Viene a continuación el tema del sujeto de la esperanza.
Sobre él se formulan cuatro preguntas:
Artículo 1:
¿Radica la esperanza en la voluntad?
lat
Objeciones por las que parece que la esperanza no radica en la
voluntad:
1. Como ya hemos expuesto (q.17 a.1; 1-2 q.40 a.1), el objeto de la
esperanza es el bien arduo. Ahora bien, lo arduo no es objeto de la
voluntad, sino del apetito irascible. En consecuencia, la esperanza no
radica en la voluntad, sino en el irascible.
2. Resulta superfluo añadir algo cuando se tiene lo
suficiente. Pues bien, para perfeccionar la potencia de la voluntad es
suficiente la caridad, la más perfecta de las virtudes. Por lo tanto,
la esperanza no radica en la voluntad.
3. Una potencia no puede prorrumpir a la vez en dos actos,
como el entendimiento no puede entender a la vez muchas cosas. Pero el
acto de la esperanza puede darse a la vez con el de la caridad, y el
acto de ésta pertenece, con toda evidencia, a la voluntad. Luego la
esperanza no radica en la voluntad.
Contra esto: está el hecho de que el alma no es capaz de poseer a Dios
más que con el espíritu, que implica memoria, entendimiento y
voluntad, como demuestra San Agustín en el libro De
Trin.. Ahora bien, la esperanza es virtud teologal,
que tiene por objeto a Dios. Por lo tanto, como no puede radicar ni en
la memoria ni en el entendimiento, que pertenecen a la facultad
cognoscitiva, por fuerza tiene que radicar en la voluntad.
Respondo: Como hemos demostrado (1 q.8 a.2),
los hábitos se conocen por sus actos. Ahora bien, el de la esperanza
es un movimiento de la parte apetitiva, ya que su objeto es el bien.
Mas dado que en el hombre hay dos apetitos, el sensitivo, que se
divide en irascible y concupiscible, y el intelectivo, llamado
voluntad, del que hemos tratado en otra parte (1 q.80 a.2; q.82 a.5),
a los movimientos que se dan en el apetito inferior con pasión,
corresponden en el superior otros semejantes que se dan sin ella, como
hemos expuesto (1 q.82 a.5 ad 1; 1-2 q.22 a.3 ad 3). Pero el acto de
la virtud de la esperanza no puede pertenecer al apetito sensitivo, ya
que el bien, que es el objeto principal de esta virtud, no es bien
sensible, sino divino. Por eso la esperanza tiene como
sujeto el apetito superior, no el inferior, al cual
corresponde el irascible.
A las objeciones:
1. El objeto del apetito irascible
es lo arduo sensible. En cambio, el objeto de la virtud de la
esperanza es lo arduo inteligible, o más bien, que trasciende lo
inteligible.
2. La caridad perfecciona de
manera suficiente la voluntad en cuanto al único acto, que es amar.
Pero se requiere otra virtud que la perfeccione en otro acto de la
misma, que es la esperanza.
3. Como ya quedó demostrado (q.17 a.8), el movimiento de la esperanza y el de la caridad guardan mutua
relación entre sí. Por eso nada impide que uno y otro movimiento se
den en la misma potencia, de igual modo que el entendimiento puede
entender al mismo tiempo muchas cosas relacionadas entre sí, como
quedó demostrado en la primera parte (q.17 a.3).
Artículo 2:
¿Se da esperanza en los bienaventurados?
lat
Objeciones por las que parece que se da esperanza en los
bienaventurados:
1. Cristo, desde el principio de su concepción, fue comprensor. Ahora
bien, Cristo tuvo esperanza, pues en su persona se dice: En ti,
Señor, esperaré (Sal 30,1), como expone la Glosa. En consecuencia, puede darse esperanza en los
bienaventurados.
2. Como la consecución de la bienaventuranza es un bien
arduo, también su continuación. Pues bien, los hombres, antes de
conseguir la bienaventuranza, tienen esperanza de alcanzarla. Luego,
después de alcanzarla, pueden esperar su continuación.
3. Por la virtud de la esperanza se puede esperar la
bienaventuranza no sólo para sí, sino también para otros, como ya
hemos demostrado (q.17 a.3). Mas los bienaventurados que están en la
patria esperan la bienaventuranza para otros, pues de lo contrario no
rogarían por ellos. Luego en los bienaventurados puede haber
esperanza.
4. Finalmente, a la bienaventuranza de los santos compete la gloria,
no sólo del alma, sino también del cuerpo. Pero las almas de los
santos que están en la patria esperan todavía la gloria del cuerpo,
como se ve en la Escritura (Ap 6,9) y en XII De Gen. ad
litt. En consecuencia, en los
bienaventurados puede haber esperanza.
Contra esto: está lo que escribe el Apóstol: Lo que uno ve, ¿cómo
esperarlo? (Rom 8,24). Ahora bien, los bienaventurados gozan de la
visión de Dios. Luego en ellos no hay lugar para la
esperanza.
Respondo: Si se sustrae a una realidad lo que
le da la especie, se pierde esa especie, y la realidad no puede
permanecer la misma; así, perdida la forma del cuerpo natural, no
permanece específicamente el mismo. Ahora bien, la esperanza, como las
demás virtudes, reciben su especie de su objeto principal, como ya
quedó expuesto (q.17 a.5 y 6). Pero el objeto principal de la
esperanza es la bienaventuranza eterna en cuanto asequible con el
auxilio divino, como ya hemos dicho (q.17 a.2). Luego, dado que el
bien arduo y posible no cae bajo la razón formal de la esperanza sino
en cuanto futuro, se sigue de ello que, cuando la bienaventuranza no
es ya futura, sino presente, no puede haber allí lugar alguno para la
virtud de la esperanza. De ahí que la esperanza, lo mismo que la fe,
desaparece en la patria, y ninguna de las dos puede darse en los
bienaventurados.
A las objeciones:
1. Cristo, aunque comprensor y, por
lo mismo, bienaventurado en cuanto al goce divino, era, no obstante,
al mismo tiempo, viador por la pasibilidad de la naturaleza humana que
todavía llevaba. Por eso podía esperar la gloria de la impasibilidad y
de la inmortalidad. Pero no por tener la virtud de la esperanza, cuyo
objeto principal no es la gloria del cuerpo, sino la fruición
divina.
2. Se piensa que la
bienaventuranza de los santos es la vida eterna, porque, por el hecho
de gozar de Dios, se hacen, en cierta manera, participantes de la
eternidad divina, que está por encima de todo tiempo. Por eso la
continuación de la bienaventuranza no se distingue en presente, pasado
y futuro. De ahí que los bienaventurados no tienen esperanza de su
continuación en la bienaventuranza, sino que poseen la realidad misma,
pues allí no hay razón de futuro.
3. Permaneciendo la virtud de la
esperanza, por la misma se espera para sí y para los demás. Pero
cuando desaparece en los bienaventurados la esperanza con que esperan
para sí mismos la bienaventuranza, en realidad la esperan también para
los demás, pero no por la virtud de la esperanza, sino más bien por
amor de caridad. Del mismo modo que quien tiene caridad de Dios ama
con ella al prójimo, y, sin embargo, se puede amar al prójimo sin la
virtud de caridad, sino por otra forma de amor.
4. Siendo la esperanza virtud
teologal cuyo objeto es Dios, el objeto principal de la misma es la
gloria del alma, que consiste en el goce divino, pero no la gloria del
cuerpo. Por otra parte, la gloria del cuerpo, aunque tenga razón
formal de arduo respecto a la naturaleza humana, no la tiene, sin
embargo, para quien posee la gloria del alma, bien porque la gloria
del cuerpo es insignificante en comparación con la gloria del alma,
bien porque quien tiene la gloria del alma posee ya en su causa
suficiente la del cuerpo.
Artículo 3:
¿Hay esperanza en los condenados?
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Objeciones por las que parece que hay esperanza en los
condenados:
1. Según el testimonio de San Mateo (25,4): Id, malditos, al fuego
eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, el diablo es no
solamente un condenado, sino también el príncipe de ellos. Ahora bien,
el diablo tiene esperanza, según el testimonio de Job (40,28): He
aquí que su esperanza le defraudará. Parece, pues, que los
condenados tienen esperanza.
2. Así como la fe puede ser formada e informe, así la
esperanza. Pues bien, en los demonios y en los condenados puede haber
fe informe, según leemos en Santiago (2,19): Los demonios creen, y
se estremecen. Luego parece que en los condenados puede haber
también esperanza informe.
3. Ningún hombre después de la muerte crece en mérito o en
demérito que no tuvo en vida, según leemos en la Escritura: Si
cayere el leño al medio día o al aquilón, allí quedará (Eclo
11,3). Pero muchos de los que serán condenados tuvieron en esta vida
esperanza, no desesperando nunca. Luego tendrán
también esperanza en la vida futura.
Contra esto: está el hecho de que la esperanza causa gozo, según el
Apóstol: Gozaos en la esperanza (Rom 12,12). Los condenados, en
cambio, no tienen gozo, sino dolor y llanto, como escribe Isaías
(65,14): Mis siervos alabarán con exaltado corazón, y vosotros
clamaréis por el dolor del vuestro y aullaréis por la contrición del
espíritu. En consecuencia, en los condenados no hay
esperanza.
Respondo: Como es de esencia de la
bienaventuranza saciar la voluntad, es también de esencia de la pena
que contraríe a la voluntad aquello por lo que se inflige el castigo.
Ahora bien, nada ignorado puede aquietar o contrariar a la voluntad.
Por eso dice San Agustín en Super Gen. ad litt.
que los ángeles no pudieron ser perfectamente bienaventurados en el
primer instante antes de la confirmación ni miserables antes de su
caída, por no saber su porvenir. En verdad, para la verdadera y
perfecta bienaventuranza se requiere estar ciertos de la perpetuidad
de su felicidad; de lo contrario no se aquietaría la voluntad. De
igual modo, formando parte de la pena de los condenados la perpetuidad
de la misma, tampoco tendría razón de pena si no contrariara a la
voluntad, lo cual sucedería en realidad si ignoraran su perpetuidad.
Por eso, a la condición de miseria de los condenados atañe saber ellos
mismos que de ningún modo podrán evadir la condenación y alcanzar la
bienaventuranza. Por eso se lee en Job (15,22): No confía escapar
de las tinieblas a la luz. De todo eso resulta evidente que no
pueden aprehender la bienaventuranza como un bien posible, ni tampoco
los bienaventurados como un bien futuro. Por eso, ni en los
bienaventurados ni en los condenados hay esperanza. Pero los viadores,
estén en esta vida o estén en el purgatorio, pueden
tener esperanza: unos y otros la conciben como un futuro
posible.
A las objeciones:
1. Como escribe San Gregorio en
XXXIII Moral., esto se dice del diablo en sus
miembros, cuya esperanza será anulada. Y si se entiende del diablo
mismo, puede referirse a la esperanza que tiene de vencer sobre los
santos a tenor de lo que antes había dicho: Espera que el Jordán
afluya a su boca (Job 40,18). Pero de esta esperanza no tratamos
aquí.
2. Como escribe San Agustín en Enchir.: La fe versa sobre cosas buenas y malas; pasadas, presentes y
futuras; propias y ajenas. La esperanza, en cambio, versa sólo sobre
cosas buenas futuras que atañen a uno mismo. Por
eso en los condenados se puede dar mejor la fe informe que la
esperanza, puesto que los bienes divinos no son para ellos futuros
posibles, sino ausentes.
3. La falta de esperanza en los
condenados no varía su demérito, como tampoco en los bienaventurados
el cese de ella aumenta el mérito, sino que lo uno y lo otro acontece
por el cambio de estado.
Artículo 4:
¿Tiene certeza la esperanza de los viadores?
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Objeciones por las que parece que la esperanza de los viadores no
tiene certeza:
1. La esperanza radica en la voluntad. Ahora bien, la certidumbre
pertenece al entendimiento, no a la voluntad. Luego la esperanza no
tiene certeza.
2. La esperanza proviene de la gracia y de los méritos, como
hemos dicho (q.17 a.1 arg.2). Pues bien, en esta vida no podemos saber
con certeza que tenemos la gracia, según lo ya expuesto (1-2 q.112 a.5). En consecuencia, la esperanza de los viadores carece de
certeza.
3. No se puede tener certeza de lo que puede fallar. Pero
muchos viadores que tienen esperanza fallan en la consecución de la
bienaventuranza. Por consiguiente, la esperanza de los viadores no
tiene certeza.
Contra esto: está lo que dice el Maestro: La esperanza es expectación
cierta de la bienaventuranza futura. Y estas
palabras se pueden tomar en el sentido que afirma el Apóstol: Sé a
quién me he confiado y estoy cierto de que es poderoso para guardar mi
depósito (2 Tim 1,12).
Respondo: La certeza puede darse en una persona
de dos maneras: esencial y participada. De manera esencial se da en la
facultad cognoscitiva; de manera participada, en cambio, en todo
aquello que la facultad cognoscitiva encamina de manera infalible
hacia su fin. En este sentido se dice que la naturaleza obra con
certeza como movida por el entendimiento divino, que encamina todo
hacia su fin. En idéntico sentido se dice también que las virtudes
morales obran con más certeza que el arte, en cuanto
que están movidas a sus actos por la razón, al modo de la naturaleza.
De este modo tiende también la esperanza hacia su fin con certeza,
como participando de la certeza de la fe, que está en la potencia
cognoscitiva.
A las objeciones:
1. La respuesta a la primera objeción queda dada en la solución al
problema.
2. La esperanza no se apoya
principalmente en la gracia ya recibida, sino en la omnipotencia y
misericordia divinas, por la cual quien no tiene la gracia puede
conseguirla y así llegar a la vida eterna. Y de la omnipotencia de
Dios y de su misericordia está cierto el que tiene
fe.
3. El hecho de que fallen en la
consecución de la bienaventuranza algunos que tienen fe proviene del
defecto del libre albedrío que pone el obstáculo del
pecado; nunca por falta de la omnipotencia o de la
misericordia divinas en la que se apoya la esperanza; por eso no va en
detrimento de su certeza.