Artículo 1:
¿Es más propio de la caridad ser amado que amar?
lat
Objeciones por las que parece que es más propio de la caridad ser
amado que amar:
1. La caridad es más perfecta en los mejores. Ahora bien, los mejores
deben ser más amados. Luego es más propio de la caridad ser
amado.
2. Lo que se encuentra en muchos parece más congruente con
la naturaleza, y, por tanto, mejor. Ahora bien, según el Filósofo en
VIII Ethic.: Muchos prefieren ser amados a amar, y por eso abundan
los que gustan de la adulación. Es, pues, mejor ser
amado que amar y, en consecuencia, más congruente con la
naturaleza.
3. Lo que hace que una cosa sea tal es más que la cosa
misma. Pues bien, los hombres aman porque son amados, según las
palabras de San Agustín en el libro De catechiz. Rud.: No hay mayor
provocación al amor que adelantarse a amar. En
consecuencia, la caridad estriba más en ser amado que en
amar.
Contra esto: está lo que afirma el Filósofo en VIII Ethic.: hay más
amistad en amar que en ser amado. Pues bien, la
caridad es cierta amistad. Por tanto, consiste más en amar que en ser
amado.
Respondo: Amar atañe a la caridad en cuanto
caridad. Efectivamente, por ser virtud tiene inclinación esencial a su
propio acto. Ahora bien, el acto propio de quien recibe la caridad no
es ser amado, sino que su acto de caridad es amar; ser amado le
compete por la razón común de bien, a saber, en cuanto que otro, por
el acto de caridad, intenta su bien; de donde se desprende que a la
caridad atañe más amar que ser amado, porque a cualquiera le concierne
más lo que le corresponde de suyo y sustancialmente que lo que le
compete por otro. Esto lo confirman dos hechos significativos.
Primero, al amigo se le alaba más por amar que por ser amado; más aún,
se les reprocha si son amados y no aman. Segundo, las madres, que son
las que más aman, estiman más amar que ser amadas. Algunas
—escribe el Filósofo en el mismo lugar— confían los hijos a la
nodriza y aman efectivamente, pero sin inquietarse por la reciprocidad
si no se da.
A las objeciones:
1. Los mejores, por serlo, son más
dignos de amor. Mas porque en ellos es más perfecta la caridad, aman
también más, si bien en proporción al objeto amado. En verdad, el que
es mejor no ama a su inferior por debajo de lo que es digno de ser
amado, mientras que el menos bueno no llega a amar al mejor cuanto
merece.
2. Según el Filósofo allí
mismo, los hombres quieren ser amados por cuanto desean
ser honrados. Ciertamente, como el honor se tributa a una persona como
testimonio del bien que hay en ella, así, por el hecho de ser amado,
se demuestra que hay bien en él, ya que solamente el bien es amable.
En consecuencia, el ser amados y el ser honrados lo buscan los hombres
en orden a otra cosa, es decir, para manifestar el bien que hay en el
amado.
En cambio, quienes tienen caridad quieren amar por amar, cual si
fuera esto el fin de la caridad, como cualquier acto de virtud es el
fin de esa virtud. De ahí que a la caridad le corresponda más querer
amar que querer ser amado.
3. Hay quienes aman por ser
amados, mas no hasta el extremo de que éste sea el fin, sino que eso es como camino que induce al hombre a
amar.
Artículo 2:
El amor, en cuanto acto de caridad, ¿es lo mismo que
benevolencia?
lat
Objeciones por las que parece que amar, en cuanto acto de caridad, no
es otra cosa que benevolencia:
1. Según el Filósofo en el II Rhet.: Amar es
querer un bien para otro, y eso es benevolencia. Luego son lo
mismo el acto de caridad que la benevolencia.
2. El acto pertenece a la misma potencia que el hábito. Pues
bien, el hábito de caridad radica en la voluntad, como queda expuesto
(
q.24 a.1). Por tanto, el de caridad es también acto de la voluntad.
Ahora bien, ese acto solamente se da tendiendo al bien, y esto es
benevolencia. Luego el acto de caridad no es otra cosa que
benevolencia.
3. Él Filósofo en IX Ethic. señala cinco cosas que
atañen a la amistad. La primera de ellas es que el hombre quiere el
bien para el amigo; la segunda, que le desee existir y
vivir; la tercera, que conviva con él; la cuarta, que tenga los mismos gustos; la quinta, que comparta sus alegrías y
sus penas. Pues bien, las dos primeras atañen a la
benevolencia. Luego ésta es el acto primero de la caridad.
Contra esto: está lo que afirma el Filósofo en IX
Ethic. diciendo
que la benevolencia ni es
amistad ni
amor, sino
principio de la amistad. Pues bien, la caridad,
como queda dicho (
q.23 a.1), es amistad. Luego la benevolencia no es
lo mismo que la dilección, acto de caridad.
Respondo: La benevolencia, en sentido propio,
es un acto de la voluntad que consiste en querer un bien para otro.
Pero este acto de la voluntad difiere del amor, tanto del que radica
en el apetito sensitivo como del que se sustenta en el apetito
intelectivo, que es la voluntad. En realidad, el amor que está en el
apetito sensitivo es una pasión, y toda pasión inclina a su objeto con
cierto impulso. Pero la pasión del amor no surge súbitamente, sino
después de consideración asidua de la cosa amada. Por eso, el
Filósofo, en IX
Ethic., queriendo mostrar la
diferencia que hay entre la benevolencia y el amor pasión, dice que la
benevolencia
carece de convulsión y de apetito, esto es, de la
impetuosidad de la inclinación, pues el hombre desea el bien para otro
sólo por decisión de la razón. Por otra parte, el amor-pasión brota de
la costumbre, mientras que la benevolencia surge, a veces,
repentinamente, como acontece con los púgiles que luchan, que deseamos
la victoria de uno de ellos sobre el otro.
Incluso el amor que se sustenta en el apetito intelectivo difiere
también de la benevolencia, ya que conlleva una unión afectiva entre
quien ama y la persona amada, de modo que el primero considera a la
segunda como unida a él o como perteneciéndole, y por eso se mueve
hacia ella. La benevolencia, en cambio, es simple acto de la voluntad
por el que queremos para el otro el bien, sin presuponer esa unión
afectiva con él. En conclusión, el amor de dilección, considerado como
acto de caridad, implica, en verdad, benevolencia,
pero añadiendo, en cuanto amor, una unión afectiva. Por
eso afirma allí mismo el Filósofo que la benevolencia es principio de
amistad.
A las objeciones:
1. El Filósofo
define allí amar sin tocar toda su esencia, sino solamente alguno de
los elementos que de manera más clara manifiestan el acto de
amar.
2. La dilección es acto de la
voluntad que tiende hacia el bien, pero con cierta unión con el amado,
y eso no lo tiene la simple benevolencia.
3. Lo que pone allí el
Filósofo en tanto pertenece a la amistad en cuanto
proceda del amor que cada cual se tiene a sí mismo, como allí mismo se
dice, o sea, que se comporta con el amigo como consigo mismo, y esto
pertenece a la unión afectiva.
Artículo 3:
¿Ha de ser amado Dios con caridad por sí mismo?
lat
Objeciones por las que parece que Dios no ha de ser amado con caridad
por sí mismo, sino por otro motivo.
1. Escribe San Gregorio en una homilía: Por las cosas que conoce
el ánimo procede a amar lo que desconoce. Ahora
bien, por desconocido entiende San Gregorio las cosas
inteligibles y divinas, y por conocido entiende lo sensible.
Por tanto, Dios ha de ser amado por otras cosas.
2. El amor sigue al conocimiento, y Dios es conocido por
otra cosa, ya que el entendimiento conoce lo invisible de Dios a
través de sus obras; como se ve en Rom 1,20. En consecuencia,
también es amado por otras cosas y no por sí mismo.
3. La esperanza engendra la caridad, afirma la Glosa, y en expresión de San Agustín en Super
prim. Canonic. loann.: El temor produce la caridad. Pues bien, la esperanza espera alcanzar algo de
Dios, y el temor rehuye lo que Dios puede infligir. Parece, pues, que
Dios ha de ser amado por el bien esperado o por el mal temido. Por
tanto, no ha de ser amado por sí mismo.
Contra esto: está lo que afirma San Agustín en I De doctr. christ.:
Gozar es la adhesión amorosa a una cosa por sí misma. Ahora bien, en el mismo libro escribe que hay que gozar de Dios. Por tanto, ha de ser amado por El mismo.
Respondo: La palabra
por (propter)
implica relación con alguna de las causas. Pero hay cuatro géneros de
causas: final, formal, eficiente y material, y a esta última se reduce
también la disposición material, que es causa no de suyo, sino
circunstancialmente. Pues bien, una cosa debe ser amada por otra a
tenor de estos cuatro géneros de causas. Según la causa final,
queremos la medicina como remedio para la salud. Según la causa
formal, amamos al hombre por la virtud, porque por la virtud es
formalmente bueno y, por consiguiente, amable. Según la causa
eficiente, amamos a algunos porque son hijos de tal padre. En
conformidad con la disposición, que se reduce al género de la causa
material, decimos que amamos algo por aquello que nos dispone a amar,
por ejemplo, los beneficios recibidos, si bien, después que comenzamos
a amar, no amamos al amigo por esos beneficios, sino por su
virtud.
Pues bien, de las tres primeras maneras no amamos a Dios por ninguna
otra cosa sino por El mismo, dado que Dios no se
ordena a otra cosa como a su fin, puesto que El mismo es fin último de
todo. Tampoco es informado por otro alguno para ser bueno, puesto que
su sustancia es su bondad, que hace ejemplarmente buenas todas las
cosas. Tampoco recibe de otro su bondad, ya que todos la reciben de
El. Sin embargo, del cuarto modo puede ser amado por otra cosa, en el
sentido de que algunas cosas que no son El nos disponen a progresar en
el amor, por ejemplo, los beneficios recibidos de El o
los premios esperados, e incluso las penas que por El mismo intentamos
evitar.
A las objeciones:
1. San Gregorio no pretende decir
que lo conocido sea para nosotros la razón de amar lo desconocido a
modo de causa formal, final o eficiente; únicamente quiere decir que
dispone al hombre a amar lo que desconoce.
2. El conocimiento de Dios se
adquiere por otras cosas; pero, una vez conocido, no se conoce por
otro sino por El mismo, a tenor de lo que leemos en Jn 4,42: Ya no
creemos por tu palabra; nosotros hemos visto y sabemos que éste es en
verdad el Salvador del mundo.
3. La esperanza y el temor
conducen a la caridad a manera de disposición, como se infiere de lo
expuesto.
Artículo 4:
¿Puede ser amado Dios inmediatamente en esta vida?
lat
Objeciones por las que parece que Dios no puede ser amado
inmediatamente en esta vida:
1. Es imposible amar lo que se desconoce, escribe San Agustín
en X De Trin. Ahora bien, en esta vida no
conocemos inmediatamente a Dios, porque, como se lee en 1 Cor
13,12: Ahora vemos en un espejo, confusamente. Por tanto,
tampoco le amamos inmediatamente.
2. Quien no puede lo menos, tampoco puede lo más. Pues bien,
es más amar a Dios que conocerle, dado que, según 1 Cor 6,17, el
que se une a Dios —por el amor— se hace un solo espíritu
con El. Pero el hombre no puede conocer inmediatamente a Dios.
Luego mucho menos puede amarle.
3. El hombre se aleja de Dios por el pecado, a tenor de lo
que leemos en Is 59,2: Vuestras faltas os separan a vosotros de
vuestro Dios. Ahora bien, el pecado reside más en la voluntad que
en el entendimiento. Por consiguiente, menos puede amar inmediatamente
a Dios el hombre que conocerle inmediatamente.
Contra esto: está el hecho de que el conocimiento mediato de Dios se
llama enigmático y desaparece en la patria, como vemos en 1 Cor
13,9ss; la caridad, en cambio, no acaba nunca, a tenor de 1 Cor
13,8. Por tanto, la caridad de esta vida une inmediatamente a
Dios.
Respondo: Queda ya expuesto (
q.26 a.1 ad 2) que
el acto de la potencia cognoscitiva se perfecciona por el hecho de que
el objeto conocido está en el sujeto que conoce; el acto, empero, de
la potencia apetitiva se perfecciona por la tendencia del apetito
hacia la realidad misma. Por eso es menester que el movimiento del
apetito sensitivo se dirija hacia la realidad tal cual es, mientras
que el acto de la potencia cognoscitiva se conforma a la condición de
quien conoce. Ahora bien, este mismo orden se encuentra de suyo en las
cosas, y es: Dios es cognoscible y amable por El mismo, puesto que es
esencialmente la verdad y la bondad, por lo que son conocidas y amadas
las demás cosas. Pero respecto a nosotros hay que considerar que
nuestro conocimiento tiene su origen en el sentido, y lo más
cognoscible es lo más inmediato a los sentidos, mientras que lo más
alejado es lo último que conocemos. De todo esto hay
que concluir que el amor, acto de la potencia apetitiva, tiende en
primer lugar hacia Dios, incluso en nuestra vida, y de El va hacia las
otras cosas. A tenor de eso, la caridad ama inmediatamente a Dios, y a
las demás cosas las ama mediante El. En el conocimiento, en cambio, al
revés: a Dios le conocemos por las cosas, como a la causa por los
efectos, o por vía de eminencia o de negación, como está claro en
Dionisio en el libro
De div. nom..
A las objeciones:
1. Aunque no se puede amar lo
desconocido, no se sigue de ello, sin embargo, que el orden del
conocimiento sea idéntico al del amor, ya que el amor es término del
conocimiento. Por eso, donde acaba éste, que es en la cosa conocida a
través de otras, puede comenzar inmediatamente el amor.
2. Porque es mayor el amor de Dios
que su conocimiento, sobre todo en esta vida, por eso se le presupone.
Pero dado que el conocimiento no se detiene en las realidades creadas,
sino que por ellas tiende hacia otra cosa, se establece una especie de
movimiento circular: el conocimiento se inicia en las criaturas para
ir hacia Dios, y el amor tiene su punto de partida en Dios, como fin
último, y de El desciende a las criaturas.
3. La caridad elimina la aversión
a Dios causada por el pecado, y no el solo conocimiento. Por eso la
caridad es la que, amando, une al alma inmediatamente con Dios con
vínculo de unión espiritual.
Artículo 5:
¿Puede ser amado Dios totalmente?
lat
Objeciones por las que parece que Dios no puede ser amado
totalmente:
1. El amor sigue al conocimiento. Ahora bien, Dios no puede ser
conocido totalmente por nosotros, pues eso equivaldría a comprenderle.
Por tanto, no podemos amarle por entero.
2. El amor es una unión, como se ve por Dionisio en el
c.4 De div. nom.. Pues bien, el corazón del
hombre no se puede unir del todo a Dios, porque, como leemos en 1 Jn
3,20, es mayor que nuestro corazón. Por tanto, Dios no puede
ser amado por entero.
3. Dios se ama totalmente. Si pues es amado totalmente por
otro, ese tal le amaría cuanto El se ama, y esto es imposible. Por
tanto, Dios no puede ser amado totalmente por ninguna
criatura.
Contra esto: está el precepto de Dt 6,5: Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón.
Respondo: Dado que el amor se nos ofrece como
un medio entre quien ama y la persona amada, la pregunta sobre si
puede ser amado Dios totalmente puede entenderse de tres maneras. La
primera: que el modo de la totalidad se refiera al objeto amado. En
este sentido Dios debe ser amado totalmente, porque el hombre debe
amar cuanto hay en El. Segunda: la totalidad concierne al sujeto que
ama. En este sentido Dios también debe ser amado totalmente, porque el
hombre está obligado a amar a Dios con todo su poder y a ordenar
cuanto tiene al amor de Dios, como prescribe el Deuteronomio (6,5): Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón. Finalmente, se puede
entender en el sentido de una proporción entre el sujeto y el objeto,
es decir, que la medida de quien ama esté adecuada a la medida de lo
que ama. Esto no se puede dar. Una cosa puede ser amada en la medida
en que es buena. Pues bien, Dios, cuya bondad es infinita, es
infinitamente digno de ser amado, y ninguna criatura puede amar a Dios
de manera infinita, dado que toda su capacidad, sea natural sea
infusa, es finita.
A las objeciones: Con esto se responde a las objeciones, ya
que las tres primeras concluyen en el tercer sentido,
y la última en el segundo.
Artículo 6:
¿Hay que poner medida en el amor divino?
lat
Objeciones por las que parece que hay que poner medida en el amor
divino:
1. La esencia del bien consiste en la medida, la especie y el
orden, como expone San Agustín en el libro De nat. boni. Ahora bien, el amor de Dios es lo mejor en el
hombre a tenor de las palabras de Col 3,14: Sobre todo, tened
caridad. Por tanto, el amor de Dios ha de tener
medida.
2. San Agustín escribe en el libro De mor. Eccl. cathol.:
Dime, te ruego, cuál sea la medida del amor. Pues temo inflamarme más
o menos de lo que es menester en el deseo y el amor de mi
Señor. San Agustín no se plantearía el tema si no
hubiera medida en el amor divino. Por tanto, el amor divino tiene
medida.
3. En San Agustín leemos igualmente en IV Super Gen. ad
litt.: Modo es lo que a cada uno la propia medida señala. Pues bien, la razón es la medida tanto de la
voluntad humana como de la acción exterior. Por consiguiente, del
mismo modo que en el efecto exterior de la caridad debe darse un modo
determinado por la razón, a tenor de las palabras del Apóstol: Sea
razonable vuestro obsequio (Rom 12,1), debe darse igualmente en el
acto interno del amor de Dios.
Contra esto: está lo que escribe San Bernardo en el libro De
diligendo Deo: La causa de amar a Dios es Dios; la medida, amarle sin
medida.
Respondo: Como indica el texto aducido de San
Agustín, el modo implica una determinación de la medida, y esa
determinación se da tanto en la medida como en el objeto medido,
aunque de manera distinta. En la medida, en efecto, se da
esencialmente, ya que lo propio de la medida es fijar y medir; en lo
medido, en cambio, se encuentra la medida en relación a otra cosa, es
decir: en cuanto da la medida. Por eso, en la medida no puede haber
nada que no esté ajustado a ella; en el objeto medido, empero, puede
darse esa falta de ajuste, sea por exceso, sea por
defecto.
En el plano del apetito y de la acción, la medida es el fin, ya que
él da la razón propia de lo que deseamos y de lo que hacemos, como
demuestra el Filósofo en II Physic. Por eso el
fin tiene medida en sí mismo; lo que conduce a él, en cambio, en
cuanto está proporcionado con el fin. Por esta razón, como expone el
Filósofo en I Polit.: El apetito del fin está en todas las artes
sin fin y sin término; los medios, en cambio, tienen un
término. El médico, efectivamente, no pone límite
al restablecimiento de la salud, antes bien, se esfuerza en procurarla
tan perfecta como pueda. Pone, en cambio, límites a la medicina, y así
no da cuanto puede, sino cuanto es necesario para el restablecimiento
de la salud; excederse o faltar a la proporción debida sería faltar a
la medida. Pues bien, el fin de todas las acciones y afectos humanos
es amar a Dios, ya que éste es el medio principalísimo por el que
alcanzamos el fin último, como queda dicho (q.17 a.6; q.23 a.6). En
consecuencia, en el amor de Dios no se pone el modo como una cosa
medida, susceptible de más o menos, sino como se pone en la medida, en
donde no es posible ningún tipo de exceso y en donde la perfección es
tanto mayor cuanto más se ajusta a la regla. Y por eso, cuanto más
amado es Dios, tanto mejor es el amor.
A las objeciones:
1. Lo que se da por sí mismo es
mejor que lo que se da por otro. Por eso, la bondad de la medida, que
tiene módulo por sí misma, es mejor que la bondad de lo medido, que lo
recibe de otro. De esa suerte, la caridad, que tiene módulo a título
de medida, descuella entre las demás virtudes, que lo poseen al modo
de las cosas medidas.
2. San Agustín añade allí
mismo que el modo de amar a Dios es que sea amado
de todo corazón, o sea, que sea amado cuanto pueda
serlo; éste es el módulo que conviene a la medida.
3. El sentimiento cuyo objeto está
sometido al juicio de la razón debe estar medido por ella. Pero el
objeto del amor divino, que es Dios, sobrepuja el juicio de la razón;
por eso no es medido por ella, sino que la excede. Y no hay paridad
entre el acto interior de caridad y los actos externos. El primero,
efectivamente, tiene razón de fin, ya que el fin supremo del hombre
consiste en la unión del alma con Dios, a tenor de estas palabras: Para mí es bueno unirme a Dios (Sal 72,28); los segundos, en
cambio, son medios. Por eso deben ser medidos tanto por la caridad
como por la razón.
Artículo 7:
¿Es más meritorio amar al enemigo que al amigo?
lat
Objeciones por las que parece que es más meritorio amar al enemigo
que al amigo:
1. Leemos en San Mateo (5,46): Si amáis a quien os ama, ¿qué
recompensa recibiréis? Amar, pues, al amigo no merece
recompensa; la tiene, en cambio, amar al enemigo, como allí mismo se
dice. Es, pues, más meritorio amar al enemigo que al
amigo.
2. Una cosa es tanto más meritoria cuanto mayor es la
caridad de que procede. Pues bien, amar a los enemigos es propio de
los hijos de Dios perfectos, como afirma San Agustín en Enchir.; amar, en cambio, al amigo se considera
como caridad imperfecta. Por lo tanto, es más meritorio amar al
enemigo que al amigo.
3. Debe haber más mérito donde hay mayor esfuerzo para el
bien, ya que cada cual recibe su galardón según su trabajo,
como vemos en 1 Cor 3,8. Ahora bien, el hombre necesita mayor esfuerzo
para amar al enemigo que para amar al amigo, porque es más difícil. En
consecuencia, parece más meritorio amar al enemigo que al
amigo.
Contra esto: está el hecho de que lo mejor es lo más meritorio. Pues
bien, es mejor amar al amigo, ya que es más adecuado amar al mejor, y
es mejor el amigo que ama que el enemigo que odia. Por tanto, es más
meritorio amar al amigo que al enemigo.
Respondo: Como ya hemos expuesto (
q.25 a.1), el
motivo de amar al prójimo con caridad es Dios. Por tanto, cuando se
pregunta qué sea mejor o más meritorio, amar al amigo o al enemigo,
estos dos tipos de amor pueden compararse entre sí de dos maneras: por
parte del prójimo amado y por parte del motivo por el que se le ama.
En el primer sentido, el amor al amigo prevalece sobre el amor al
enemigo. El amigo, en verdad, no solamente es mejor, sino que también
está más unido a nosotros. Por lo tanto, es una realidad más propicia
para el amor, y por lo mismo el amor a esa realidad es mejor. En
consecuencia, lo opuesto es peor: siempre es peor odiar al amigo que
odiar al enemigo.
Bajo el segundo aspecto, el amor al enemigo sobresale por dos cosas.
Primera, porque el amor al amigo puede darse por un motivo que no sea
Dios; el amor, en cambio, al enemigo tiene como motivo único a Dios.
Segunda: en el supuesto de que uno y otro sean amados por Dios, arguye
mayor fuerza el amor de Dios que lleva el ánimo del hombre hacia
objetos más alejados, es decir, hasta el amor a los enemigos, de la
misma manera que se manifiesta más ardiente la fuerza del fuego cuanto
más lejos difunde su calor. De manera análoga, tanto más fuerte se
demuestra el amor de Dios cuanto más difíciles son las cosas que se
realizan por El, como es asimismo más fuerte la fuerza del fuego
cuanto menos combustible es la materia que puede quemar.
Sin embargo, como el mismo fuego calienta más de cerca que de lejos,
así también la caridad ama con más ardor a los allegados que a los
extraños. Desde este punto de vista, el amor a los amigos, considerado
en sí mismo, es más ferviente y mejor que el amor a los
enemigos.
A las objeciones:
1. La palabra del Señor debe
entenderse de manera estricta. El amor a los amigos
carece, en realidad, de mérito ante Dios cuando son amados solamente
por serlo. Este parece ser el caso de quienes, amando a sus amigos, no
aman a los enemigos. Es, en cambio, meritorio el amor a los amigos si
son amados por Dios y no sólo por ser amigos.
2. Y 3: La respuesta a las otras objeciones es evidente. Las
dos que siguen proceden del motivo del amor, y la última, la del Sed contra, considera el objeto amado.
Artículo 8:
¿Es más meritorio amar al prójimo que a Dios?
lat
Objeciones por las que parece que es más meritorio amar al prójimo
que a Dios:
1. Parece que es más meritorio lo preferido por el Apóstol. Pues
bien, el Apóstol dio preferencia al amor al prójimo, a tenor de lo que
escribió en Rom 9,3: Deseaba ser anatema de Cristo por mis
hermanos. Por tanto, es más meritorio amar al prójimo que a
Dios.
2. Como ya hemos expuesto (
a.7), en cierto modo es menos
meritorio amar al amigo. Ahora bien, Dios es eminentemente nuestro
amigo, ya que
antes nos amó El, como leemos en 1 Jn 4,10.
Parece, pues, menos meritorio amarle a El.
3. Lo más difícil parece lo más virtuoso y más meritorio,
ya que la virtud versa sobre el bien y lo difícil, como escribe
el Filósofo en II Ethic. Pues bien, es más fácil
amar a Dios que amar al prójimo, sea porque los seres aman
naturalmente a Dios, sea porque en Dios no hay nada que no sea digno
de amar, y eso no sucede con el prójimo. En consecuencia, es más
meritorio amar al prójimo que a Dios.
Contra esto: está el hecho de que lo que hace que una cosa sea tal cosa
es más que la cosa producida. Pues bien, el amor al prójimo es
meritorio solamente porque es amado por Dios. Por tanto, es más
meritorio amar a Dios que amar al prójimo.
Respondo: Esa comparación puede hacerse de dos
maneras. Primera: considerando por separado cada uno de esos dos
amores. En este sentido es indudable que es más meritorio el amor de
Dios, pues merece por sí mismo galardón, ya que la recompensa suprema
es gozar de Dios, y a ello tiende el impulso del amor divino. Por eso
al que ama a Dios se le promete la recompensa: como leemos en Jn
14,21:
Si alguien me ama, será amado de mi Padre y yo me mostraré a
él.
Puede entenderse también en el sentido de que sólo Dios es amado; el
amor del prójimo, empero, se entiende en cuanto es amado por amor de
Dios. En este sentido, el amor del prójimo implica el de Dios; el de
Dios, en cambio, no excluye el del prójimo. Por eso da lugar a
establecer una comparación entre un amor perfecto, que abarca también
el amor al prójimo, y un amor incompleto e imperfecto de Dios, porque,
en expresión de San Juan (4,21), tenemos mandado por Dios que el
que le ame, ame también al hermano. En este supuesto prevalece el
amor del prójimo.
A las objeciones:
1. Conforme a una exposición de
la
Glosa, el Apóstol no deseaba eso —verse
separado de Cristo por amor a sus hermanos-cuando estaba en estado de
gracia, sino en estado de infidelidad, y por eso no hay obligación
alguna de imitarle.
Puede también responderse, con San Juan Crisóstomo en el libro De
compunct., que esas palabras no prueban que el
Apóstol amara al prójimo más que a Dios, sino que amaba más a Dios que
a sí mismo. Quería, en verdad, verse privado, por algún tiempo, de la
fruición divina, que atañe al amor de sí mismo, para procurar el honor
de Dios entre el prójimo, lo cual afecta al amor de
Dios.
2. El amor del amigo es a veces
menos meritorio porque es amado por sí mismo, faltando así el verdadero
motivo de la amistad de caridad, que es Dios. De ahí que el hecho de
que Dios sea amado por sí mismo no disminuye, antes
bien, constituye la razón del mérito.
3. La esencia del mérito y de la
virtud está en función más del bien que de lo difícil. No es, pues, justo afirmar que lo más difícil sea lo más
meritorio; el mérito está en que lo más difícil sea también lo
mejor.