Artículo 1:
¿Se requiere la delectación para la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que no se requiere la delectación para
la bienaventuranza.
1. Dice Agustín, en I De Trin., que la
visión es toda la recompensa de la fe. Pero lo que es premio o
recompensa de la virtud es bienaventuranza, como manifiesta el
Filósofo en I Ethic. Luego para la
bienaventuranza se requiere exclusivamente la visión.
2. Además, la bienaventuranza es
por sí misma un bien más que
suficiente, como dice el Filósofo en I
Ethic.
Pero lo que necesita de alguna otra cosa no es por sí mismo
suficiente. Así, pues, por consistir la esencia de la bienaventuranza
en la visión de Dios, como se demostró (
q.3 a.8), parece que no se
requiere la delectación para la bienaventuranza.
3. Además, es necesario que la operación de la felicidad o de
la bienaventuranza no sea impedida, como se dice en VII Ethic. Pero la delectación impide la acción del
entendimiento, pues corrompe la estimación de la prudencia,
como se dice en VI Ethic. Luego no se requiere la
delectación para la bienaventuranza.
Contra esto: está lo que dice Agustín en X Confess., que la bienaventuranza es el gozo de la verdad.
Respondo: De cuatro modos se requiere una cosa
para otra. Uno, como preámbulo o preparación, como se requiere la
disciplina para la ciencia. Otro, como lo que perfecciona una cosa,
como se requiere el alma para la vida del cuerpo. Tercero, como
coadyuvante extrínseco, como se requieren los amigos para hacer algo.
Cuarto modo, como algo concomitante, como si dijéramos que se requiere
el calor para el fuego. Y de este último modo se requiere la
delectación para la bienaventuranza, porque la delectación es causada
por el hecho de que el apetito descansa en el bien conseguido. Por
eso, no puede haber bienaventuranza sin delectación
concomitante, pues la bienaventuranza
no es otra cosa que la consecución del bien
sumo.
A las objeciones:
1. Por el hecho mismo de darle la
recompensa a uno, la voluntad del que la merece descansa, y eso es
deleitarse. Por eso, en la razón misma de la recompensa dada se
incluye la delectación.
2. La delectación es causada por
la visión misma de Dios. De ahí que, quien ve a Dios, no puede carecer
de delectación.
3. La delectación que acompaña a
la operación del entendimiento no la impide, sino más bien la
refuerza, como se dice en X Ethic.: pues
realizamos con más atención y perseverancia aquellas cosas que hacemos
deleitablemente. Sin embargo, una delectación extraña impide la
operación, unas veces por distracción de la intención, porque, como
acabamos de decir, atendemos más a aquellas cosas que nos deleitan y,
mientras atendemos vehementemente a una, necesariamente la intención
se aparta de otra. Otras veces también por contrariedad, como la
delectación de los sentidos, contraria a la razón, entorpece la
estimación de la prudencia, más que a la estimación del entendimiento
especulativo.
Artículo 2:
¿Es más importante la visión que la delectación en la
bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que la delectación es más importante
que la visión en la bienaventuranza.
1. La delectación es la perfección de la operación, como se
dice en X Ethic. Pero la perfección es mejor que
lo perfectible. Luego la delectación es mejor que la operación del
entendimiento, que es la visión.
2. Además, es de más valor aquello que hace apetecible una cosa. Pero
las operaciones se apetecen por su delectación; por eso también la
naturaleza añadió delectación a las operaciones necesarias para la
conservación del individuo y de la especie, para que los animales no
las descuidaran. Luego en la bienaventuranza, la delectación es de más
valor que la operación del entendimiento, que es la
visión.
3. Además, la visión corresponde a la fe, mientras que la delectación
o fruición, a la caridad. Pero la caridad es mayor que la fe, como
dice el Apóstol en 1 Cor 13,13. Luego la delectación o fruición es más
estimable que la visión.
Contra esto: la causa es más apreciable que el efecto. Pero la visión
es causa de la delectación. Luego la visión es más apreciable que la
delectación.
Respondo: Esta cuestión la plantea el Filósofo
en X
Ethic., y la deja sin solucionar. Pero si
se considera diligentemente, es del todo necesario que la operación
del entendimiento, que es la visión, sea más estimable que la
delectación. Porque la delectación consiste en un descanso de la
voluntad. Pero el que la voluntad descanse en algo, se debe sólo a la
bondad de aquello en que descansa. Por tanto, si la voluntad
descansa en una operación, el descanso de la
voluntad procede de la bondad de la operación. Ni siquiera la voluntad
busca el bien por el descanso; si fuera así, el acto mismo de la
voluntad sería fin, y esto contradice lo dicho antes (
q.1 a.1 ad 2;
q.3 a.4). Con todo, busca descansar en la operación, porque la
operación es su bien. Concluyendo, es claro que la operación misma en
la que descansa la voluntad es un bien más importante que el descanso
de la voluntad en él.
A las objeciones:
1. Como señala en el mismo
lugar el Filósofo, la delectación perfecciona la
operación, como los encantos a la juventud, porque son su
consecuencia. Así, la delectación es una perfección concomitante de la
visión, no una perfección que haga que la visión sea perfecta en su
especie.
2. La aprehensión sensitiva no
llega a la razón común de bien, sino a un bien particular que es
deleitable. Y por eso, según el apetito sensitivo que hay en los
animales, se buscan las operaciones por la delectación. Pero el
entendimiento aprehende la razón universal de bien, a cuya consecución
sigue la delectación; por eso se dirige con más interés al bien que a
la delectación. Y de ahí que el entendimiento divino, que es el que
dispone la naturaleza, haya añadido las delectaciones por las
operaciones. Pero no hay que apreciar las cosas simplemente por el
orden del apetito sensitivo, sino más bien según el orden del apetito
intelectivo.
3. La caridad no busca por la
delectación el bien amado, sino que esto es su consecuencia,
deleitarse de haber conseguido el bien que ama. Y así la delectación
no le corresponde como fin, sino más propiamente la visión, por la que
el fin se le hace presente primero.
Artículo 3:
¿Se requiere la comprehensión para la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que no se requiere la comprehensión
para la bienaventuranza.
1. Dice Agustín, Ad Paulinam, De videndo Deum: Es gran bienaventuranza llegar con la mente a Dios, pero es
imposible comprehenderlo. Luego la bienaventuranza se da sin
comprehensión.
2. Además, la bienaventuranza es la perfección del hombre según su
parte intelectiva, en la que no hay más potencias que el entendimiento
y la voluntad, como se dijo en la primera parte (q.79ss). Pero el
entendimiento se perfecciona suficientemente por la visión de Dios, y
la voluntad por la delectación en él. Luego no se requiere la
comprehensión como algo tercero.
3. Además, la bienaventuranza consiste en una operación. Pero las
operaciones se determinan según sus objetos, y los objetos generales
son dos: la verdad y el bien; la verdad corresponde a la visión, y el
bien, a la delectación. Luego no se requiere la comprehensión como
algo tercero.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en 1 Cor 9,24: Corred de
modo que comprehendáis. Pero la carrera espiritual termina en la
bienaventuranza; por eso también dice en 2 Tim 7,8: He combatido un
buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe; al final se
me ha dado la corona de la justicia. Luego se requiere la
comprehensión para la bienaventuranza.
Respondo: Como la bienaventuranza consiste en
la consecución del fin último, las cosas que se requieren para la
bienaventuranza hay que considerarlas desde el orden mismo del hombre
al fin. Ahora bien, el hombre se ordena a un fin
inteligible en parte por el entendimiento y en parte por la voluntad.
Por el entendimiento, en efecto, en cuanto que en éste preexiste un
conocimiento imperfecto del fin; por la voluntad, en primer lugar
mediante el amor, que es el primer movimiento de la voluntad hacia
algo; en segundo lugar mediante la relación real del que ama con lo
amado, y ésta puede ser triple. Unas veces lo amado está presente al
que ama, y entonces ya no se le busca. Otras, no está presente y es
imposible conseguirlo, y entonces tampoco se busca. Otras veces es
posible conseguirlo, pero está más elevado que la facultad del que lo
va a conseguir, de modo que no puede alcanzarse inmediatamente; y ésta
es la relación del que espera con lo esperado, única relación que
lleva a cabo la búsqueda del fin. Y con estas tres se corresponden
algunas cosas en la bienaventuranza: el conocimiento perfecto del fin
corresponde al imperfecto; la presencia del fin, a la relación de
esperanza, y la delectación en el fin ya presente, al amor, como ya se
dijo (
a.2 ad 3). Por tanto, es necesario que concurran estas tres
cosas para la bienaventuranza, a saber: la visión, que es el
conocimiento perfecto del fin inteligible; la comprehensión, que
supone la presencia del fin, y la delectación o fruición, que supone
el descanso de la cosa que ama en lo amado.
A las objeciones:
1. La comprehensión se entiende de
dos modos. Uno, como la inclusión de lo comprehendido en quien
comprehende, y así todo lo que comprehende un ser finito es finito.
Por eso, ningún entendimiento creado puede comprehender a Dios de esta
manera. En el otro modo, la comprehensión designa simplemente la
posesión de una cosa que se tiene ya presente; así cuando alguien
persigue a otro, se dice que lo comprehende cuando lo tiene sujeto. Y
de este modo es como se requiere la comprehensión para la
bienaventuranza.
2. Del mismo modo que la esperanza
y el amor pertenecen a la voluntad, porque es propio de ella amar algo
y tender hacia ello si no lo tiene, así también la comprehensión y la
delectación pertenecen a la voluntad, porque es propio de ésta
tener algo y descansar en ello.
3. La comprehensión no es una
operación distinta de la visión, sino una relación con el fin ya
conseguido. Por eso también la visión misma, o la cosa misma vista en
cuanto que está presente, es el objeto de la comprehensión.
Artículo 4:
¿Se requiere para la bienaventuranza la rectitud de la
voluntad?
lat
Objeciones por las que parece que la rectitud de la voluntad no se
requiere para la bienaventuranza.
1. La bienaventuranza consiste esencialmente en una operación del
entendimiento, como se dijo (
q.3 a.4). Pero para una operación
perfecta del entendimiento no se requiere rectitud de la voluntad, por
la que los hombres se llaman limpios, pues dice Agustín en el libro
Retract.:
No apruebo lo que dije en la
oración: Dios, que quisiste que sólo los limpios conocieran la verdad.
Pues puede responderse que muchos no limpios conocen muchas
verdades. Por tanto, no se requiere rectitud de voluntad para la
bienaventuranza.
2. Además, lo anterior no depende de lo posterior. Pero la operación
del entendimiento es anterior a la operación de la voluntad. Luego la
bienaventuranza, que es una operación perfecta del entendimiento, no
depende de la rectitud de la voluntad.
3. Además, lo que se ordena a algo como fin no es necesario, una vez
que se consigue el fin; como el barco después de que se llega al
puerto. Pero la rectitud de la voluntad, que existe por virtud, se
ordena a la bienaventuranza como a fin. Luego una vez conseguida la
bienaventuranza, no es necesaria la rectitud de la
voluntad.
Contra esto: está lo que se dice en Mt 5,8: Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Y en Heb 12,14:
Procurad la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá a
Dios.
Respondo: La rectitud de la voluntad se
requiere para la bienaventuranza antecedente y concomitantemente.
Antecedentemente, en efecto, porque la rectitud de la voluntad existe
por el orden debido al fin último. Ahora bien, el fin se relaciona con
lo que se ordena a él, como la forma con la materia. Por eso, lo mismo
que la materia no puede conseguir la forma si no está debidamente
dispuesta para ella, nada puede conseguir el fin si no está ordenado a
él debidamente. Y, por eso, nadie puede llegar a la bienaventuranza si
no tiene rectitud de voluntad.
Concomitantemente también, porque, como ya se dijo (q.3 a.8), la
bienaventuranza última consiste en la visión de la esencia divina, que
es la esencia misma de la bondad. Y así la voluntad del que ve la
esencia de Dios necesariamente ama cuanto ama en orden a Dios; lo
mismo que la voluntad de quien no ve la esencia de Dios necesariamente
ama cuanto ama bajo la razón común de bien que conoce. Y esto es lo
que hace recta a la voluntad. Por consiguiente, es claro que no puede
haber bienaventuranza sin voluntad recta.
A las objeciones:
1. Agustín está hablando del
conocimiento de la verdad que no es la esencia misma de la
bondad.
2. Algún acto del entendimiento
precede a todo acto de la voluntad, pero algún acto de la voluntad es
anterior a algún acto del entendimiento. Porque la voluntad tiende al
acto final del entendimiento, que es la bienaventuranza. Y, por eso,
se exige previamente para la bienaventuranza la recta inclinación de
la voluntad, lo mismo que el movimiento correcto de la flecha para su
impacto en la diana.
3. No todo lo que se ordena a un
fin termina cuando llega al fin, sino sólo lo que se da en razón de la
imperfección, como el movimiento. Por eso, los instrumentos del
movimiento no son necesarios después de que se ha llegado al fin, pero
es necesario el orden debido al fin.
Artículo 5:
¿Para la bienaventuranza del hombre se requiere el
cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que se requiere el cuerpo para la
bienaventuranza.
1. La perfección de la virtud y de la gracia presuponen la perfección
de la naturaleza. Pero la bienaventuranza es perfección de la virtud y
de la gracia. Ahora bien, el alma no tiene la perfección de la
naturaleza sin el cuerpo, pues es por naturaleza parte de la
naturaleza humana, y toda parte separada de su todo es imperfecta. Por
consiguiente, el alma no puede ser bienaventurada sin el
cuerpo.
2. Además, la bienaventuranza es una operación perfecta, como ya se
dijo (
q.3 a.2 y
5). Pero la operación perfecta es consecuencia del ser
perfecto, pues todo obra en la medida que es ente en acto. Por tanto,
como el alma no tiene el ser perfecto cuando está separada del cuerpo,
lo mismo que ninguna parte cuando está separada del todo, parece que
el alma no puede ser bienaventurada sin el cuerpo.
3. Además, la bienaventuranza es la perfección del hombre. Pero el
alma sin el cuerpo no es hombre. Luego no puede haber bienaventuranza
en un alma sin cuerpo.
4. Además, según el Filósofo, en VII Ethic., la operación de la felicidad, en la que
consiste la bienaventuranza, es no impedida. Pero la operación
del alma separada es impedida, porque, como dice Agustín en XII Super Gen. ad litt.: Le es inherente cierto
apetito natural de gobernar el cuerpo, y este apetito le impide de
algún modo llegar con toda atención a aquel sumo cielo, es decir,
a la visión de la esencia divina. Luego el alma no puede ser
bienaventurada sin el cuerpo.
5. Además, la bienaventuranza es un bien suficiente y aquieta el
deseo. Pero esto no se ajusta al alma separada, porque aún desea la
unión del cuerpo, como dice Agustín. Luego el alma
separada del cuerpo no es bienaventurada.
6. Además, el hombre en la bienaventuranza es igual a los ángeles.
Pero el alma sin el cuerpo no es igual a los ángeles, como dice
Agustín. Luego no es bienaventurada.
Contra esto: está lo que se dice en Apoc 14,13: bienaventurados los
muertos que mueren en el Señor.
Respondo: Hay dos clases de bienaventuranza:
una imperfecta, que se tiene en esta vida, y otra perfecta, que
consiste en la visión de Dios. Ahora bien, es claro que para la
bienaventuranza de esta vida por necesidad se requiere el cuerpo,
porque la bienaventuranza de esta vida es una operación del
entendimiento, del especulativo o del práctico. Pero no puede haber
operación del entendimiento en esta vida sin imagen, que sólo está en
un órgano corpóreo, como se determinó en la primera parte (
q.84 a.6 y
7). Y así la bienaventuranza que puede tenerse en esta vida depende de
algún modo del cuerpo.
Pero acerca de la bienaventuranza perfecta, que consiste en la visión
de Dios, algunos afirmaron que no puede llegarle a un alma que existe
sin cuerpo, diciendo que las almas de los santos, separadas del
cuerpo, no pueden llegar a esa bienaventuranza hasta el día del
juicio, cuando vuelvan a tomar los cuerpos. Y esto ciertamente parece
que es falso tanto por autoridad como por razón. Por autoridad, en
efecto, porque dice el Apóstol en 2 Cor 5,6: Mientras estamos en el
cuerpo, permanecemos exiliados del Señor; y muestra la razón de
este exilio cuando añade (v.7): porque caminamos en fe y no en
visión. De lo cual se desprende que, cuando uno camina en fe y no
en visión, careciendo de la visión de la esencia divina, todavía no
está presente ante Dios. Pero las almas de los santos, separadas del
cuerpo, están presentes ante Dios, por eso se añade (v.8): Pero nos
atrevemos y tenemos buen deseo de dejar el cuerpo y presentarnos ante
el Señor. Por consiguiente, es claro que las almas de los santos,
separadas de los cuerpos, andan en visión, viendo la esencia de Dios,
y en esto está la verdadera bienaventuranza.
Esto también se concluye por razón. Porque el entendimiento, para su
operación perfecta, sólo necesita del cuerpo por las imágenes (phantasmata), en las que mira la verdad inteligible, como se dijo
en la primera parte (q.84 a.7). Pero es evidente que la esencia divina
no puede verse mediante imágenes, como se demostró en la primera parte
(q.12 a.3). Por consiguiente, la bienaventuranza perfecta del hombre
no depende del cuerpo, pues consiste en la visión de la esencia
divina. En consecuencia, el alma puede ser bienaventurada sin el
cuerpo.
Pero hay que tener en cuenta que una cosa pertenece a la perfección
de otra de dos modos. Uno, para constituir la esencia de la cosa, como
se requiere el alma para la perfección del hombre. Del otro modo, se
requiere para la perfección de una cosa lo que pertenece a su bien
ser, como pertenecen a la perfección del hombre la belleza del cuerpo
y la rapidez de ingenio. Así, pues, aunque el cuerpo no pertenece a la
perfección de la bienaventuranza humana del primer modo, sin embargo,
pertenece del segundo. Porque la operación depende de la naturaleza de
la cosa, cuanto más perfecta sea el alma en su naturaleza, más
perfectamente tendrá su operación, en la que consiste la felicidad.
Por eso, en XII Super Gen. ad litt., cuando
pregunta Agustín: Si puede darse aquella bienaventuranza suprema a
los espíritus sin cuerpo de los difuntos, responde que no
pueden ver la sustancia inconmutable como la ven los santos ángeles;
bien porque hay en ellos un apetito natural de gobernar el cuerpo,
bien por otra causa más oculta.
A las objeciones:
1. La bienaventuranza es la
perfección del alma por parte del entendimiento, según el cual
trasciende los órganos del cuerpo; pero no por ser forma natural del
cuerpo. Y por eso permanece aquella perfección de la naturaleza según
la cual se le debe la bienaventuranza, aunque no permanezca la
perfección de la naturaleza según la cual es forma del
cuerpo.
2. El alma se relaciona con el ser
de modo distinto a como lo hacen las otras partes. Porque el ser del
todo no es de una de las partes; por eso, o bien deja de ser
totalmente la parte, una vez destruido el todo, como ocurre con las
partes del animal, destruido el animal; o bien, si permanecen, tienen
otro ser en acto, como una parte de la linea tiene un ser distinto de
toda la línea. Pero en el alma humana permanece el ser del compuesto
después de la destrucción del cuerpo, precisamente porque es el mismo
el ser de la materia y el de la forma, y eso es el ser del compuesto.
Ahora bien, el alma subsiste en su ser, como se demostró en la primera
parte (
q.75 a.2). Por consiguiente, resulta que, después de la
separación del cuerpo, el alma tiene un ser perfecto y, por eso, puede
también tener una operación perfecta; aunque no tenga la naturaleza
perfecta de la especie.
3. La bienaventuranza es según el
entendimiento del hombre y, por eso, mientras haya entendimiento,
puede haber en él bienaventuranza. Del mismo modo que los dientes de
un etíope, según los cuales se le llama blanco, pueden ser blancos
incluso después de la extracción.
4. Una cosa impide otra de dos
formas. Una, por modo de contrariedad, como el frío impide la acción
del calor; y tal impedimento de la operación se opone totalmente a la
bienaventuranza. La otra, por modo de algún defecto, es decir, porque
la cosa impedida carece de algo de lo que se requiere para su
perfección completa, y este impedimento de la operación no se opone a
la felicidad, sino a su perfección completa. Y así se dice que la
separación del cuerpo retarda al alma en dirigirse con toda intención
a la visión de la esencia divina. Pues el alma desea disfrutar de Dios
de modo que esta misma fruición llegue también al cuerpo por
redundancia, en la medida de lo posible. Y por eso, mientras ella
disfruta de Dios sin el cuerpo, aunque su apetito descansa en lo que
tiene, querría, sin embargo, que su cuerpo llegara a participar de
ello.
5. El deseo del alma separada
descansa totalmente por lo que se refiere a lo apetecible, porque, en
efecto, tiene lo que sacia su apetito. Pero no descansa del todo como
apetente, porque no posee aquel bien con toda la capacidad con que
quisiera poseerlo. Por eso, al recobrar el cuerpo, la bienaventuranza
crece extensivamente, no intensivamente.
6. Lo que allí se dice, que los
espíritus de los difuntos no ven a Dios igual que los ángeles, no
hay que entenderlo como una desigualdad de cantidad, porque ya algunas
almas de bienaventurados también han sido elevadas hasta los órdenes
superiores de los ángeles, y ven a Dios con más claridad que los
ángeles inferiores. Sino que se entiende como desigualdad de
proporción, porque incluso el último ángel tiene toda la perfección de
la bienaventuranza que va a tener, mientras que no ocurre lo mismo con
las almas separadas de los santos.
Artículo 6:
¿Se requiere para la bienaventuranza la perfección del
cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que no se requiere la perfección del
cuerpo para la bienaventuranza perfecta del hombre.
1. La perfección del cuerpo es un bien corporal. Pero ya se ha
demostrado (
q.2) que la bienaventuranza no consiste en los bienes
corporales. Luego no se requiere una disposición perfecta del cuerpo
para la bienaventuranza.
2. Además, la bienaventuranza del hombre consiste en la visión de la
esencia divina, como se demostró (
q.3 a.8). Pero el cuerpo no aporta
nada a esta operación, como se dijo (
a.5). Luego no se requiere
ninguna disposición del cuerpo para la bienaventuranza.
3. Además, cuanto más separado está el entendimiento
del cuerpo, más perfectamente entiende. Pero la bienaventuranza
consiste en la operación más perfecta del entendimiento. Luego es de
todo punto necesario que el alma esté separada del cuerpo. Por tanto,
de ningún modo se requiere la disposición del cuerpo para la
bienaventuranza.
Contra esto: la bienaventuranza es el premio de la virtud, por eso se
dice en Jn 13,17: Seréis bienaventurados si hacéis estas cosas.
Pero no sólo se promete a los santos como premio la visión de Dios y
la delectación, sino también una buena disposición del cuerpo, pues se
dice en el último capítulo de Isaías, 14: Veréis, y se alegrará
vuestro corazón, y vuestros huesos reverdecerán como hierba. Luego
se requiere la buena disposición del cuerpo para la
bienaventuranza.
Respondo: Si hablamos de la bienaventuranza del
hombre que puede tenerse en esta vida, es claro que para ella se
requiere por necesidad la buena disposición del cuerpo, pues consiste
esta bienaventuranza, según el Filósofo,
en la
operación perfecta. Pero es claro que el hombre puede verse
impedido en toda operación de virtud por la debilidad del
cuerpo.
Pero si hablamos de la bienaventuranza perfecta, a este respecto
algunos afirmaron que no se requiere ninguna disposición del cuerpo
para la bienaventuranza; es más, que se requería que el alma estuviese
totalmente separada del cuerpo. Por eso Agustín, en XXII De civ.
Dei, cita estas palabras de Porfirio: Para que
el alma sea bienaventurada, debe huir de todo cuerpo. Pero esto es
incongruente. Pues no puede ser que la perfección del alma excluya su
perfección natural, y para ella es natural unirse al
cuerpo.
En consecuencia, hay que decir que para la bienaventuranza
completamente perfecta se requiere una disposición perfecta del
cuerpo, tanto antecedente como consiguientemente. Antecedentemente,
porque, como dice Agustín en XII Super Gen. ad litt.: Si el cuerpo es de tal condición que es difícil y pesado su gobierno, como es esta carne que corrompe y sobrecarga al alma, se aparta de aquella visión del supremo cielo. Por eso concluye que cuando este cuerpo ya no es animal, sino espiritual, entonces se equiparará a los ángeles y le servirá de gloria lo que fue pesada carga. Consiguientemente, porque de la bienaventuranza del alma habrá redundancia para el cuerpo, de modo que éste mejorará su perfección. Por eso dice Agustín en la carta Ad Dioscorum: Dios hizo el alma de una naturaleza tan potente, que de su bienaventuranza plena redundará el vigor de la inmortalidad a la naturaleza inferior.
A las objeciones:
1. La bienaventuranza, no consiste
en el bien corporal como su objeto, pero el bien corporal puede
contribuir algo al complemento o perfección de la bienaventuranza.
2. El cuerpo podría impedir esa
operación del entendimiento mediante la cual se ve a Dios, aunque no
aporte nada a ella. Por consiguiente, se requiere la perfección del
cuerpo para que no impida la elevación de la mente.
3. Para una operación perfecta del
entendimiento se requiere ciertamente la separación de este cuerpo
corruptible, que sobrecarga al alma, pero no la del cuerpo espiritual,
que estará totalmente sometido al espíritu. De esto hablaremos en la
tercera parte de esta obra (Suppl. q.82ss).
Artículo 7:
¿Se requieren algunos bienes exteriores para la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que se requieren también bienes
exteriores para la bienaventuranza.
1. Pertenece a la bienaventuranza lo que se promete como premio a los
santos. Pero a los santos se les prometen bienes exteriores, como
comida y bebida, riqueza y reino, pues se dice en Lc 22,30: Para
que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y en Mt 25,34: Venid,
benditos de mi Padre, tomad posesión del reino. Luego se requieren
bienes exteriores para la bienaventuranza.
2. Además, según Boecio en III De consol., la bienaventuranza es un estado perfecto con
la acumulación de todos los bienes. Pero los bienes exteriores son
bienes del hombre, aunque sean mínimos, como observa
Agustín. Luego también se requieren para la
bienaventuranza.
3. Además, dice el Señor en Mt 5,12: Vuestra
recompensa es grande en los cielos. Pero estar en los cielos
implica estar en un lugar. Luego al menos se requiere un lugar
exterior para la bienaventuranza.
Contra esto: está lo que se dice en Sal 72,25: ¿A quién tengo yo en
los cielos? Fuera de ti, ¿qué me complace en la tierra? Como si
dijera: «sólo deseo lo que sigue (v.28): Sino que mi bien es estar
apegado a Dios». Luego no se requiere ninguna otra cosa exterior
para la bienaventuranza.
Respondo: Para la bienaventuranza imperfecta,
cual puede tenerse en esta vida, se requieren los bienes exteriores,
no porque existan por exigencia de la esencia de la bienaventuranza,
sino porque sirven a la bienaventuranza instrumentalmente, pues ésta
consiste en la operación de la virtud, como se dice en I
Ethic. Pues el hombre en esta vida necesita las
cosas exteriores para el cuerpo, tanto para la operación de la virtud
contemplativa como para la de la activa; para ésta se requieren aún
más, para con ellos llevar a cabo las obras de la virtud
activa.
Pero para la bienaventuranza perfecta, que consiste en la visión de
Dios, no se requiere ninguno de estos bienes. Y la razón de esto es
que todos estos bienes exteriores son necesarios sólo para el sustento
del cuerpo animal o para algunas operaciones que realizamos a través
del cuerpo animal y que son necesarias para la vida humana. Ahora
bien, la bienaventuranza perfecta, que consiste en la visión de Dios,
se dará en el alma sin el cuerpo o en el alma unida al cuerpo, pero ya
no animal, sino espiritual. Y por eso, estos bienes exteriores de
ningún modo se requieren para esa bienaventuranza, pues se ordenan a
la vida animal. Y porque en esta vida la felicidad contemplativa
alcanza más semejanza con esa felicidad perfecta que la activa, como
que también se parece más a Dios, como se desprende de lo dicho (q.3 a.5 ad 1), por eso necesita menos de estos bienes del cuerpo, como se
dice en X Ethic.
A las objeciones:
1. Todas esas promesas corporales
que se encuentran en la Sagrada Escritura, hay que entenderlas
metafóricamente, puesto que en las Escrituras se suelen designar las
cosas espirituales mediante corporales, para que desde las cosas
que conocemos, nos elevemos a desear las desconocidas, como dice
Gregorio en una homilía. Por ejemplo, mediante la
comida y la bebida se da a entender la delectación de la
bienaventuranza; con las riquezas, la suficiencia con la que Dios será
suficiente para el hombre; con el reino, la exaltación del hombre
hasta la unión con Dios.
2. Estos bienes, que sirven para
la vida animal, carecen de valor para la espiritual, en la que
consiste la bienaventuranza perfecta. Sin embargo, también habrá en
esa bienaventuranza acumulación de todos los bienes, porque se tendrá
cuanto de bueno se encuentra en éstos en la suprema fuente de los
bienes.
3. Según Agustín, en el libro De ser. Dom. in monte, no se afirma que la
recompensa de los santos está en los cielos corpóreos, sino que por
los cielos se entiende la altura de los bienes espirituales. Con todo,
sin embargo, los bienaventurados tendrán lugar corpóreo, es decir, el
cielo empíreo, pero con cierta conveniencia y decoro.
Artículo 8:
¿Se requiere la compañía de los amigos para la bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que los amigos son necesarios para la
bienaventuranza.
1. La bienaventuranza futura se designa frecuentemente en las
Escrituras con el término gloria. Pero la gloria consiste en
que la bondad de un hombre llega a conocimiento de muchos. Luego
se requiere la compañía de los amigos para la
bienaventuranza.
2. Además, dice Boecio que ningún bien sin compañía
es posesión grata. Pero para la bienaventuranza se requiere
delectación. Luego también se requiere compañía de
amigos.
3. Además, la caridad se perfecciona en la bienaventuranza. Pero la
caridad comprende el amor de Dios y del prójimo. Luego parece que se
requiere para la bienaventuranza la compañía de amigos.
Contra esto: está lo que se dice en Sab 7,11: Me vinieron todos los
bienes junto con ella, es decir, con la sabiduría divina, que
consiste en la contemplación de Dios. Y así, para la bienaventuranza
no se requiere ninguna otra cosa.
Respondo: Si hablamos de la felicidad de la
vida presente, como dice el Filósofo en IX
Ethic., el hombre feliz necesita amigos; no, ciertamente,
por utilidad, pues se basta a sí mismo; ni por delectación, pues tiene
en sí mismo la delectación perfecta en la operación de la virtud; sino
para obrar bien, es decir, para hacerles bien, y para que, al verlos,
le agrade hacer el bien, y también para que le ayuden a hacerlo.
Porque el hombre necesita del auxilio de los amigos para obrar bien,
tanto en las obras de la vida activa como en las de la vida
contemplativa.
Pero si hablamos de la bienaventuranza perfecta que habrá en la
patria, no se requiere necesariamente la compañía de amigos para la
bienaventuranza, porque el hombre tiene toda la plenitud de su
perfección en Dios. Pero la compañía de amigos contribuye al bien ser
de la bienaventuranza. Por eso dice Agustín en VIII Super Gen. ad
litt.: Para ser bienaventurada, la criatura
espiritual sólo es ayudada intrínsecamente por la eternidad, la verdad
y la caridad del Creador. Pero extrínsecamente, si podemos hablar de
ayudar, quizá únicamente ayude el que se ven mutuamente y se alegran
de su compañía en Dios.
A las objeciones:
1. La gloria que es esencial para
la bienaventuranza es la que tiene el hombre, no ante los hombres,
sino ante Dios.
2. Esa frase tiene sentido cuando
en el bien que se tiene no hay plena suficiencia. Y esto no puede
decirse en el argumento, porque el hombre tiene suficiencia de todo
bien en Dios.
3. La perfección de la caridad es
esencial para la bienaventuranza en cuanto al amor de Dios, pero no en
cuanto al amor al prójimo. Por eso, si hubiera una sola alma
disfrutando de Dios, sería bienaventurada, aunque no tuviera prójimo a
quien amar. Pero, supuesto el prójimo, su amor es consecuencia de la
dilección perfecta de Dios. Por eso, la amistad y la bienaventuranza
perfecta se relacionan entre sí como concomitantemente.