Artículo 1:
La caridad, ¿es amistad?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es
amistad:
1. Nada hay tan propio de la amistad como convivir con el amigo, dice
el Filósofo en VIII Ethic. Ahora bien, la caridad
se da entre el hombre y Dios y los ángeles, los cuales no conviven
con los hombres, como leemos en la Escritura (Dan 2,11). La
caridad, pues, no es amistad.
2. No hay amistad sin reciprocidad, como enseña el Filósofo
en VIII Ethic. Pues bien, la caridad debe darse
incluso con los enemigos, según estas palabras: Amad a vuestros
enemigos (Mt 5,44). En consecuencia, la caridad no es
amistad.
3. Hay tres especies de amistad según el Filósofo en VIII
Ethic.: Amistad deleitable, de lo útil y de
lo honesto. Ahora bien, la caridad no es amistad de lo útil ni de
lo deleitable. Efectivamente, San Jerónimo, en la carta a Paulino,
puesta al principio de la Biblia, escribe: Es verdadera amistad,
trabada con las ataduras de Cristo, la que no está hecha de las
ventajas de la vida, común, ni de la sola presencia corporal, ni de
lisonjera y pérfida adulación, sino del temor de Dios y del estudio de
las divinas Escrituras. Asimismo, tampoco es
amistad de lo honesto, ya que con caridad amamos incluso a los
pecadores, y la amistad de lo honesto se tiene solamente con los
virtuosos, según el Filósofo en VIII Ethic. Por
lo tanto, la caridad no es amistad.
Contra esto: está el testimonio de San Juan: Ya no os llamaré
siervos, sino amigos (Jn 15,15), palabras que decía por razón de
la caridad. En consecuencia, la caridad es amistad.
Respondo: Según el Filósofo en VIII Ethic., no todo amor tiene razón de amistad, sino el que
entraña benevolencia; es decir, cuando amamos a alguien de tal manera
que le queramos el bien. Pero si no queremos el bien
para las personas amadas, sino que apetecemos su bien para nosotros,
como se dice que amamos el vino, un caballo, etc., ya no hay amor de
amistad, sino de concupiscencia. Es en verdad ridiculez decir que uno
tenga amistad con el vino o con un caballo. Pero ni siquiera la
benevolencia es suficiente para la razón de amistad. Se requiere
también la reciprocidad de amor, ya que el amigo es amigo para el
amigo. Mas esa recíproca benevolencia está fundada en alguna
comunicación. Así, pues, ya que hay comunicación del hombre con Dios
en cuanto que nos comunica su bienaventuranza, es menester que sobre
esa comunicación se establezca alguna amistad. De esa comunicación
habla, en efecto, el Apóstol cuando escribe: Fiel es Dios, por
quien habéis sido llamados a sociedad con su Hijo (1 Cor 1,9). Y
el amor fundado sobre esta comunicación es la caridad. Es, pues,
evidente que la caridad es amistad del hombre con Dios.
A las objeciones:
1. En el hombre hay una doble vida:
La exterior, según su naturaleza sensible y corporal. Según esta vida,
no tenemos comunicación o trato con Dios ni con los ángeles. Pero hay
también una vida espiritual según el alma. Con ésta tenemos trato con
Dios y con los ángeles. Pero en el estado presente la tenemos aún
imperfectamente. Por eso escribe el Apóstol: Nuestra ciudadanía
está en los cielos (Flp 3,20). Pero será perfecta en la patria,
cuando sus siervos le servirán y verán su rostro, como se lee
en la Escritura (Ap 22,3.4). Por eso, en el estado presente, la
caridad es imperfecta; pero se perfeccionará en la
patria.
2. Se tiene amistad con otro de dos maneras. O se le ama por sí mismo, y en este sentido sólo puede haber amistad con el amigo, o se le ama por la amistad que se tiene con otra persona. Por ejemplo, si se tiene amistad con determinado hombre, por esa amistad se ama a cuantos estén relacionados con él, sus hijos, sus criados o cualesquiera allegados. Y puede ser tan grande el amor al amigo, que por él amemos a sus allegados, incluso si nos ofenden o nos odian. De este modo la amistad de caridad se extiende incluso a los enemigos, a quienes amamos por caridad en orden a Dios, con quien principalmente se tiene la amistad de caridad.
3. La amistad con quien es honesto no se tiene más que con el virtuoso como término
principal. Pero en atención a él se ama también a quienes están con él
vinculados, aunque no sean virtuosos. De este modo, la caridad, que
sobre todo es amistad de lo honesto, se extiende a los pecadores, a
quienes amamos con caridad por Dios.
Artículo 2:
¿Es la caridad algo creado en el alma?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es algo creado en el
alma:
1. Dice San Agustín en VIII De Trin.: Quien ama al prójimo es
menester que ame al mismo amor. Ahora bien, Dios es
amor. Es menester, pues, que ame sobre todo a Dios.
Y en XV De Trin.: Lo mismo se dijo diciendo «Dios es caridad» que
diciendo «Dios es espíritu». Por consiguiente, la
caridad no es algo creado en el alma, sino el mismo
Dios.
2. Dios es espiritualmente vida del alma como el alma lo es
del cuerpo, según la Escritura: El es tu vida (Dt 30,20). Pero
el alma vivifica al cuerpo por sí misma. Luego Dios vivifica al alma
por sí mismo y la vivifica por la caridad, según el testimonio de San
Juan: Sabemos que hemos sido trasladados de muerte a vida, porque
amamos a los hermanos (1 Jn 3,14). Por lo tanto, Dios es la
caridad misma.
3. Nada creado es de virtud infinita; al contrario, toda
criatura es vanidad. La caridad, lejos de ser vanidad, es su opuesto;
es también de virtud infinita, porque conduce al alma del hombre al
bien infinito. En consecuencia, la caridad no es algo creado en el
alma.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en III De doctr.
christ.: Llamo caridad al impulso del alma a gozar de Dios por sí
mismo. Ahora bien, el impulso del alma es algo
creado en ella. Luego la caridad es algo creado en el
alma.
Respondo: El Maestro estudia esta
cuestión y concluye que la caridad no es algo creado en
el alma, sino que es el mismo Espíritu Santo inhabitando en la mente.
Con ello no pretende decir, en verdad, que este movimiento de amor por
el que amamos a Dios sea el mismo Espíritu Santo, sino que este acto
de amor procede de El, no a través de algún hábito, como provienen de
El los demás actos virtuosos por medio de las virtudes, por ejemplo,
el hábito de la fe, de la esperanza o de cualquier otra virtud.
Afirmaba esto por la excelencia de la caridad.
Pero, considerándolo bien, esta opinión redunda, más bien, en
detrimento de la caridad. En efecto, el movimiento de la caridad no
procede del Espíritu Santo moviendo la mente humana, de manera que
ésta sólo sea movida y en manera alguna sea principio del movimiento,
como es movido el cuerpo por un principio exterior. Esto sería
contrario al concepto de voluntario, cuyo principio debe ser interior,
como hemos expuesto (1-2 q.6 a.1). De ello se seguiría que el acto de
amar no sería voluntario, y eso implica contradicción, ya que el amor
es esencialmente acto de la voluntad. Tampoco se puede afirmar que el
Espíritu Santo mueva la voluntad al acto de amar como se mueve un
instrumento, pues éste, aunque sea principio del acto, no tiene en sí
el poder de determinarse a obrar o no. Con ello desaparecería la razón
de voluntario y se eliminaría el mérito, siendo así que, como hemos
expuesto (1-2 q.114 a.4), la raíz del mérito está en la caridad. Es,
pues, necesario que la voluntad sea impulsada por el Espíritu Santo a
amar, de tal manera que ella misma sea también causa de ese acto.
Ahora bien, ningún acto es producido con perfección por una potencia
activa si no le es connatural por alguna forma que sea principio de su
acción. De ahí que Dios, que todo lo mueve a sus debidos fines, ha
dado a cada ser las formas que les inclinan a los fines por El
señalados, como dice la Sabiduría: Todo lo dispone suavemente
(Sab 8,1). Es, sin embargo, evidente que el acto de caridad rebasa lo
que por su propia naturaleza puede nuestra potencia voluntaria. Por
eso, si a su poder natural no le fuera sobreañadida una forma que le
inclinara al acto de amor, ese acto sería más imperfecto que los actos
naturales y que los actos de las demás virtudes; no sería fácil ni
deleitable. Y esto es, evidentemente, falso, pues ninguna virtud tiene
tan fuerte inclinación a su acto como la caridad, ni ninguna actúa tan
deleitablemente como ella. Resulta, pues, particularmente necesario
para el acto de caridad que haya en nosotros alguna forma habitual
sobreañadida a la potencia natural, que
la incline al acto de caridad y haga que actúe de manera pronta y
deleitable.
A las objeciones:
1. La esencia misma divina es
caridad, como es sabiduría y como es bondad. De ahí que, como nos
decimos buenos con la bondad, que es Dios, y sabios con su sabiduría,
porque la bondad con que somos formalmente buenos es participación de
la divina, y somos sabios con su sabiduría, pues la nuestra es también
formalmente participación de la divina, así también la caridad con que
formalmente amamos al prójimo es cierta participación de la divina.
Este modo de hablar era frecuente entre los platónicos, de cuyas
doctrinas estaba imbuido San Agustín, y algunos, sin darse cuenta de
ello, tomaron de sus palabras ocasión de
error.
2. Dios es, efectivamente, vida
tanto del alma, por la caridad, como del cuerpo, por el alma. Pero la
caridad es formalmente vida del alma, como el alma lo es del cuerpo.
Por eso es legítima la conclusión de que, como el alma está unida
inmediatamente al cuerpo, lo está la caridad al alma.
3. La caridad obra formalmente.
Ahora bien, la eficacia de la forma depende del poder del agente que
produce esa forma. Y el hecho de que no sea vana la caridad, sino que,
más bien, cause un efecto infinito al unir el alma con Dios
justificándola, prueba la infinitud del poder divino, autor de la
caridad.
Artículo 3:
La caridad, ¿es virtud?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es
virtud:
1. La caridad es cierta amistad. Pues bien, los filósofos no
consideran la amistad como virtud, según consta con evidencia en el
libro Ethic. Ni la cuentan tampoco entre las
virtudes morales ni entre las intelectuales. Por consiguiente, tampoco
es virtud la caridad.
2. La virtud es el culmen de la potencia, según se
escribe en I De caelo. Pero la caridad no es el
culmen, sino que más bien lo es el gozo y la paz. No
parece, pues, que la caridad sea virtud, sino que lo son el gozo y la
paz.
3. Toda virtud es un hábito accidental. Ahora bien, la
caridad no es hábito accidental, ya que es más noble que la misma alma,
y ningún accidente es más noble que su sujeto. Luego la caridad no es
virtud.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro De mor.
Eccl. cathol.: La caridad es una virtud que, cuando nuestro afecto es
rectísimo, nos une a Dios, con la cual le amamos.
Respondo: Los actos humanos son buenos en
cuanto son regulados por la debida regla y medida. Por eso la virtud
humana, que es principio de todos los actos buenos del hombre,
consiste en adaptarse a la regla de los actos humanos. Esa regla es,
en realidad, doble, como ya hemos expuesto (
q.17 a.1): la razón humana
y Dios mismo. Por eso, como la virtud moral se define por el hecho de
ser
según la recta razón, como consta con evidencia en II
Ethic., así también unirse a Dios tiene razón
de virtud, como dijimos de la fe y de la esperanza (
q.4 a.5;
q.17 a.1). Por eso, alcanzando la caridad a Dios, porque nos une con El,
como se deduce de la autoridad aducida de San Agustín (sed cont.), hay
que concluir que es virtud.
A las objeciones:
1. El Filósofo no niega en VIII
Ethic. que la amistad sea virtud, sino que afirma que
es virtud
o que acompaña a la virtud. Se puede, en efecto,
sostener que es virtud moral que tiene por objeto las acciones para
los demás, pero bajo un aspecto distinto del de la justicia. Esta,
efectivamente, se refiere a las acciones desde el punto de vista de lo
que les es debido; la amistad, empero, lo hace a título de un débito
moral o de amistad, o, más aún, a título de beneficio gratuito, como
enseña el Filósofo en VIII
Ethic.
Puede, sin embargo, decirse que no es una virtud esencialmente
distinta de las otras. En realidad, no alcanza la formalidad de lo
laudable y de lo honesto sino por el objeto, o sea, en cuanto se basa
en la honestidad de las virtudes. Esto es evidente por el hecho de que
no toda amistad alcanza la formalidad de lo laudable y honesto, como
la deleitable y la útil. De ahí que la amistad virtuosa, más que
virtud en sí misma, es algo consiguiente a la virtud. Pero este
lenguaje no es válido para la caridad, ya que ésta no se funda
principalmente en la virtud humana, sino en la bondad
divina.
2. A la misma virtud compete amar
a alguien y gozarse de él, pues el gozo sigue al amor, como quedó
expuesto al tratar de las pasiones (
1-2 q.25 a.2). Tiene, pues, más
razón de virtud el amor que el gozo, efecto del amor. Pero lo que se
tiene por extremo en el plano de la virtud no entraña orden de efecto,
sino más bien de alguna sobreabundancia, como cien libras rebasan a
sesenta.
3. Todo accidente, considerado en
su ser, es inferior a la sustancia, ya que ésta es un ser que existe
por sí mismo, mientras que el accidente no existe sino en otro. Mas,
por razón de su especie: el accidente causado por los principios del
sujeto es menos noble que el sujeto, como el efecto respecto de la
causa; pero el accidente causado por la participación de una
naturaleza superior es de mayor dignidad que el sujeto en cuanto a la
semejanza con la naturaleza superior, como la luz respecto de lo
diáfano. En este sentido, la caridad es más noble que el alma, por ser
cierta participación del Espíritu Santo.
Artículo 4:
¿Es virtud especial la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es virtud
especial:
1. San Jerónimo escribe: Para dar en pocas palabras una definición
de la virtud, digo que la virtud es la caridad con que se ama a Dios y
al prójimo. Y San Agustín, por su parte, en el
libro De mor. Eccl. cathol. dice: La virtud es el orden del
amor. Ahora bien, ninguna virtud especial puede
entrar en la definición de la virtud general. En consecuencia, la
caridad no es virtud especial.
2. No puede ser virtud especial la que se extiende a las
operaciones de todas las virtudes. Pues bien, la caridad se extiende a
las operaciones de todas las virtudes, a tenor de las palabras de la
Escritura: La caridad es paciente, es benigna (1 Cor 13,4). Se
extiende también a todas las acciones humanas, según palabras del
Apóstol: Haced todas vuestras obras en caridad (1 Cor 16,14).
Luego la caridad no es virtud especial.
3. Los preceptos de la ley corresponden a los de las
virtudes. Ahora bien, según San Agustín en el libro De perfect.
hum. iust., el mandamiento general es «amarás», y la prohibición
general, «no codiciarás». La caridad es, pues, virtud general.
Contra esto: está el hecho de que nada general se cuenta entre lo
especial. La caridad está enumerada entre las virtudes especiales, a
saber, la fe y la esperanza, según la Escritura: Ahora permanecen
estas tres: la fe, la esperanza y la caridad (1 Cor 13,13). En
consecuencia, la caridad es virtud especial.
Respondo: Los actos y los hábitos se
especifican por los objetos, como ya hemos expuesto (
1-2 q.18 a.2;
q.54 a.2). Ahora bien, lo propio del objeto del amor, como hemos dicho
también (
1-2 q.27 a.1), es el bien. Por eso, donde hay una razón
especial de bien, debe haber también una razón especial de amor. Pues
bien, el bien divino, en cuanto objeto de la bienaventuranza, ofrece razón especial de bien, y por eso el amor de caridad, que es el amor de ese bien, es un amor especial. Por ello la caridad es también virtud especial.
A las objeciones:
1. La caridad entra en la
definición de toda virtud no porque sea esencialmente toda virtud,
sino porque de ella dependen en cierto modo las demás, como más
adelante se verá (
a.7). También la prudencia entra en la definición de
las virtudes morales, como demuestra el Filósofo en II
y VI
Ethic., porque dependen todas de
ella.
2. La virtud o el arte que se
relacionan con un fin último imperan sobre las virtudes o el arte que
versan sobre los fines secundarios, como, por ejemplo, el arte militar
impera sobre el ecuestre, como escribe el Filósofo en I Ethic.. Y dado que la caridad tiene como objeto el
fin último de la vida humana, es decir, la bienaventuranza eterna,
abarca las acciones todas de la vida humana imperándolas, pero no en
el sentido de que produzca inmediatamente todos los actos de las
virtudes.
3. Del precepto de amar se dice
que es mandamiento general porque a él, como a su fin, quedan
reducidos los demás, según aquello de la Escritura: El fin del
precepto es la caridad (1 Tim 1,5).
Artículo 5:
¿Es virtud única la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es virtud
única:
1. Los hábitos se distinguen por los objetos. Ahora bien, los objetos
de la caridad son dos: Dios y el prójimo, entre los cuales media
distancia infinita. La caridad, pues, no es virtud
única.
2. Permaneciendo idénticamente el mismo objeto, éste puede
ofrecer puntos de vista diferentes y dar con ello lugar a hábitos
distintos, según se desprende de lo expuesto (
q.17 a.6 ad 1;
1-2 q.54 a.2 ad 1). Pero hay razones múltiples de amar a Dios, ya que por cada
uno de los beneficios recibidos somos deudores de su amor. En
consecuencia, la caridad no es virtud única.
3. En la caridad va incluida la amistad con el prójimo.
Pues bien, el Filósofo en VIII Ethic. pone diversas especies de
amistad. Por lo tanto, la caridad no es virtud única,
sino que se diversifica en muchas especies.
Contra esto: está el hecho de que el objeto de la fe, como el de la
caridad, es Dios. Pues bien, la fe es virtud única por la unidad de la
verdad divina, según el testimonio de la Escritura: Una fe (Ef
4,5). Por lo tanto, la caridad es también única por la unidad de la
divina bondad.
Respondo: Según hemos expuesto (
a.1), la
caridad es cierta amistad del hombre con Dios. Pero las diferentes
especies de amistad se toman, bien sea de la diversidad del fin, y
bajo este aspecto se dice que hay tres especies de amistad: útil,
deleitable y honesta, bien sea de las diversas comunicaciones en que
se funda la amistad. Y así, una es la especie de amistad que se da
entre consanguíneos, y otra la que se da entre los conciudadanos o los
peregrinos. La primera se funda en la comunicación natural, y las
otras en la comunicación civil o en una peregrinación, como es de ver
en el Filósofo en VIII
Ethic. Mas la caridad no
puede ser múltiple por ninguno de esos modos, ya que el fin de la
misma es uno, o sea la bondad divina.
Es también
única la comunicación de la bienaventuranza eterna sobre la que se
cimienta esa amistad. No queda, pues, otra cosa sino que la caridad es
simplemente virtud única, no diferenciada en varias
especies.
A las objeciones:
1. Esa razón concluiría
directamente en el caso de que Dios y el prójimo fueran por igual
objeto de la caridad. Y esto no es verdad: Dios es el objeto principal
de la caridad; el prójimo, empero, es amado con caridad por
Dios.
2. Con la caridad se ama a Dios
por sí mismo. De ahí que en la caridad se tenga en cuenta una sola y
única razón de amar a título principal, es decir, la bondad divina,
que es consustancial con El según la Escritura: Dad gracias al
Señor porque es bueno (Sal 105, 106, 117, 135). Los otros
incentivos del amor que inducen a amar o que establecen el deber de
amar son secundarios y derivados del principal.
3. La amistad humana de que habla
el Filósofo tiene fin diverso y diferente comunicación. Esto no tiene
lugar en la caridad, como hemos dicho. No hay, pues, paridad de
razones.
Artículo 6:
¿Es la caridad la más excelente de las virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es la más excelente
de las virtudes:
1. A más encumbrada potencia, virtud y operación también más
encumbradas. Pues bien, el entendimiento es superior a la voluntad e
incluso la dirige. Por lo tanto, la fe, que radica en el
entendimiento, es más excelente que la caridad, que radica en la
voluntad.
2. Aquello por lo que entra en acción una realidad debe
serle inferior, como el ministro por quien obra el señor es inferior a
él. Pues bien, según el Apóstol, la fe actúa por la caridad
(Gál 5,6). Por lo tanto, la fe es más excelente que la
caridad.
3. Lo que se relaciona con otro por adición parece que es
más perfecto. Ahora bien, la esperanza se relaciona con la caridad por
adición, pues el objeto de la caridad es el bien, y el de la esperanza
el bien arduo. En consecuencia, la esperanza es más excelente que la
caridad.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: La más excelente de
ellas es la caridad (1 Cor 13,13).
Respondo: Puesto que lo bueno en las acciones
humanas radica en la conformidad con su debida regla, esto hace
necesario que la virtud humana, principio de los actos buenos,
consista en alcanzar la regla de los actos humanos. Pues bien, hemos
dicho (
a.3;
q.17 a.1) que la regla de los actos humanos es doble: la
razón humana y Dios, pero Dios como regla primera, que debe regular
incluso la razón humana. Por eso, las virtudes teologales, que lo son
por alcanzar la regla primera, ya que su objeto es Dios, son más
excelentes que las morales y que las intelectuales, que consisten en
adaptarse a la regla humana. Entre las virtudes teologales, por su
parte, será también la más excelente la que más llegue hasta Dios.
Pues bien, lo que es por sí es siempre superior a lo que es por otro.
La fe y la esperanza llegan, ciertamente, hasta Dios, en cuanto que
reciben de El el conocimiento de la verdad y la posesión del bien; la
caridad, en cambio, llega hasta Dios en sí mismo y no para recibir de
El otra cosa. Por eso es más excelente la caridad que la fe y que la
esperanza, y, en consecuencia, la más excelente de las virtudes. Lo
mismo que la prudencia, que participa de lleno de la razón, es más
excelente que las demás virtudes morales, que participan de ella en
cuanto que establece el justo medio de las acciones o pasiones
humanas.
A las objeciones:
1. La operación intelectual queda
completa cuando lo conocido está en quien lo conoce. Por eso la
dignidad de esta operación se aprecia por la medida del entendimiento.
Pero la operación de la voluntad y la de cualquier potencia apetitiva
se perfecciona con la inclinación del que desea hacia el objeto
deseado como término de la misma; y así, su superioridad se aprecia en
función del objeto de la operación. Pues bien, las realidades
inferiores al alma están en ella de un modo superior al que tienen en
sí mismas, porque una cosa existe en otra según el modo del sujeto en
que se encuentra, como consta en el libro De causis. Por el contrario, las realidades superiores al
alma existen de un modo más excelente en sí mismas que en el alma. Por
eso, el conocimiento de las cosas inferiores a nosotros es más
excelente que su amor, y por esa razón el Filósofo en X Ethic. da preferencia a las virtudes intelectuales
sobre las morales. Pero en las realidades que nos sobrepujan, sobre
todo las de Dios, se prefiere el amor al conocimiento. En
consecuencia, la caridad es más excelente que la fe.
2. La fe no actúa por el amor como
por instrumento, cual el señor por el siervo, sino por
una forma propia. Por eso la objeción no
concluye.
3. El mismo bien es objeto de la
caridad y de la esperanza. Pero la caridad entraña unión con su bien;
la esperanza, empero, cierta distancia. De ahí que la caridad, a
diferencia de la esperanza, no considere el bien como arduo, pues lo
que ya entraña unión no tiene razón de arduo. En consecuencia, la
caridad es más perfecta que la esperanza.
Artículo 7:
¿Puede haber verdadera virtud sin caridad?
lat
Objeciones por las que parece que puede darse verdadera virtud sin la
caridad:
1. Es propio de la virtud producir actos buenos. Ahora bien, quienes
no tienen caridad hacen actos buenos: visten al desnudo, dan de comer
al hambriento y demás. Puede, pues, haber verdadera virtud sin
caridad.
2. No puede haber caridad sin fe, pues nace de fe no
fingida, como afirma el Apóstol (1 Tim 1,5). Pues bien, en los
infieles puede haber verdadera castidad si cohiben la concupiscencia,
y verdadera justicia si juzgan rectamente. Por lo tanto, puede haber
verdadera virtud sin caridad.
3. La ciencia y el arte son virtudes, según el Filósofo en
VI Ethic. Mas esas virtudes se dan en hombres
pecadores que no tienen caridad. Puede darse, pues, verdadera virtud
sin caridad.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: Si repartiera toda mi
hacienda y entregara mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me
aprovecha (1 Cor 13,3). Ahora bien, la verdadera virtud nos es de
gran provecho, según la Sabiduría (8,7): Enseña la templanza y la
prudencia, la justicia y la fortaleza, las virtudes más provechosas
para los hombres en la vida. En consecuencia, no puede darse
verdadera virtud sin caridad.
Respondo: Como ya hemos expuesto (
1-2 q.55 a.4), la virtud va ordenada al bien. Pues bien, el bien principal es
el fin, ya que los medios son considerados como buenos en orden al
fin. Mas dado que hay un doble fin, último y próximo, hay asimismo un
doble bien: uno último, y otro próximo y particular. El fin último y
principal del hombre es, ciertamente, gozar de Dios, a tenor de las
palabras de la Escritura:
Para mí es bueno unirme a Dios (Sal
72,28), y a ello está ordenado el hombre por la caridad. El bien
secundario, y en cierta manera particular, puede ser doble: uno que es
en realidad verdadero bien, por ser de suyo ordenable al bien
principal, el último fin; y otro no verdadero, sino aparente, porque
aparta del bien final.
Resulta, pues, evidente que es absolutamente virtud verdadera la que
ordena al fin principal del hombre, como afirma el Filósofo diciendo
en VII Physic. que es virtud la disposición
de lo perfecto hacia lo mejor. No puede, por lo tanto, haber
virtud sin caridad. Pero si se toma la virtud
por decir orden a un bien particular, puede haber virtud verdadera sin
caridad, en cuanto que se ordena a un bien particular. Pero si ese
bien particular no es verdadero, sino aparente, la virtud relacionada
con él no será verdadera, sino apariencia de virtud, como dice San
Agustín en IV lib. Contra lulian.: No es
verdadera virtud la prudencia del avaro, con la que se procura
diferentes géneros de lucro; ni su justicia, por la que desprecia
los bienes ajenos por el temor de grandes dispendios; ni su templanza,
que refrena el apetito lujurioso por ser derrochador; ni su fortaleza,
de la que dice Horacio que rehuye la pobreza
arriesgándose por mar, montes y fuego. Mas si el
bien particular es verdadero, por ejemplo, la conservación de la
ciudad o cosas semejantes, habrá verdadera, aunque imperfecta virtud,
a no ser que vaya referida al bien final y perfecto. En conclusión,
pues, de suyo no puede haber virtud verdadera sin caridad.
A las objeciones:
1. La acción de quien carece de
caridad puede ser doble: carecer de caridad y hacer algo relacionado
con aquello por lo que carece de caridad. Esa acción siempre es mala,
como enseña San Agustín, diciendo que el acto del
infiel, en cuanto infiel, siempre es pecado, aunque vista al desnudo,
etc., si lo ordena al fin de su infidelidad. Mas otra cosa puede ser
acto del que carece de caridad, no en cuanto carece de caridad, sino
en cuanto tiene un don de Dios, sea de fe o de esperanza, o incluso
algún bien natural, ya que no quedó estragado todo por
el pecado, según hemos expuesto (
q.10 a.4;
1-2, q.85 a.2). En este
sentido puede darse, efectivamente, sin caridad alguna acción de suyo
buena. Pero no será del todo buena por faltarle la debida ordenación
al último fin.
2. El fin es en el orden de la
acción lo que el principio en el orden del conocimiento especulativo.
Así como no puede darse ciencia verdadera si falta la recta
comprensión del principio primero e indemostrable, tampoco puede haber
verdadera justicia o verdadera castidad si falta la debida ordenación
al fin realizada por la caridad, por mucho que uno se comporte
rectamente en esas cosas.
3. La ciencia y el arte implican
de suyo orden a un bien particular, pero no al fin último de la vida
humana al igual que las virtudes morales, que de por sí hacen al
hombre bueno, como queda dicho (
1-2 q.56 a.3). No hay, pues, paridad
de razones.
Artículo 8:
¿Es la caridad forma de las virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que la caridad no es forma de las
virtudes:
1. La forma de una cosa o es ejemplar o es esencial. Pues bien, la
caridad no es, por una parte, forma ejemplar de las demás virtudes, ya
que éstas tendrían que ser de su misma especie; tampoco es su forma
esencial, porque no se distinguiría de ellas. En consecuencia, no es
de ningún modo forma de las virtudes.
2. La caridad, en relación con las demás virtudes, es como
su raíz y fundamento, según el testimonio del Apóstol: Enraizados y
fundados en caridad (Ef 3,17). Ahora bien, la raíz o fundamento no
tiene razón de forma, sino más bien de materia, por ser la parte
primera de la generación. Por lo tanto, la caridad no es forma de las
virtudes.
3. La forma, el fin y la causa eficiente no coinciden
numéricamente, como muestra el Filósofo en II Physic.. Pues bien, de la caridad se dice que es fin y madre de las virtudes (1 Tim 1,5). No se le debe, pues, llamar su forma.
Contra esto: está la autoridad de San Ambrosio, que afirma que la
caridad es forma de las virtudes.
Respondo: En materia moral, la forma de la
acción se toma principalmente del fin. La razón de ello está en el
hecho de que el principio de los actos morales es la voluntad, cuyo
objeto y cuasi forma es el fin. Ahora bien, la forma del acto sigue
siempre a la del agente, y por eso es necesario que en materia moral
lo que imprime a la acción el orden al fin le dé también la forma. Es
evidente, según hemos dicho (
a.7), que la caridad ordena los actos de
las demás virtudes al fin último, y por eso también da a las demás
virtudes la forma. Por lo tanto, se dice que es forma de las virtudes,
ya que incluso las mismas virtudes son tales por el ordenamiento a los
actos formados.
A las objeciones:
1. Se dice que la caridad es forma
de las virtudes no ejemplar o esencialmente, sino más bien de manera
efectiva, es decir, en cuanto les impone a todas la forma del modo que
hemos expuesto.
2. Se compara a la caridad con el
fundamento y con la raíz porque en ella se sustentan y de ella se
nutren las demás virtudes, pero sin dar a esas palabras el sentido de
causa material.
3. Se dice que la caridad es fin
de las demás virtudes porque a todas las ordena hacia el fin. Y puesto
que es madre quien concibe de otro, en ese sentido se llama madre de
las virtudes, ya que, por el apetito del fin último, produce los actos
de las demás virtudes imperándolos.