Artículo 1:
¿Se dio la gracia habitual en el alma asumida por el
Verbo?
lat
Objeciones por las que parece que la gracia habitual no se dio en el
alma asumida por el Verbo.
1. La gracia es una participación de la divinidad en la criatura
racional, según 2 Pe 1,4: Por medio del cual nos hizo donación de
preciosas y magníficas promesas, para que seamos partícipes de la
naturaleza divina. Pero Cristo es Dios de verdad, y no por
participación. Luego en él no hubo gracia habitual.
2. El hombre necesita la gracia para actuar rectamente, de
acuerdo con 1 Cor 15,10: He trabajado más que todos; aunque no yo,
sino la gracia de Dios conmigo; y también la necesita para alcanzar
la vida eterna, según Rom 6,23: La gracia de Dios es la vida
eterna. Ahora bien, a Cristo se le debía la herencia de la vida
eterna por el simple hecho de ser Hijo natural de Dios. Y, al ser el
Verbo por quien fueron hechas todas las cosas (Jn 1,3), le
asistía el poder de hacer bien todas las cosas. Por consiguiente,
según su naturaleza humana, no necesitaba de otra gracia que la unión
con el Verbo.
3. El sujeto que actúa a modo de instrumento no necesita
de un hábito para las propias operaciones, pues tal hábito reside en
el agente principal. Ahora bien, la naturaleza humana fue en Cristo
como un instrumento de la divinidad, como enseña el Damasceno
en el libro III. Luego en Cristo no debió
existir la gracia habitual.
Contra esto: está lo que se dice en Is 11,2:
Descansará sobre él el
Espíritu del Señor, del que se afirma que está en el hombre por
medio de la gracia habitual, como se explicó en la
Primera
Parte (
q.43 a.3). Luego en Cristo se dio la gracia
habitual.
Respondo: Es necesario que la
gracia habitual se dé en Cristo por tres motivos. Primero, por razón
de la unión de su alma con el Verbo de Dios, pues cuanto un ser que
recibe se encuentra más cerca de la causa que influye, tanto más
participa de esa influencia. Ahora bien, el influjo de la gracia
proviene de Dios, según Sal 83,12:
El Señor dará la gracia y la
gloria. Y por tanto fue conveniente en grado máximo que aquella
alma recibiese el influjo de la gracia divina.
Segundo, por la nobleza de su alma, cuyas operaciones era necesario
que contactasen con Dios de la forma más próxima mediante el
conocimiento y el amor. Para conseguir esto, la naturaleza humana
tiene que ser elevada por la gracia.
Tercero, por la relación del propio Cristo con el género humano. El
es efectivamente, en cuanto hombre, mediador entre Dios y los
hombres, como se dice en 1 Tim 2,5. Y por eso era preciso que
tuviera también la gracia que redundase en los demás, conforme a Jn
1,16: De su plenitud hemos recibido todos gracia tras
gracia.
A las objeciones:
1. Cristo es verdadero Dios por su
persona y por su naturaleza divinas. Pero como en la unidad de la
persona persiste la distinción de la naturaleza, como es claro por lo
dicho anteriormente (
q.2 a.1.2), el alma de Cristo no es
esencialmente divina. De ahí la necesidad de que llegue a serlo por
participación, cosa que se logra por medio de la gracia.
2. A Cristo, en cuanto Hijo de
Dios por naturaleza, se le debe la herencia eterna, que es la misma
bienaventuranza increada, lograda por un acto increado de conocimiento
y de amor de Dios, que es el mismo con que el Padre se conoce y ama a
sí mismo. El alma no era capaz de tal acto a causa de la diferencia de
naturaleza. Por lo que era necesario que alcanzase a Dios por un acto
creado de fruición, acto que resulta imposible sin la
gracia.
Del mismo modo, en cuanto Verbo de Dios, tuvo la facultad de hacer
bien todas las cosas por su operación divina. Pero como, además de
esta operación divina, es necesario poner en él una operación humana,
según luego se verá (q.19 a.1), se requiere que exista en él la gracia
habitual, mediante la cual tal operación resulte perfecta.
3. La humanidad de Cristo es
instrumento de la divinidad, pero no a la manera
de un instrumento inanimado —que no actúa, sino que es sólo movido—,
sino a modo de instrumento animado por un alma racional, que se mueve
de tal manera que a la vez es movido. Por eso, para lograr una
actuación oportuna, necesitó tener la gracia habitual.
Artículo 2:
¿Tuvo Cristo virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo virtudes.
1. Cristo tuvo la plenitud de gracia. Pero la gracia es suficiente
para hacer bien todas las cosas, según 2 Cor 12,9: Te basta mi
gracia. Luego en Cristo no se dieron virtudes.
2. Según el Filósofo en VII Ethic., la
virtud se distingue de un cierto heroísmo o hábito divino, que
se atribuye a hombres divinizados. Pero esto le conviene a Cristo en
grado máximo. Luego Cristo no tuvo virtudes, sino algo más noble que
la virtud.
3. Como queda dicho en la
Segunda Parte (
1-2 q.65 a.1.2), las virtudes se poseen todas juntas. Ahora bien, no fue
conveniente que Cristo tuviera todas las virtudes a la vez, como es
claro respecto de la liberalidad y la magnanimidad, cuyo acto recae en
las riquezas, según Mt 8,20:
El Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar su cabeza. Otro tanto acaece con la templanza y la
continencia, que actúan sobre las concupiscencias desordenadas, que no
existieron en Cristo. Luego Cristo no tuvo virtudes.
Contra esto: está lo que sobre Sal 1,2 —Pero en la ley del Señor
tiene su complacencia-dice la Glosa: Aquí
se nos presenta a Cristo lleno de todo bien. Ahora bien, la virtud
es la buena cualidad del alma. Luego Cristo estuvo lleno de
toda virtud.
Respondo: Como quedó explicado en la
Segunda
Parte (
1-2 q.110 a.4), así como la gracia se relaciona con la
esencia del alma, así también se relaciona la virtud con sus
potencias. Por eso es necesario que así como las potencias del alma se
derivan de su esencia, así también es necesario que las virtudes se
deriven de la gracia. Y cuanto más perfecto es un principio, tanto más
profundos son sus efectos. Por lo que, al ser la gracia de Cristo
perfectísima, es natural que procedan de ella las virtudes para
perfeccionar cada una de las potencias en orden a todos los actos del
alma. Y así resulta que Cristo tuvo todas las virtudes.
A las objeciones:
1. Al hombre le basta la gracia para
todo aquello con lo que se ordena a la bienaventuranza. Sin embargo,
hay cosas que realiza la misma gracia inmediatamente, como el hacer
grato a Dios, y otras por el estilo; en cambio, otras cosas las lleva
a cabo por medio de las virtudes que proceden de ella.
2. El hábito heroico o divino no
se distingue de lo que comúnmente llamamos virtud más que por el modo
más perfecto, esto es, en cuanto que alguno está mejor dispuesto para
el bien que el común de los hombres. Con lo que no se demuestra que
Cristo careciese de las virtudes, sino que las tuvo en grado
eminentísimo, por encima del modo común. En este sentido, también
Plotino habló de un modo sublime de virtudes que él dijo
ser propias del alma purificada.
3. La liberalidad y la
magnificencia son recomendadas con respecto a las riquezas para que
nadie las aprecie tanto que descuide, por causa de ellas, lo que tiene
obligación de hacer. Y el que menos aprecia las riquezas es aquel que
las desprecia y rechaza totalmente por amor a la perfección. Y por eso
Cristo, por el simple hecho de haber despreciado todas las riquezas,
demostró en sí mismo el grado supremo de liberalidad y de
magnificencia. Aunque también ejerció un acto de liberalidad, conforme
a sus posibilidades, ordenando que se entregasen a los pobres las
cosas que a él le daban; por eso, cuando el Señor dijo a Judas, según
Jn 13,27,
lo que vas a hacer, hazlo pronto, los discípulos
pensaron que el Señor le había mandado
dar algo a los pobres
(v.29).
Por otro lado, Cristo no tuvo en modo alguno pasiones desordenadas,
como se verá más adelante (q.18 a.2). Sin embargo, esto no excluye que
tuviese la templanza, que es tanto más perfecta en el hombre cuanto
más carece de pasiones desordenadas. Por este motivo, según el
Filósofo en el VII Ethic., el templado se
distingue del continente en que el primero no tiene pasiones bajas,
mientras que el segundo sí las padece. Por tanto, si la continencia se
entiende en el sentido que la toma el Filósofo, Cristo, por haber
poseído todas las virtudes, no tuvo la continencia, que no es una
virtud, sino algo inferior a la virtud.
Artículo 3:
¿Tuvo Cristo fe?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo se dio la
fe.
1. La fe es una virtud más excelente que las virtudes morales, por
ejemplo la templanza y la liberalidad. Ahora bien, estas virtudes se
dieron en Cristo, como queda dicho (
a.2). Luego con mayor razón se dio
en él la fe.
2. Cristo no enseñó las virtudes que no tuvo él, de acuerdo
con Act 1,1: Jesús comenzó a hacer y enseñar. Pero en Heb 12,2
se dice que Cristo es autor y consumador de la fe. Por
consiguiente, se dio en él en grado supremo.
3. En los bienaventurados no existe lo que incluye
imperfección. Pero en los bienaventurados se da la fe, pues acerca de
Rom 1,17: En él se revela la justicia de Dios, pasando de una fe a
otra fe, comenta la Glosa: De la fe en las
palabras y de la esperanza a la fe de las cosas y de
la contemplación. Luego parece que en Cristo se dio la fe, porque
no incluye imperfección alguna.
Contra esto: está lo que se dice en Heb 11,1: La fe es prueba de lo
que no se ve. Pero para Cristo no hubo nada oculto, de acuerdo con
lo que le dijo Pedro, en Jn 21,17: Tú sabes todas las cosas.
Luego en Cristo no existió la fe.
Respondo: Como se expuso en la
Segunda
Parte (
2-2 q.4 a.1), el objeto de la fe es la realidad divina no
vista. Pero el hábito de la virtud, como cualquier otro, se especifica
por el objeto. Y por lo mismo, si la realidad divina deja de ser algo
no visto, desaparece el motivo de la fe. Ahora bien, Cristo, desde el
primer instante de su concepción, vio plenamente la esencia divina,
como luego se demostrará (
q.34 a.4). Luego en él no pudo existir la
fe.
A las objeciones:
1. La fe es superior a las virtudes
morales, porque versa sobre un objeto más noble. Sin embargo, en
relación con ese objeto la fe incluye un cierto defecto, que no se dio
en Cristo. Por lo mismo, en él no pudo darse la fe, aunque tuvo las
virtudes morales, porque no implican un defecto de esta clase en su
noción, con respecto a sus propios objetos.
2. El mérito de la fe consiste en
que el hombre, por obediencia a Dios, asiente a lo que no ve, según
aquello de Rom 1,5: Para conseguir la obediencia a la fe entre
todos los gentiles a causa de su nombre. Ahora bien, Cristo
observó una obediencia plenísima respecto de Dios, pues según Flp
2,8: Se hizo obediente hasta la muerte. Y así no enseñó nada
referente al mérito que él mismo no practicase de manera más
excelente.
3. Como comenta la Glosa en el mismo lugar, la fe consiste
propiamente en creer las cosas que no se ven. Ahora bien, la fe
prestada a las cosas que se ven se llama fe en sentido impropio, y por
cierta analogía, en lo referente a la certeza o firmeza de la
adhesión.
Artículo 4:
¿Existió en Cristo la esperanza?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo se dio la
esperanza.
1. A juicio de la Glosa, está dicho en nombre
de Cristo lo que se lee en Sal 30,2: En ti, Señor, esperé.
Ahora bien, el hombre espera en Dios mediante la virtud de la
esperanza. Luego Cristo tuvo esta virtud.
2. La esperanza es la expectación de la bienaventuranza
futura, como queda dicho en la
Segunda Parte (
2-2 q.17 a.1 ad 2;
a.5;
a.6). Pero Cristo esperaba algo referente a la
bienaventuranza, a saber, la glorificación de su cuerpo. Luego parece
que en él existió la esperanza.
3. Cada uno puede esperar lo que pertenece a su
perfección, con tal de que eso sea algo futuro. Ahora bien, había
cosas que eran futuras pertenecientes a la perfección de Cristo, de
acuerdo con Ef 4,12: Para la perfección de los santos, en razón de
la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.
Luego parece que a Cristo le competía tener esperanza.
Contra esto: está lo que se dice en Rom 8,24:
¿Quién espera lo que
ve? Y de esta manera resulta manifiesto que, así como la fe tiene
por objeto las cosas no vistas, así sucede también con la esperanza.
Pero la fe no existió en Cristo, como queda dicho (
a.3). Luego tampoco
la esperanza.
Respondo: Así como pertenece a la esencia de la
fe el que uno asienta a lo que no ve, así también es propio de
la esencia de la esperanza el que uno espere lo que
todavía no tiene. Y del mismo modo que la fe, en cuanto virtud
teologal, no recae sobre cualquier cosa no vista, sino sobre sólo
Dios, de manera semejante también la esperanza, en cuanto virtud
teologal, tiene por objeto la misma fruición de Dios, esperada
principalmente por el hombre a través de la virtud de la esperanza. No
obstante, a modo de consecuencia, el que tiene la virtud de la
esperanza puede esperar el auxilio divino también en otras cosas, como
acontece con el que tiene la virtud de la fe, pues no cree a Dios sólo
en lo referente a las cosas divinas, sino también respecto de
cualquier otra materia que le haya sido revelada por inspiración de
Dios.
Cristo, desde el primer momento de su concepción, tuvo la fruición
plena de la divinidad, como luego se dirá (q.34 a.4), y por lo mismo
no poseyó la virtud de la esperanza. Tuvo, en cambio, la esperanza
respecto de algunas cosas que todavía no había alcanzado, aunque no
tuvo fe respecto de nada. Porque, a pesar de conocerlo todo
plenamente, con lo que la fe quedaba totalmente excluida en él, no
poseía todavía de forma plena todo lo que pertenecía a su perfección,
por ejemplo la inmortalidad y la gloria del cuerpo, que podía
esperar.
A las objeciones:
1. Esas palabras no se aplican a
Cristo con relación a la esperanza en cuanto virtud teologal, sino
respecto de otras cosas que todavía no poseía, como se ha dicho (en la
exposición).
2. La gloria del cuerpo no
pertenece a la bienaventuranza como algo principal, sino a modo de
redundancia de la gloria del alma, como se expuso en la
Segunda
Parte (
1-2 q.4 a.6). Por tanto, la esperanza en cuanto virtud
teologal no se refiere a la bienaventuranza del cuerpo, sino a la del
alma, que consiste en el gozo divino.
3. La edificación de la Iglesia
por la conversión de los fieles no pertenece a la perfección esencial
de Cristo; le afecta, en cambio, en cuanto que mueve a otros a
participar en su propia perfección. Y puesto que, en sentido estricto,
se llama esperanza a la que se refiere a lo que uno mismo espera
tener, no puede decirse, hablando con propiedad, que la esperanza le
convenga a Cristo por la razón alegada.
Artículo 5:
¿Poseyó Cristo los dones?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo los
dones.
1. Es opinión común que los dones se dan para ayuda de las virtudes.
Pero lo que es perfecto en sí mismo no necesita de ayuda exterior.
Como en Cristo las virtudes fueron perfectas, parece que en él no
existieron los dones.
2. No parece pertenecer a una misma persona dar los dones y
recibirlos, porque darlos es propio de quien los tiene, y recibirlos
es propio de quien no los posee. Pero a Cristo le compete dar los
dones, de acuerdo con Sal 67,19: Distribuyó dones a los
hombres. Luego a Cristo no le corresponde recibir los dones del
Espíritu Santo.
3. Parece que cuatro de los dones pertenecen a la
contemplación del estado de vía, a saber: los de sabiduría, ciencia,
entendimiento y consejo, que corresponde a la prudencia; por eso el
Filósofo, en el VI Ethic., los cuenta entre las
virtudes intelectuales. Pero Cristo poseyó la contemplación del cielo.
Luego no tuvo estos dones.
Contra esto: está lo que se lee en Is 4,1: Siete mujeres echarán mano
de un solo hombre. La Glosa comenta: Esto
es, los siete dones del Espíritu Santo se apoderarán de
Cristo.
Respondo: Como se expuso en la
Segunda
Parte (
1-2 q.68 a.1), los dones, hablando con propiedad, son unas
perfecciones de las potencias del alma con las que se hacen aptas para
ser movidas por el Espíritu Santo. Pero es evidente que el alma de
Cristo era movida por el Espíritu Santo en grado
perfectísimo, como se dice en Lc 4,1:
Jesús, lleno del Espíritu
Santo, regresó del Jordán y era impulsado por el Espíritu al
desierto. Luego es patente que en Cristo se dieron los dones en
grado excelentísimo.
A las objeciones:
1. Lo que es perfecto en el orden de
su propia naturaleza necesita la ayuda de lo que es de naturaleza
superior. Así el hombre, por perfecto que sea, necesita ser ayudado
por Dios. Y en este sentido las virtudes necesitan la ayuda de los
dones, porque éstos perfeccionan las potencias del alma al ser movidas
por el Espíritu Santo.
2. Cristo no es receptor y donante
de los dones del Espíritu Santo bajo un mismo aspecto, sino que los da
en cuanto Dios, y los recibe en cuanto hombre. Por eso dice Gregorio,
en el II Moral., que el Espíritu Santo, que
procede de la divinidad de Cristo, no abandonó nunca su
humanidad.
3. En Cristo no se dio sólo el
conocimiento del cielo, sino también el de la vida terrenal, como
luego se dirá (
q.15 a.10). Y, sin embargo, los dones del Espíritu
Santo permanecen de algún modo también en el cielo, como se expuso en
la
Segunda Parte (
1-2 q.68 a.6).
Artículo 6:
¿Tuvo Cristo el don de temor?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo no existió el don de
temor.
1. La esperanza es tenida como mejor que el temor, porque su objeto
es el bien, mientras que el objeto del temor es el mal, como se
explicó en la
Segunda Parte (
1-2 q.40 a.1;
q.41 a.2;
q.42 a.1).
Pero Cristo no tuvo la virtud de la esperanza, como antes se ha dicho
(
a.4). Luego tampoco poseyó el don de temor.
2. Por el don de temor teme uno o la separación de Dios, que
es el temor
casto, o ser castigado por El, lo que representa el
temor
servil, como los llama Agustín en el
Supra Canonicam
loan.. Ahora bien, Cristo no temió ni separarse de
Dios por el pecado, ni ser castigado por El a causa de la culpa,
porque no podía pecar, como luego se dirá (
q.15 a.1). Y respecto de lo
imposible no existe el temor. Luego en Cristo no se dio el don de
temor.
3. En la 1 Jn 4,18 se dice: La caridad perfecta echa
fuera el temor. Pero la caridad de Cristo fue perfectísima, según
Ef 3,19: La caridad de Cristo, que supera toda ciencia. Luego
Cristo no tuvo el don del temor.
Contra esto: está lo que se lee en Is 11,3: Lo llenará el Espíritu
del temor del Señor i.
Respondo: Como se expuso en la
Segunda
Parte (
1-2 q.42 a.1), el temor se relaciona con dos objetos: uno,
el mal espantoso; otro, la persona que puede causarnos ese mal, como
cuando uno teme al rey en cuanto tiene el poder de matar. Pero no se
temería al que tiene tal potestad si ésta no fuese eminente, de modo
que no es fácil hacerle frente; de hecho, no tememos las cosas que
podemos rechazar fácilmente. Y de esta manera es claro que nadie es
temido más que por su superioridad.
Así pues, hay que decir que en Cristo se dio el temor de Dios, pero
no en cuanto se refiere al mal de la separación de Dios por el pecado,
ni tampoco en cuanto se relaciona con el mal del castigo por tal
pecado, sino en cuanto atañe a la misma superioridad divina, en cuanto
que el alma de Cristo, impulsada por el Espíritu Santo, se movía hacia
Dios con un afecto reverencial. Por eso se dice en Heb 5,7 que, en
todas las ocasiones, fue escuchado por su reverencial temor.
Este amor reverencial para con Dios lo tuvo Cristo, en cuanto hombre,
de forma más plena que todos los demás. Y por esto le
atribuye la Escritura la plenitud del temor del Señor (Is
11,3).
A las objeciones:
1. Los hábitos de las virtudes y de
los dones se refieren propia y directamente al bien, mientras que con
el mal sólo se relacionan por vía de consecuencia, pues es propio de
la naturaleza de la virtud hacer buena la obra, como se dice en
el II Ethic.. Y por esto no pertenece a la
naturaleza del don de temor el mal que contempla, sino la superioridad
de aquel bien, es decir, el divino, que tiene poder para infligir un
mal. En cambio, la esperanza como virtud dice relación no sólo al
autor del bien, sino simultáneamente al mismo bien en cuanto no
poseído. Y por eso a Cristo no se le atribuye la virtud de la
esperanza, porque poseía ya el bien perfecto de la bienaventuranza,
pero sí el don de temor.
2. Esa objeción procede del temor
considerado en relación con el mal como objeto.
3. La caridad perfecta echa fuera
el temor servil, que se fija especialmente en el castigo. Pero un
temor de esta naturaleza no existió en Cristo.
Artículo 7:
¿Tuvo Cristo carismas?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo no se dieron los
carismas.
1. Quien tiene algo plenamente, no puede tenerlo por participación.
Pero Cristo tuvo la plenitud de gracia, según Jn 1,14: Lleno de
gracia y de verdad. Y los carismas parece que son a modo de
participaciones concedidas parcialmente y en particular a diversos
individuos, de acuerdo con 1 Cor 12,4: Hay diversidad de dones.
Luego parece que en Cristo no se dieron los carismas.
2. Lo que a uno se le debe, no parece que se le dé
gratuitamente. Pero a Cristo hombre le eran debidos la abundancia en
la palabra de sabiduría y de ciencia, el poder de hacer milagros y
otras cosas por el estilo que pertenecen a los llamados carismas, por
ser él el poder de Dios y la sabiduría de Dios, como se dice en
1 Cor 1,24. Luego no era oportuno que Cristo tuviese
carismas.
3. Los carismas se ordenan a la utilidad de los fieles,
según 1 Cor 12,7: A. cada uno se le da la manifestación del
Espíritu para el bien común. Pero no se ve que pertenezca al bien
común un hábito, o cualquier otra disposición, si el hombre no se
sirve de ellos, de acuerdo con Eclo 20,32: Sabiduría oculta y
tesoro escondido: ¿Qué utilidad hay en los dos? Sin embargo, no se
lee que Cristo se haya servido de todos los carismas, especialmente en
lo que se refiere al don de lenguas. Luego en Cristo no se dieron
todos los carismas.
Contra esto: está lo que dice Agustín en la epístola Ad
Dardanum: así como en la cabeza están todos los
sentidos, así existieron en Cristo todas las gracias.
Respondo: Como se explicó en la
Segunda
Parte (
1-2 q.111 a.4), los carismas se ordenan a la manifestación
de la fe y de la doctrina espiritual. Es necesario que el que enseña
tenga aquellos medios por los cuales manifieste su doctrina; en caso
contrario, tal doctrina resultaría inútil. Ahora bien, Cristo es el
primero y principal maestro de la fe y de la doctrina espiritual, como
se dice en Heb 2,3-4:
Esta salvación fue inaugurada por la
predicación del Señor; fue confirmada entre nosotros por los que le
escucharon, confirmándola Dios con señales y milagros, etc. Es,
pues, claro que Cristo, como primero y principal maestro de la fe,
tuvo todos los carismas en grado eminentísimo.
A las objeciones:
1. Así como la gracia santificante
se ordena a los actos meritorios tanto interiores como exteriores, así
también el carisma se ordena a ciertos actos externos que manifiestan
la fe, por ejemplo la realización de milagros y otras obras por el
estilo. Cristo poseyó plenamente ambas gracias, pues, al estar su alma
unida a la divinidad, tenía el poder total de realizar todos los actos
predichos. En cambio, los otros santos, que son movidos por Dios
no como instrumentos unidos sino separados, reciben un
poder particular para realizar tales o cuales actos. De ahí que en los
demás santos los carismas se encuentren divididos; no así en
Cristo.
2. Cristo se llama poder y
sabiduría de Dios porque es el Hijo eterno de Dios. En este
sentido no le compete tener la gracia, sino más bien ser el
dispensador de la misma. Sin embargo, le corresponde tener la gracia
según su naturaleza humana.
3. A los Apóstoles les fue
concedido el don de lenguas porque eran enviados a
enseñar a todas
las gentes (Mt 28,19). Cristo, en cambio, sólo quiso predicar
personalmente al pueblo judío, como él mismo lo dijo en Mt 15,24:
No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de
Israel. Y el Apóstol escribe en Rom 15,8:
Digo que Cristo fue
ministro de la circuncisión. Y por eso no fue necesario que
hablase diversas lenguas. Sin embargo, no careció del conocimiento de
todas las lenguas, puesto que tampoco le eran desconocidos los
pensamientos secretos de los corazones, como se dirá luego (
q.10 a.2),
de los que son signos las palabras. Y, no obstante, no tuvo
inútilmente este conocimiento, como no se tiene inútilmente un hábito
que no se usa cuando no es oportuno.
Artículo 8:
¿Dispuso Cristo de la profecía?'
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo la
profecía.
1. La profecía implica un conocimiento oscuro e imperfecto, de
acuerdo con Núm 12,6: Si alguno de vosotros fuera profeta del
Señor, le hablaré por medio del sueño o en visión. Pero Cristo
tuvo un conocimiento pleno y perfecto, mucho mayor que el de Moisés,
del que se añade (Núm 12,8) que vio a Dios claramente y no por
medio de enigmas. Luego no se debe asignar a Cristo la
profecía.
2. Así como la fe versa sobre las cosas que no se ven, y la
esperanza sobre las cosas que no se poseen, así también la profecía
recae en realidades que no son presentes, sino distantes, porque se
llama profeta
al que habla de lo que está lejos. Ahora bien,
Cristo no tuvo fe ni esperanza, como antes se ha dicho (
a.3.4). Luego
tampoco hay que atribuir a Cristo la profecía.
3. El profeta es de categoría inferior al ángel, por lo
que se dice de Moisés, que fue el mayor de los profetas, como se
expuso en la
Segunda Parte (
2-2 q.174 a.4),
que habló con un
ángel en el desierto (Act 7,38). Pero Cristo
no es inferior a
los ángeles en lo que atañe al conocimiento espiritual, sino
sólo
en cuanto a su pasibilidad corporal, como se escribe en
Heb 2,9. Parece, por tanto, que Cristo no fue profeta.
Contra esto: está lo que se dice de él en Dt 18,15: Dios os suscitará
un profeta de en medio de vuestros hermanos. Y él mismo dice de
sí, en Mt 13,57 y Jn 4,44: Sólo en su patria es menospreciado el
profeta.
Respondo: Se llama profeta al
que habla de
cosas lejanas o
ve cosas lejanas, es a saber, en cuanto
conoce y habla de cosas que están lejos del conocimiento humano, como
dice también Agustín en el libro XVI
Contra Faustum. Sin
embargo, hay que tener en cuenta que no se puede llamar profeta a uno
por el hecho de conocer y anunciar cosas que son lejanas para otros
con los que él no habita. Y esto es claro en lo que atañe al lugar y
en lo que se refiere al tiempo. Por ejemplo, tendríamos un caso de
profecía si uno que vive en Francia conociese y anunciase a los que
viven en esa nación lo que entonces acontecía en Siria: como descubrió
Elíseo a Guejazí (2 Re 5,26) que un hombre había descendido del carro
y le había salido al encuentro. En cambio, si uno que vive en Siria
anunciase cosas que acontecen allí, su intervención no sería
profética. Y otro tanto sucede con relación al tiempo. Fue un caso de
profecía el anuncio hecho por Isaías de que Ciro, rey de Persia, había
de reedificar el templo de Dios, como se ve en Is 44,28; pero no puede
tomarse por un caso de profecía la narración hecha por Esdras (1,3) de
lo que acaeció en su tiempo.
Así pues, el que Dios o los ángeles, y también los bienaventurados,
conozcan y anuncien cosas alejadas de nuestro
conocimiento no es un caso de profecía, pues no participan de ningún
modo de nuestro estado. En cambio, Cristo, antes de su pasión,
participaba de nuestra condición, en cuanto que no era sólo
bienaventurado, sino también viador. Y por eso era profético el que
conociese y anunciase las cosas que estaban lejos del conocimiento de
los demás viadores. Y por este motivo se afirma que tuvo el don de
profecía.
A las objeciones:
1. Las palabras citadas no
demuestran que el conocimiento enigmático pertenezca a la esencia de
la profecía, tal como se da en el sueño y en la visión, sino que por
medio de ellas se pone de manifiesto la comparación entre los otros
profetas, que conocieron las cosas divinas en sueño y en visión, y
Moisés, que vio a Dios claramente y no por enigmas. Este, no obstante,
fue llamado profeta, según Dt 34,10:
No volvió a surgir en Israel
un profeta semejante a Moisés.
Sin embargo, se puede decir que Cristo, a pesar de tener un
conocimiento pleno y claro en lo que se refiere a su parte
intelectiva, tuvo en su imaginación ciertas imágenes en las que podía
atisbar las cosas divinas, puesto que no era sólo bienaventurado, sino
también viador.
2. La fe tiene por objeto las
cosas que el creyente no ve. De manera semejante, la esperanza recae
en las cosas que no posee el que espera. En cambio, la profecía versa
sobre las cosas que están lejos del conocimiento común de los hombres
con los que el profeta vive y trata en el estado de viadores. Por eso,
la fe y la esperanza contradicen la perfección de la bienaventuranza
de Cristo; pero no la profecía.
3. El ángel, por ser
bienaventurado, está por encima del profeta, que es puro viador; pero
no está por encima de Cristo, que fue a la vez viador y
bienaventurado.
Artículo 9:
¿Poseyó Cristo la plenitud de gracia?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo la plenitud de
gracia.
1. Las virtudes se derivan de la gracia, como se expuso en la
Segunda Parte (
1-2 q.110 a.4 ad 1). Pero en Cristo no se dieron
todas las virtudes, puesto que careció de fe y esperanza, como se ha
dicho (
a.3.4). Luego Cristo no tuvo la plenitud de
gracia.
2. Como es claro por lo dicho en la
Segunda Parte
(
1-2 q.111 a.2), la gracia se divide en operante y cooperante. Se
llama operante a la que justifica al pecador. Y esto no ocurrió en
Cristo, porque nunca estuvo sujeto al pecado. Por tanto, en Cristo no
existió la plenitud de gracia.
3. En Sant 1,17 se dice: Toda buena dádiva y todo don
perfecto vienen de arriba, descienden del Padre de las luces. Ahora
bien, lo que desciende se posee parcial y no plenamente. Luego ninguna
criatura, ni siquiera el alma de Cristo, puede tener en plenitud los
dones de la gracia.
Contra esto: está lo que se dice en Jn 1,14: Le vimos lleno de gracia
y de verdad.
Respondo: Poseer plenamente una cosa equivale a
poseerla total y perfectamente. Pero la totalidad y la perfección
pueden considerarse bajo dos aspectos: uno, por razón de su cantidad
intensiva, como cuando se dice que alguien tiene la blancura
plenamente porque la posee en el mayor grado posible. Otro, por razón
de su eficacia, por ejemplo cuando se dice que alguien tiene la vida
plenamente porque la posee con todos sus efectos y operaciones. Y, en
este sentido, el hombre tiene la vida plenamente; no, en cambio, el
animal o la planta.
Cristo poseyó la plenitud de gracia en los dos sentidos. Bajo el
primero, porque la poseyó en grado sumo, del modo más perfecto en que
es posible tenerla. Y esto resulta evidente, en primer lugar, por la
proximidad del alma de Cristo a la causa de la gracia. Ya se dijo
(a.1) que un ser en actitud de recibir recibe en mayor grado cuanto
más próximo a la misma está. Y, por eso, el alma de Cristo, al estar
unida a Dios de la forma más próxima entre todas las criaturas
racionales, recibe la máxima influencia de su gracia. En segundo
lugar, es claro, por comparación con su efecto. El alma de Cristo
recibía la gracia de tal modo que de ella redundase en cierta manera
sobre los demás. Por eso fue conveniente que tuviese la gracia en
grado supremo, como acontece con el fuego, que, por
ser la causa del calor en todos los seres calientes, tiene el calor en
grado máximo.
Otro tanto aconteció en cuanto a la eficacia de la gracia, pues la
poseyó plenamente al tenerla para todas sus operaciones y efectos. Y
esto porque le fue otorgada la gracia como a principio universal en el
campo de todos los que tienen la gracia. Y la virtud del primer
principio en un género determinado se extiende a todos los efectos
dentro de tal género. Así sucede con el sol, que, por ser causa
universal de la generación, como dice Dionisio en el c.4 del De
Div. Nom., se extiende a todo lo que se enmarca en
la generación. Y así se considera en Cristo este segundo aspecto de la
gracia, en cuanto su gracia se extiende a todos los efectos de la
misma, que son las virtudes, los dones y otras realidades por el
estilo.
A las objeciones:
1. La fe y la esperanza designan
efectos de la gracia con un cierto defecto proveniente del sujeto que
recibe la gracia, es a saber, en cuanto que la fe tiene por objeto lo
que no vemos, y la esperanza lo que no poseemos. Por eso es necesario
que en Cristo, por ser el autor de la gracia, no se den los defectos
que llevan consigo la fe y la esperanza. Sin embargo, todo lo que hay
de perfección en la fe y la esperanza está en Cristo de manera mucho
más perfecta. Así como en el fuego no se encuentran los modos
defectuosos del calor emanados del defecto del sujeto, sino todo lo
que pertenece a la perfección del calor.
2. Lo propio de la gracia
operante es causar la justificación; el hacer un justo
de un pecador le sobreviene por parte del sujeto en el que se asienta
el pecado. Por consiguiente, el alma de Cristo fue justificada por la
gracia operante en cuanto que la hizo justa y santa desde el principio
de su concepción; no porque antes hubiera sido pecadora o
injusta.
3. La plenitud de la gracia se
atribuye al alma de Cristo según la capacidad de la criatura, mas no
por comparación a la plenitud infinita de la bondad
divina.
Artículo 10:
¿Es propia de Cristo la plenitud de gracia?
lat
Objeciones por las que parece que la plenitud de gracia no es propia
de Cristo.
1. Es propio de uno lo que a él solo le corresponde. Pero la plenitud
de gracia se atribuye a otros, pues de la Santísima Virgen se dice en
Lc 1,28: Salve, llena de gracia, el Señor está contigo; y en
Act 6,8 se lee: Esteban estaba lleno de gracia y de poder.
Luego la plenitud de gracia no es propia de Cristo.
2. Lo que puede comunicarse a otros por medio de Cristo no
parece propio del mismo. Ahora bien, la plenitud de gracia puede
comunicarse a otros por medio de Cristo, pues el Apóstol dice en Ef
3,19: Para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Luego
la plenitud de gracia no es propia de Cristo.
3. El estado de vía parece que ha de ser proporcionado al
estado de bienaventuranza. Pero en éste se dará una plenitud porque,
como dice Gregorio en la homilía De centum ovibus: En la patria celestial, donde está la plenitud de todos los bienes,
aunque algunos sean otorgados de manera excelente, sin embargo nada se
posee particularmente. Luego en el estado de vía la plenitud de
gracia es poseída por cada uno de los hombres en particular. Y así la
plenitud de gracia no es propia de Cristo.
Contra esto: está que la plenitud de gracia se atribuye a Cristo en
cuanto Hijo unigénito del Padre, de acuerdo con Jn 1,14: Le vimos,
como Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Ahora bien,
el ser Unigénito del Padre es exclusivo de Cristo. Luego también le es
propio el estar lleno de gracia y de verdad.
Respondo: La plenitud de gracia puede
considerarse bajo dos aspectos: uno, por parte de la misma gracia;
otro, por parte de quien la tiene. Por parte de la propia gracia, se
dice que existe la plenitud cuando uno alcanza el más
alto grado de gracia en cuanto a la esencia y en cuanto a la
virtualidad, es a saber, en cuanto posee la gracia de la forma más
excelente posible, y en la máxima extensión para todos los efectos de
ella derivados. Y tal plenitud de gracia es exclusiva de Cristo. Por
parte del sujeto se dice que se da la plenitud de gracia cuando
alguien la posee de acuerdo con su propia condición: sea en
intensidad, por haber llegado al término prefijado por Dios, de
acuerdo con Ef 4,7: A cada uno de nosotros se nos ha dado la gracia
en la medida del don de Cristo; sea en virtualidad, es decir, en
cuanto uno dispone del poder de la gracia para todo lo que se refiere
a su estado o a sus deberes, como decía el Apóstol en Ef 3,8-9: A
mí, el menor de todos los santos, se me ha dado esta gracia, la de
iluminar a los hombres, etc. Y tal plenitud de gracia no es propia
de Cristo, sino que puede ser comunicada por él mismo a
otros.
A las objeciones:
1. Se llama a la Santísima Virgen
llena de gracia, no por lo que toca a la misma gracia, pues no la tuvo
en el máximo grado posible, ni para todos los efectos que de ella
emanan, sino que se la llama llena de gracia en relación consigo
misma, en el sentido de que recibió la gracia suficiente para el
estado de madre de Dios a que había sido elegida por el propio Dios. Y
de manera semejante se dice que Esteban estaba lleno de gracia, porque
tenía la suficiente para ser idóneo ministro y testigo de Dios, para
lo que había sido elegido. Y lo mismo ha de decirse de otros. Pero, de
estas plenitudes, una es mayor que la otra, de acuerdo con la previa
ordenación divina a un estado más elevado o más bajo.
2. En el texto citado habla el
Apóstol de la plenitud de gracia considerada por parte del sujeto, en
relación con aquello a que el hombre ha sido previamente ordenado por
Dios. Y eso es o algo común a lo que están previamente ordenados todos
los santos, o algo especial, propio de la excelencia de algunos. Y, en
este sentido, hay una plenitud de gracia común a todos los santos, a
saber, la que consiste en tener la gracia suficiente para merecer la
vida eterna, que consiste en el gozo pleno de Dios. Y ésta es la
plenitud que deseaba el Apóstol para los fieles a quienes
escribía.
3. Los dones que son comunes en el
cielo, a saber, la visión, la posesión y el gozo, y otros por el
estilo, tienen algunos dones correspondientes en la vida terrena que
también son comunes a los santos. Hay, sin embargo, algunas
prerrogativas de los santos, tanto en el cielo como en la tierra, que
no todos poseen.
Artículo 11:
¿Es infinita la gracia de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que la gracia de Cristo es
infinita.
1. Todo lo que no tiene medida ni límite es infinito. Ahora bien, la
gracia de Cristo no tiene medida, pues se dice en Jn 3,34: Dios no
le dio el Espíritu con medida, es a saber, a Cristo. Luego la
gracia de Cristo es infinita.
2. Un efecto infinito manifiesta un poder infinito, que no
puede tener por fundamento más que una esencia infinita. Pero el
efecto de la gracia de Cristo es infinito, porque se extiende a la
salvación de todo el género humano, al ser él mismo la propiciación
por los pecados de todo el mundo, como se dice en 1 Jn 2,2. Luego
la gracia de Cristo es infinita.
3. Toda realidad finita puede llegar, por adición, a la
cantidad de cualquier otra realidad limitada. Si, pues, la gracia de
Cristo es finita, la gracia de otro hombre podría crecer tanto que
llegase a igualar la gracia de Cristo. En contra de esto está lo que
se dice en Job 28,17: No es comparable a él el oro o el vidrio,
tal como lo interpreta Gregorio. Luego la gracia de
Cristo es infinita.
Contra esto: está que la gracia de Cristo es algo creado en su alma.
Pero todo lo creado es finito, según Sab 11,21: Todo lo dispusiste
con número, peso y medida. Por consiguiente, la gracia de Cristo
no es infinita.
Respondo: Como es claro por lo expuesto
anteriormente (
q.2 a.10;
q.6 a.6), en Cristo se puede distinguir una
doble gracia. Una, la gracia de unión que, como antes se dijo (ibid.),
es la misma unión personal con el Hijo de Dios, que es
otorgada gratuitamente a la naturaleza humana. Y tal
gracia es evidentemente infinita, por ser infinita la persona del
Verbo.
Otra es la gracia habitual, que puede considerarse de dos maneras.
Primero, en cuanto que es un ser, y, bajo este aspecto, tiene que ser
finita, al encontrarse en el alma de Cristo como en su sujeto. El alma
de Cristo es una criatura, siendo su capacidad limitada. Por lo que el
ser de la gracia, al no exceder a su sujeto, no puede ser
infinito.
Segundo, en relación con la propia naturaleza de la gracia. Y, en
este sentido, la gracia puede llamarse infinita, porque no está
limitada, ya que tiene lo que puede pertenecer al concepto de gracia,
y eso no le es dado en conformidad con una determinada medida;
porque, según el propósito de la gracia de Dios (Rom 4,5), a
quien pertenece medir la gracia, ésta le es conferida al alma de
Cristo como a principio universal de justificación para la naturaleza
humana, según Ef 1,6: Nos justificó en su amado Hijo. Es como
si dijéramos que la luz del sol es infinita, no según su naturaleza,
sino en relación con el concepto de luz, porque posee todo lo incluido
en tal concepto.
A las objeciones:
1. La frase
el Padre no da a su
Hijo el Espíritu con medida puede entenderse, primeramente, del
don que Dios Padre hizo a su Hijo desde la eternidad, es a saber, la
naturaleza divina, que es un don infinito. Por eso la
Glosa comenta a ese propósito:
Para que el Hijo
sea tan grande como lo es el Padre.
En segundo lugar, puede referirse al don otorgado a la naturaleza
humana a fin de que se una a la persona divina, lo que constituye un
don infinito. Por eso la Glosa dice allí
mismo: Del mismo modo que el Padre engendró un Verbo pleno y
perfecto, así también pleno y perfecto se unió a la naturaleza
humana.
Finalmente, puede referirse a la gracia habitual, en cuanto que la
gracia de Cristo se extiende a todo lo que pertenece a la gracia. Por
eso, exponiéndolo, comenta Agustín: La medida es
una cierta división de los dones: pues a uno se le da, por medio del
Espíritu, la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia. Pero
Cristo, que es el donante, no recibió con medida.
2. La gracia de Cristo tiene un
efecto infinito, bien por razón de la infinitud antedicha (en la
exposición) de la propia gracia, bien por razón de la unidad de la
persona divina, a la que está unida el alma de Cristo.
3. Lo menos puede llegar, por
medio del aumento, a la cantidad de lo que es mayor en las cosas que
tienen cantidad de la misma naturaleza. Pero la gracia de otro hombre
se compara con la de Cristo como el poder particular con el universal.
Por lo que, así como el poder del fuego, por mucho que crezca, no
puede equipararse al poder del sol, así la gracia de otro hombre, por
más que crezca, no podrá igualarse a la gracia de Cristo.
Artículo 12:
¿Pudo aumentar la gracia de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que la gracia de Cristo pudiera ser
acrecentada.
1. A todo lo finito se le puede añadir algo. La gracia de Cristo es
limitada, como se acaba de decir (
a.11). Luego pudo
acrecentarse.
2. El poder divino realiza el aumento de la gracia, de
acuerdo con 2 Cor 9,8: Poderoso es Dios para hacer abundar en
vosotros toda gracia. Ahora bien, el poder divino, por ser
infinito, no es limitado por término alguno. Por tanto, parece que la
gracia de Cristo pudiera ser mayor.
3. En Lc 2,52 se dice que el Niño Jesús crecia en edad,
sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. Luego la gracia
de Cristo pudo acrecentarse.
Contra esto: está lo que se lee en Jn 1,14: Le vimos, como Unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad. Pero nada puede ser o
concebirse mayor que el ser alguien unigénito del Padre. Luego no
puede existir, ni tampoco concebirse, una gracia mayor
que aquella de la que Cristo estuvo lleno.
Respondo: La imposibilidad de aumento en una
forma puede acontecer de dos modos: uno, por parte del propio sujeto;
otro, por parte de esa forma. Por parte del sujeto, cuando éste
alcanza el grado supremo en la participación de la propia forma de
acuerdo con su propio modo de ser: como cuando decimos que el calor
del aire no puede aumentar cuando éste ha alcanzado el grado máximo de
calor compatible con la naturaleza del aire, aunque en la naturaleza
pueda darse un calor más elevado, como es el del fuego. Por parte de
la forma, la posibilidad de aumento queda excluida cuando un sujeto
alcanza la máxima perfección en que tal forma puede poseerse: como
cuando decimos que el calor del fuego no puede acrecentarse, porque no
puede haber un grado de calor mayor que el alcanzado por el
fuego.
Así como la sabiduría divina ha fijado la medida concreta de las
demás formas, así también lo ha hecho con la gracia, según Sab
11,21: Todo lo dispusiste en número, peso y medida. Y la medida
de cada forma está preestablecida de acuerdo con su fin: así no se da
una gravedad mayor que la gravedad de la tierra, porque no existe un
lugar inferior a ésta. El fin de la gracia es la unión de la criatura
racional con Dios. Y no puede existir ni concebirse mayor unión de la
criatura racional con Dios que la establecida en la persona. Y por
este motivo la gracia de Cristo llega a la medida suprema de la
gracia. Resulta así evidente que la gracia de Cristo no pudo
acrecentarse por parte de la misma gracia.
Pero tampoco pudo acrecentarse por parte del sujeto, porque Cristo,
en cuanto hombre, fue verdadera y plenamente bienaventurado desde el
primer instante de su concepción. Por tanto, no pudo darse en él
aumento de la gracia, lo mismo que no se da en los demás
bienaventurados, por haber llegado ya al término.
Por el contrario, la gracia de los hombres que son puramente viadores
puede acrecentarse lo mismo por parte de la forma, al no haber llegado
al grado máximo de la gracia, que por parte del sujeto, pues aún no
han llegado al término.
A las objeciones:
1. Si se trata de cantidades
matemáticas, a cualquier cantidad finita se le puede hacer adiciones,
ya que por parte de la cantidad limitada nada hay que se oponga a
ello. En cambio, si se trata de una cantidad natural, puede haber
rechazo por parte de la forma, que exige una cantidad determinada,
como acontece también con otros accidentes determinados. Por esto dice
el Filósofo, en II De Anima, que la
naturaleza de todas las realidades estables es el término y la razón de
su magnitud y de su aumento. Y ahí estriba la razón de que puedan
hacerse adiciones a la cantidad de todo el firmamento. Mucho más ha de
tenerse en cuenta en las propias formas un término más allá del cual
no pasan. Y, por este motivo, no convino que se hiciese adición alguna
a la gracia de Cristo, aunque según su esencia sea
finita.
2. Aunque el poder de Dios pudiera
hacer algo mayor y mejor que la gracia habitual de Cristo, no sería
capaz de hacer que se ordenase a algo mayor que la unión personal con
el Hijo unigénito del Padre. A esa unión corresponde de manera
suficiente tal medida de gracia, de acuerdo con lo establecido por la
sabiduría divina.
3. Uno puede crecer en sabiduría y
en gracia de dos maneras. Una, mediante el aumento de los mismos
hábitos de sabiduría y gracia. Y, en este sentido, Cristo no creció en
ellas. Otra, en relación con los efectos, a saber, en cuanto uno
realiza obras más sabias y más virtuosas. Y, en este aspecto, Cristo
crecía en sabiduría y en gracia, lo mismo que crecía en edad, porque,
a medida que crecía en edad, hacía obras más perfectas, para demostrar
que era verdadero hombre, tanto en lo referente a Dios como en lo
tocante a los hombres.
Artículo 13:
¿La gracia habitual de Cristo es una consecuencia de la
unión?
lat
Objeciones por las que parece que la gracia habitual de Cristo no es
una consecuencia de la unión.
1. Una realidad no es consecuencia de sí misma. Pero la gracia
habitual parece ser la misma que la gracia de unión,
pues dice Agustín en el libro De praedest. Sanct.: La gracia por la que se hace cristiano el hombre, desde el momento en que comienza a creer, es la misma por la que aquel hombre, desde el primer momento, fue hecho Cristo. Lo primero pertenece a la gracia habitual; lo segundo, a la gracia de unión. Luego parece que la gracia habitual no es una consecuencia de la unión.
2. La disposición precede a la perfección temporal o, por lo
menos, conceptualmente. Ahora bien, la gracia habitual parece ser una
disposición de la naturaleza humana para la unión personal. Luego da
la impresión de que la gracia habitual no es una consecuencia de la
unión, sino más bien algo que la precede.
3. Lo común es antes que lo propio. Pero la gracia
habitual es común a Cristo y a los demás hombres, mientras que la
gracia de unión es propia de Cristo. Luego, conceptualmente, la gracia
habitual es anterior a la de unión. Por consiguiente, no es efecto de
ésta.
Contra esto: está lo que se dice en Is 42,1: He aquí a mi siervo, yo
lo sostendré; y luego continúa: He puesto mi espíritu sobre
él, lo que pertenece al don de la gracia habitual. De donde se
deduce que la asunción de la naturaleza humana en la unión de la
persona precede en Cristo a la gracia habitual.
Respondo: La unión de la naturaleza humana con
la persona divina, que antes (
q.2 a.10;
q.6 a.6) aclaramos que era la
misma gracia de unión, precede en Cristo a la gracia habitual, no en
el orden del tiempo, sino en el de la naturaleza y en el de la razón.
Y esto por tres motivos. Primero, de acuerdo con los principios de una
y otra gracia. Efectivamente, el principio de la unión es la persona
del Hijo que asume la naturaleza humana, de la que se dice
que fue
enviada al mundo (Jn 3,17), porque asumió la naturaleza humana. En
cambio, el principio de la gracia habitual, que es dada con la
caridad, es el Espíritu Santo, del que se dice, en este aspecto, que
es enviado porque habita en el alma por la caridad (Rom 5,5; 8,9.11;
Gal 4,6). Ahora bien, la misión del Hijo, según el orden de la
naturaleza, es anterior a la misión del Espíritu Santo; lo mismo que,
en el orden de la naturaleza, el Espíritu Santo, que es el amor,
procede del Padre y del Hijo. Por lo que también la unión personal,
según la cual se entiende la misión del Hijo, es anterior, en el orden
de naturaleza, a la gracia habitual según la cual se considera la
misión del Espíritu Santo.
Segundo, la razón de tal orden se toma de la relación entre la gracia
y su causa. La gracia es causada en el hombre por la presencia de la
divinidad, como lo es la luz en el aire por la presencia del sol. Por
eso se dice en Ez 43,2: La gloria de Dios entraba por el oriente, y
la tierra resplandecía por su gloria. Pero la presencia de Dios en
Cristo se entiende por la unión de la naturaleza humana con la persona
divina. Por tanto, la gracia habitual de Cristo se considera como
consecuencia de esa unión, lo mismo que la luz es consecuencia del
sol.
El tercer motivo de tal orden puede tomarse del fin de la gracia.
Esta se ordena a obrar rectamente. Y las acciones son de los
supuestos y de los individuos. Por lo que la acción, y, en
consecuencia, la gracia, que a ella se ordena, presupone la hipóstasis
que obra. Pero la hipóstasis no es algo que se suponga anterior a la
unión en la naturaleza humana, como queda claro por lo dicho
anteriormente (q.4 a.3). Y, por consiguiente, la gracia de unión
precede conceptualmente a la gracia habitual.
A las objeciones:
1. En el texto citado, Agustín
llama gracia a la voluntad de Dios, que otorga gratuitamente sus
beneficios. Y por este motivo dice que es una misma la gracia que hace
a cualquier hombre cristiano y aquella por la que el hombre es hecho
Cristo, porque las dos cosas provienen de la voluntad gratuita de Dios,
sin mérito previo.
2. Así como la disposición en el
proceso generativo precede a la perfección para la que dispone en las
cosas que se forman progresivamente, así también la disposición sigue
a la perfección conseguida por un ser: tal acontece con el calor, que
fue disposición para la forma del fuego, pasando luego a ser efecto de
tal forma una vez que ésta preexiste. Ahora bien, en Cristo la
naturaleza humana se unió a la persona del Verbo desde
el primer instante sin progreso sucesivo. Por tanto,
la gracia habitual no se considera como precedente a la unión, sino
como consiguiente a la misma, a modo de cierta propiedad natural. De
ahí que Agustín diga, en el Enchir., que la gracia es, en cierto modo, natural a Cristo hombre.
3. Lo común es anterior a lo
propio si ambos son del mismo género; pero, cuando se trata de cosas
que son de género distinto, nada impide que lo propio sea anterior a
lo común. La gracia de unión no pertenece al mismo género que la
gracia habitual, sino que está por encima de todo género, como lo está
la misma persona divina. Por eso nada impide que esta realidad propia
sea anterior a la común, porque aquélla no se obtiene por adición a la
común, sino que más bien es el principio y el origen de
ésta.