Artículo 1:
¿Es pecado la imprudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la imprudencia no es
pecado:
1. En expresión de San Agustín, todo pecado es voluntario. Ahora bien, la imprudencia no es voluntaria, ya que nadie quiere ser imprudente. Luego la imprudencia no es pecado.
2. Sólo el pecado original nace con el hombre. Ahora bien,
la imprudencia nace con el hombre, como lo prueba el hecho de que
también los jóvenes son imprudentes, y no es el pecado original, el
cual se opone a la justicia original. Por consiguiente, la imprudencia
no es pecado.
3. Todo pecado se borra con la penitencia. Pero la
imprudencia no se borra con la penitencia. Luego la imprudencia no es
pecado.
Contra esto: está el hecho de que el tesoro espiritual de la gracia no
desaparece sino por el pecado. Mas por la imprudencia desaparece,
según el testimonio de la Escritura: Tesoro precioso y aceite en la
casa del sabio, pero el hombre imprudente devorará el suyo (Prov
21,20). Luego la imprudencia es pecado.
Respondo: La imprudencia puede tomarse en doble
sentido: como privación y como contrariedad. Pero la imprudencia en
cuanto tal no se da como negación, lo cual implicaría simple carecer
de prudencia, que puede darse sin pecado. Como privación, la
imprudencia indica carecer de prudencia quien podría y debería
tenerla. En este aspecto es pecado la imprudencia, por la negligencia
en esforzarse por adquirir prudencia.
Como contrariedad, la imprudencia indica que se mueve y obra de un
modo contrario a la prudencia. En efecto, la recta razón del prudente
actúa aconsejando; el imprudente, en cambio, desprecia el consejo, y
lo mismo respecto de los demás elementos a tener en cuenta en lo
específico de la prudencia. Tomada en ese sentido, la imprudencia es
pecado opuesto a la razón misma de prudencia. En efecto, el hombre no
puede obrar contra la prudencia sino apartándose de las reglas de la
prudencia recta y virtuosa. Por eso, si hay desviación de las reglas
divinas, es pecado mortal; es el caso de quien despreciando y
rechazando los preceptos divinos obra con precipitación. Pero si actúa
al margen de esas reglas, sin despreciarlas y sin perjuicio en lo que
es necesario para la salvación, es pecado venial.
A las objeciones:
1. Ninguno quiere la deformidad de
la imprudencia, pero quiere el acto de la imprudencia el temerario,
que obra precipitadamente. Por eso dice el Filósofo en VI Ethic.
que es menos excusable el que peca en la prudencia
queriendo.
2. Esa objeción procede de la
imprudencia como negación. Pero hay que tener en cuenta que la
carencia de prudencia y de cualquier virtud va incluida en la carencia
de justicia original que perfeccionaba toda el alma. Según eso, toda
falta de virtud puede reducirse al pecado original.
3. Por la penitencia nos es
restituida la prudencia infusa, y de esa manera
desaparece la carencia de imprudencia. Pero no nos es restituida como
hábito la prudencia adquirida, sino que desaparece el acto contrario,
en el cual consiste precisamente el pecado de imprudencia.
Artículo 2:
¿Es pecado especial la imprudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la imprudencia no es pecado
especial:
1. Todo el que peca obra contra la recta razón, que es la prudencia.
Ahora bien, como acabamos de exponer (
a.1), la imprudencia consiste en
obrar contra la prudencia. Luego la imprudencia no es pecado
especial.
2. La prudencia presenta más afinidad con los actos morales
que la ciencia. Ahora bien, la ignorancia, opuesta a la ciencia,
figura entre las causas generales de pecado. Luego mucho más la
imprudencia.
3. Los pecados proceden de corrupción de alguna
circunstancia en las virtudes, y por esa razón dice Dionisio en el
c.4
De div. nom., que
el mal proviene de
defectos particulares. Pero la prudencia requiere, para su
constitución, muchos elementos, por ejemplo: razón, inteligencia,
docilidad y los demás expuestos en otro lugar (
q.48 y
49). Hay, pues,
muchas especies de imprudencia, y, por lo tanto, no es pecado
especial.
Contra esto: está el hecho de que, como hemos expuesto (
a.1), la
imprudencia es lo contrario a la prudencia. La prudencia es virtud
especial. Luego la imprudencia es pecado especial.
Respondo: Se puede decir que un vicio o pecado
es general en dos sentidos. Primero: en sentido absoluto, es decir,
que se extiende a todos los pecados. Segundo: sólo respecto de ciertos
pecados, que son especies suyas. En el primer sentido cabe todavía
otra doble consideración. Primera: general por esencia, es decir,
porque afecta a todo pecado. En este caso, la imprudencia no es pecado
general, como tampoco la prudencia es virtud general, ya que se
refiere a unos actos especiales, es decir, a los actos de la razón.
Segunda: pecado general por participación. Bajo este aspecto, la
imprudencia es pecado general. En efecto, del mismo modo que la
prudencia en cierta manera tiene parte en todas las virtudes, porque a
todas las dirige, ocurre otro tanto con la imprudencia respecto de los
vicios y pecados, ya que no se da ningún pecado sin que se dé defecto
en algún acto directivo de la razón, y esto atañe a la
imprudencia.
Si hablamos de pecado general no absolutamente, sino como un género
determinado dividido en especies diferentes, que contiene otras muchas
especies, en este sentido la imprudencia es pecado general que
contiene diversas especies de tres maneras. La primera, por oposición
a las distintas partes subjetivas de la prudencia. Desde este punto de
vista habría que dividir a la imprudencia en otras tantas especies
correlativamente opuestas a las especies de prudencia, distinguiendo
la prudencia directiva de la conducta individual, y otras especies
destinadas al gobierno de la multitud, como explicamos en su lugar
(q.48). En segundo lugar, por oposición a las partes cuasi potenciales
de la prudencia, que son las virtudes adjuntas diferenciadas por los
distintos actos de la razón. En este sentido, la falta de consejo del
que se ocupa la eubulia da lugar a la especie de imprudencia precipitación o temeridad. La falta de juicio, objeto de la
synesis y de la gnome, origina la inconsideración, y la falta
en el precepto, acto propio de la prudencia, da como resultado la inconstancia o negligencia. Por último, pueden considerarse
las especies de imprudencia por la oposición a los distintos elementos
requeridos para la prudencia y que son como partes integrales de la
misma. Y dado que todos ellos se ordenan a dirigir los tres actos de
la razón que hemos indicado, todos los defectos opuestos se reducen a
las cuatro partes indicadas: la falta de cautela y de circunspección
va incluida en la falta de consideración; los defectos en la
docilidad, memoria o atención, están comprendidos en la precipitación,
y la imprevisión y los defectos de inteligencia y de sagacidad
pertenecen a la negligencia y a la inconstancia.
A las objeciones:
1. La objeción propuesta considera
lo que es general por participación.
2. Dado que la ciencia está más
alejada de las virtudes morales que la prudencia, según la esencia
propia de cada una, la ignorancia no es, de suyo, pecado moral; lo es
solamente en función de la negligencia voluntaria anterior o de los
defectos subsiguientes. Por eso figura entre las causas generales de
pecado. La imprudencia, en cambio, entraña en sí misma vicio moral, y
por lo mismo hay razón para considerarla como pecado
especial.
3. No hay lugar a especie de
pecado diferente cuando la corrupción de las circunstancias responde
al mismo motivo; así, es pecado de la misma especie el tomar lo ajeno
donde no se debe y cuando no se debe. Pero si son motivos diversos,
hay especies diversas; por ejemplo, si uno toma lo que no es suyo de
donde no debe para profanar el lugar sagrado, dará lugar a la especie
de sacrilegio; o si lo toma cuando no debe por el solo afán de tener
lo superfluo, sería simple avaricia. En consecuencia, los defectos en
aquello que se exige para la virtud de la prudencia solamente dan
lugar a especies distintas en cuanto están ordenados a actos distintos
de la razón, como hemos expuesto.
Artículo 3:
¿Es la precipitación pecado contenido en la imprudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la precipitación no es pecado
contenido en la imprudencia:
1. La imprudencia se opone a la virtud de la prudencia. La
precipitación, en cambio, se opone al don de consejo, ya que, en
expresión de San Gregorio en II Moral., el don
de consejo nos es dado para evitar la precipitación. En consecuencia,
la precipitación no es pecado contenido en la imprudencia.
2. La precipitación parece que corresponde a la temeridad,
la cual implica presunción. Pero ésta pertenece a la soberbia. Luego
la precipitación no es vicio contenido bajo la imprudencia.
3. La precipitación parece implicar apresuramiento
desordenado. Ahora bien, en materia de consejo hay pecado no sólo por
apresuramiento, sino también por ser demasiado lento, de tal modo que
deje pasar la oportunidad de obrar, y también por el desorden en las
demás circunstancias, como afirma el Filósofo en VI Ethic. Luego la precipitación no debe ser
considerada como pecado de imprudencia más que la tardanza y demás
elementos que causen desorden en el consejo.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: El
camino del impío es la tiniebla, y no ve dónde tropieza (Prov
4,19). Ahora bien, los caminos tenebrosos de la impiedad pertenecen a
la imprudencia. Luego a la imprudencia pertenecen también el tropezar
y el precipitarse.
Respondo: En los actos del alma hay que
entender la precipitación en sentido metafórico, por semejanza con el
movimiento corporal. En éste decimos que una cosa se precipita cuando
desciende de lo más alto a lo más bajo por el impulso del propio
cuerpo o de algo que le impele sin pasar por los grados intermedios.
Ahora bien, lo más elevado del alma es la razón, y lo más bajo, la
operación ejercida por medio del cuerpo. Los grados intermedios por
los cuales hay que descender son la memoria de lo pasado, la
inteligencia de lo presente, la sagacidad en la consideración del
futuro, la hábil comparación de alternativas, la docilidad para
asentir a la opinión de los mayores. A través de estos pasos desciende
ordenadamente el juicioso. Pero quien es llevado a obrar por el
impulso de la voluntad o de la pasión, saltando todos
esos grados, incurre en precipitación. Y dado que el desorden en el
consejo es propio de la imprudencia, resulta evidente que bajo ella
esté contenido también el vicio de la precipitación.
A las objeciones:
1. La rectitud en el consejo atañe
tanto al don de consejo como a la virtud de la prudencia, aunque de
manera distinta, como hemos expuesto (
q.52 a.2). Por eso la
precipitación contraría a los dos.
2. Decimos que se hacen con
temeridad las obras que no van dirigidas por la razón. Esto puede
suceder de dos maneras: o por el ímpetu de la voluntad o de la pasión,
o por desprecio de la regla directiva, y esto es propio de la
temeridad. Por eso parece que proviene de la soberbia, que rechaza la
sumisión a una regla ajena. Pero la precipitación tiene relación con
las dos cosas, y por eso está contenida en ella la temeridad, aunque
la precipitación se refiera sobre todo al primero.
3. En la deliberación del consejo
hay que considerar muchos datos particulares. Por eso dice el Filósofo
en VI Ethic.: conviene ser lento en
aconsejar. De ahí que a la rectitud del consejo se oponga más
directamente la precipitación que la lentitud innecesaria, que tiene
cierta semejanza con el consejo recto.
Artículo 4:
¿Es la inconsideración pecado especial contenido en la
imprudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la inconsideración no es pecado
especial contenido en la imprudencia:
1. La ley divina no nos induce a ningún pecado, a tenor de lo que
leemos en la Escritura: La ley del Señor es perfecta (Sal
18,8); nos induce, en cambio, a no considerar, según el testimonio de
estas palabras: No os preocupe cómo o de qué hablaréis (Mt
10,19). Luego la inconsideración no es pecado.
2. Todo el que aconseja debe considerar muchas cosas. Mas
por falta de consejo se produce la precipitación, es decir, por poca
consideración. Luego la precipitación está contenida bajo la
inconsideración, la cual no es, por lo tanto, pecado
especial.
3. La prudencia consiste en actos del entendimiento
práctico, que son aconsejar, juzgar sobre lo aconsejado e imperar.
Pero estos actos van precedidos de la consideración, que atañe también
al entendimiento especulativo. En consecuencia, la inconsideración no
es pecado especial contenido en la imprudencia.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: Miren de frente tus ojos; tus párpados, derechos a lo que está ante
ti (Prov 4,25). La inconsideración hace todo lo contrario. Por lo
tanto, es pecado especial contenido en la imprudencia.
Respondo: La consideración implica un acto del
entendimiento que intuye la verdad. Ahora bien, igual que la
indagación es propia de la razón, el juicio lo es de la inteligencia.
Por eso, en el orden especulativo, se dice de la ciencia demostrativa
que juzga, ya que por reducción a los primeros principios dictamina
sobre la verdad de lo investigado; de ahí que la consideración
pertenece sobre todo al juicio. Por eso mismo, la falta de juicio
recto es propia del vicio de inconsideración cuando se produce por
desprecio o por descuido en prestar atención a lo que reclama la
rectitud adecuada del juicio. Resulta, pues, evidente que la falta de
consideración es pecado.
A las objeciones:
1. El Señor no prohibe considerar
lo que se debe hacer y decir cuando se presenta la ocasión. Pero con
las palabras aducidas infunde confianza a los discípulos para que,
cuando les falte esa oportunidad, confíen únicamente en el consejo
divino, ya que, según la Escritura, nosotros no tenemos fuerza
contra esta gran multitud que viene contra nosotros, y no sabemos qué
hacer (2 Par 20,12). Pero si el hombre deja de hacer lo que puede,
esperando únicamente en el auxilio divino, parece que
tienta a Dios.
2. Toda la consideración de las
cosas sometidas a la atención del consejo se ordenan a emitir un
juicio recto; por eso, la consideración recibe su última perfección en
el juicio. Esta es la razón por la que la inconsideración se opone
sobremanera a la rectitud del juicio.
3. La inconsideración está tomada aquí en una materia determinada, es decir, en relación con las
acciones humanas. En ellas, en efecto, para juzgar bien, hay que tener
en cuenta más cosas que en el orden especulativo, porque las
operaciones se ejercen siempre en lo singular.
Artículo 5:
¿Es la inconstancia vicio contenido en la imprudencia?
lat
Objeciones por las que parece que la inconstancia no es vicio
contenido en la imprudencia:
1. La inconstancia parece consistir en la falta de perseverancia en
cosas difíciles. Ahora bien, persistir en lo difícil atañe a la
fortaleza. En consecuencia, la inconstancia se opone más a la
fortaleza que a la imprudencia.
2. Según el testimonio de la Escritura, donde existen
envidias y espíritu de contención, allí hay desconcierto y toda clase
de maldad (Sant 3,16). Pues bien, el celo es propio de la envidia.
Luego la inconstancia pertenece no a la imprudencia, sino más bien a
la envidia.
3. Parece inconstante quien no persevera en lo que se
había propuesto. Pero esto acaece en los placeres al incontinente, y
en la tristeza al flojo y débil, como escribe el Filósofo en VII Ethic. La inconstancia, pues, no pertenece a la
imprudencia.
Contra esto: está el hecho de que la prudencia debe dar preferencia al
bien mayor sobre el menor. Por lo tanto, desistir del bien mayor
pertenece a la imprudencia, y esto es la inconstancia. Luego la
inconstancia pertenece a la imprudencia.
Respondo: La inconstancia entraña cierto
abandono de un buen propósito definido. El principio de ese abandono
radica en la voluntad, pues nadie abandona una resolución buena que ha
tomado sino porque sobreviene algo que seduce desordenadamente. Mas
ese abandono no se hace definitivo sino por defecto de la razón, que
incurre en engaño repudiando antes lo que había aceptado rectamente, y
si no resiste a los embates de la pasión pudiendo hacerlo, hay que
imputarlo a su debilidad, que no se mantiene firme en el bien
emprendido. Por eso la inconstancia, en cuanto a su consumación, nace
de un defecto de la razón. Ahora bien, así como toda rectitud de la
razón práctica pertenece, de algún modo, a la prudencia, así todo
defecto de la misma pertenece a la imprudencia. Por eso, igual que la
precipitación proviene de un defecto en el acto de consejo, y la
inconsideración en el acto de juicio, la inconstancia se produce por
defecto en el acto de imperio; por eso decimos que es inconstante
aquel cuya razón no impera los actos deliberados y
juzgados.
A las objeciones:
1. Del bien de la prudencia
participan todas las virtudes morales, y en ese sentido a todas ellas
corresponde persistir en el bien. Corresponde, sin embargo, de modo
especial a la fortaleza, que sufre muy particularmente el choque de
los impulsos contrarios.
2. La envidia y la ira, principio
de disensiones, producen la inconstancia por parte de la voluntad, en
la cual radica el principio de la inconstancia, como queda
dicho.
3. Parece que la continencia y la
perseverancia no son virtudes de la voluntad, sino, en último
análisis, de la razón. En efecto, el continente experimenta las malas
concupiscencias y el perseverante las graves tristezas, y esto indica
defecto de la voluntad. No obstante, la razón persiste con firmeza: la
del continente hace frente a las concupiscencias, y la del
perseverante, a las tristezas. Por eso la continencia y la
perseverancia parecen especies de la constancia que
pertenece a la razón, lo mismo que la inconstancia.
Artículo 6:
¿Proceden de la lujuria todos estos vicios?
lat
Objeciones por las que parece que los vicios expuestos no tienen su
raíz en la lujuria:
1. La inconstancia, como hemos visto (
a.5 ad 2), procede de la
envidia, y la envidia es vicio distinto de la lujuria. De ahí que esos
vicios no nacen de la lujuria.
2. Un pasaje de la Escritura habla del varón indeciso e
inconstante en todos sus caminos (Sant 1,8). Ahora bien, la doblez
de ánimo no parece pertenecer a la lujuria, sino más bien al fraude,
hijo de la avaricia, según San Gregorio en XXXI Moral. En consecuencia, los vicios de que hemos
hablado no nacen de la lujuria.
3. Esos vicios tienen su origen en defectos de la razón.
Pues bien, los vicios espirituales están más cerca de la razón que de
la carne. Luego tales vicios nacen de los vicios espirituales más bien
que de los carnales.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio señala en XXXI Moral. que esos vicios nacen de la
lujuria.
Respondo: Según afirma el Filósofo en VI
Ethic.:
El deleite es lo que más corrompe el
juicio de la prudencia, y sobre todo el placer venéreo, que
absorbe de manera total al alma y la arrastra al deleite sensible. La
perfección, en cambio, de la prudencia y de toda virtud intelectual
consiste en abstraer de lo sensible. Ahora bien, dado que esos vicios
proceden de defecto de la prudencia y de la razón práctica, según
hemos expuesto (
a.2 y
5), tienen su raíz sobre todo en la
lujuria.
A las objeciones:
1. La ira y la envidia producen la
inconstancia, desviando la razón hacia otras cosas; pero la lujuria
causa la inconstancia extinguiendo totalmente el juicio de la razón.
Por eso afirma el Filósofo en VII Ethic. que el iracundo escucha a la razón, aunque no de manera completa; el
lujurioso, empero, la desoye del todo.
2. La doblez de ánimo es también,
en cierta manera, algo consiguiente a la lujuria, como asimismo la
inconstancia, dado que esa doblez implica un ánimo versátil hacia
muchas cosas. Por eso escribe también Terencio en Eunucho: En el amor se da guerra, y también paz
y tregua.
3. Los vicios carnales tanto más
reducen el uso de la razón cuanto más se apartan de
ella.