Viene a continuación el tema del don de consejo, correspondiente a la
prudencia. Sobre ello se formulan cuatro preguntas:
Artículo 1:
¿Debe incluirse entre los siete dones del Espírtu Santo el don de
consejo?
lat
Objeciones por las que parece que no debe incluirse el consejo entre
los dones del Espíritu Santo:
1. Los dones del Espíritu Santo, en expresión de San Gregorio en
II Moral., son dados para ayuda de las virtudes.
Ahora bien, para aconsejar le basta al hombre la virtud de la
prudencia o de la eubulia, como queda demostrado (q.47 a.1 ad 2; q.51 a.1 y 2). No debe, pues, incluirse el consejo entre los dones del
Espíritu Santo.
2. La diferencia entre los siete dones del Espíritu Santo y
las gracias gratis dadas parece ser la siguiente: las gracias gratis
dadas no se dan a todos, sino que son distribuidas de modos diversos;
los dones del Espíritu Santo, en cambio, se conceden a cuantos están
en gracia. Ahora bien, parece que el consejo figura entre las gracias
que el Espíritu Santo otorga de manera especial a alguno, a tenor de
las palabras de la Escritura: Yo sé que Simón, vuestro hermano, es
hombre de consejo (1 Mac 2,65). El consejo, pues, debe incluirse
entre las gracias gratis dadas más que entre los siete dones del
Espíritu Santo.
3. Leemos en la Escritura: Los que son guiados por el
Espíritu de Dios, son hijos de Dios (Rom 8,9). Ahora bien, dado
que los dones del Espíritu Santo son propios, sobre todo, de los hijos
de Dios, los cuales han recibido el espíritu de
adopción de hijos (Rom 8,15), parece que el consejo no debe
incluirse entre esos dones del Espíritu Santo.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Reposará sobre él el
espíritu de consejo y de fortaleza (Is 11,2).
Respondo: Los dones del Espíritu Santo, como
queda expuesto (1-2 q.68 a.1), son disposiciones que hacen al alma
apta para ser movida por el Espíritu Santo. Ahora bien, Dios mueve a
cada criatura según su modo propio de moverse. En expresión de San
Agustín en VIII De Gen. ad Litt., mueve a la
criatura corpórea a través del tiempo y del lugar: a la criatura
espiritual, en cambio, a través del tiempo, no del lugar. Pero lo
propio de la criatura racional es moverse a la acción a través de la
indagación de la razón, y a esa indagación la llamamos consejo.
En consecuencia, el Espíritu Santo mueve a la criatura racional por
medio del consejo, y por eso está incluido entre los dones del
Espíritu Santo.
A las objeciones:
1. La prudencia o la eubulia, sea
natural, sea infusa, dirige al hombre en la indagación del consejo,
según los datos que la razón puede conocer; por eso se convierte el
hombre en buen consejero para sí y para los demás mediante la
prudencia y la eubulia. Mas dado que la razón humana no puede abarcar
todos los casos singulares y contingentes que pueden ocurrir, resulta
que son inseguros los pensamientos de los hombres, y nuestros
cálculos muy aventurados (Sab 9,14). El hombre, pues, en la
indagación del consejo, necesita ser dirigido por Dios, que comprende
todas las cosas. Tal es la función propia del consejo, por medio del
cual se dirige el hombre como por el consejo recibido de Dios. Algo
parecido a lo que ocurre en los asuntos de la vida humana: quienes no
se bastan a sí mismos en la búsqueda del consejo, piden consejo a los
más sabios.
2. Puede incluirse entre las
gracias gratis dadas el hecho de que uno posea con tal perfección el
consejo, que lo dé también a otros. Pero recibir de Dios el consejo
sobre lo que debe hacerse en las cosas necesarias para la salvación es
común a todos los santos.
3. Los hijos de Dios son movidos
por el Espíritu Santo según el modo exigido por su naturaleza de
hombre, salvando siempre la libertad, que pertenece a la voluntad y a
la inteligencia. Así, en cuanto que la razón es instruida por el
Espíritu Santo sobre lo que debe hacer, a los hijos de Dios les
compete el buen consejo.
Artículo 2:
¿Responde el don de consejo a la virtud de la prudencia?
lat
Objeciones por las que parece que el don de consejo no corresponde de
manera adecuada a la virtud de la prudencia:
1. Lo inferior alcanza en lo más alto de sí a lo superior, como
demuestra Dionisio en c.7 De div. nom.; así el
hombre se asemeja al ángel por el entendimiento. Ahora bien, como
hemos visto (1-2 q.68 a.8), la virtud cardinal es inferior al don. En
consecuencia, dado que el consejo es el acto primero e ínfimo de la
prudencia, su acto supremo es el precepto, y el intermedio, el juicio.
Parece, pues, que el don correspondiente a la prudencia no es el
consejo, sino más bien el juicio o el precepto.
2. A una sola virtud parece que le presta ayuda suficiente
un solo don, dado que, cuanto es más elevada una cosa, tanto más unida
está, como se prueba en el libro De causis.
Ahora bien, la prudencia recibe auxilio por el don de ciencia, que es
especulativo y práctico, como hemos expuesto (q.9 a.3). Luego el don
de consejo no corresponde a la prudencia.
3. La misión propia de la prudencia es dirigir, como hemos
visto (q.50 a.1 ad 1). Mas lo propio del don de consejo es la
dirección del hombre por Dios, como hemos visto también (a.1). Por
ello el don de consejo no pertenece a la virtud de la
prudencia.
Contra esto: está el hecho de que el don de consejo versa sobre los
medios para el fin. Ahora bien, la prudencia versa
también sobre los medios. Luego se corresponden mutuamente.
Respondo: El principio inferior del movimiento
es ayudado y perfeccionado por el principio superior, como el cuerpo
es movido por el alma. Ahora bien, resulta evidente que la rectitud de
la razón humana se relaciona con la razón divina en la línea de
relación de movimiento entre el inferior y el superior, ya que la
razón divina es la regla suprema de toda rectitud humana. De ahí que
la prudencia, que implica rectitud de la razón, es perfeccionada y
ayudada al máximo en cuanto es regulada y movida por el Espíritu
Santo, y esto es propio del don de consejo, como ya hemos dicho (a.1 ad 1). En consecuencia, el don de consejo corresponde a la prudencia
ayudándola y perfeccionándola.
A las objeciones:
1. El juicio y el imperio no son
propios del sujeto movido, sino del que lo mueve. Pues bien, dado que
en los dones del Espíritu Santo la inteligencia humana se comporta no
como motor, sino más bien como movida, como ya hemos visto (a.1; 1-2 q.68 a.1), fue conveniente que el don correspondiente a la prudencia
no fuera llamado precepto o juicio, sino más bien consejo, que expresa
mejor la moción que recibe el alma aconsejada de quien la
aconseja.
2. El don de ciencia no
corresponde directamente a la prudencia, por ser aquélla —la
ciencia– especulativa, sino que recibe ayuda de ella por cierta
extensión; el don de consejo, en cambio, le corresponde directamente
por tener el mismo objeto que ella.
3. Un motor movido sólo mueve al
ser, a su vez, movido. Por eso la mente humana se hace apta para
dirigirse a sí misma y dirigir a los demás en cuanto que es dirigida
por el Espíritu Santo.
Artículo 3:
¿Permanece en el cielo el don de consejo?
lat
Objeciones por las que parece que el don de consejo no permanece en
el cielo:
1. El consejo versa sobre lo que debemos hacer en orden al fin. Ahora
bien, en el cielo no habrá nada que hacer en orden al fin, pues los
hombres están ya en su posesión. En el cielo, pues, no habrá don de
consejo.
2. El consejo implica duda, ya que es absurdo tomar consejo
de lo que es evidente, como demuestra el Filósofo en II Ethic. En el cielo se desvanece toda duda. Luego
allí no habrá consejo.
3. En el cielo, según leemos en la Escritura, los santos
serán muy semejantes a Dios, ya que cuando aparezca seremos
semejantes a El (1 Jn 3,2). Pues bien, Dios no necesita ser
aconsejado, como leemos también en la Escritura: ¿Quién fue su
consejero? (Rom 2,34). Luego tampoco los santos poseerán el don de
consejo.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio en XVII Moral.: Cuando llegan al Consejo
del tribunal del cielo las culpas o la justicia de cada pueblo,
aparece si el que ha sido puesto al frente de él ha obtenido el
triunfo en la lucha o no lo ha obtenido.
Respondo: Como queda dicho (a.1; 1-2 q.68 a.1),
los dones del Espíritu Santo se ordenan a que la criatura racional sea
movida por Dios. Ahora bien, en la moción del alma por Dios hay que
distinguir dos cosas. Primera, que la disposición del móvil es
distinta mientras está en movimiento que cuando ha llegado a su
término. En efecto, cuando el motor es sólo principio de movimiento,
al cesar éste cesa también la acción sobre el móvil, una vez que llegó
al término: cuando la casa está terminada ya no se continúa
edificando. Mas cuando el motor, además del movimiento, causa también
la forma a la que llega el móvil, su acción no termina cuando éste
alcanza su forma: el sol continúa iluminando la atmósfera aun después
de ser ésta iluminada. Pues bien, Dios causa en nosotros tanto la
virtud como el conocimiento, no sólo para adquirirlos, sino también
para perseverar en ellos. Así, en los bienaventurados Dios sigue dando
el conocimiento de las acciones, no en el sentido de que antes lo
ignoraran, sino en el de que les conserva en el cielo el conocimiento
de lo que debe hacerse. Hay, sin embargo, cosas que los
bienaventurados, sean ángeles, sean hombres, no conocen. Se trata de
cosas que no pertenecen a la esencia de la bienaventuranza, sino al
gobierno de las cosas según los planes de la providencia divina.
También en este caso es menester considerar que la inteligencia de los
bienaventurados y la de los viadores es movida por Dios de manera
distinta. En efecto, la de los viadores es movida en el plano de las
cosas prácticas, calmándoles la ansiedad de la duda que había antes en
ellos; en los bienaventurados, en cambio, se da simple ignorancia de
lo que no conocen, de la cual son purificados incluso los ángeles,
según Dionisio en el c.6 De eccl. hier.; pero no
precede en ellos la indagación, que implica duda, sino simple
conversión hacia Dios. Tal es el sentido de la expresión consultar
a Dios, de que habla San Agustín en V De Gen. ad
litt., al escribir que los ángeles consultan a
Dios sobre las cosas inferiores. Según eso, existe el don de
consejo en los bienaventurados en cuanto que, por la acción de Dios,
continúa en ellos el conocimiento de lo que saben y en cuanto que son
iluminados para conocer lo que ignoran sobre el orden
práctico.
A las objeciones:
1. Incluso en los bienaventurados
hay actos ordenados al fin, sea porque proceden del fin ya conseguido,
como es la alabanza de Dios, sea porque conducen a los demás al fin
conseguido por ellos, como es el ministerio de los ángeles y las
oraciones de los santos. En este sentido tiene lugar en ellos el don
de consejo.
2. La duda es algo propio del
consejo, tal como se da en esta vida, no como está en el cielo.
Tampoco las virtudes cardinales ejercitan exactamente los mismos actos
en esta vida y en la otra.
3. El consejo no está en Dios como
en el que lo recibe, sino como en quien lo da. Y así se asemejan a
Dios los santos en el cielo: como el que recibe al que
otorga.
Artículo 4:
¿Le corresponde al don de consejo la quinta bienaventuranza, la de la
misericordia?
lat
Objeciones por las que parece que la quinta bienaventuranza, que se
refiere a la misericordia, no corresponde al don de
consejo:
1. Todas las bienaventuranzas son actos de virtudes, como expusimos
en otro lugar (1-2 q.69 a.1). Ahora bien, el consejo dirige todos los
actos de las virtudes. En consecuencia, al consejo no le corresponde
la quinta más que cualquier otra.
2. Los preceptos son dados sobre lo que es necesario para
salvarse; el consejo, en cambio, sobre cosas no necesarias para
salvarse. A su vez, la misericordia es necesaria para salvarse, a
tenor del testimonio de la Escritura: Sin misericordia será juzgado
el que no hace misericordia (Sant 2,13); la
pobreza, en cambio, no es necesaria para la salvación, sino para la
perfección de la vida, como leemos en San Mateo (19,21). Al don de
consejo, pues, corresponde más la bienaventuranza de la pobreza que la
de la misericordia.
3. Los frutos acompañan a las bienaventuranzas, ya que
implican delectación espiritual, que sigue a los actos perfectos de
las virtudes. Pues bien, entre los frutos no figura nada que
corresponda al don de consejo, como es evidente en la Escritura (Gál
5,22-23). Luego tampoco la bienaventuranza de la misericordia
corresponde al consejo.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro De Serm.
Dom. in Monte: El consejo es propio de los
misericordiosos, porque el único remedio para librarse de tantos males
es perdonar y dar a los demás.
Respondo: El consejo se ocupa propiamente de
las cosas útiles para el fin. Por eso al consejo deben corresponder de
modo especial las cosas más útiles para el fin. Entre ellas está la
misericordia, a tenor de las palabras del Apóstol: La piedad es
útil para todo (1 Tim 4,8). Por eso la bienaventuranza de la
misericordia debe corresponder de manera especial al don de consejo,
no como eficiente del mismo, sino como dirigente.
A las objeciones:
1. Aunque el consejo ejerza la
dirección de los actos virtuosos, la ejerce, sin embargo, de manera
especial en las obras de misericordia, por la razón
aducida.
2. En cuanto don del Espíritu
Santo, el consejo nos dirige en todo lo que se ordena a la vida
eterna, sea o no necesario para la salvación. Sin embargo, no toda
obra de misericordia es necesaria para la salvación.
3. El fruto implica algo último.
Ahora bien, en el orden práctico, lo último se da no en el orden del
conocimiento, sino en el de la operación, que es el fin. De ahí que
entre los frutos no figura nada que pertenezca al conocimiento
práctico, sino sólo lo que corresponde a las operaciones sobre las que
ejerce su dirección el conocimiento práctico. Entre ellas figuran la
bondad y la benignidad, que corresponden a la misericordia.