido se opone al recuerdo, parece lógico que la prudencia se pueda perder por el olvido.
3. La prudencia no se da sin conocimiento de los
universales. Pero el conocimiento de los universales puede perderse
por olvido. Luego también la prudencia.
Contra esto: está lo que afirma el Filósofo en VI Ethic.: El olvido es propio del arte, no de la
prudencia.
Respondo: El olvido afecta sólo al
conocimiento. Por esa razón puede olvidarse totalmente un arte y de
igual modo la ciencia, hábitos propios del entendimiento. Pero la
prudencia no es solamente cognoscitiva, sino también apetitiva, ya
que, como queda expuesto (
a.8), su acto principal es el imperio, que
consiste en aplicar el conocimiento adquirido a la tendencia y a la
operación. Por eso la prudencia no desaparece
directamente por olvido, sino que, más bien, se deprava por las
pasiones, puesto que, según el Filósofo en VI
Ethic.,
lo deleitable y lo triste pervierten el juicio de la prudencia. De ahí que en la Escritura leemos:
La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón (Dan 13,56); y, en otro lugar:
No recibas regalos que ciegan a los prudentes (Ex 23,8) El olvido puede, sin embargo, tornarse en obstáculo para la prudencia, ya que ésta, para mandar, se basa en algún conocimiento, y éste puede desaparecer.
A las objeciones:
1. La ciencia consiste solamente en
el entendimiento. No vale compararla con la prudencia, como hemos
expuesto.
2. La prudencia se adquiere no
solamente con la experiencia, sino también con el ejercicio en mandar
rectamente.
3. La prudencia, conforme hemos
dicho, consiste principalmente no en el conocimiento de los
universales, sino en la aplicación a la acción. Por eso el olvido de
los universales no elimina lo que es principal en la prudencia, aunque
puede impedirla, como hemos dicho.